30 de abril de 2017

Un espacio para la confidencia y la sinceridad en la villa de Olmedo


He ahí el Prólogo al  libro publicado por José Antonio Blanco y Marta Rodríguez, que amablemente me invitaron a redactarlo para resumir en pocas palabras el sentido de esta obra, que ambos han realizado con el deseo de dejar constancia de las experiencias vividas en la cantina que regentan José Antonio y su esposa Paqui - cuyas imágenes aparecen en portada - en la villa vallisoletana de Olmedo. Gustoso accedí a hacerlo tanto por amistad como por el interés que la obra me suscitó como un testimonio de las vivencias y las relaciones humanas que se tejen en esos espacios de relación libre y desinhibida que son las cantinas. Tras el texto del Prólogo figura el escrito con motivo del acto de presentación que tuvo lugar en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Olmedo el día 29 de abril de 2017.  

PRÓLOGO
Cuando hace años Julio Valdeón Baruque me presentó a José Antonio Blanco Vallejo en la villa vallisoletana de Olmedo tuve la impresión de que estaba ante un hombre singular. Aunque solo fuera por el hecho de conocer a la persona que había conseguido reconciliar al ilustre medievalista con su pueblo natal, tras muchísimos años de olvido, ausencia y desafección,  aquel  encuentro había merecido la pena. Al tiempo,  no tardé en percibir otros rasgos que le hacían igualmente digno de interés y atención. En apariencia callado y silencioso, discreto y observador,  con la mirada siempre alerta,  la conversación se enriquecía con sus observaciones, atinadas y valiosas, acerca de los temas compartidos. Enseguida me di cuenta de que eran numerosas las cuestiones que suscitaban sus preocupaciones intelectuales, fundamentalmente relacionadas con la cultura y con la política, ambas entendidas desde una postura crítica, refractaria a las simplificaciones y a las posiciones maniqueas de que adolecían las actitudes cultivadas en su entorno de residencia habitual.  Rebelde con causa,  profundamente comprometido con su entorno inmediato y promotor de iniciativas encomiables, José modificaba  con su espíritu abierto el  panorama de mediocridad dominante en el Olmedo de comienzos de los años noventa cuando yo le conocí.


Por esa razón y merced a una relación labrada a lo largo de los años por la confianza y el reconocimiento mutuos, he acogido con agrado la propuesta que en su día me hizo de prologar un texto que ha elaborado con la ilusión de quien sabe que sus experiencias merecen ser dadas a conocer.  Y lo he hecho por tres razones que quiero poner de relieve. La primera tiene que ver con el deseo de no pasar por alto el esfuerzo realizado por alguien que, sin estar específicamente dedicado a la tarea literaria, emprende una iniciativa basada en la voluntad de no dejar difuminadas experiencias personales que de una u otra manera han hecho mella en la percepción de la sociedad con la que convive.  La segunda, porque no podía negarme a aceptar una propuesta que amigablemente me planteó en la conversación que mantuvimos en la Plaza Mayor de Valladolid el mismo día que Julio Valdeón hubiera celebrado, de haber vivido, su ochenta aniversario. Y, la tercera, porque la realización de este empeño se apoya en las reflexiones surgidas en un espacio concreto, en el que dichas vivencias tienen lugar y que opera como marco vertebrador del conjunto, como escenario aglutinante de sucesos, conversaciones y relatos que traban una secuencia curiosa de situaciones, en las que la sorpresa inicial cede paso al reconocimiento de la amplia gama de posibilidades que derivan de la comunicación y del afán de expresar lo que cada cual siente como algo destinado a rebasar el estricto marco de la intimidad.


Sin lugar a dudas ello resulta factible si se dan las circunstancias que lo favorecen a partir de cuanto ocurre en un espacio determinado, asumido como escenario de vida y a la par de intensa y fecunda relación social. Se trata, en este caso, de mostrar las numerosas posibilidades de descubrimiento que propicia y alienta un lugar sencillo, un ámbito de encuentro tan elemental como pueda ser una cantina, en la que confluyen y se dan cita personas de las más variadas sensibilidades. Sorprende comprobar hasta qué punto un escenario donde se va a pasar el rato puede convertirse deliberadamente en un foro de interacción social, promovido y estimulado por el deseo expreso del anfitrión de hacer de su cantina algo más que un simple refugio para el ocio ocasional.


