31 de diciembre de 2009

Lo pequeño es hermoso



El Norte de Castilla, 31 de Diciembre de 2009
No hace mucho comenté en estas páginas que las fotografías son documentos singulares que evidencian la elección de un momento y de un objeto con el propósito de que perduren en la memoria y reproduzcan para quien los realiza y quienes los contemplan las sensaciones que motivaron su registro para siempre. Pero la fotografía es también algo más: sirve para aproximarnos a las realidades y a los valores que a menudo son desestimados o que pasan desapercibidos. Los recupera, los enaltece, a la par que los procura esa perspectiva generadora de nuevas sensibilidades, que nos hacen más cultos y respetuosos con nuestro entorno.


Desde luego, no podría entenderse de otro modo la gran aportación que a la cultura fotográfica ha hecho Justino Diez, cuyas cualidades ya conocía y que he visto de nuevo ratificadas con creces en la magnífica exposición que, con el título “Flora Humilis” ha concebido y presenta en el Centro de Propuestas Ambientales Educativas (PRAE) de la Junta de Castilla y León. Es de visita obligada (hasta el 17 de Enero). He ahí con toda su naturalidad la vegetación en el centro del objetivo, seleccionada con esmero a fin de desentrañar el sinfín de matices que toda planta encierra, incluso la más insignificante. Pues no hay elemento botánico que no merezca ser visualizado tanto en su apariencia externa como en las sutilezas de sus detalles y particularidades, difíciles de descubrir si no se examinan con atención, con el ojo escrutador que se sumerge en el fondo de la forma hasta hacer de ambos una estructura visual de gran poder educativo. Y a su lado aparece el ser humano, entusiasta y sensible, entendido desde la conciencia de lo que tiene entre manos. Rostros de todas las edades, expresiones que denotan experiencia, sabiduría y buen hacer. Placer por encontrarse en el lugar y ante el motivo que da razón a sus vidas. Gentes que mantienen con las plantas vínculos de complicidad que sólo ellos conocen y que cuidadosamente resumen en los textos que acompañan la imagen del binomio construido en cada caso. Son textos expresivos, unidos entre sí por un aspecto que los engarza: la concepción de la planta como recurso natural y como motivo de vida, ya que no otra conclusión se extrae de la intimidad con la que cada persona entiende su relación con el elemento vegetal que le identifica y del que forma parte.


Con todos estos ingredientes, Justino Diez ha puesto la fotografía al servicio de una causa noble, que bien justifica el tesón y la paciencia que normalmente suele requerir la búsqueda de la perfección cuando se trata de valorizar realidades que con harta frecuencia son subestimadas, por más que se acrediten como los pilares de nuestro conocimiento de la realidad natural, dotada de posibilidades – científicas, económicas y culturales - infinitas. Descubrir la riqueza que ofrecen las diferentes formas de relación entre la persona y el hecho vegetal constituye una proeza cuando se evita la simplificación y cada fotografía es merecedora de una interpretación individualizada. Es una de las muestras de fotografía más hermosas e ilustrativas que he visto nunca. Aúna calidad y belleza con lección y sensibilidad. Imbrica referencia científica y advertencia sobre su envergadura ambiental y cultural. Impresionan los motivos elegidos, las técnicas utilizadas, la selección de los textos. Pero el argumento trasciende a la planta como tema central. Es la simbiosis entre la persona, con su rostro y su expresividad específica, y la naturaleza. Esa simbiosis que permite valorar lo que realmente significan las relaciones entre las sociedades y la botánica, fraguadas en los paisajes asombrosos de Castilla y León, al tiempo que consigue transmitir un mensaje en pro de la preservación de los valores que las cosas pequeñas encierran, hasta convertirlas en grandes cuando se las identifica como tales. Y es que, como bien se sabe, the small is beatiful.

23 de diciembre de 2009

Andrzej Dembicz (1939-2009): el geógrafo que descubrió América Latina en la Europa del Este

