El Mundo-Diario de Valladolid, 29 de Octubre de 1992
Tuvo razón el Sr. Rector de la Universidad de Valladolid cuando, en el discurso inaugural del nuevo año académico, hizo referencia al hecho de que, por tercera vez, iba a tener lugar el desmembramiento del Distrito Universitario, coincidiendo en esta ocasión con la ya anunciada creación de la nueva Universidad con sede en Burgos. Si la evocación fue oportuna, no es menos cierto que la fractura actual ofrece rasgos propios y responde a motivaciones muy distintas a las anteriores.
Ya no se trata, en efecto, de proceder a la puesta en marcha de instituciones de este rango en ámbitos regionales específicos, con fuerte personalidad político-cultural, como sucedió en el caso del País Vasco, o favorecidos por la particular configuración autonómica del Estado, que inevitablemente justificaría a la postre el nacimiento de la Universidad de Cantabria. Por el contrario, y bajo premisas bien diferentes, la remodelación ahora proyectada se realiza en el seno de la misma Comunidad Autónoma, sobre la base de un sistema educativo estructurado en un amplio «campus» con el que se han mantenido siempre conexiones muy estrechas, fortalecidas por los firmes vínculos de colaboración que progresivamente, y sobre todo desde la integración del Colegio Universitario en 1983, se han ido afianzando hasta convertir a los estudios impartidos en Burgos en una estructura académica plenamente integrada, en la estructuraorganizativa de Valladolid.
De ahí que el reconocimiento de su emancipación suponga algo más que la simple individualización orgánica de unas enseñanzas, de cuya calidad actual no se debe dudar, pero que, efectivamente, han sido hasta ahora subsidiarias de un complejo docente y científico que rebasa con creces los estrictos límites de la nueva sede universitaria. Ello se traduce en la existencia de imbricaciones múltiples, que van desde el diseño de los Planes de Estudio y las interrelaciones del Profesorado, establecidas a través del sistema departamental, hasta los diferentes aspectos relacionados con la infraestructura de medios y personal, que conforman un patrimonio común y cuya disociación no puede hacerse sin tener en cuenta las implicaciones, posiblemente críticas en muchos casos, que de ello puedan derivarse.
Con todo, una vez tomada la decisión, carece de sentido cuestionarla, entre otras razones porque tal actitud sería errónea, vana e inoportuna y porque además tampoco habrían de tener gran peso argumentos esgrimidos en otra dirección frente a los poderosos motivos que, al parecer, subyacen en la justificación político-estratégica de la medida. En , consecuencia, sólo cabe, tal y como están las cosas, aceptar el hecho consumado, congratularse con él, felicitar a sus promotores y desear que la iniciativa esté a la altura de lo que la sociedad burgalesa se merece.
Mas este reconocimiento no impide, admitiendo la indudable trascendencia del tema, suscitar algunas reflexiones de interés, con la vista puesta en el futuro, con una actitud solidaria hacia la nueva experiencia y con el deseo de que nuestro sistema universitario logré los debidos niveles de eficiencia y competitividad. En principio, no parece fuera de lugar dejar, constancia de la sorpresa que supone el hecho de que unos estudios acaben cristalizando en una estructura universitaria independiente sin que las directrices del proceso ni los necesarios y sutiles ajustes que requiere su culminación hayan sido objeto previamente de un análisis riguroso por parte de la institución donde se hallan inmersos. Ya que tanto la gestación de la nueva Universidad como los pormenores que inevitablemente acompañan a su puesta en práctica no han formado parte en ningún momento de los grandes temas -y ciertamente éste lo es- que han galvanizado en los últimos años la atención de la Universidad de Valladolid. Ha sido, en cambio, un proceso silencioso, casi desapercibido, que paulatinamente se ha ido fraguando en los despachos oficiales hasta cristalizar de pronto en una realidad tan definida como irreversible, siempre en medio de la más absoluta indiferencia y despreocupación.
¿Podría haberse hecho de otro modo? Qué duda cabe. Pues no en vano, cuando las Universidades poseen un elevado grado de autonomía y cuando los recursos y los objetivos son compartidos, es correcto pensar que la materializacón de la idea debiera haber estado sustentada en un análisis a fondo del proyecto, acomodándolo a los principios de una lógica universitaria orientada a la racionalización de las decisiones, sobre todo cuando se trata de construir en los plazos adecuados una estructura sólida y con las garantías necesarias.
De ahí que, dejando de lado el factor de oportunidad y al margen de la retórica convencional, no sea ocioso plantearse de qué forma la creación de la Universidad de Burgos puede repercutir en la revitalización del sistema universitario regional. Pues a nadie se le oculta que, una vez el proyecto en marcha, surge la incógnita de hasta qué punto los cambios que su implantación pueda generar van a ser positivos o no para el desarrollo de la enseñanza superior en nuestra Comunidad Autónoma. Y es que una Universidad representa algo más que la mera existencia de un «campus», de una plantilla y de unas instalaciones más o menos desarrollados. Su funcionalidad va asociada, ante todo, a la materialización de un programa bien diseñado y concebido a largo plazo, así como a una estrategia de crecimiento y de proyección de futuro racionalmente planteada.
