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8 de diciembre de 2022

La Agencia Espacial en León: entre la eficiencia y la equidad

 

Campus de Vegazana. Universidad de León


El Norte de Castilla, 8 diciembre 2022


Aunque la decisión ya está tomada, tiene pleno sentido hacer una serie de puntualizaciones sobre el acierto que, a mi juicio, hubiera supuesto la implantación en la ciudad de León de la sede de la Agencia Espacial Española, que finalmente ha sido otorgada a la populosa capital de Andalucía por acuerdo unánime del Gobierno. Planteo estas reflexiones desde Valladolid con el propósito de traer a colación los argumentos que, de haber sido tenidos en cuenta de manera coherente con los criterios empleados, hubieran avalado de manera consistente la candidatura a favor de la ciudad bañada por el Bernesga, con evidentes repercusiones positivas para Castilla y León y quizá también para Asturias, en virtud de los efectos difusores que pudiera generar en las regiones septentrionales.


            Partamos de la idea de que el procedimiento utilizado para la asignación territorial de la Agencia Espacial y de la Agencia de Inteligencia Territorial no ha consistido formalmente en una decisión predeterminada, sino en un concurso abierto a las ciudades que se ofrecían a albergarlas mediante un proceso competitivo. Como era previsible, las candidaturas han proliferado más de lo que en principio se suponía: 21 ciudades han concurrido para acoger la Agencia Espacial y 14 la de Inteligencia Artificial. Una interpretación geográfica de las propuestas ofrece conclusiones muy interesantes que revelan hasta qué punto los contrastes interterritoriales que se producen en España, y que tienden a acentuarse, se corresponden con el propósito de afianzar, en los más dinámicos, la fortaleza ya alcanzada mientras se plantea impulsar, en los críticos, una personalidad latente, que se estima infrautilizada.


            La pretensión correctora de esta divergencia aparece contemplada de manera explícita e intencionalmente clara en los criterios en los quehabría de basarse la decisión. Se perseguía conciliar la eficiencia con la equidad, de modo que la voluntad de aprovechar las potencialidades existentes para adecuarlas al funcionamiento de una dotación exigente en infraestructuras y generadora de externalidades múltiples, operase a la vez como factor revitalizador del territorio en la lucha contra el debilitamiento poblacional del que tanto se habla y que tanto, al parecer, preocupa. Al propósito de satisfacer esta doble finalidad obedece la idea de abordar la cuestión como una iniciativa abierta a la selección entre ciudades, entendida como una fórmula idónea para descubrir, a través de las propuestas presentadas, las posibilidades latentes y, por tanto, susceptibles de ser valorizados. Pues, de otro modo, ¿qué sentido tiene abrir un concurso entre ciudades de todos los tamaños para rivalizar entre sí y provocar innecesariamente la frustración de las que no logran lo solicitado?


            En ese contexto de objetivos duales y complementarios hay argumentos suficientes para respaldar la idea de que la ciudad de León ofrecía posibilidades para asegurar una articulación entre ellos. No es una apreciación voluntarista, sino asentada en el conocimiento de las circunstancias que conforman la realidad espacial leonesa. Y es que las perspectivas del ámbito leonés están determinadas por la conveniencia de dinamizar y poner en valor unas indudables capacidades que han quedado lesionadas por la crisis de sectores emblemáticos (minería, siderurgia, energía, actividades agro-ganaderas) que han sustentado sus dinamismos económicos y sociales enraizados en el tiempo y en la riqueza natural. Si el retroceso empresarial y poblacional ha sido su manifestación más palmaria, no es menor la sensación de crisis emocional que se ha apoderado de un sector importante de la sociedad leonesa, lo que justifica los intentos a favor de la reafirmación de su personalidad y del reconocimiento que a todas las escalas merece.


            Es así como cabría interpretar también su intento de convertirse en la sede de la Agencia Espacial Española, al considerar que dispone de fundamentos sólidos para lograrlo. Si, entre ellos, no resulta desdeñable la capacidad de iniciativa empresarial acuñada a lo largo del tiempo, y que aún subsiste como reacción al declive, convendría destacar, en relación con el nivel de aptitud requerido por la Agencia el reconocimiento del nivel de especialización otorgado por la Escuela de Ingenierías Industrial, Informática y Aeroespacial cuyo prestigio se identifica con la diversificación en el ámbito de la ingeniera, tradicionalmente centrada en la acreditada Escuela Técnica Superior de Minas, a partir de los años ochenta. Las sucesivas promociones egresadas, tal y como ratifican los indicadores utilizados, han conseguido fraguar un importante grupo de especialización y de profesionales de primer nivel en el sector. El hecho de que, a modo de ejemplo, de este Centro de la Universidad de León proceda el primer astronauta seleccionado por la AgendaEspacial Europea constituye un testimonio fidedigno de que constituye un valor que no puede quedar desestimado.


         La existencia de esta dotación científico-técnica representa una plataforma susceptible de garantizar el buen funcionamiento y la correcta adecuación a las necesidades de la Agencia cuya instalación se ha solicitado, y que a su vez pudiera operar como catalizador de la potente dotación en ingenierías existente en Castilla y León. Se trataría además de una plataforma valorizable en un escenario de mejora y readaptación de las infraestructuras de comunicación de las que la ciudad no carece de antemano y que, como sucede en otros escenarios estratégicamente bien situados como es el caso, pudieran evolucionar en sintonía con la modernización de los ejes de comunicación física en el cuadrante noroccidental de la Península Ibérica en el que León sería capaz de desempeñar una función vertebradora crucial. En cualquier caso, todo ello hubiera supuesto no sólo el reconocimiento a una justa aspiración sino también una sensibilidad, sincera y no demagógica, hacia las tendencias regresivas a que se enfrentan las áreas con serios problemas de recuperación poblacional.

17 de diciembre de 2021

La industria, un motor esencial para el territorio

 

El Norte de Castilla, 25 diciembre 2021 

La instalación en Valladolid de una factoría de la empresa británica Switch Mobility, subsidiaria de la hindú Ashok Leyland, y destinada a la fabricación de autobuses eléctricos, es, en principio, una muy buena noticia. Más allá de los datos, en inversión y empleo, que revelan la magnitud de la iniciativa y que seguramente adquirirán mayor concreción a medida que espacialmente se materialice, esta decisión pone al descubierto dos aspectos que conviene destacar.

            En primer lugar, y contemplado desde la perspectiva regional, ratifica la relevancia alcanzada por Valladolid y Castilla y León como escenarios atractivos para la implantación industrial en todas sus manifestaciones. La decisión de la firma británica sintoniza con un prestigio acreditado en el tiempo, que asocia la ubicación elegida con la capacidad demostrada para ocupar una posición internacional de primer orden en el campo de la producción automovilística. La sólida tradición acumulada en este sentido, valorada y analizada en numerosas publicaciones, no podría perder continuidad en el panorama repleto de desafíos y estímulos abierto por el proceso de transición numérica y ecológica. Se trata de un enorme reto, condicionado por las implicaciones que derivan de la intensa transformación a que se ven abocados los procesos tecnológicos en el sector que a menudo he definido como “la industria de las industrias”, es decir, el complejo de tareas asociadas a la construcción compleja del automóvil, que en sí mismo supone la integración técnica y funcional de una gran variedad de elementos, todos ellos afectados por innovaciones tan intensas como aceleradas en el tiempo. 

Junto al nivel de calidad alcanzado por las factorías de montaje, justo es destacar el decisivo papel desempeñado por las plantas de elaboración de componentes, que han hecho de la industria auxiliar de la automoción ubicada en diferentes puntos de Castilla y León, y artífice de una trama fabril altamente competitiva, una de las más reconocidas del mundo. Como tampoco habría que ignorar la existencia de un personal altamente cualificado en los diferentes campos relacionados con la especialización tecnológica y organizativa de las empresas. Sobre tales cimientos está plenamente justificada la propuesta a favor de que la ciudad de Valladolid siga manteniendo un peso específico en los rumbos renovados de la automoción. Precisamente en esos términos planteé no hace mucho la conveniencia de que Valladolid mantuviera su condición de espacio privilegiado para el desarrollo de las instalaciones vinculadas al desarrollo de la movilidad sostenible. Así consta en el acta de la reunión del Pleno Consejo Social de la ciudad que, presidido por el alcalde, tuvo lugar el pasado 26 de octubre.  

               La segunda de las lecciones extraídas de la presencia de Switch Mobility en nuestra región – pues su resonancia ha de ser también regional – tiene que ver con lo que representa, a modo de ejemplo, dentro de los nuevos horizontes abiertos a la industrialización española y de la Unión Europea. En ambos casos, no es aventurado traer a colación el nivel de incidencia que el Plan de Recuperación,Transformación y Resilencia pueda tener en el cumplimiento de uno de sus objetivos prioritarios: el impulso de un modelo productivo sustentado fundamentalmente en la industrialización, la digitalización y el cumplimiento de los principios del desarrollo sostenible. Las interrelaciones que se establecen entre estas directrices suponen, en principio, un viraje muy notable respecto a las muestras de debilitamiento de la fortaleza industrial europea en el mundo, más ostensibles aún en términos relativos en el caso de España, donde el sector apenas representa el 15% del PIB, seis puntos por debajo de la media comunitaria europea y casi la mitad de Alemania. Recordemos también que España, según la OMC; ocupaba en 2020 el sexto lugar de la UE y el 15.º del mundo en el ranking de países exportadores de manufacturas, con una cuota en el mercado global de tan solo el 1,8%. Las diferencias provocadas por tales contrastes se han puesto claramente en evidencia durante los años de la Gran Recesión (2007-2008) cuando las limitaciones estructurales de una parte sustancial del tejido productivo español – ese “entramado demasiado vulnerable de pymes” de que habla el Banco de España - han agravado de manera sensible sus costos económicos y socio-laborales.  La resolución de estas limitaciones representa, por tanto, uno de los principales déficits estructurales que ha de ser corregidos en el contexto de las orientaciones estratégicas que globalmente han de marcar la pauta en el proceso de recuperación de la industria española y europea en un mundo globalizado.

               Contundentes son las proclamas emanadas de los órganos de gobierno comunitarios, cuando aluden a la necesidad de afianzar el papel de la industria como factor de impulso del crecimiento económico y del empleo. Y lo hacen en defensa de un complejo de actividades, cuyas premisas deben actualizarse en el contexto de los nuevos enfoques estratégicos a que al mismo tiempo obligan el Brexit – no es baladí que Switch Mobility sea una empresa británica, decidida a instalarse en un país miembro de la UE –, las rupturas producidas en el comercio de suministros y en las cadenas de valor internacionales (con los riesgos que conllevan) y los impactos provocados por la pandemia de la covid 19. No en vano asistimos a una reestructuración global de la Geografía de la industria, que conviene analizar de cerca para valorar sus implicaciones efectivas en España y en Castilla y León sobre la base de sus potencialidades constatadas.

 

1 de diciembre de 2008

CRISIS INDUSTRIAL, ¿RESIGNACIÓN O DESAFÍO?


El Norte de Castilla, 1 de Diciembre de 2008


Hace aproximadamente cinco años en Francia, Alemania y Reino Unido comenzaron a cobrar fuerza interesantes debates sobre el porvenir industrial a que estos países, y la Unión Europea en general, se enfrentaban en el panorama de incertidumbres provocado por la globalización de la economía. Prueba de ello fue, entre otros, el contenido del documento elaborado por la Presidencia de la República francesa en septiembre de 2004 sobre las condiciones de evolución de la política industrial para darse cuenta de los vientos que soplaban por Europa sobre un tema de tanta trascendencia para su futuro. No había que tener especiales dotes adivinatorias para presagiar cambios decisivos en el comportamiento espacial de las empresas, atraídas por las ventajas que otros escenarios pudieran ofrecer para la implantación de instalaciones fabriles al amparo de sus menores costes laborales y de su proyección hacia áreas de mercados en expansión. A ello se unía en el caso europeo el atractivo margen de perspectivas creadas por la ampliación hacia el Este, que ya dejaba entrever su repercusión en este sentido mucho antes de que se produjese la integración de estos países.