La primera vez que oí hablar de Andrzej Dembicz  fue en una conversación mantenida a comienzos de los años noventa con Miguel Panadero Moya, Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Castilla- La Mancha con ocasión de un encuentro en Madrid sobre cuestiones relacionadas con América Latina. Sus comentarios crearon en mí la curiosidad de conocer más a fondo la personalidad de un colega polaco que había dedicado su vida profesional al conocimiento y estudio de la realidad latinoamericana en un país que por entonces estaba abriéndose a nuevos horizontes políticos y culturales y cuya transición a la democracia no dejaba de suscitar también gran interés. Ambas motivaciones me llevaron a asistir en Varsovia, en el verano de 1995, a una reunión del Centro de Estudios Latinoamericanos, convocada por el propio Dembicz, y que por vez primera me permitió conocer aspectos esenciales de Polonia que siempre identificaré con  la figura y la personalidad de Andrzej, así como las gratas experiencias vividas a su lado. Desde entonces mantuve con él una relación muy cordial que, tanto humana como profesionalmente, me deparó numerosas satisfacciones. Tantas como las que pueda proporcionar una personalidad que hizo de la Geografía una preocupación intelectual permanente, enriquecida con el compromiso que al tiempo le llevaría a la defensa de la libertad en su país y al impulso de las investigaciones sobre América Latina con un balance muy meritorio  y aportaciones valiosas, coherentes con una trayectoria académica y científica digna de ser resaltada. 
            Nació en un momento especialmente crítico de la historia polaca: el 3 de julio de 1939 en la ciudad de Kowel, actualmente en la República de Ucrania. En 1963 recibiría el título de Maestro en Geografía en el Instituto de Geografía de la Universidad de Varsovia, actualmente Facultad de Geografía y Estudios Regionales, para alcanzar el grado de Doctor en 1973 y acceder en 1984 a la Cátedra de Geografía de dicha Universidad. La labor realizada en esa Institución ha sido realmente ecomiable. En ella desempeñó la Dirección del  Departamento de Estudios Regionales sobre América Latina (1988-1991) y la del Instituto de las Américas y Europa (2002-2007), que compatibilizó con la responsabilidad máxima del  Centro de Estudios Latinoamericanos (CESLA UV), desde el momento de su creación en 1988. Mas uno de sus mayores orgullos lo tuvo cuando ocupó entre 2001-2007 la Presidencia  del Consejo Europeo de Investigaciones Sociales de Amé­rica Latina (CEISAL), mientras ejerció un protagonismo clave en la organización y promoción de los Congresos Internacionales de Americanistas, entre ellos el celebrado en Varsovia en 2000,  y que recuerdo especialmente por el nivel intelectual y la hospitalidad con que fue realizado. Esta dedicación a las investigaciones sobre América Latina representa una constante en su vida y en el despliegue de su labor intelectual, que ofrece manifestaciones explícitas en sus responsabilidades como director de Revistas científicas, de merecido reconocimiento en el ámbito de esta línea de trabajo. No en vano a Dembicz se debe la proyección de tres importantes publicaciones periódicas: Actas Latinoamericanas de Varsovia (1984-1995), Ameryka Lacinska (1994-2002) y  la Revista del CESLA desde 2000. 
            Esta orientación científica, claramente centrada en la temática latinoamericana, no puede entenderse al margen de una vinculación intelectual muy estrecha con el conocimiento de las realidades territoriales en las que centró sus preocupaciones científicas desde los inicios de su carrera profesional.  El punto de partida habría que encontrarlo en los trabajos realizados a mediados de los sesenta, como becario del gobierno cubano, sobre Cuba y el Caribe, que posteriormente ampliaría a México y a diversos países de la América meridional. Los principales  proyectos llevados a cabo a lo largo de su vida dan fiel testimonio de una especialización bien definida en torno a cuatro líneas de investigación preeminentes, en las que lograría relevantes aportaciones: el análisis de los sistemas de producción y organización de las actividades agrarias en el ámbito tropical; la interpretación de las transformaciones sociales en el contexto de los cambios ocurridos en las actividades económicas y en los procesos de reestructuración territorial asociados a ellas; la valoración del significado de los procesos de integración económica acometidos en el continente, como expresión de una voluntad política sustentada en la necesidad de  fortalecer la articulación de los mercados; y, de forma llamativamente pionera, la explicación de los vínculos interculturales – definido por él como “Diálogo Interregional”- construidos entre América Latina y la Europa Centro-Oriental, lo que, a la postre, hizo de Dembicz un precursor de las iniciativas que en ese sector de Europa supieron comprender la importancia de Latinoamérica como objeto de ininterrumpida preocupación cultural y científica. El balance ofrecido por su obra no le va a la zaga. Trescientos títulos en su bibliografía dan buena idea del formidable esfuerzo efectuado, entre los que destacan un total de 49 libros, bien como autor o editor, y doscientos artículos científicos, cincuenta de ellos en revistas extranjeras.
            Las relaciones con el mundo trasatlántico le abrieron a un amplio abanico de experiencias tanto de trabajos de campo, efectuados periódicamente en una docena de países, como de activa colaboración profesional. Así, tras iniciar su experiencia en este sentido como Profesor visitante en la Academia de Ciencias de Cuba y en la Universidad de la Habana en 1969, desempeñaría funciones similares en México (Universidad Autónoma del Estado de México y en la UNAM), en Argentina (Universidad Nacional del Comahue) y en Brasil (Pontificia Universidade Católica de Săo Paulo y  Universidade do Estado do Rio de Janeiro). Estos vínculos académicos cristalizaron al tiempo en reconocimientos que no hacían sino avalar su prestigio humano y profesional. En 1977 fue condecorado en Cuba con la Medalla del XX Aniversario, recibiendo en 1985 el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma del Estado de México en Toluca. Años después en Perú, donde figuraba desde 1970 como Miembro Correspondiente de la Sociedad Geográfica de Lima, se le otorgó la Orden del Mérito de la República, mientras en Brasil le fue impuesta la Orden Cruzeiro do Sul en 2002, recibiendo un  año después la Medalla de la Universidad de Chile. Méritos de los que, en fin,  también se haría acreedor en la Europa del Este, al serle otorgadas la Medalla de la Universidad Económica de Bratislava (2000) y la  Cruz de Caballero de la Orden del Renacimiento de Polonia (2004).

            En medio de ese panorama de trabajo incesante, tuvo en septiembre de 2001 la oportunidad de acercarse a Valladolid, donde actuó como ponente invitado en el VI Congreso de Geografía de América Latina, que tuvo lugar en esta ciudad y en Tordesillas. Acompañado de su esposa, compartió con nosotros momentos muy agradables, mientras descubría lo mucho que encierran estas tierras que no habia recorrido hasta entonces. Quedó impresionado en la visita que hicimos al Archivo General de Simancas, de cuya importancia en la historia americana tenía noticia cabal. Me confesó sentirse emocionado mientras recorría sus impresionantes salas. “Nunca pensé que iba a estar aquí”, me señaló en voz baja. Es una de las grandes satisfacciones que le deparó uno de sus últimos viajes a España, y que había prometido repetir cuando tuviera ocasión. Desgraciadamente, no ha ocurrido. Por eso, cuando me informaron sus colegas eslovacos de que había fallecido en Varsovia el 29 de noviembre de 2009 tuve, aparte del dolor personal, la sensación de que la Geografía - en particular, la dedicada al conocimiento de la realidad latinoamericana -  había sufrido una grave e irreparable pérdida.  

7 de diciembre de 2009

África a la deriva, África codiciada


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El Norte de Castilla, 7 de Diciembre de 2009
Países que no lo son, sociedades desestructuradas y en conflicto permanente, Estados instrumentalizados por potencias extranjeras e incapaces de controlar sus propios territorios, administraciones corruptas e insensibles a los problemas de sus ciudadanos, catástrofes que perduran en el tiempo sin que el tiempo consiga amortiguarlas ni, menos aún, ponerlas fin. Desolación y sufrimiento sin paliativos, impotencia ante la dificultad, miserias por doquier. Tal es el panorama que impera en el África de nuestros días, en ese continente donde ningún Estado puede homologarse en puridad con lo que entendemos como tal en nuestro mundo de solidaridades internas y estables al amparo de una ley respetada.

¿Qué ha pasado para que el continente en el que aún destaca la figura política ejemplar de Nelson Mandela, y al que Patricio Lumumba definió como el “futuro del mundo”, tras brindar entusiasmado por la independencia del Congo, vague a la deriva, incapaz de asumir su propio futuro y a merced de todas las ambiciones que en torno a él se concitan?. La historia constituye siempre la herramienta a la que recurrir para encontrar una explicación lógica a los procesos que transforman las sociedades y sus espacios, elevando a la categoría de justificación convincente lo que no es sino la interpretación sin ambigüedades de los factores que en su secuencia temporal han ido construyendo las relaciones de poder, complicidad y dominación en un mundo que desde el siglo XVI, desde que el continente africano padeció el terrible desgarro del tráfico humano esclavista, ha encontrado siempre en África las fuentes de provisión de cuanto necesitaba y al menor costo posible. Desposeídos de sus tierras, infravalorados como seres humanos, estigmatizados por los prejuicios raciales más abyectos, los africanos han sido víctimas de su situación geográfica, de la magnitud y variedad de su riqueza y del entramado de intereses exteriores y afanes incontrolados de enriquecimiento de que han hecho gala sus propios dirigentes corruptos. Todo un cúmulo, pues, de circunstancias que han convertido al continente en el escenario propicio para el saqueo permanente, un inmenso botín susceptible de ser obtenido sin pudor mediante procedimientos que siempre han primado el corto plazo y la satisfacción lo más lucrativa posible por parte de quienes lo han controlado a lo largo de las diferentes fases del expolio y en estrecha relación con los ciclos económicos marcados por el aprovechamiento de cada recurso, ya fuese humano, minero, agrario, pesquero o cultural.

