3 de septiembre de 2009

Lenguas ibéricas, espacios compartidos

El Norte de Castilla, 3 de Septiembre de 2009

Se han esforzado ellos mucho más y antes que nosotros. En realidad lo español nunca ha sido atendido por los hablantes de la lengua portuguesa con el desdén que los cultivadores de la de Cervantes han aplicado durante mucho tiempo a cuanto culturalmente provenía de Portugal o de Brasil. La falta de reciprocidad sólo ha sido superada cuando desde la parte más remisa, la nuestra, se ha comprobado que los valores y las capacidades de la lusofonía poseían un vigor y una calidad que justificaba el esfuerzo de tenerla en cuenta. De hecho ha habido que esperar al cambio de siglo para que ambas culturas fraguasen entre sí los nexos favorecedores de un avance significativo en la toma de conciencia de lo que pueden ser capaces, si operan con objetivos de proyección coordinada, en el mundo globalizado. Y es que la lengua viva es mucho más que una herramienta de comunicación. Bastaría recordar la afirmación de Fernand Braudel cuando señaló que “Francia es la lengua francesa” o la identificación que, a propósito del catalán, establece Joan Solà entre “pueblo y lengua como estamentos inseparables” para concebirla como uno de los elementos nucleares de una sociedad y de su territorio, como uno de los valores más representativos de su identidad patrimonial.

He ahí, pues, la importancia de todo ese amplio muestrario de perspectivas a que se abre el redescubrimiento de lo español y de lo portugués en el seno de la comunidad ibérica a ambos lados del Atlántico. ¿De qué forma pudiera llegar a apreciarse esa voluntad de encuentro en la península del Suroeste europeo?, ¿en qué circunstancias tiende a plantearse como proyecto ambicioso y prometedor en el caso de la América meridional?. Son escenarios distintos, con tradiciones no siempre complementarias ni obedientes a un objetivo común. Pero sin duda definen un aspecto esencial en la trayectoria cultural del mundo, sobre la que conviene hablar de vez en cuando para no perder jamás la perspectiva de lo que representan y, sobre todo, de lo que pudieran llegar a representar.

Todos sabemos que entre España y Portugal las relaciones no han sido fáciles ni es probable que en mucho tiempo logre superarse por completo un desencuentro que hunde sus raíces en un aprendizaje cuestionable de la historia y de la geografía y en posturas de recelo que propenden a la incertidumbre cuando se trata de abordar proyectos e iniciativas de larga singladura en el tiempo. Señalaba Miguel Torga la preocupación que le causaba el no sentirse reconocido en España, pues al escribir su obra siempre sentía la necesidad de que fuera atendida allende la raya. En términos similares se expresan los escritores portugueses cuando se les recibe en nuestro país y resulta una de las advertencias recurrentes de José Saramago, tan sensible a las particularidades de ese espacio diferenciado que concibió como una “balsa de piedra”. No ha sido ésta la postura mantenida por la mayoría de los creadores españoles, que rara vez aluden a Portugal cuando piensan en los destinatarios de sus realizaciones.

Algo , empero, está cambiando. Poco a poco se van abriendo espacios para el encuentro y el engarce de sensibilidades. Mas, si es cierto que la raya ya no es tan impermeable como antaño, todavía marca un hiato que sólo la voluntad política y el esfuerzo empeñado en acometer objetivos económicos y culturales de envergadura podrán ir difuminando para siempre, por más que las discontinuidades en el proceso de acercamiento hayan de definir por algún tiempo la pauta dominante.

En cambio, al visitar Brasil la perspectiva se enriquece tras superar el asombro que suscita un país de tal magnitud. Bien pronto la visión condicionada por la desmesura queda difuminada por el hecho de que, a pesar de su enorme escala, se trata de una sociedad muy desigual pero culturalmente con rasgos de homogeneidad bien marcados. Cobra fuerza la percepción de que ha entendido perfectamente lo que significa la lengua española en el contexto latinoamericano como elemento de oportunidad para ciudadanos que a menudo – en la prensa, en los debates, en los congresos científicos - aluden a la importancia que tiene familiarizarse con una lengua que les relaciona más fácilmente con el Mercosur, con el resto del continente e incluso con la mirada puesta en Europa, al considerar a España como un eslabón más, tan útil como Portugal, en la deseada reafirmación de sus vínculos con la Unión Europea.

Con qué claridad lo entendió en su día Joao Gilberto al asumir el ministerio de Cultura en el primer gobierno de Lula. Apenas dos años transcurrieron desde que éste tomase posesión como Presidente de la República brasileña para que adquiriese carta de naturaleza la voluntad política de hacer de la lengua española un vehículo de transmisión de la palabra en una sociedad que no encontraría grandes dificultades en interiorizarla. A partir del 6 de Agosto de 2005 entró en vigor la Ley – “Ley del Espanhol”, la llaman – por la que todos los centros de enseñanza secundaria deben incluirla en sus planes de formación, como una opción que rápidamente ha sido seleccionada por más de la mitad de los escolares, con la expectativa de que a finales de esta década pueda ser hablada con soltura por más de 70 millones de personas.

Sorprende visitar los Estados del Sur de Brasil y comprobar la enorme difusión de nuestra lengua en las áreas de mayor dinamismo económico y social. Hace no mucho lo destacó Tarso Genro, ex alcalde de Portoalegre, y artífice de una de las ciudades emblemáticas en el fomento de la participación ciudadana aplicada a las políticas públicas urbanas. “El portugués y el español forman parte de nuestra identidad cultural y son nuestra mejor carta de presentación en el mundo”, dijo en un acto municipalista. Resumió perfectamente lo que supone pasar de una historia de confrontación e indiferencia a la voluntad de hacer propias las posibilidades de una experiencia compartida, apoyada en el valor de las lenguas ibéricas y en el reconocimiento de la riqueza de las culturas y de las sociedades que las sustentan.

3 comentarios:

Josep dijo...

Hola Fernando.
Todo esto es precioso, pero la cultura castellana me parece que no se acuerda de los pueblos originarios que aún siguen luchando por mantener su propio idioma.
Por supuesto que con el otro idioma -el portugues- tambien conquistador, estaban igual.
!Pobre gente, les han robado por dos veces la lengua de sus muertos¡
Saludos.

Fernando Manero dijo...

Josep,
gracias por tua palabras, siempre tan amables y pertinentes. No creo que se pueda generalizar en los términos en que los planteas. Somos muchos los castellanos que creemos que la cultura se enriquece cuando coexiste con otras lenguas, que forman un patrimonio común y que pueden convivir sin exclusiones de ningun tipo. Cuando existe un contexto de libertad y de reconocimiento de la capacidad de decisión, estoy convencido que la lengua que se defiende e impulsa desde esa perspectiva de autogobierno, como sucede en las nacionalidades españolas, no corre riesgo alguno. Un cordial saludo

Abuela Ciber dijo...

Un agrado especial al leer esta noticia, ya hace un tiempo.
Integrar a los hermanos brasileros a América de habla española es un buen paso de comunicación, más allá del afecto entre los pueblos.
En nuestra frontera tenemos una mezcla de ambos.
Saludos