 Si es cierto que todos los lugares que desempeñan esta función propician la afluencia de personas que circunstancialmente acuden a ellos para evadirse, su interés adquiere rasgos tan curiosos como interesantes cuando se ofrece en ellos la oportunidad de dejar constancia de los hechos vividos por los que allí concurren o se dan cita. Es entonces cuando el bar, al margen de su finalidad convencional, cobra la apariencia momentánea de una especie de teatro, de sala de proyección de las inquietudes personales, para abrir camino a una forma particular de representación espontánea en la que el individuo o el grupo manifiestan el protagonismo que ellos mismos desean y que el propio anfitrión, adoptando siempre una actitud de franqueza no mediatizada, les concede sin reservas. Es evidente que para que esta escenografía provocada resulte ilustrativa y memorable se necesita un grado de confianza que sólo un ambiente idóneo, identificado  con la libertad, la comprensión y el respeto, puede proporcionar. Así se comprende, pues, el rico y sugerente panorama que estas páginas brindan al lector interesado en captar lo que sucede en estos espacios mínimos que se engrandecen merced a la dimensión social aportada, como fuente inagotable de experiencias, por quienes se desenvuelven en ese mundo apetecido de vínculos afectivos y con la disposición que emana además del propósito de dar cuenta de lo que sus vidas son, han sido o pueden llegar a ser.


 De ahí el valor de las emociones que en esta obra confluyen, pues no cabe duda de la sensibilidad y la particular visión que cada cual procura dar a los hechos de los que se siente artífice y responsable, con el decidido propósito de transmitirlos a los demás. Recopilar - recordándolo con atención y fidelidad –  lo sucedido, vivido y experimentado constituye una notable aportación al descubrimiento de la complejidad de la vida humana o, lo que no es menos importante, a la toma en consideración de las múltiples sorpresas que con frecuencia depara el simple hecho de hablar y de compartir ideas con la gente que nos rodea. En este empeño han anudado esfuerzos e ilusiones el propio José y Marta Rodríguez, que desde el primer momento participó de la idea y que particularmente ha sabido plasmar con brillantez en la introducción y en varios de los textos aquí presentados, concebidos por ambos con el propósito de que los hechos no quedaran relegados a la desmemoria.


Y hacerlo además con la perspectiva temporal utilizada ayuda a entender mejor de qué manera se entrelazan las evocaciones privadas con las circunstancias específicas de cada momento. Visto de este modo, justo es reconocer que la realidad – pues, en esencia, los hechos aquí descritos son reales – sobrepasa a la ficción, teniendo en cuenta que lo ficticio se nutre tantas veces de las inmensas capacidades creativas extraídas de la realidad. Aunque también conviene señalar que introducir de cuando en cuando un toque imaginativo en la estructura del relato contribuye a estimular la atención del lector sobre todo cuando se provoca en él la sensación inquietante de que cuanto sucede en un espacio repleto de confidencias y  complicidades personales se inscribe también en un proceso en el que lo transmitido como vivencia puede ser objeto de valoraciones diversas en función de la actitud adoptada por el lector a la hora de interpretarlos. ¿Cómo, si no, encontrar un sentido a ese concepto de “demolición”, sugerido por Marta y aplicado a la secuencia temporal de lo ocurrido en una cantina que ha logrado sobrevivir al paso del tiempo? He ahí el mérito, a mi juicio, de José Blanco y de Marta Rodríguez: el haber sabido presentar, como testigos fidedignos, vigilantes e imaginativos, una rica panoplia de experiencias en un contexto cambiante que refleja el sentir de una sociedad confortada con el espacio de sinceridad que esa cantina ha representado a través del tiempo.