Con palabras premonitorias ya lo advirtió a comienzos de los sesenta René Dumont cuando publicó “L’Afrique noire est mal partie” (“África negra ha empezado mal”) una obra emblemática sobre el tema, planteada desde la perspectiva de un agrónomo, con sólidos conocimientos geográficos e históricos, que, tras analizar a fondo las características y resultados del proceso de descolonización, advertía sobre los riesgos y las amenazas a que se enfrentaban los nuevos países. Sus pronósticos se han cumplido al pie de la letra, e incluso en algunos aspectos se han quedado por debajo de lo sucedido realmente si tenemos en cuenta el nivel de degradación a que han llegado las prácticas llevadas a cabo de forma generalizada. Descarnadamente y con meticulosidad las ha descrito François-Xavier Verschave en su impresionante “De la Françafrique à la Mafiafrique” (2004), sobrecogedor compendio de las actuaciones acometidas por Francia en el amplio número de países con los que ha mantenido una vinculación neocolonial durante décadas, incluyendo las relaciones con su gran aliado del Norte, el reino de Marruecos, cuyas actuaciones ilegales y ominosas en el Sahara Occidental, respaldadas sin fisuras por los gobiernos franceses, se inscriben precisamente en este contexto de vínculos inconfesables, aunque decisivos para entender el actual estado de las cosas y su rechazo a la legalidad internacional.

La historia se mantiene porque la base institucional capaz de orientar los procesos de otra manera se ha debilitado enormemente o se ha doblegado a las presiones externas o simplemente ha desaparecido. A los ciclos, ya clásicos, determinados por el expolio minero, agroforestal o marino, e intensificados en función de los comportamientos de una demanda insaciable, se ha superpuesto en nuestros días lo que algunos autores han llegado a denominar el “rapto definitivo de África”. Con ello se hace referencia a la compra masiva de tierras que los Gobiernos enajenan al margen por completo de los intereses y las necesidades de la población, con especial menosprecio a las comunidades indígenas. La FAO ha llamado la atención sobre este tema, que alcanza umbrales escalofriantes, aunque manifiesta no poder hacer nada por evitarlo. En los últimos cuatro años cerca de 70.000 millones de dólares se han invertido en la adquisición de tierras por parte de empresas controladas por los gobiernos (State-Owned Enterprises) al servicio de los intereses de poderosas firmas transnacionales, entre las que sobresalen las grandes de la energía o las auspiciadas por China, cuya presencia en África alcanza niveles de magnitud insospechados y acorde con la lógica del lucro máximo. Ante un panorama en el que el sistema de poder está mediatizado por la corrupción y la connivencia espuria entre lo público y lo privado no cabe entender de otra forma la plena sumisión de África al círculo vicioso del subdesarrollo, responsable de ese caldo de cultivo en el que hacen acto de presencia y se agravan la corrupción, el pillaje y la criminalidad.

16 de noviembre de 2009

Veinte años de la tragedia de El Salvador


El Norte de Castilla, 16 de Noviembre de 2009


Han pasado 20 años y parece que fue ayer. Estábamos reunidos en la Sala de Profesores de la Facultad de Derecho de Valladolid en un acto cultural cuando César Aguirre Viani, catedrático de Medicina, nos dio la noticia. Era el 16 de Noviembre de 1989. Ocho personas habían sido asesinadas en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de San Salvador. Entre ellos, los jesuitas españoles Ignacio Ellacuría, Amando López, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes y Juan Ramón Moreno, y el salvadoreño Joaquín López. En la masacre murieron también la señora que les atendía, Elba Ramos, y su hija, Celina, de 16 años. Lo recuerdo como una noticia atroz que, como un mazazo, conmocionó las conciencias y reveló la descarnada dimensión de la tragedia que entonces se cernía sobre aquel país centroamericano.


Durante todo este tiempo ha permanecido como un recuerdo imborrable, causante de esa sensación de impotencia que provocan la impunidad y el frustrado deseo de que se haga justicia. Con frecuencia acudo a la Fundación Segundo y Santiago Montes, que en Valladolid dirige su hermana Catalina, y en la que se llevan a cabo actividades culturales de una extraordinaria calidad, en un ambiente gratísimo, que no me impide nunca evocar la memoria de las víctimas de aquel crimen horrendo con la pesadumbre de que todavía nadie haya sido imputado. En El Salvador se habla poco del tema, salvo en círculos reducidos que sienten cómo la imagen del país sigue lacerada por un hecho que trasciende la historia local para convertirse en otro símbolo más de la barbarie que ha marcado buena parte de la del siglo XX.


Al fin ocurrió hace un año. El 13 de noviembre del 2008 fue presentada por la Asociación Pro Derechos Humanos de España (APDHE) una querella contra 14 miembros del Ejército salvadoreño y respaldada por el Centro de Justicia y Responsabilidad (CJA), que tiene su sede en San Francisco. Amparándose en el principio de justicia universal que permitió en 1998 el arresto del dictador chileno Augusto Pinochet por orden del juez Garzón y en el hecho de que cinco de las víctimas eran españolas, el juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, ha admitido a trámite a comienzos de este año la querella que, aunque desestima la imputación del entonces Presidente de la República, Alfredo Cristiani, sí lo hace con los catorce militares - entre ellos, cuatro generales, dos coroneles y tres tenientes - incluidos en la querella de la APDHE.


La instrucción promete ser ambiciosa a fuer de dilatada. Al tiempo que ordena la declaración del ex fiscal general de la República y de los jueces y fiscales asignados al caso cuando, sin resultados, se juzgó en El Salvador, solicita, a través de una comisión rogatoria, la remisión del testimonio completo de la causa penal que en aquel pais se llevó a cabo, con el fin de conocer los "mecanismos de perdón y de extinción de la responsabilidad criminal" de los que pudieron beneficiarse los "autores intelectuales y/o materiales de los asesinatos". Asimismo, solicita a la Justicia de Estados Unidos la toma de declaración de los miembros de la Delegación norteamericana que en representación del Congreso de Estados Unidos investigó, también sin resultados efectivos, los hechos en 1990.


No es fácil hacer pronósticos sobre la evolución del proceso iniciado en España. Apoyado por las organizaciones salvadoreñas de Derechos humanos, aparece, sin embargo, cuestionado por los responsables de la Universidad Centroamericana, partidarios de afrontar ese crimen “mediante los instrumentos legales y de diálogo de El Salvador”, al tiempo que en la sociedad salvadoreña no son pocas las resistencias a que los culpables sean sancionados, al señalar que los horrores del pasado quedaron diluidos en los Acuerdos de Paz con los que se trató de reconciliar a una comunidad fuertemente traumatizada por doce años de guerra civil.


