25 de junio de 2014

Poderosos vientos de cambio en la Unión Europea



El Norte de Castilla, 25 de junio 2014

2014 va a ser un año decisivo en la historia de la Unión Europea. Se abre sin duda una etapa crucial en la historia del proyecto comunitario europeo.  Nada volverá a ser igual a partir de ahora, a poco que se tome nota de por dónde se encaminan las sensibilidades políticas de los ciudadanos tras las últimas elecciones al Parlamento Europeo. Todo un modelo de gobierno,  basado en un estilo de gestión escasamente sensible a los problemas de la mayoría social, ajustado a prioridades económicas que profundizaban en la desigualdad y en la exclusión de amplios sectores, se ha venido abajo. El mandato de Durão Barroso, al frente de la Comisión  ha sido una catástrofe sin paliativos, que ha minado los cimientos que en su día dieron sentido y razón de ser a la experiencia de integración supraestatal más importante de la Historia.
            Los factores que han contribuido a su puesta en entredicho han sido varios y se muestran al tiempo concurrentes.  Durante estos años han  aflorado movimientos que han demostrado la resistencia o inoperancia de la Unión Europea para ser fiel a sus objetivos de cohesión y convergencia, que marcaron desde el Acta Única (1986) uno de sus principios esenciales. Era evidente que  los movimientos que en la calle - cimentados en la "indignación" y en la rebeldía consecuente - reclamaban ser escuchados y atendidos,  tenían que hacer mella, tarde o temprano, en los procesos y en las estructuras institucionales. No era previsible que aquello quedase meramente limitado al clamor en las plazas y en las calles. No bastaba con la protesta, con la reivindicación, con la manifestación abierta de la rabia justificada, con la acampada y las proclamas incesantes y reiterativas. La incapacidad de las estructuras de poder para asumir lo que significaba esa oleada de insatisfacción, crecientemente expandida, ha derivado en una actitud de desafección y rechazo que inevitablemente tendría que cristalizar en el apoyo a opciones que  surgían con el propósito de dar cabida a ese malestar, a sabiendas de que transmitir la idea de que “no nos representan”  se mostraba, al fin, incompatible con el voto en blanco o la abstención. La búsqueda de la efectividad frente a la nada: no podían hacer otra cosa. Se trataba con ello de mostrar el desapego hacia los políticos, pero no hacia la política, porque bien se sabe que la política lo impregna todo y al margen de ella, y del poder que procura, nada es posible.       
            Los impactos brutales de la crisis, y su modo de gestionarla, se han encargado de incrementar ese caldo de cultivo, en el que se apoya la voluntad de encontrar alternativas viables a las pautas dominantes. En este empeño han unido sus voces y sus objetivos cuantos se han visto afectados por la devastación. De un lado, los jóvenes, que han asumido un protagonismo incuestionable, conscientes de que el futuro se les va de las manos y desean recuperarlo; de otro, los trabajadores que han acabado perdiendo la percepción de lo que es el trabajo como soporte vital; y también las clases medias, asustadas por el debilitamiento de sus posiciones, por la inseguridad a que se ven expuestas como consecuencia de las situaciones de desprotección que empobrecen su calidad de vida y provocan incertidumbres inasumibles en su visión del futuro. En ese clima de descrédito, desamparo, decepción y miedo se entiende la apertura del abanico electoral, que reduce significativamente el peso de las opciones que, organizadas en función de un bipartidismo muy sólido, hasta hace no mucho suscitaban un confianza que hoy se ha debilitado y, quizá para muchos, irreversiblemente desaparecido. 
            La tipología de esas opciones al alza es variopinta. A su amparo cobran posiciones insólitas los movimientos que cuestionan la misma idea de la integración europea para ampararse en la xenofobia, en el repliegue protector de las fronteras estatales, impermeables a la inmigración o, en el mejor de los casos, disuasorias para el que viene de fuera solo con su fuerza de trabajo. En otros casos, la elección se decanta hacia grupos que preconizan otra forma de hacer política, bien sea desde la izquierda solidaria, denunciadora sistemática de los atropellos y movilizadora de los que quieren dar sentido y concreción a sus sentimientos de indignación que con tanta fuerza han conseguido ilusionar y vertebrar a un sector importante de la juventud, o bien desde las posibilidades que, en las aguas siempre fluctuantes del centro, permiten a sus líderes desmarcarse de los viejos hábitos denostados para erigirse en los pretendidos artífices de una política en la que los compromisos en firme quedan desvaídos o simplificados, sin más estrategias aclaratorias que las que abundan en la apelación reiterativa a favor de la ciudadanía.  Y a ello cabe añadir en el caso de España la forzada simbiosis que el nacionalismo catalán ha pretendido establecer entre la proyección de su voz en Europa con la ruta en pos de la independencia, que es, en esencia, su motivación principal, tratando de ensamblar ambos procesos como parte de una estrategia común, que ha redefinido el mapa político catalán con perfiles nunca conocidos hasta ahora.
            En medio de este profundo ajuste global, la repercusión política de mayor trascendencia hacia el futuro concierne, en mi opinión, a la profunda crisis en que se halla sumida la socialdemocracia, ya que el voto conservador clásico, aunque pueda momentáneamente resentirse, tenderá al restablecimiento, pues en él los intereses siempre priman, a la postre, sobre las disensiones. Pero, ¿qué ocurrirá con la izquierda heredera del pensamiento que tanto ha contribuido a fraguar la Europa moderna y a afianzarla en el mundo como el espacio de la solidaridad y de la integración frente a los riesgos de la desigualdad? Seguramente será este aspecto el que en mayor medida acuse la ruptura - y el horizonte de incógnitas abiertas - que las elecciones al Parlamento Europeo 2014 han traído consigo. Una etapa de intensa y necesaria catarsis se abre para los herederos del socialismo europeo. La disyuntiva a la que se enfrentan es tan urgente como crucial. De su solución depende mucho el futuro de Europa