Por tanto, y teniendo en cuenta el contexto singular en que se ha desenvuelto el despliegue de la iniciativa y los fuertes condicionamientos y presiones político-localistas que la han inspirado, cualquier intento de renovación y sintonía con los parámetros de una Universidad moderna exige necesariamente la neutralización inmediata de tales servidumbres e hipotecas.
Dicho de otro modo, la operatividad de la Universidad burgalesa depende muy directamente de su voluntad decidida para superar a corto plazo las limitaciones estructurales de origen, abriéndose al exterior e incorporando a las fuerzas más dinámicas de la sociedad, para convertirse en una institución permeable tanto a los impulsos que le puedan venir de fuera como a los estímulos de la competencia y de la cooperación con otras Universidades, y entre ellas la de Valladolid. Si esta estrategia es acometida con decisión y eficacia, el éxito de la Universidad de Burgos estará de antemano garantizado y permitirá asegurar su pronta consolidación como una pieza fundamental del entramado universitario castellano-leonés; en caso contrario, es de temer que su trayectoria no será muy diferente a la de esa amalgama de pequeñas universidades que, a menudo víctimas del voluntarismo y la improvisación, tanto han proliferado en el panorama universitario español en los últimos años, y cuya imagen, por más que la rúbrica de Universidad las identifique formalmente como tales, languidecen bajo la losa sombría de un panorama dominado por el aislamiento y la mediocridad.
Los acontecimientos que tan decisivamente están convulsionando al mundo contemporáneo revisten, en virtud de sus múltiples manifestaciones y consecuencias, una importancia primordial para explicar la intensa remodelación a que se ve sometida la imagen que del planeta ha tenido hasta hace bien poco el ciudadano, hoy asombrado y expectante frente a una realidad mutable y en permanente e imprevisible metamorfosis.
Con especial celeridad, las modificaciones experimentadas en el trazado de fronteras, convencionalmente consideradas como algo inamovible, la aparición de nuevos Estados o los intentos por afianzar, en otros casos, la edificación de proyectos integradores de carácter supranacional constituyen una de las tendencias más significativas de este periodo de fin de siglo, cimentando las bases de un nuevo esquema interpretativo de las estrategias geopolíticas, cuya valoración va mucho más allá de la descripción superficial de los hechos en su mera secuencia diacrónica.
Pero si es cierto que cuanto sucede recientemente va a obligar de inmediato a recomponer la cartografía y a replantear muchas de las reflexiones concernientes a amplias áreas de la Tierra, no es difícil al propio tiempo comprobar hasta qué punto en los momentos actuales cobran también especial trascendencia, hasta imbricarse de lleno en las preocupaciones de la sociedad, fenómenos de tanta relevancia como la degradación medioambiental, la dicotomía campo-ciudad, la crisis de las áreas metropolitanas, la internacionalización de las actividades económicas, sin olvidar, obviamente, el alcance y dimensión de los antagonismos y desigualdades que, a todas las escalas, fragmentan la configuración de la sociedad y del espacio contemporáneos
Noción de espacio
Nos encontramos, en fin, ante un panorama complejo, henchido de problemas y comportamientos múltiples, cuya consideración, intelectualmente sugestiva, no hace sino revalorizar el significado teórico del concepto sobre el que reposan y en función del cual es necesario concebir los dinamismos que los caracterizan. Tras ellos subyace, en efecto, la noción de espacio, como fundamento real y tangible de las diferentes formas en que se materializan los diversos modelos- de organización resultantes de las interacciones planteadas entre la sociedad y su entorno.
Son modelos que resultan de la materialización de un proceso dialéctico, en continua mutación, y en el que intervienen un sinfín de variables explicativas de la heterogeneidad espacial, que sólo es posible entender a partir de los condicionantes históricos, de las estructuras socio-demográficas, de las posibilidades ofrecidas por el potencial ecológico, de los niveles de desarrollo económico-tecnológico alcanzados y de la posición correspondiente en el sistema de relaciones construidas a escala mundial.
De ahí que, por encima de la visión unidimensional que cada una de ellas pueda suministrar, el conocimiento del espacio, de sus caracteres y problemas, aparezca siempre ligado a la formulación de una perspectiva integradora que, partiendo de la multiplicidad de factores y elementos que lo conforman e identifican, propicie su intelección con criterios de globalidad e interdependencia.
A tales objetivos y propuestas metodológicas, de inestimable valor formativo y siempre acordes con la pretensión de desentrañar los mecanismos que intervienen en la configuración de la realidad espacial, responde la razón de ser de esa ciencia que, con el nombre de geografía, se debate en nuestros días entre la renovación de sus planteamientos científicos-didácticos y la infraestimación de que adolece en el panorama de los saberes con proyección formativa básica.
Y en este sentido no deja de ser tan sorprendente como inadecuada desde todos los puntos de vista la contradicción en que, a la postre, va a quedar sumida su posición en la estructura del sistema educativo español, donde, frente al reconocimiento que se le otorga en el rango universitario como titulación con personalidad y entidad específicas, se detecta una voluntad decidida por relegarla al contexto de las disciplinas marginales, en el que ni siquiera ha de cumplir la finalidad de saber complementario teóricamente otorgado a las asignaturas englobadas bajo el epígrafe genérico de la optatividad.
Pues, ¿cómo, si no, habría que interpretar la irrelevancia que en el nuevo bachillerato va a tener una ciencia que únicamente figura como campo de saber opcional en el segmento de humanidades y ciencias sociales, sin que sus contenidos y finalidades aparezcan recogidos de forma explícita en ninguno de los otros bloques que conforman el organigrama proyectado? Más aún, la sensación de marginalidad se reafirma al constatar que, dentro de las grandes áreas de conocimiento contempladas en el diseño global, es precisamente la geografía la que se sitúa en el nivel de representación más ínfimo, ya que la polivalencia que se admite para las demás, susceptibles de figurar en varias opciones o en los dos cursos, no es reconocida para una materia, que, aislada y desconectada del resto, puede convertirse en un referente académico no exento de excepcionalidad y de cierta connotación de atipismo.
Marginalidad
Tan exigua representación, no parangonable con la que al tiempo se la concede en los programas vigentes en los países de nuestro ámbito cultural más próximo, mediatiza sobremanera el desarrollo de los contenidos, limitándolos a epígrafes muy concretos del amplio abanico temático hacia el que, teóricamente, debe proyectarse una adecuada formación geográfica.
Circunscrita a la "lectura y comprensión de lo que significa España y su marco geográfico", los objetivos pretendidos persiguen algo tan encomiable como el conocimiento de la realidad territorial española, en su doble perspectiva ecológica y humana, cuyo análisis se complementa con un apartado referido a la Comunidad Económica Europea, que se muestra más como un apéndice del programa general que como un núcleo temático con entidad propia. Poco habría que decir, sin embargo, de la función asignada a esta disciplina, si no fuera porque el aprendizaje de los contenidos que encierra van destinados a una fracción minoritaria • —tal vez residual— de los alumnos que cursan el bachillerato, al permanecer al margen de los mismos todos aquellos que no canalizan sus preferencias hacia la opción de humanidades y ciencias sociales. Y, desde luego, no deja de ser preocupante asimismo él propósito de que la educación obtenida en este nivel haga caso omiso por completo de aspectos de gran significado formativo actualmente, como son todos los relacionados con la estructuración regional del país (¿cómo justificar la ausencia de un tratamiento más desarrollado de la complejidad territorial de España, soporte ineludible para captar el sentido de la construcción autonómica del Estado?) o con la propia regionalización del mundo en grandes espacios homogéneos.
Los riesgos que se derivan de este empobrecimiento de los saberes geográficos en el Bachillerato no tardarán en aflorar en nuestro panorama educativo. Menoscabando la importancia de-un campo de conocimiento de valor esencial en la tradición cultural europea, se perfila ante nosotros una situación tan lamentable como la que se manifiesta en el hecho de que, si en lo sucesivo la mayoría de los estudiantes españoles de bachillerato —y por tanto, de quienes acceden a la Universidad— va a desconocer la realidad geográfica de su propio país, la ignorancia será además generalizada y abrumadora cuando se trate de interpretar los procesos y los fenómenos que se plantean en el resto del mundo, privándoles así de los elementos de juicio capaces de estimular su sensibilidad por cuanto acontece más allá de sus fronteras.
Cultura aespacial
En otras palabras, asistiremos al progresivo y lamentable fomento de una cultura aespacial, en gran parte enajenada de la realidad e indiferente a la problemática que la caracteriza. Con ello no se hará sino agravar una carencia de formación, que hoy ya muestra indicios francamente críticos.
Si hace unos días este mismo diario se hacía eco de un sondeo efectuado entre universitarios madrileños, donde se señalaba, entre otras conclusiones bien expresivas, que un porcentaje muy elevado desconocía la localización de las repúblicas yugoslavas o del Estado de Israel, el transcurso del tiempo nos mostrará sin paliativos hasta qué punto esta inopia de conocimientos, alentada por un exceso de banalidad en el tratamiento de los fenómenos espaciales, será moneda corriente incluso a la hora de situar en un mapa los territorios con los que teóricamente se encuentren más familiarizados.
Carencia a la que, por otro lado, habrá que unir la que, en la mayor parte de los casos y más grave aún, venga inducida por una ostensible incapacidad intelectual para interpretar correctamente las grandes tendencias rectoras de las dinámicas espaciales del mundo contemporáneo, que, baladíes por desconocidas, tenderán a convertirse en realidades sistemáticamente ignoradas en detrimento de un proceso de formación integral, en el que debiera quedar garantizada, como premisa irrenunciable, la necesaria compatibilidad entre el desarrollo de las habilidades científico-técnicas y la rigurosa aprehensión de los conocimientos que sustentan la sensibilidad por la memoria histórica y por los factores que, debidamente concatenados, modelan a las sociedades y a los espacios de nuestro tiempo.