Dos décadas han pasado ya. Catalina Montes, la entrañable Caty para muchos de nosotros, ha declarado que confía en que, al fin, se haga justicia. Es lo que muchos deseamos para que los autores de aquella terrible masacre sean condenados y el dolor que nos produjo reciba el alivio que merece. Suceda lo que suceda, la imagen de la tragedia y de quienes la sufrieron siempre permanecerá viva en la memoria.

12 de noviembre de 2009

El laberinto hondureño


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El Norte de Castilla, 12 de Noviembre de 2009
Entre las capitales centroamericanas, posiblemente la de Honduras sea la menos visitada por quienes se dirigen al istmo que enlaza el Norte con el Sur del continente. Cuando se la contempla desde el aire, a punto de aterrizar en el aeropuerto de Toncontin, Tegucigalpa se muestra como una ciudad donde nada resalta, en la que la expansión desordenada de las construcciones apenas deja entrever elementos de singularidad que llamen la atención, salvo los solares vacíos que salpican el tejido urbano y le aportan un aire casi irreal, inmerso en un entorno en el que la montaña, de un espléndido verdor, establece un espectacular contrapunto natural. Incluso sus edificios nobles ofrecen una modestia que no se ve en los otros países del área. A diferencia de San Pedro Sula, la capital económica próxima al Atlántico, es una ciudad que, pese a su condición capitalina, se muestra más tranquila, algo átona, menos bulliciosa, salvo en los momentos en los que el Boulevard Morazán o el Parque Central, donde se yergue la Catedral, aparecen colmados de gente y presentan el tumulto tan conocido en las ciudades latinoamericanas.

Da la impresión de que el tiempo se hubiera detenido en ella. Tiempo marcado por una evolución histórica en la que los hondureños se han visto despojados de su propio destino. País doblegado a la potencia extranjera que lo ha modelado a su antojo – Estados Unidos, aunque hoy le haya vuelto la espalda- los intentos por salir de esa postración siempre han culminado en el fracaso. Ryszard Kapucinski habló de Honduras como el ejemplo del país donde nunca pasa nada que se note, del territorio sumido en el silencio, el mismo que se percibe cuando se visitan las ruinas mayas de Copán. Los analistas lo describen como la manifestación más clara de lo que representa una república bananera, plegada desde siempre a los intereses de la United Fruit Company y bajo la tutela implacable de un Ejército que ha tolerado la democracia porque jamás ha puesto en peligro las estructuras del poder dominante, a ultranza defendidas por una clase política corrupta, servil a los privilegios de los grandes hacendados, que a comienzos de los ochenta plantearon la posibilidad de convertir a Honduras en Estado Libre Asociado a Estados Unidos.

“Tegus”, como se la conoce entre sus gentes, se limita a seguir creciendo erráticamente, mientras mantiene una actividad económica muy por debajo de las posibilidades de la ciudad, mientras sus habitantes sobreviven como pueden, deleitándose de vez en cuando con su samba típica, que llaman Punta, o con una cocina de tintes caribeños, mucho más variada que en Guatemala o El Salvador. Durante cuatro meses ha estado apartada del mundo, mientras el país se sumergía aún más en las honduras de la miseria. Es la capital de un Estado famélico que de pronto se ha distinguido tristemente en la América atormentada porque el fantasma de las dictaduras que se creían cosa de otro tiempo emerge con la violencia a la que ya nos habíamos desacostumbrado. Es la vuelta a la dictadura sin paliativos. Una dictadura que ha sumido al país en el cerrojazo informativo, en la represión brutal y en la ruina. Significa la extrema endeblez de las democracias en un área que ha visto sucederse en el tiempo todos los despropósitos característicos de una trayectoria política convulsa. El logro de la paz, forzada por las circunstancias, no ha resuelto las situaciones de conflicto larvadas a partir de la desigualdad social más escandalosa del mundo. La respuesta a la tragedia de la pobreza ha sido tan tibia que cualquier intento de amortiguarla sólo ha traído consigo resistencias que han prevalecido al fin. Nada se ha avanzado en ese sentido en Nicaragua, Guatemala y El Salvador, la expresión más patente de la impotencia de gobiernos que hace tiempo declinaron en su voluntad de modificar levemente el estado de las cosas.

A muchos sorprendió que en este contexto Manuel Zelaya, el hacendado de Olancho y dirigente del Partido Liberal, afrontase lo que nadie había intentado hasta entonces. Puso en marcha una política de regulación de las concesiones mineras responsables de grave impacto ambiental, incrementó el salario mínimo, planteó reformas inéditas desde el punto de vista sanitario, mediante iniciativas de protección a la infancia y el impulso a la comercialización de medicamentos genéricos, introdujo mecanismos de control aplicados a las compañías telefónicas…. Estas medidas le granjearon un apoyo popular del que jamás había gozado otro Presidente en el país más pobre del istmo. Intuyó que ese respaldo, unido a su alineamiento con los Estados de la Alianza Bolivariana, iba a permitirle continuar otra legislatura al aventurar el resultado positivo de la encuesta que, con una pretensión consultiva, recabase el apoyo de la opinión pública para una Asamblea Constituyente que reformase la Constitución con vistas a la reelección. ¿Error, riesgo inasumible por sus adversarios, excesiva confianza en sí mismo, transgresión de la ley, pretexto en cualquier caso?. Todo se unió a finales de Junio para justificar su derrocamiento y el inicio de la experiencia golpista que los medios se han encargado de propalar con todo lujo de detalles.

Nadie se esperaba que Lula da Silva, acogiéndole en la embajada de Brasil, iba a socorrer a Zelaya del modo en que lo ha hecho. Ese refugio en tierra hondureña, y arropado por la inviolabilidad de la legación brasileña, ha creado desconcierto y obligado a matizar el empecinamiento que el gobierno golpista, aislado internacionalmente y con el país paralizado, trataba de mantener. Es obvio que el presidente de Brasil juega sus bazas como gran líder regional, de modo que, ocurra lo que ocurra, su gesto será aplaudido en todo el mundo. Entre tanto, el tiempo juega a favor de una solución de la crisis que en todo momento ha estado gestionada, con trampas, mentiras y dilaciones, por un tal Micheletti en cumplimiento del único objetivo para el que fue impuesto: de ninguna manera Zelaya debe volver al poder o, si lo hace, fugazmente y con la sola intención de dar apariencia de legalidad a la investidura del nuevo presidente. El laberinto se complica y despeja a la vez. A sabiendas de que la comunidad internacional acabará aceptando el resultado de unas elecciones efectuadas sin garantías, la nueva legislatura se abrirá titubeante y azarosa tras una experiencia dictatorial miserable, que revela los enormes riesgos que aún corre la democracia en Centroamérica, a la par que se cimentará sobre la tragedia vivida y sobre el recuerdo difícil de eludir hacia un gobernante que, salido de las filas de los poderosos, intentó abrir un horizonte de esperanza a quienes la falta de esperanza ha marcado sus vidas a sangre y fuego sin más expectativa que la de sobrevivir en un mar de injusticias flagrantes y de calamidades irresueltas. Para siempre.

