20 de octubre de 1990

VALLADOLID ANTE EL FUTURO: HACIA UN NUEVO MODELO DE CRECIMIENTO


El Norte de Castilla, 20 de Octubre de 1990



Cuando, a finales de junio, escribí en estas mismas páginas que el futuro indus­trial de Valladolid podría verse seriamen­te cuestionado por los proyectos reestructuradores que se ciernen en nuestros días sobre la industria automovilística, no era consciente de que, apenas cuatro meses más tarde, dicha hipótesis vendría avala­da por los indicios que inexorablemente parecen apuntar en esa dirección. Desde entonces han ocurrido acontecimientos que, en efecto, presagian la ruptura y a la vez el presumible inicio de una nueva etapa en la evolución de la economía y de la sociedad vallisoletanas, que distaría de corresponderse en sentido estricto con las líneas maestras que hasta ahora han ci­mentado los pilares básicos de su modelo de crecimiento. A través de un proceso que todavía no ha culminado, la sensa­ción de crisis comienza a imponerse con fuerza al verificar los síntomas que deno­tan el debilitamiento paulatino de una actividad hasta hace poco considerada de forma inequívoca, como el fundamento explicativo de la intensa metamorfosis vivida por Valladolid desde los años se­senta.


A la amenaza de cierre de la antigua Motransa, supeditada a la revisión de las estrategias empresariales acometida por Fiat, se una la drástica política de reajuste que, tras la recientemente formalizada operación de compra, la misma compa­ñía italiana aplicará sin duda a Enasa o, más expresivo aún, la puesta en práctica de los programas previstos con propósi­tos similares por la sede central de Régie Renault, cuyo impacto sobre la factoría más relevante de la Comunidad Autóno­ma ha de materializarse fuera de toda duda a un plazo no excesivamente largo. Todo ello sin olvidar la frustración en que finalmente han cristalizado algunos de los proyectos de fabricación más ambi­ciosos y que tanta ilusión suscitaron en su momento.


Más allá de los argumentos coyunturales sería, desde luego, largo y prolijo alu­dir aquí a los factores de estructura que justifican estás tendencias, pero lo cierto es que, conectados directamente con el actual comportamiento estratégico y con la necesidad de hacer frente a sus proble­máticas específicas, revelan la existencia de cambios previsibles, sobre todo sí se tienen en cuenta los indicadores a la baja que desde hace algún tiempo rigen la dinámica de sus principales variables en los países donde se localizan los grandes centros de decisión. El hecho de que, una vez planteadas en sus respectivos núcleos decisionales, las premisas de reajuste co­miencen a proyectarse de forma encade­nada en nuestro país, donde el funciona­miento de la industria del automóvil se subordina plenamente a las directrices exógenas, pone al descubierto la vulnera­bilidad teórica del sector y las incertidumbres que pudieran aquejar a aquellos en­claves que, como expresivamente sucede en Valladolid, sustentan primordialmente su dinamismo sobre la vitalidad y las vicisitudes de una actividad no exenta, ni liberada, de situaciones críticas.


En estas circunstancias resulta lógico e inevitable reflexionar acerca de los posi­bles mecanismos que permitan hacer frente a los eventuales efectos traumáti­cos ocasionados por el agotamiento de un modelo sometido a revisión e incapaz, por ello mismo, de seguir garantizando los umbrales de crecimiento hasta ahora conocidos. Se trata de una reflexión tan necesaria como perentoria, obligada al mismo tiempo por el hecho de que ha de ser abordada en un contexto singular, netamente distinto del que, en cambio, ha determinado las estrategias compensato­rias de la crisis en los espacio sujetos a los programas públicos de reconversión y reindustrialización. Es decir, frente a las políticas de protección que, como es sabi­do, han auspiciado la superación de los problemas estructurales en las llamadas «regiones industriales en declive», no se contempla esta clase de instrumentos pa­ra las áreas que, al margen de las condicio­nes privativas de aquéllas, se hallan, no obstante, expuestas a la aparición de ten­siones y dificultades análogas.


Surgen así las que, a mi juicio, pudieran ser interpre­tadas como situaciones de «reconversión latente», cuya manifestación más clara la ofrece un sector, como el del automóvil, que si no participa propiamente de la gravedad específica de las actividades con mayores lastres de competitividad, se ve obligado a resolver, sin embargo, los in­convenientes derivados de la sobrecapacidad de la oferta, de la fortísima compe­tencia internacional y de las limitaciones tecnológicas de que aún se resienten algu­nos de sus estadios de fabricación. De ahí que, en virtud de este cúmulo de servi­dumbres y ajenos a los grandes programas que auspician las políticas oficiales de saneamiento de los tejidos fabriles más vulnerables, asistamos a la configuración de una nueva categoría de espacios indus­triales críticos, de los que el tipo que nos ocupa constituye el ejemplo más repre­sentativo y a la vez el de perspectivas más inciertas, a menos que se formulen cuan­to antes modelos alternativos, apoyados en el esfuerzo de imaginación y de deci­sión de que han de hacer gala las instan­cias directamente implicadas tanto en el diagnóstico de la situación como en la promoción de iniciativas destinadas a neutralizar los efectos más contraprodu­centes del problema planteado.


