9 de mayo de 1998

UNA UNIVERSIDAD PARA EL SIGLO XXI

El Norte de Castilla, 9 de Mayo de 1998



L a notable expectación que cada cuatro años despierta la elección de rector ‑proceso en el que de nuevo se halla embarcada la Universidad de Valladolid‑ no se debe tanto al interés ocasionalmente provocado por una contienda electoral como al hecho de que, a través de ella, se dilucida la personificación de quien ha de desempeñar la que posiblemente tiende a consolidarse como una de las más importantes responsabilidades en el campo de la gestión de los recursos de toda índole. En realidad, tal significado no es ajeno a esa especie de paradoja que todavía sigue caracterizando a la Universidad en el sentido de que, pese a las limitaciones que en ocasiones mediatizan el desarrollo de sus actividades o a las inercias de que adolecen aspectos esenciales de su dinámica de funcionamiento, cada vez son más sólidos los argumentos que ratifican el alcance de su repercusión sobre el entorno que la rodea, hasta el punto de que no es fácil encontrar otras instituciones, al margen, por supuesto, de las relacionadas con la decisión política, dotadas de una capacidad de incidencia tan formidable ya sea desde el punto de vista cualitativo como en conexión con la pluralidad de manifestaciones y de perspectivas hacia las que potencialmente es capaz de proyectarse. Sin embargo, y por más que estas facultades teóricas sean en principio consustanciales a la propia esencia de la realidad universitaria, su materialización concreta y, sobre todo, su nivel de efectividad distan mucho de merecer en todos los casos una valoración uniforme. Por contra, dependen de múltiples y decisivos factores que no deben pasar desapercibidos, pues, como hace tiempo destacó Ramón y Cajal, no es la simple posesión de una cualidad lo que asegura el logro de las ventajas que en teoría propicia sino su correcto acomodo a una línea de acción ‑o «de conducta», en palabras del pensador‑ que verdaderamente lo garantice.


Entre esos factores, y con la mirada puesta en la experiencia universitaria vallisoletana, no se debe olvidar, en primer lugar, el caudal de posibilidades que, como premisa primordial, derivan de una poderosa dimensión de escala sin la cual difícilmente una institución de este tipo estaría en condiciones de afrontar satisfactoriamente los compromisos planteados. Al invocar este criterio no se está haciendo referencia únicamente al tamaño o a la simple magnitud cuantitativa de sus variables principales, sino a la envergadura de su capital formativo y humano, a la entidad de su oferta lectiva, a la potencia y difusión de su labor científica, a la riqueza de sus vínculos con la realidad social y económica en que se inserta, a la amplitud, en suma, de sus horizontes.


De ahí que, cuando esta serie de indicadores son objetivamente analizados el panorama se despeja, estableciendo una nítida divisoria entre las universidades con verdadera solvencia y las que, producto a menudo de una mal entendida equidad territorial, han proliferado por doquier para satisfacción de intereses localistas o de ambiciones políticas que bien poco tienen que ver con el enfoque que desde la Universidad se ha de dar para la correcta resolución de los problemas. Ante la atomización y fragmentación a que ha llegado el sistema universitario en España los planteamientos propugnados por aquellas Universidades en las que ‑como la de Valladolid‑ la tradición se enriquece con los méritos de la propia consistencia no pueden ser otros que los que subrayen el valor de la fortaleza adquirida, y de las ventajas comparativas que ello ha generado, como principio de salvaguarda frente a un panorama concurrencial amenazado por el riesgo de que la utilización demagógica del agravio o la dispersión errática de los recursos lleguen a primar como moneda de cambio frente a pautas de racionalidad y de eficiencia universalmente definidas.


Mas, por otro lado, es obvio que la defensa de una postura como ésta es inseparable de la puesta en práctica de una plan de actuación coherente y ambicioso, concebido para integrar el desarrollo de las propias potencialidades en un verdadero programa de futuro. Si los mecanismos de funcionamiento democrático aparecen explícitos en la norma, la cuestión no estriba ya sólo en limitarse a defenderlos formalmente sino en garantizar que en la práctica responden, para identificarse con él, a un planteamiento bien asentado, compartido por todos, o al menos asumido por la mayoría. ¿Cómo, si no, se podría lograr la articulación en torno a un proyecto operativo de una realidad tan extraordinariamente compleja y dispar como la que hoy configura, por ejemplo, la Universidad de Valladolid, estructurada en 22 centros y 80 departamentos, en los que se integran 2.200 profesores, responsables de la docencia de 40.000 alumnos y donde las funciones de gestión y servicios dependen de la labor de cerca de 900 personas, todo ello repartido en cuatro provincias, diversas entre sí y con particularidades muy marcadas?


La magnitud y heterogeneidad de las variables que organizan una Universidad moderna justifican la afirmación de que tal vez no exista un organismo en el que los propósitos de armonización y convergencia tropiecen con mayor número de cortapisas. De ahí que, centrándonos en nuestro caso, la única forma de aliviar el peso de estas servidumbres estructurales no pueda ser otra que la que provenga de la voluntad de aprovechar al máximo los instrumentos previstos con tal fin en la estructura orgánica del sistema. Si aún queda bastante camino por recorrer en aspectos esenciales de la ordenación y articulación funcional de los departamentos, o en los que conciernen a los centros en un entramado de decisiones cada vez más complejo y obligado a fórmulas flexibles de cooperación, no cabe duda que nunca como ahora cobra tanta fuerza la propuesta a favor de convertir definitivamente al claustro en ese foro activo de reflexión, debate y acuerdo que la Universidad precisa.


Constituye, en efecto, una exigencia imperiosa aunque sólo sea porque, tratándose de su órgano más representativo, opera también como indispensable elemento aglutinante de voluntades dispersas, superador de recelos, y, por ende, el único capaz de favorecer actitudes de encuentro y confluencia sin las que jamás será posible lograr la reforma de los estatutos, inamovibles hasta ahora por mor de absurdas intransigencias e inhibiciones y pesada losa que desde hace años bloquea una y otra vez la voluntad de modernización de epígrafes esenciales de la vida universitaria.


En este marco, con sus indudables logros y aún evidentes carencias, pero con el marbete de ser sin lugar a dudas la más relevante Universidad de Castilla y León, la de Valladolid se abre a una etapa crucial de gestión ydecisiones. Una etapa en la que la identificación personal de la responsabilidad, y del equipo asociado a ella, no es asunto en modo alguno baladí. Pues, más allá de las legítimas pretensiones que animan a quienes persigan ejercerla, la experiencia es harto aleccionadora a la hora de clarificar los perfiles de la idoneidad para afrontar mejor los tiempos, ilusionantes pero inciertos y contradictorios a la vez, que se avecinan. En estas condiciones los requisitos de liderazgo se elevan por encima de la profesionalidad académica, del voluntarismo personal, de las descalificaciones innecesarias o de las proclamas y ocurrencias más o menos ingeniosas o bienintencionadas.


Reclaman, antes bien, cualidades primordiales y en cierto modo innovadoras que, en esencia, conectan de lleno con la capacidad para lograr la búsqueda permanente de los equilibrios más adecuados entre el funcionamiento interno y transparente del complejo universitario y las interrelaciones que lo imbrican con los cambios ocurridos fuera de sus límites estrictos. En otras palabras, el gobierno de la Universidad pasa necesariamente por la defensa y consecución de un triple objetivo: la preservación de su condición de servicio público de calidad, la defensa de una concepción integradora y solidaria de todos sus componentes en sintonía con un proyecto coherente y viable, y una actitud de firmeza en los procesos de negociación que cada vez con más fuerza han de condicionar el cumplimiento de sus fines estratégicos. Tareas nada fáciles pero que, de lograrse, pueden conferir a la experiencia universitaria vallisoletana a construir en los próximos años una dimensión aleccionadora como escenario ejemplar y punto de referencia obligada.

No hay comentarios: