El Norte de Castilla, 24 septiembre 2021
En el contexto de los interesantes debates planteados en torno a las dinámicas demográficas contemporáneas, afloran de nuevo en los países europeos y, entre ellos, en España, las reflexiones que centran la atención en los cambios que pudieran tener lugar en la reestructuración de los sistemas urbanos a partir de las implicaciones derivadas de la distribución selectiva de la población en el territorio a favor de los grandes complejos metropolitanos. Asumido hasta ahora dicho proceso como algo inexorable, su constatación no impide plantear hasta qué punto ese sesgo a favor de la polarización va a traer consigo un debilitamiento irreversible de las ciudades de pequeño y mediano tamaño o, por el contrario, puede cobrar sentido la hipótesis de una recuperación de sus posibilidades como espacios atractivos, susceptibles de experimentar una dinamización de las actividades económicas, con la consiguiente generación de riqueza y empleo que les permita contribuir a un cierto reequilibrio del territorio.
Abierta la reflexión a las comprobaciones
empíricas que ratifiquen con rigor el sentido de una u otra tendencia a corto y medio plazo,
el tema adquiere una notable relevancia en un momento especialmente decisivo, en el que el concepto de ciudad media cobra la dimensión que lo identifica con una reordenación del territorio. No en vano es el momento que revela el desencadenamiento de transformaciones económicas,
espaciales y socio-laborales de gran envergadura en coherencia con las
reflexiones, actitudes y exigencias provocadas por la era postcovid, por las
lecciones y advertencias de ella extraídas, y por las pautas de actuación
asociadas la transición ecológica, que se muestra inexorable, con los efectos socio-económicos
y espaciales derivados que ha de traer consigo.
Es evidente que ese proceso de
transformación encuentra en las ciudades su campo de experimentación más
significativo, y en el que el análisis comparado permite conclusiones valiosas desde el punto de vista estratégico. Es bien sabido que las grandes aglomeraciones conllevan,
proporcionalmente en relación con su tamaño, un elevado consumo de suelo y de
energía a la par que aumentan su capacidad de impacto ecológico en función de
la magnitud de los vertidos y las agresiones producidas a gran escala sobre el
medio ambiente. Son aspectos críticos a los que hay que sumar los impactos negativos
provocados sobre la calidad de vida de la población debido a problemas
inherentes a las escalas urbanas de gran dimensión como son los que tienen que
ver con la intensidad y congestión de los desplazamientos, con la conciliación de
actividades, con el encarecimiento de la vivienda o con la acentuación de las
desigualdades, entre otros muchos. Aparecen, en cualquier caso, sumidos en la
contradicción que resulta de contraponer sus posibilidades como espacios de
crecimiento económico ya consolidado y como lugares de asentamiento de
servicios y centros de dirección de primer nivel, con los condicionamientos y
servidumbres que acompañan a los procesos de aglomeración (de ahí el concepto de "deseconomías de aglomeración" que se aplica a las macroestructuras urbanas), limitativos cuando
se trata de acometer actuaciones correctoras de los problemas existentes y de
acomodar sus estrategias a los requisitos que imponen los objetivos propios de
la sostenibilidad. Tanto es así que no deja de llamar la atención la idea formulada por el geógrafo Guillaume Faburel cuando plantea la posibilidad de que las ciudades medias puedan convertirse en el "estrato urbano prioritario"
No sorprende, pues, que ante este escenario
parezca convincente y oportuna la necesidad de llamar la atención acerca el
margen de posibilidades que, como opciones alternativas tanto desde el punto de
vista del trabajo como residencial, presentan las ciudades en las que los
problemas señalados – en virtud de la escala dimensional más racional en la que
se plantean y pudieran resolverse - revisten menor gravedad. Quizá pueda
parecer excesivo presentarlas de manera genérica como escenarios alternativos
en un horizonte cercano, en virtud de las inercias que inducen al mantenimiento
del modelo dominante y de las insuficiencias que la mayor parte de ellas
presentan desde el punto de vista estratégico para acreditar, con perspectivas
de ser tenidas en cuenta, sus potenciales ventajas comparativas (tranquilidad, espacio, dotaciones educativas, coste de la vida proximidad...), con frecuencia
tan ignoradas como infrautilizadas.
Nos encontramos ante un gran desafío reestructurador del territorio, que conviene valorar en toda su dimensión para ser asumido por parte de los órganos responsables de la gestión de la ciudad y de la definición de sus principales orientaciones estratégicas. En este sentido no son desestimables los debates que están teniendo lugar en algunos países de la Unión Europea, en los que no son aisladas las voces que, de manera documentada y con cifras en la mano, dan a conocer las expectativas potencialmente ofrecidas por las ciudades situadas en un umbral de población entre los 10.000 y los 150.000 habitantes, aunque estos límites varían en función de los respectivos contextos territoriales.
Ahora bien, más allá
de estos umbrales se trata de identificar la importancia económico-espacial de este
nivel urbano intermedio, que opera como eslabón de transición entre las grandes
áreas metropolitanas y los espacios adscritos a los parámetros propios del
mundo rural. Se trata de una categoría que emerge con fuerza en el panorama de
las políticas públicas urbanas que preconizan la necesidad de fortalecer el
conjunto de ciudades susceptibles de fortalecer las interacciones sociales, afianzar los vínculos de convivencia y asegurar una mayor calidad de vida sobre
la base de su capacidad para configurar espacios urbanos inclusivos, seguros,
innovadores, cualitativos, resilientes y sostenibles, lo que obliga a una adaptación de las políticas
públicas para asumir con garantías los compromisos que esos objetivos implican
a la par que incrementan su capacidad de acción con vistas a lograr avances
significativos a favor de un mayor equilibrio y mejor aprovechamiento integral del
territorio. Suponen, en fin, una forma mucho más creativa de establecer las relaciones con el espacio. Ante este escenario no es ocioso aludir al margen de posibilidades
que tal vez pudieran abrirse para las ciudades de Castilla y León, donde este
rango urbano presenta potencialidades aún no debidamente aprovechadas.