Así las cosas, parece llegado el momen­to de abrir un amplio debate, en el que, desde los diversos sectores afectados y sin eludir el margen de responsabilidad que a cada uno compete, se aborde con rigor el análisis de los grandes ejes sobre los que se han de reposar las bases de la personali­dad vallisoletana hacia el futuro. En tal sentido, y con el simple propósito de alentar esta reflexión colectiva, me per­mito apuntar tres líneas de actuación que considero, al menos como una aproxima­ción inicial al tema, dignas de tener en cuenta.


En primer lugar, es evidente que la capacidad de resistencia ante los impac­tos recesivos se halla estrechamente liga­da a la superación del monolitismo fabril, que normalmente entraña un alto grado de indefensión frente a las coyunturas, por más que las características estructura­les conseguidas ofrezcan en apariencia una notable solidez. Si, como sucede en nuestro caso, esa fortaleza aparece supe­ditada a comportamientos estratégicos que escapan casi por completo al control de sus beneficiarios autóctonos, lógico es pensar que únicamente a través de la diversificación del aparato productivo, en buena parte asentado sobre la iniciati­va endógena como complemento necesa­rio de la promoción externa, será posi­ble alcanzar el indispensable equilibrio que garantice simultáneamente el funcio­namiento coherente del sistema indus­trial y su correcta articulación interna.


De esta forma, se encontrarían debidamente conciliadas, por vez primera en su histo­ria, las dos potencialidades que, merced a su interesante trayectoria industrial y a su excelente renta de situación, convergen plenamente en Valladolid: de un lado, la que le proporciona una rica tradición manufacturera local que en buena parte ha quedado eclipsada o preterida hasta ahora, y, de otro, los efectos de inducción que, decididamente abiertos a otros seg­mentos de la transformación, se derivan de su innegable predicamento como esce­nario privilegiado para la inversión forá­nea.


Mas tampoco conviene descuidar, en segundo lugar, que en los momentos ac­tuales la consecución satisfactoria de es­tos objetivos industriales precisa de un salto cualitativo que aún está pendiente de realización. Pues, en efecto, no cabe duda de que la relevancia lograda en el terreno de la producción dilecta no se corresponde, como debiera ser, con el desarrollo paralelo de ese complejo de actividades que en la terminología al uso se conoce con el nombre genérico y globalizador de «terciario superior». Entendi­do en su acepción más global, cabría incluir dentro de él el amplio abanico de dotación funcional que abarca desde el desarrollo adecuado de las infraestructu­ras de transporte hasta el entramado constituido por la red de servicios de todo orden orientados a las empresas, con todo lo que ello implica para la mejora de la calidad, para la eficiencia en la gestión de los recursos, para el correcto cumpli­miento de los requisitos medioambienta­les y para la idónea aplicación de las corrientes innovadoras. No creo que este paso sea imposible, utópico o falto de fundamento. Partiendo de la realidad presente y al amparo de una mayor sinto­nía entre los distintos agentes socioeco­nómicos y científicos, se trataría de asimi­lar los comportamientos vigentes en las áreas urbanas más desarrolladas, inevitablemente abocadas a propiciar los meca­nismos que favorezcan el tránsito gradual hacia una terciarización dinámica y efi­caz, susceptible de estimular el empleo y de contribuir a la mejora de la producción y de la calidad de vida.


Por último, de toda esta serie de mani­festaciones, uniformemente encamina­das a la creación de lo que D. Maillat define como un «entorno progresivo», sin el cual todo proyecto de reactivación resultaría estéril, se derivan, a la postre, fuerzas difusoras del crecimiento que ha­rían de Valladolid un núcleo capaz de ejercer un impacto positivo tanto sobre la provincia como sobre el conjunto del espacio regional en que se inserta. Dicho, de otro modo, si con el modelo anterior los procesos favorables a la "polarización marcaban la tónica dominante, en detri­mento de los ámbitos lesionados por su capacidad succionadora, no parece des­cartada la hipótesis que, a tenor de otras experiencias conocidas y bajo las premi­sas indicadas, pone en evidencia un com­portamiento distinto de los dinamismos que actúan sobre el territorio.


En este sentido, y sin olvidar que en esencia la operatividad de los fenómenos requiere al propio tiempo la adopción de políticas sensibles y solidarias con el conjunto del espacio hacia el que se proyectan, consi­dero que la transformación de Valladolid en un enclave funcionalmente dinámico y con auténtica capacidad de articulación a gran escala no sólo resolvería las propias contradicciones en que actualmente se debate la ciudad, sino que a su vez sería capaz de desempeñar esa función de en­samblaje regional de que tanto adolece nuestra Comunidad Autónoma y que só­lo la Villa del Pisuerga está en condicio­nes potenciales de llevar a cabo.