21 de octubre de 2009

Crisis económica y cultura empresarial


El Norte de Castilla, 21 de Octubre de 2009

Aunque parezca una obviedad, en el desencadenamiento y en la gestión de una crisis económica las causas y los instrumentos son siempre complejos y ni en un caso ni en otro los análisis pueden limitarse a interpretaciones simplificadoras. Joseph Stiglitz ya lo ha señalado hace tiempo al subrayar la conveniencia de que, tanto a la hora de valorar la magnitud de los problemas como de diseñar las estrategias que permitan afrontarlos, prime la honestidad de reconocer los errores cometidos a fin de llegar a puntos de encuentro y de compromiso de suerte que cuantos se hallan implicados asuman la cuota de responsabilidad que les concierne.

Si el diagnóstico sobre los factores de la recesión actual está aún por clarificar en toda su amplitud de perspectivas, y cuando en nuestro marco internacional observamos debates muy abiertos en los que se cuestionan las versiones esquemáticas, lo cierto es que en España prevalece un discurso monocorde, a modo de clave irrebatible en la interpretación de una crisis que afecta a nuestra economía y a nuestra sociedad con niveles de gravedad superiores a los que se registran en la Unión Europea.

Mientras el indicador más preocupante – el desempleo - mantiene cotas elevadísimas y la destrucción del trabajo enrarece el escenario en el que trágicamente se desenvuelven muchas familias españolas, el ambiente está dominado por las ideas que centran la atención en una terapia sin la cual no habría forma de salir de ese pantanal. Todas abundan en un argumento al que se otorgan valores taumatúrgicos: la solución a los problemas ha de venir estrictamente de la reforma drástica e inmediata del mercado de trabajo. En ello coinciden el gobernador del Banco de España, conspicuos profesores de ciencia económica – hace unos días asistí en Valladolid a una conferencia del profesor Barea Tejeiro, que habló decididamente en esa dirección - y, con insistencia obsesiva, el hombre que dirige la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, al que no se le oye otra palabra que la que abunda en la desregulación del trabajo, aunque esta opinión se muestre mucho más matizada por parte del Presidente de la Confederación de la Pequeña y Mediana Empresa.

Si todas las servidumbres de nuestra economía se identifican con las deficiencias subsistentes en el mercado laboral, y al tiempo observamos que los Expedientes de Regulación de Empleo proliferan como hongos mientras las cifras de paro aumentan sin cesar, ¿es justo admitir que en la ordenación del trabajo residen todos los males?. Quizá esta reiteración no pretende otro objetivo que el de fortalecer un pensamiento único, que justifique el abaratamiento del despido, la congelación salarial y la reducción a las cotizaciones a la Seguridad Social. En definitiva, la lógica del recorte de los derechos, las restricciones a cualquier reivindicación que pudiera plantearse y la voluntad de gravitar la solución de la crisis sobre los sacrificios de los trabajadores, pues, dicho de otro modo, si no es a costa de ellos no hay manera de salir a flote.

Sesgado el discurso de modo tan selectivo, no ha lugar en quienes abogan por esta medidas a consideraciones que amplíen racionalmente la casuística del problema, siquiera sea como aproximación a un debate necesitado de un recorrido y de una perspectiva mucho más amplios. En este enfoque dominante nunca aflora la más mínima autocrítica por parte de sus defensores. Da la impresión de que, hallándose en posesión de la verdad y de la lógica más abrumadora, cualquier atisbo de corrección del modelo de crecimiento, de sus instrumentos de gestión o de sus líneas estratégicas están fuera de lugar. No veremos en este panorama reflexión alguna que ponga en entredicho el margen de responsabilidad que, en mayor o menor medida, compete a los agentes que controlan el capital en el origen del desbarajuste que vivimos. Con una convicción sin fisuras, nunca el presidente de la CEOE ha mostrado el mínimo rasgo de apertura a la explicación de un problema que no puede entenderse desde una perspectiva unilateral, para la que los obstáculos provienen exclusivamente del funcionamiento del mercado de trabajo o de la falta de previsión del Gobierno, sin que los otros actores de una escena llena de interdependencias tengan absolutamente nada, o muy poco, que ver.

Todos sabemos que existen en la economía española empresarios ejemplares que merecen pleno reconocimiento, que arriesgan, se esfuerzan y se muestran refractarios al despido masivo, a la venta de su empresa al mejor postor y al abandono del compromiso mantenido con el entorno en el que se insertan. Responden a esa denominación de “capitanes de empresa” que en una de sus novelas utilizó Raúl Guerra para significar ese relevante grupo de promotores de iniciativas, que asumen riesgos, afrontan momentos críticos, crean empleo y dignifican la imagen de sus campos de actividad. Pero también nos consta hasta qué punto la economía española adolece con frecuencia de falta de un empresariado innovador, moderno, con visión de futuro, con proyección internacional, capaz de aprovechar la subvención para emprender nuevos rumbos en un mercado globalizado en vez de utilizar, como se hace, visiones inerciales y carentes de proyección que vayan más allá de la coyuntura favorable y de los beneficios que genera.

En suma, si todos somos conscientes de que a veces prima la cultura especulativa, aferrada al corto plazo, frente a la cultura empresarial moderna, sensible de horizontes más sólidos, ¿no estaríamos de acuerdo en firmar que ese énfasis obsesivo en la reforma del mercado laboral no es sino una especie de cortina de humo destinada a ocultar, en los casos en que así sucede, las ineptitudes y las malas prácticas que ponen en cuestión los principios en que hoy se amparan los rasgos éticos de la “nueva cultura empresarial”, a los que precisamente hacen referencia las aportaciones de Elinor Osrom y Oliver E. Williamson, flamantes Premios Nobel de Economía 2009?.


3 de octubre de 2009

Llegó la hora de Brasil


El Norte de Castilla, 3 de Octubre de 2009


Los últimos Juegos Olímpicos (2008) pusieron al descubierto la extraordinaria potencia económica de la República Popular China, un año antes de que conmemorase con gran pompa y circunstancia su sexagésimo aniversario. Concebidos y diseñados como su gran carta de presentación ante el mundo, aún resuenan en nuestra memoria las imágenes de tan espectacular epopeya, que deslumbró como pocos acontecimientos deportivos lo han hecho hasta ahora. Ocho años después, y tras la edición de Londres (2012) que nos devuelve la antorcha al Viejo Mundo, Brasil tratará de reproducir de nuevo, en 2016, lo mucho que representan en el panorama del siglo XXI los llamados países emergentes, esa categoría de Estados que, secundarios en el panorama internacional hacen apenas veinte años, ahora se erigen como los colosos de una economía que une innovación, enormes potenciales de mercado interno y elevados contingentes de mano de obra “very cheap” y con numerosos efectivos altamente cualificados. A ello habría que sumar una estrategia de proyección internacional dotada de extraordinario pragmatismo, a medida que su presencia en los grandes foros de encuentro y de decisión se ha hecho cada vez más activa e incluso determinante.


Todo ello aparece embarnecido en este caso por la figura de un político singular que, surgido de las filas del sindicalismo más combativo, ha logrado situarse entre los grandes dirigentes del planeta, al tiempo que, adormecidas las críticas internas, le cabe el indudable mérito – más allá del eterno problema ambiental de la Amazonia maltratada- de haber sabido conciliar la sensibilidad por los problemas de los más desfavorecidos con la preocupación de ofrecer una imagen de pais moderno, atractivo y con reconocida capacidad de liderazgo en su región. Todos los ingredientes, pues, para fortalecer la competitividad y la imagen prometedora de Brasil frente a una Europa que se debate en un mar de contradicciones y cuyo futuro admite toda clase de pronósticos.


Rio de Janeiro versus Madrid en la pugna a merced de un olimpismo regido por criterios inmunes a los empeños publicitarios, por muy convincentes que parezcan. Difícil competidor, quizá imposible de antemano. Tengo la impresión de que la suerte ha estado echada hace mucho tiempo. Es la primera vez que el mayor espectáculo del mundo, el más costoso, el más impactante, el más seguido y emblemático, visita la América Latina. Al fin. Y lo hace por la única puerta por la que podía entrar. Rio no será posiblemente la mejor ciudad del mundo para organizar un evento así y nadie duda que ocasionará grandes quebraderos de cabeza a quienes se han lanzado a esta aventura. Pero no es Rio de Janeiro la que ha ganado. Ha ganado Brasil como símbolo de una región que pugna por ser redescubierta y de las nuevas potencias que se afianzan sin apenas réplica en este azaroso e incierto siglo XXI.

20 de septiembre de 2009

Símbolo de la historia europea


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El Norte de Castilla, 18 de Septiembre de 2009
Quizá se ha tomado esta decisión - la de otorgar a Berlín el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia- demasiado tarde, cuando a muchos les dice poco ya lo que significa esta ciudad unificada. Al final, cuando la experiencia de la integración europea parece consolidada, aunque vientos de confusión y desencuentro matizan las opiniones más entusiastas, la recuperación de la memoria de lo que ocurrió hace veinte años nos retrotrae – lo que no está mal - a uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX al tiempo que nos invita a pensar sobre lo que representa la unión de un pueblo que hoy se erige como la expresión de un país y de una sociedad que suscitan admiración y respeto. Ciertamente el proceso de unificación no ha sido fácil ni merece por parte de quienes se han visto implicados o afectados por él el mismo reconocimiento. Mas no cabe duda de que, pese a todas las críticas y observaciones que pudieran hacérsele, la comprobación de lo que fue la República Democrática Alemana nos lleva inevitablemente al convencimiento de que no de otra forma podría haberse zanjado para siempre lo que fue una tragedia histórica.

La Historia de Alemania ha marcado con tanta violencia la de Europa y la del mundo que reconforta pensar que esa agresividad, responsable de tanta muerte y destrucción, ha desaparecido para siempre. El tiempo se ha encargado de desmentir los negros presagios de Günter Grass cuando dijo aquello de que “quiero tanto a Alemania que prefiero que haya dos”. Pues, si nunca olvidaremos su nivel de responsabilidad en el desencadenamiento de las tensiones que dieron origen a la tragedia de los Balcanes, nuestra percepción de lo que el Estado alemán ha aportado a la integración y a la cohesión europeas no debe ser minusvalorado. Su esfuerzo como país contribuyente clave a la dotación de los fondos comunitarios ha sido, lo está siendo aún, más que considerable, de lo que los españoles debemos ser conscientes pues no de otra forma se entiende una parte significativa de la modernización experimentada por el país desde mediados de los ochenta del siglo pasado. Es cierto que ello tiene también su contrapartida favorable, pero cuesta pensar qué hubiera sido de la Unión Europea sin la voluntad política a su favor manifestada desde la Cancillería y el Reichstag.

Alemania es sin duda mucho más que Berlín, pero también la imagen de Berlín rebasa con creces la de su propio Estado para convertirse en un símbolo y en una referencia en el mundo. Y lo es porque el muro que la dividía la situaba en la perspectiva de una ciudad enfrentada, incapaz de ser ella misma, y de escenificar las escenas de odio y rechazo que hacen de la sociedad que las sufre la expresión más patente de las heridas sin cicatrizar provocadas por la historia. Esa experiencia ha pasado factura al porvenir de la ciudad. Ya no es la potencia económica de antaño ni tampoco el motor de la vida cultural de Alemania. Es, lo que no es poco, la sede del poder político y, ante todo, la ciudad donde se respira, mientras se contempla la Puerta de Brandenburgo o se pasea por la Kunfurstedam o el entorno de Alexanderplatz, esa sensación de libertad que deriva de la comprobación de que el muro que fragmentaba a Europa ha sido definitivamente derribado.

9 de septiembre de 2009

Imágenes y espacios para la reflexión


Este texto forma parte de las colaboraciones publicadas en el libro "Espacios para la libertad. Graffiti en el entorno ferroviario de Valladolid", realizado por Carmen María Palenzuela López, con fotografías de Torcuato Cortés de la Rosa. La obra ha sido editada en Valladolid, Museo Patio Herreriano, 2009. ISBN 978-84-613-4644-8
Soy de la opinión de que el debate acerca de si es arte o no lo que se reproduce a través de un graffiti o de un tag carece de sentido. No es procedente recurrir a ellos para interpretar algo que resulta contundente tanto en su forma como en su significado. Entre otras razones porque seguramente no es la artística la motivación principal que anima a quienes deciden plasmar en la pared sus imágenes y sus emociones. Tampoco creo que merezca mucho la pena sentirse llevado a efectuar reflexiones, acaso impertinentes, sobre lo que tal o cual expresión gráfica, casi siempre surgida de la espontaneidad, representa como si de algo elaborado y sujeto a unos cánones preestablecidos se tratase. Me atengo simplemente a las sensaciones que particularmente asaltan al ciudadano que, como yo, se encuentra de pronto ante una pared ocupada por el color y los trazados más inverosímiles e imprevisibles que imaginarse pueda. Pues es entonces cuando ese ciudadano percibe lo que realmente subyace en esa manifestación pictórica que, impactante, a menudo brusca y de obligada atención, abre la visión del espacio a nuevas perspectivas, insinúa mensajes sin descifrar y obliga a contemplarlo con la mirada abierta al descubrimiento de una realidad que rompe drásticamente con aquella, banal, despersonalizada y fútil, sobre la que físicamente se apoya.
Ahí reside, a mi modo de ver, el valor y el alcance de la pintura mural, a la que Carmen Palenzuela homenajea en esta obra de referencias múltiples, casi exhaustivas, sobre la materialización adquirida en un entorno particularmente desangelado de la ciudad de Valladolid. Pues en esencia, al ordenar esas imágenes para exponerlas agrupadas sin un criterio determinante, se trata ante todo de recuperar visualmente un ámbito olvidado o, cuando no, sumido en la indiferencia o, lo que es lo mismo, de servirse del dibujo como elemento capaz de redefinir un entorno que precisamente los graffiti permiten relativizar en función de la idea que cada cual pueda extraer de ellos. Es la voluntad de nueva identificación perceptiva lo que anima a imponer unas pautas de expresión unificadas por la pretensión de transmitir libertad y complejidad a un marco con frecuencia menospreciado.
Y es que la profunda cicatriz que deja el trazado construido para el paso del tren en los tejidos urbanos genera un espacio público que resulta monocorde y que sólo es entendido como ruptura o solución de continuidad de una trama disociada. No se trata, empero, de superarla ni siquiera de reclamar su eliminación. El mero hecho de existir la procura un valor en sí misma, que bien puede inducir a la indiferencia o a la provocación. Frente a la primera actitud se impone la segunda, la que entiende que la expresión libre y errática no admite límites ni barreras, obstáculos o restricciones. No en vano se trata de espacios públicos para la libertad creativa cuya plasmación se convierte, a la postre, en algo efímero que justifica su preservación como testimonio de una idea y de una época que reniegan del vacío y buscan en el impacto visual el valor de las referencias que sobreviven, ya sea en el muro cada vez más desvaído o en la memoria subjetiva que, merced a la imagen provocadora, permanece vigilante.

3 de septiembre de 2009

Lenguas ibéricas, espacios compartidos

El Norte de Castilla, 3 de Septiembre de 2009

Se han esforzado ellos mucho más y antes que nosotros. En realidad lo español nunca ha sido atendido por los hablantes de la lengua portuguesa con el desdén que los cultivadores de la de Cervantes han aplicado durante mucho tiempo a cuanto culturalmente provenía de Portugal o de Brasil. La falta de reciprocidad sólo ha sido superada cuando desde la parte más remisa, la nuestra, se ha comprobado que los valores y las capacidades de la lusofonía poseían un vigor y una calidad que justificaba el esfuerzo de tenerla en cuenta. De hecho ha habido que esperar al cambio de siglo para que ambas culturas fraguasen entre sí los nexos favorecedores de un avance significativo en la toma de conciencia de lo que pueden ser capaces, si operan con objetivos de proyección coordinada, en el mundo globalizado. Y es que la lengua viva es mucho más que una herramienta de comunicación. Bastaría recordar la afirmación de Fernand Braudel cuando señaló que “Francia es la lengua francesa” o la identificación que, a propósito del catalán, establece Joan Solà entre “pueblo y lengua como estamentos inseparables” para concebirla como uno de los elementos nucleares de una sociedad y de su territorio, como uno de los valores más representativos de su identidad patrimonial.

He ahí, pues, la importancia de todo ese amplio muestrario de perspectivas a que se abre el redescubrimiento de lo español y de lo portugués en el seno de la comunidad ibérica a ambos lados del Atlántico. ¿De qué forma pudiera llegar a apreciarse esa voluntad de encuentro en la península del Suroeste europeo?, ¿en qué circunstancias tiende a plantearse como proyecto ambicioso y prometedor en el caso de la América meridional?. Son escenarios distintos, con tradiciones no siempre complementarias ni obedientes a un objetivo común. Pero sin duda definen un aspecto esencial en la trayectoria cultural del mundo, sobre la que conviene hablar de vez en cuando para no perder jamás la perspectiva de lo que representan y, sobre todo, de lo que pudieran llegar a representar.

Todos sabemos que entre España y Portugal las relaciones no han sido fáciles ni es probable que en mucho tiempo logre superarse por completo un desencuentro que hunde sus raíces en un aprendizaje cuestionable de la historia y de la geografía y en posturas de recelo que propenden a la incertidumbre cuando se trata de abordar proyectos e iniciativas de larga singladura en el tiempo. Señalaba Miguel Torga la preocupación que le causaba el no sentirse reconocido en España, pues al escribir su obra siempre sentía la necesidad de que fuera atendida allende la raya. En términos similares se expresan los escritores portugueses cuando se les recibe en nuestro país y resulta una de las advertencias recurrentes de José Saramago, tan sensible a las particularidades de ese espacio diferenciado que concibió como una “balsa de piedra”. No ha sido ésta la postura mantenida por la mayoría de los creadores españoles, que rara vez aluden a Portugal cuando piensan en los destinatarios de sus realizaciones.

Algo , empero, está cambiando. Poco a poco se van abriendo espacios para el encuentro y el engarce de sensibilidades. Mas, si es cierto que la raya ya no es tan impermeable como antaño, todavía marca un hiato que sólo la voluntad política y el esfuerzo empeñado en acometer objetivos económicos y culturales de envergadura podrán ir difuminando para siempre, por más que las discontinuidades en el proceso de acercamiento hayan de definir por algún tiempo la pauta dominante.

En cambio, al visitar Brasil la perspectiva se enriquece tras superar el asombro que suscita un país de tal magnitud. Bien pronto la visión condicionada por la desmesura queda difuminada por el hecho de que, a pesar de su enorme escala, se trata de una sociedad muy desigual pero culturalmente con rasgos de homogeneidad bien marcados. Cobra fuerza la percepción de que ha entendido perfectamente lo que significa la lengua española en el contexto latinoamericano como elemento de oportunidad para ciudadanos que a menudo – en la prensa, en los debates, en los congresos científicos - aluden a la importancia que tiene familiarizarse con una lengua que les relaciona más fácilmente con el Mercosur, con el resto del continente e incluso con la mirada puesta en Europa, al considerar a España como un eslabón más, tan útil como Portugal, en la deseada reafirmación de sus vínculos con la Unión Europea.

Con qué claridad lo entendió en su día Joao Gilberto al asumir el ministerio de Cultura en el primer gobierno de Lula. Apenas dos años transcurrieron desde que éste tomase posesión como Presidente de la República brasileña para que adquiriese carta de naturaleza la voluntad política de hacer de la lengua española un vehículo de transmisión de la palabra en una sociedad que no encontraría grandes dificultades en interiorizarla. A partir del 6 de Agosto de 2005 entró en vigor la Ley – “Ley del Espanhol”, la llaman – por la que todos los centros de enseñanza secundaria deben incluirla en sus planes de formación, como una opción que rápidamente ha sido seleccionada por más de la mitad de los escolares, con la expectativa de que a finales de esta década pueda ser hablada con soltura por más de 70 millones de personas.

