23 de abril de 2009

VILLALAR: ¿EVOCACIÓN U OPORTUNIDAD?


El Norte de Castilla, 23 de Abril de 2009


L os actos que dan contenido y proyección a la conmemoración de Villalar han ido incorporando año tras año formas de expresión festiva que en cierto modo se muestran ya convencionales y hasta percibidas como rutinarias en la mentalidad de los ciudadanos. Es normal que así ocurra, pues en eso consiste precisamente la fiesta que nos ocupa: reconocimiento a la labor de quienes son considerados dignos para ello; solemnes declaraciones oficiales que apuntan ideas en las que se mezclan los objetivos conseguidos con los que se pretende lograr; concentración multitudinaria en las campas de Villalar de los Comuneros, convertidas en espacios concurridos en los que todo cabe y todo es bienvenido. Un entorno, al fin, incluyente desde el momento en el que el poder decidió, con buen criterio, asumirlo, convencido de que los vientos de fronda ya habían pasado y que las ventajas que deparaba el encuentro, fortuito o buscado, con unos y con otros suplía las incomodidades a la par que arrumbaba para siempre los recelos de otro tiempo.

Es una fiesta de evocación, de recuerdos cimentados sobre una fecha emblemática, a la que en su día se acogió la naciente comunidad autónoma para hacer de ella la referencia con la que celebrar el hecho de haber visto la luz en medio de no pocas incógnitas y dificultades. Pero no es menos cierto que esta elección de la efeméride conmemorativa nos remite a un episodio de derrota, que, aunque lejana en la memoria, induce a pensar que en el presente también encierra de una u otra manera una carga de compromiso nada desdeñable. En otras palabras, celebrar una derrota implica, al margen de los fastos con los que se celebre, la voluntad política permanente de superarla. He ahí, por tanto, la gran paradoja que, a mi juicio, entraña el hecho de sentirse optimista y confiado cuando la motivación que impulsa a hacerlo hunde sus raíces en una frustración histórica.

Mas se trata de una frustración que, lejos de condicionar y mediatizar las perspectivas de futuro, debe convertirse en un importante factor de motivación. Sobre todo cuando las circunstancias obligan en este sentido y fuerzan a canalizar las decisiones en la dirección más adecuada para que Castilla y León consiga afianzar las posiciones que la corresponden en el escenario de inseguridades en que se ha convertido esta primera década del siglo XXI. Y es que la toma en consideración de lo que significa la rota de Villalar no ha de ser entendida sólo como una mera evocación de lo que sucedió en la primavera de 1521 sino como una oportunidad para someter a reflexión muchas de las dudas con que todavía tropieza nuestra construcción como comunidad autónoma consistente.

Podemos admitir que el diagnóstico a que hoy nos conduce un análisis objetivo de la realidad regional se identifica con un escenario donde coexisten procesos de transformación relevantes, aunque muy selectivos territorialmente, con la persistencia de problemas cuya solución dista mucho de ser afrontada. Problemas derivados de la crisis demográfica estructural que nos aqueja desde mediados del siglo pasado, carencias provocadas por la debilidad o las dificultades de elementos importantes del sistema productivo, tanto agrario como industrial, insuficiencias en servicios destinados a atender las necesidades de una sociedad cada vez más exigente y que observa cómo la disparidad se impone en función de los lugares de residencia.

Con todo, no cabe duda que Castilla y León ha avanzado al compás de los propios cambios ocurridos en el panorama español y en sintonía con los que a la par la han favorecido como región amparada en el flujo proveniente de los Fondos europeos, que le han llevado a abandonar el rango de las regiones asistidas para figurar en el de aquellas encaminadas a la valorización de sus potencialidades mediante el adecuado aprovechamiento de sus capacidades innovadoras. Así entendido, podemos llegar a la conclusión de que en el balance entre avances y estancamientos o retrocesos el saldo aparente no es tan negativo como a veces podría pensarse, ya que todas las regiones españolas, y con evidentes matices, han conseguido en los últimos veinte años efectuar ese tránsito que cabría denominar de espectacular, aunque en el camino hayan surgido costes e impactos que no están aún suficientemente valorados y que algún día saldrán a la luz.

A la postre, es muy probable que, inmersos en un contexto de transformación integral y con potencialidades reconocidas, muchos de los aspectos críticos detectados puedan mitigar su gravedad a un plazo razonable. Pero de lo que no hay que desprenderse es de la sensación de que la fortaleza para hacer frente a esos retos pudiera adolecer de algo que hoy por hoy sigue siendo incuestionable: la insuficiencia de los mecanismos capaces de hacer posible el afianzamiento de la cohesión interna sobre la base de una pretendida identidad castellana y leonesa.

Experiencias recientes revelan hasta qué punto ante una situación marcadamente crítica han vuelto a aflorar prejuicios y cautelas que cuestionan la pertinencia de una acción conjunta a favor de la integración financiera al servicio de un desarrollo por el que todos debieran apostar. Al tiempo suspicacias, prevenciones y argumentos de otra época hacen de nuevo acto de presencia para poner en cuestión la propia existencia de la comunidad autónoma como tal. Aunque sigue abierto, es un debate que habría ya que superar. Y ello por una razón obvia: tal y como está configurado el marco autonómico español, y ante la que se nos viene encima, parece llegado el momento de asumir que, más allá de los símbolos identitarios y de las convicciones legadas por la historia, la cuestión ya no estriba tanto en esforzarse por lograr esa identidad regional discutida como en alcanzar de una vez el acuerdo que nos lleve a garantizar, como mecanismo reactivo ante el futuro, el sentimiento de pertenencia a un espacio común en el que necesariamente estamos obligados a trabajar juntos a favor de un proyecto de desarrollo regional compartido. Es la única forma de saldar el fracaso histórico que supuso Villalar.


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