PRESENTACIÓN

La presentación de un libro siempre es un acontecimiento importante. Supone la culminación de un proceso intelectual y el inicio de otro. Desde la idea inicial que anima la preparación de la obra hasta el momento en que se publica y se presenta transcurre un período que ocupa una parte significativa de la vida de quien lo realiza. Aunque el panorama editorial nos ofrece títulos y temas de lo más dispares y con diferenciadas calidades, lo cierto es la ejecución de un libro no es tarea fácil. Requiere inspiración,  método,  coherencia, tenacidad y capacidad para superar los altibajos de ánimo o las interrupciones que siempre jalonan la elaboración de una obra. Cuando, al fin, se dispone del libro y se abre a la luz, a la lectura y a la opinión de los autores, solo cabe felicitarlos autores y congratularse con ellos de que todo haya resultado como esperaban.


He de reconocer que entre las experiencias que he tenido en presentaciones de libros, ésta es una de las más peculiares. Es la primera vez que lo hago en Olmedo, una ciudad a la que me han unido vínculos de amistad muy estrechos pero a la que he venido en muy pocas ocasiones; y también es la primera vez en la que obra no tiene un carácter científico o es el resultado de una ficción, sino que responde al deseo de unas personas por dar a conocer negro sobre blanco aspectos importantes de su vida y de sus experiencias personales en el espacio restringido en el que estas experiencias se desenvuelven. Siempre he valorado aquellos libros que reflejan vivencias personales, no por el mero hecho de relatarlas sino porque, desde la perspectiva del autor, merecen  la pena que sean ordenadas, conocidas, valoradas e interpretadas.


Por ese motivo,  en su día acepté la propuesta que José Antonio me hizo de prologar un texto. Y lo he hecho por tres razones que deseo poner de relieve, y que constan en el Prólogo. La primera porque, conociéndole desde hacía tiempo,  valoré positivamente el esfuerzo realizado por alguien que se propone evitar que caigan en el olvido experiencias personales que en mayor o menor medida  han hecho mella en la percepción de la sociedad con la que convive.  La segunda, porque precisamente la propuesta me la hizo en la conversación que mantuvimos en la Plaza Mayor de Valladolid el mismo día que Julio Valdeón, de haber vivido, hubiera celebrado su ochenta aniversario. Y, la tercera, da a conocer las vivencias que tienen lugar en un espacio concreto, como escenario de sucesos, conversaciones y relatos que traban una gama curiosa de situaciones, que derivan de la comunicación y del afán de expresar lo que cada cual siente como algo destinado a rebasar el estricto marco de la intimidad. Y todo ello sucede y da vida a una cantina que, junto a sus fines conocidos,  cobra la dimensión de un espacio teatral, de  de sala de proyección de las inquietudes personales, y en la que el individuo o el grupo manifiestan libremente y en un clima de confianza sus pensamientos y puntos de vista con la libertad que cada cual desean y que el propio anfitrión les otorga. De ahí el atractivo panorama que estas páginas ofrecen al lector interesado en captar lo que ocurre en estos espacios mínimos como fuente inagotable de experiencias, motivadas por el deseo de dejar constancia de lo que las experiencias respectivas son capaces de alumbrar.
Por todas estas razones es un placer para mí estar aquí, en la villa del Caballero, en el espacio de la soberanía ciudadana, acompañando a José Antonio y a Marta, a Marta y José Antonio, un equipo formado por dos personalidades contrastadas, proclives a la discusión y al debate de opciones y puntos de vista. Creo que sólo así es posible fraguar unas relaciones de confianza, de amistad y de confluencia personal y profesional, que se basa precisa en la complementariedad que deriva de la discrepancia. Es, entre otras muchas cosas, lo que ha hecho posible el que esta obra, concluida hace tiempo y durante meses condicionada por una publicación incierta, haya visto al fin la luz.  Y lo ha hecho con el empeño, la ilusión y la complicidad de quienes saben que sus experiencias y las vicisitudes vividas han merecido la pena.


No hay comentarios: