7 de diciembre de 2009

África a la deriva, África codiciada


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El Norte de Castilla, 7 de Diciembre de 2009
Países que no lo son, sociedades desestructuradas y en conflicto permanente, Estados instrumentalizados por potencias extranjeras e incapaces de controlar sus propios territorios, administraciones corruptas e insensibles a los problemas de sus ciudadanos, catástrofes que perduran en el tiempo sin que el tiempo consiga amortiguarlas ni, menos aún, ponerlas fin. Desolación y sufrimiento sin paliativos, impotencia ante la dificultad, miserias por doquier. Tal es el panorama que impera en el África de nuestros días, en ese continente donde ningún Estado puede homologarse en puridad con lo que entendemos como tal en nuestro mundo de solidaridades internas y estables al amparo de una ley respetada.

¿Qué ha pasado para que el continente en el que aún destaca la figura política ejemplar de Nelson Mandela, y al que Patricio Lumumba definió como el “futuro del mundo”, tras brindar entusiasmado por la independencia del Congo, vague a la deriva, incapaz de asumir su propio futuro y a merced de todas las ambiciones que en torno a él se concitan?. La historia constituye siempre la herramienta a la que recurrir para encontrar una explicación lógica a los procesos que transforman las sociedades y sus espacios, elevando a la categoría de justificación convincente lo que no es sino la interpretación sin ambigüedades de los factores que en su secuencia temporal han ido construyendo las relaciones de poder, complicidad y dominación en un mundo que desde el siglo XVI, desde que el continente africano padeció el terrible desgarro del tráfico humano esclavista, ha encontrado siempre en África las fuentes de provisión de cuanto necesitaba y al menor costo posible. Desposeídos de sus tierras, infravalorados como seres humanos, estigmatizados por los prejuicios raciales más abyectos, los africanos han sido víctimas de su situación geográfica, de la magnitud y variedad de su riqueza y del entramado de intereses exteriores y afanes incontrolados de enriquecimiento de que han hecho gala sus propios dirigentes corruptos. Todo un cúmulo, pues, de circunstancias que han convertido al continente en el escenario propicio para el saqueo permanente, un inmenso botín susceptible de ser obtenido sin pudor mediante procedimientos que siempre han primado el corto plazo y la satisfacción lo más lucrativa posible por parte de quienes lo han controlado a lo largo de las diferentes fases del expolio y en estrecha relación con los ciclos económicos marcados por el aprovechamiento de cada recurso, ya fuese humano, minero, agrario, pesquero o cultural.

Con palabras premonitorias ya lo advirtió a comienzos de los sesenta René Dumont cuando publicó “L’Afrique noire est mal partie” (“África negra ha empezado mal”) una obra emblemática sobre el tema, planteada desde la perspectiva de un agrónomo, con sólidos conocimientos geográficos e históricos, que, tras analizar a fondo las características y resultados del proceso de descolonización, advertía sobre los riesgos y las amenazas a que se enfrentaban los nuevos países. Sus pronósticos se han cumplido al pie de la letra, e incluso en algunos aspectos se han quedado por debajo de lo sucedido realmente si tenemos en cuenta el nivel de degradación a que han llegado las prácticas llevadas a cabo de forma generalizada. Descarnadamente y con meticulosidad las ha descrito François-Xavier Verschave en su impresionante “De la Françafrique à la Mafiafrique” (2004), sobrecogedor compendio de las actuaciones acometidas por Francia en el amplio número de países con los que ha mantenido una vinculación neocolonial durante décadas, incluyendo las relaciones con su gran aliado del Norte, el reino de Marruecos, cuyas actuaciones ilegales y ominosas en el Sahara Occidental, respaldadas sin fisuras por los gobiernos franceses, se inscriben precisamente en este contexto de vínculos inconfesables, aunque decisivos para entender el actual estado de las cosas y su rechazo a la legalidad internacional.

La historia se mantiene porque la base institucional capaz de orientar los procesos de otra manera se ha debilitado enormemente o se ha doblegado a las presiones externas o simplemente ha desaparecido. A los ciclos, ya clásicos, determinados por el expolio minero, agroforestal o marino, e intensificados en función de los comportamientos de una demanda insaciable, se ha superpuesto en nuestros días lo que algunos autores han llegado a denominar el “rapto definitivo de África”. Con ello se hace referencia a la compra masiva de tierras que los Gobiernos enajenan al margen por completo de los intereses y las necesidades de la población, con especial menosprecio a las comunidades indígenas. La FAO ha llamado la atención sobre este tema, que alcanza umbrales escalofriantes, aunque manifiesta no poder hacer nada por evitarlo. En los últimos cuatro años cerca de 70.000 millones de dólares se han invertido en la adquisición de tierras por parte de empresas controladas por los gobiernos (State-Owned Enterprises) al servicio de los intereses de poderosas firmas transnacionales, entre las que sobresalen las grandes de la energía o las auspiciadas por China, cuya presencia en África alcanza niveles de magnitud insospechados y acorde con la lógica del lucro máximo. Ante un panorama en el que el sistema de poder está mediatizado por la corrupción y la connivencia espuria entre lo público y lo privado no cabe entender de otra forma la plena sumisión de África al círculo vicioso del subdesarrollo, responsable de ese caldo de cultivo en el que hacen acto de presencia y se agravan la corrupción, el pillaje y la criminalidad.

1 comentario:

Borja Santos Porras dijo...

Un artículo muy acorde e ilustrativo para comprender el fondo de los problemas que sufríó España en Somalia.