Sorprende visitar los Estados del Sur de Brasil y comprobar la enorme difusión de nuestra lengua en las áreas de mayor dinamismo económico y social. Hace no mucho lo destacó Tarso Genro, ex alcalde de Portoalegre, y artífice de una de las ciudades emblemáticas en el fomento de la participación ciudadana aplicada a las políticas públicas urbanas. “El portugués y el español forman parte de nuestra identidad cultural y son nuestra mejor carta de presentación en el mundo”, dijo en un acto municipalista. Resumió perfectamente lo que supone pasar de una historia de confrontación e indiferencia a la voluntad de hacer propias las posibilidades de una experiencia compartida, apoyada en el valor de las lenguas ibéricas y en el reconocimiento de la riqueza de las culturas y de las sociedades que las sustentan.

17 de agosto de 2009

Después del incendio

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El Norte de Castilla, 15 de Agosto de 2009
Pocas imágenes resultan tan dramáticas como las que ofrece un paisaje lacerado por el incendio. Desolación, ruina, fealdad, impotencia, rabia incontenible. Son las sensaciones que se acumulan al comprobar los rastros de la destrucción provocada por el fuego, los efectos catastróficos de su huella tan atroz como inconfundible, tan nefasta como persistente. En estos casos la llama nada purifica, todo queda sumido en la negrura indiferenciada de la naturaleza desprovista de vida y de los matices y contrastes a que esta da lugar.

La tragedia del fuego se ha cebado con España con harta reiteración. Desde que tenemos memoria, el estigma de las llamas devorando el bosque sin control es algo percibido como una realidad insistente en el tiempo, que año tras año se repite como una especie de maleficio, hasta convertirse en una de las manifestaciones más dramáticas de la catástrofe ambiental en España, el país que ostenta la primacía de un hecho tan grave dentro del mundo mediterráneo. Y es que sobrecoge pensar lo que supone la ruina de un escenario natural construido laboriosa y lentamente a lo largo de ese tiempo prolongado que los elementos naturales, vivos y dinámicos, necesitan para configurar la trabazón en la que se asienta su personalidad ecológica, a sabiendas de que las interacciones que tienen lugar en él se encuentran permanentemente amenazadas por la intervención desestabilizadora ejercida por la acción humana o el accidente natural.

La magnitud del problema asociada al fuego, que en este año ha elevado la dimensión de la superficie afectada por encima de las 70.000 Has., hasta duplicar con creces la del año anterior, nos vuelve a situar una vez más ante una tragedia ambiental a la que nunca se podrá responder con la resignación o la indiferencia. No valen estas actitudes cuando la cifra se mantiene en niveles altísimos de incidencia (3.857 incendios a finales de julio 2009), tiende a incrementarse la superficie arrasada, al superar las 500 Has. de promedio, y su impacto desencadena efectos devastadores en áreas de especial calidad paisajística y medioambiental. Todos los incendios son lamentables, pero el hecho de que este año hayan sido pasto de las llamas comarcas tan emblemáticas como la turolense de Aliaga, el sector central de Las Hurdes extremeñas o la isla de La Palma eleva la gravedad del problema a la dimensión más preocupante y crítica, en la medida en que se trata de espacios naturales cuyo acreditado valor ambiental les proporciona ese atractivo en el que se amparan y en torno al cual gravita esa oferta de ocio tan costosamente fabricada como la opción capaz de superar las limitaciones históricas de su nivel de desarrollo.

Definen, desde luego, la misma realidad que al tiempo encontramos en el Valle del Tiétar abulense, víctima también de una catástrofe que se ha saldado con vidas humanas y con la devastación de uno de los ámbitos más singulares y representativos de la riqueza natural de las montañas españolas y de Castilla y León. Basta imaginar la nueva perspectiva que se divisa desde el Puerto de El Pico para sentir una verdadera conmoción. Quien se haya asomado alguna vez a ese balcón que invita a mirar en todas las direcciones, ampliando sobremanera los horizontes hacia los que se abre un riquísimo muestrario de estructuras y formas de vida en uno de los tramos más bellos y espectaculares de la Cordillera Central, no podrá por menos de tener ahora la terrible sensación de que una parte sustancial de sus experiencias viajeras más apetecidas se ha ido para siempre. Cuesta mucho hacerse a la idea de que las encinas, los castaños y los robledales, los alisos, abedules, álamos y fresnos, las pinedas y los piornales, y la interesante masa arbustiva y zoológica que los acompaña, han desaparecido o han sufrido la mella del impacto que dificulta o irreversiblemente paraliza sus procesos vegetativos.

Bien sabemos que el incendio es una ruptura brutal en la historia del paisaje. “Cuando un monte se quema, algo suyo se quema, señor conde”: así decía hace años una afamada viñeta humorística de El Perich, añadiendo esa alusión al aristócrata propietario en un anuncio oficial. No es verdad. Cuando eso ocurre, valores esenciales de nuestra cultura, cimentada en la percepción de una realidad física avalorada, se altera y se destruye. Y, aunque es cierto que la naturaleza es indómita y tiende a regenerarse, lo hace lentamente, los elementos que configuran su personalidad tienden a quedar distorsionados durante mucho tiempo por las consecuencias de una catástrofe que siempre se acompaña de resultados lesivos para el restablecimiento de los equilibrios perdidos y que tanto ha costado mantener.

Ante un escenario de alto riesgo como el que afecta a la España Mediterránea todas las cautelas son pocas cuando se trata de afrontar un riesgo que, aunque en su desencadenamiento se identifica con una determinada época del año, debe formar parte de las estrategias de conservación de la naturaleza de manera permanente, sin solución de continuidad. Conscientes de que el modelo de preservación de los ecosistemas naturales no puede ya responder a las pautas de gestión propias de una sociedad ruralizada, que tampoco, como nos recordaba el conocido poema de Antonio Machado -“el hombre de estos campos que incendia los pinares/ y su despojo aguarda como botín de guerra/ antaño hubo raído los negros encinares/ talado los robustos robledos de la sierra”-, era demasiado respetuosa con el bosque, se impone la búsqueda de la máxima eficacia y operatividad en la aplicación de los instrumentos de lucha contra el riesgo derivado del fuego en función, más allá de las inevitables medidas sancionadoras, de la relación de estrecha complementariedad que quepa establecer entre la investigación científica y la intervención pública, sin olvidar la relevancia que en este compromiso ha de asignarse también a la iniciativa privada.

Pues si hoy sabemos que las técnicas de teledetección permiten advertencias de plena fiabilidad en tiempo real, no es menos cierto que el esfuerzo que en este sentido compete a los programas preventivos, a medio y largo plazo, organizados y financiados sin tibieza por las Comunidades Autónomas resulta de primordial importancia. En suma, serían los que, en buena lógica, debieran sustentar los planes de innovación aplicados a la gestión integral del bosque, la cooperación entre las administraciones públicas implicadas y la sensibilidad ciudadana mediante señales de alerta más efectivas y contundentes que las hasta ahora llevadas a cabo.