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14 de diciembre de 2018

Hacia una nueva Geografía de la automoción






El Norte de Castilla, 14 de diciembre de 2018

Los aspectos relacionados con la fabricación automovilística han ocupado siempre una posición primordial en las investigaciones de Geografía Económica. No es posible entender las grandes transformaciones que afectan a la producción, al comercio, al transporte, a la organización del trabajo, a la racionalización de las lógicas empresariales, a las relaciones humanas y a la reestructuración de los procesos territoriales sin aludir al decisivo impacto que la automoción ha provocado en todas estas variables. De ahí que las diferentes formas de movilidad asociadas a la evolución del automóvil lo hayan convertido en uno de los principales emblemas del siglo XX, en virtud de la dimensión alcanzada por las estrategias desplegadas en el mundo por sus empresas más representativas, al compás de las espectaculares innovaciones aplicadas a los procesos de producción, sujetos a la lógica de la competitividad global, a las alianzas interempresariales y a los esfuerzos encaminados al afianzamiento de posiciones de poder en el complejo panorama de las conexiones comerciales. Solo así puede comprenderse esa identidad que la automoción ofrece como “la industria de las industrias”,  una denominación que describí y analicé hace años como reflejo de su capacidad para la integración de procesos e innovaciones tecnológicas multisectoriales.

            Si el automóvil ha tenido una importancia crucial en los procesos socioeconómicos y espaciales de nuestro tiempo, es evidente que su relevancia pervivirá aunque dentro de parámetros – en cuanto a tipo producto,  mercado,  hábitos de uso, consumo, autonomía, pautas de movilidad y seguridad - distintos a los que han regido su funcionamiento hasta nuestros días. No asistimos a  un mero cambio de paradigma sino a una drástica revolución tecnológica en virtud de la cual la fabricación automovilística se inscribe en un escenario de transformaciones ineludiblemente condicionadas por los compromisos a que obliga la puesta en práctica del Acuerdo de Paris contra el Cambio Climático aprobado en 2015, pese a que los nuevos modelos (el  vehículo eléctrico)  no sean ambientalmente inocuos a lo largo de su ciclo de la vida (de la mina al desguace), debido a las necesidades iniciales del proceso de fabricación, a las cantidades de materias primas empleadas en la producción de baterías y al incremento exponencial de la demanda de electricidad a que su implantación masiva obliga. Tanto es así que las economías de energía podrían verse contrarrestadas por el altísimo nivel de producción requerida.

            En cualquier caso, se trata de un panorama en el que el comportamiento del sector ha de gravitar en función de las estrategias empresariales aplicadas a tres factores esenciales: la innovación del producto, las formas de trabajo y la localización de las instalaciones. Pues si, en efecto, la innovación aparece, en principio, concebida al servicio de la ecología, con todo lo que ello implica desde la perspectiva del tipo de producto fabricado – reflejo de la “tecnología última”, en rotunda expresión del expresidente de la Alianza Renault-Nissan-Mitsubishi, Carlos Ghosn-, es evidente que ello va a determinar de manera sustancial la orientación de la política energética y de las infraestructuras de carga, la adaptación de las cualificaciones laborales al tiempo que someterá a rigurosa evaluación el nivel de acogida y adaptabilidad ofrecido por las localizaciones existentes a los desafíos impuestos por las nuevas lógicas productivas.  Observando las pautas del complejo empresarial, cabe pensar que las directrices planteadas por las grandes compañías van a mostrarse proclives a la intensificación de sus capacidades competitivas dentro de una planificación de las actuaciones adaptadas a las exigencias ambientales con la mirada puesta en un horizonte que no admite dilaciones.

            Se inicia así un periodo de transición logísticamente asumida que sin duda va a obligar a la adopción de medidas estratégicas de extraordinario calado y con una dimensión geográfica de primera magnitud. En este sentido cabría centrarse en dos fundamentalmente. Por un lado, y a escala europea, se impone la necesidad de contrarrestar el sesgo que, favorable a la posición de China, reviste el proceso en ciernes, lo que, en concreto, justifica la urgencia de incrementar las capacidades competitivas de Europa en el decisivo campo de la fabricación de baterías, terreno en el que actualmente el peso de Asía es abrumador. Por otro, con la atención puesta en España, y que, por lo que nos atañe, pudiera ejemplificarse en los relevantes enclaves de montaje ubicados en Castilla y León, no cabe duda de que la estrategia a seguir, sin menoscabo de la reflexión que conviene suscitar sin demora, y sobre la base de lo que debiera consistir en acometerla desde una política industrial de Estado, pasa por la defensa y acreditación de las fortalezas sólidamente asentadas en su tradición manufacturera, en el que también descuellan firmas muy solventes en el subsector de componentes. No se trata solo de conjurar el riesgo de la deslocalización sino también de optimizar el enorme potencial ya creado tanto en la fabricación final como en la de bienes intermedios, ratificándolo como una de sus principales ventajas comparativas susceptibles de permitir afrontar con cierta seguridad y con el menor impacto negativo posible el enorme desafío que se avecina.

14 de noviembre de 2018

Ciencia frente a barbarie








El Norte de Castilla, 12 noviembre 2018


Los defensores de la Naturaleza observan en estos momentos un panorama contradictorio. Por un lado, asisten con estupor al triunfo de dirigentes políticos que, bien por el gran poder que ostentan (Trump en Estados Unidos) o por la inmensidad del espacio bajo su responsabilidad (Bolsonaro en Brasil, Putin en Rusia, Duterte en Filipinas), se muestran claramente a favor de las intervenciones desencadenantes de efectos demoledores sobre el medio ambiente y los paisajes mientras desprecian o ignoran los factores que, científicamente fundamentados, revelan los riesgos ecológicos a los que se enfrenta la Tierra, el único planeta habitable y el único que podemos transmitir a quienes nos sucedan en la secuencia de la vida.

            Por otro lado, y frente a esta preocupante tendencia, son muchas las personas que a la par se sienten complacidas ante el reconocimiento otorgado a relevantes personalidades de la comunidad científica, empeñadas en demostrar, con resultados teóricos y empíricos contundentes, la necesidad de mantener posturas de alerta frente a los riesgos o las situaciones de catástrofe previsibles que pueden alterar el funcionamiento de los ecosistemas en ausencia de pautas de control o de no regulación. De ahí la pertinencia de llamar la atención, por el significado que poseen y por su venturosa coincidencia en el tiempo, acerca de los dos galardones que han dado a conocer la labor desarrollada por los científicos estadounidenses William Nordhaus y Sylvia Earle. La trascendencia de la obra de ambos merece ser destacada, tanto por lo que significan las aportaciones respectivas - y la pertinencia de su reconocimiento en una época especialmente crítica - como por el expresivo engarce que, a mi juicio, cabe establecer entre ellas.

             Los modelos desarrollados por Nordhaus, Premio Nobel de Economía 2018, que en esencia gravitan sobre la evaluación integrada plurifactorial del calentamiento global, hacen hincapié decisivo en la dimensión económica de las causas y los impactos asociados al cambio climático como problema incuestionable. Merced a ello, la perspectiva desde la que se analiza este factor, responsable de una alteración ambiental de gran magnitud y con implicaciones a escala planetaria, se enriquece al incorporar de manera rigurosa – mediante los “modelos de valoración integrados” -  los efectos que ocasiona desde el punto de vista económico al tiempo que amplía los horizontes y la utilidad de las medidas susceptibles de aplicación con fines correctores. Entre otros aspectos relevantes, el motivo que ha justificado la concesión del Nobel centra la atención en los trabajos realizados en torno a un aspecto esencial: la regulación de las emisiones de CO2, que son vertidas a la atmósfera sin que los agentes que las provocan abonen un precio por ello. Se plantea, por tanto, la necesidad de que estas externalidades negativas estén sujetas a fiscalización – los impuestos al carbono – recurriendo a un sistema impositivo de implantación global, basado en el principio ético y operativo de corresponsabilidad planetaria, de modo que todos los países quedasen implicados en la lucha contra el cambio climático. Los que, en cambio, no asumieran esta responsabilidad (free ryder) podrían ser penalizados a través de la aplicación de un arancel uniforme sobre las importaciones.  

            Por su parte,  la impresionante tarea llevada a cabo por Earle la sitúa en la posición más avanzada e innovadora de la investigación oceanográfica sobre la base de un dilatado trabajo experimental, plasmado en el estudio minucioso del espacio marino mundial en sus diferentes escenarios bioclimáticos. Los resultados obtenidos, que constituyen la razón de ser de la concesión del Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2018, son espectaculares a tenor de las datos ofrecidos sobre la gravedad de las agresiones sufridas por las masas oceánicas como consecuencia de la contaminación resultante de la ingente y acumulativa cantidad  de residuos tóxicos y no biodegradables que se vierten sin control sobre ellas, amén de las producidas por la sobrepesca y la a menudo errática densificación urbanística del litoral.

            Cuando uno valora la relevancia de las aportaciones efectuadas por uno y otra comprende hasta qué punto de la solidez del conocimiento científico – que muchos políticos y ciudadanos subestiman o desconocen– depende la calidad de las estrategias y la efectividad de los resultados pretendidos con ellas. Y en este caso aprecia también las positivas interacciones que se producen entre ambos campos de investigación, pues  queda en evidencia la importancia que los océanos tienen en el equilibrio climático terrestre, en la medida en que son capaces de absorber cantidades elevadas de dióxido de carbono y del calor acumulado. De ahí su vulnerabilidad ante el incremento de la concentración de gases de efecto invernadero, que precisamente tratan de gestionar económicamente las estimaciones del economista galardonado. Concluyamos, en suma, que los Premios concedidos a William Nordhaus y Sylvia Earle marcan un hito de obligada consideración en la defensa de la calidad ambiental de la Tierra, que es, por cierto, el único planeta oceánico que existe.