Sin embargo, hablar de política industrial, de estrategias de futuro, de proyectos de innovación encaminados a fortalecer el tejido productivo de base endógena no formaba parte de las prioridades en las que entonces se enmarcaba la política económica española. Los temas que atraían la atención eran otros, alentados por altas tasas de crecimiento en la renta y el empleo en los sectores que se consideraban motores de la economía, responsables de una sensación de confianza traducida en declaraciones entusiastas que, leídas de nuevo hoy, no dejan de causar un cierto rubor. Y sorprende que así fuera pues a nadie se le ocultaba tampoco la vulnerabilidad de un modelo de crecimiento sustentado en exceso sobre pilares cuya inconsistencia ya se había puesto de relieve en otros escenarios. No eran muchas las voces que en la prensa especializada se hacían eco de esta amenaza, pero sí encontrábamos de cuando en cuando advertencias aleccionadoras que, apoyándose en la experiencia comparada, destacaban que la dependencia de la actividad inmobiliaria y del turismo introducía niveles potenciales de riesgo asociados a su característica evolución coyuntural y a la dificultad de plantear dinámicas estables de crecimiento en virtud del comportamiento fluctuante de la demanda.


Estas tendencias críticas eran aún más previsibles en el sector de la construcción, sobre el que algún día habrá que hacer un análisis a fondo de las circunstancias que han motivado su consideración como uno de los factores más traumáticos de la economía así como de sus implicaciones en la sociedad, en la política y en el territorio españoles. Nada más lejos de mi ánimo que cuestionar su importancia y necesidad, pero lo que ha ocurrido en España en los últimos diez años a este respecto es realmente muy grave.


Entre tanto, insistentes y reiterativas eran las advertencias sobre los bajos niveles de productividad y de competitividad que afectaban a la economía española, situándola en estos decisivos indicadores en los últimos lugares de los países más avanzados de la Unión Europea. Este déficit, destacaron Luis de Guindos y Emilio Ontiveros, en una interesantísima mesa redonda celebrada en Valladolid a comienzos de este año, constituye un grave condicionamiento que es necesario afrontar en unos momentos en los que el modelo de crecimiento comienza a entrar en crisis y se impone la necesidad de afrontar los retos impuestos por la fuerte competencia internacional y las tendencias a la deslocalización de las empresas, en el nuevo marco de posibilidades y expectativas de recuperación de la rentabilidad permitidas por la globalización de la tecnología y de los mercados.


Y es que la importancia y la magnitud de las operaciones de deslocalización sufridas por la industria española en esta primera década del siglo XXI son sin duda alarmantes. Casi un centenar de actuaciones acometidas o proyectadas en tal sentido durante estos años han hecho mella sobre cerca de 50.000 trabajadores al tiempo que revelado la fragilidad de un tejido productivo - encabezado por el sector de material de transporte, equipos eléctricos, caucho, madera y textil – en el que las estrategias planteadas por las empresas que acometen esta decisión escapan por completo al control del país de acogida, lo que trae consigo, aparte de un fortísimo coste social, la descapitalización de las áreas de implantación y la génesis de un horizonte de incertidumbre para el que no existen respuestas y alternativas a un plazo lo suficientemente corto para neutralizar la gravedad de sus efectos.


Son tan numerosas las experiencias vividas en España y en la mayor parte de sus Comunidades Autónomas, entre ellas Castilla y León, que sorprende el que esta cuestión no haya sido abordada como un gran tema de Estado, primordial por su importancia y, desde luego, mucho más interesante y necesario que las polémicas encrespadas que han sacudido la vida política española y que, a la postre, han quedado relegadas al olvido.


Ha habido que esperar al estallido de la crisis financiera que conmociona nuestra época, y que en España se ve agravada por una crisis económica y de competitividad, para que comenzasen a aflorar las voces a favor de la necesidad de poner en marcha una política industrial, que reafirmase las posiciones del país en este sentido y le liberase de los contrapesos que aún dificultan seriamente una inserción sólida y estable en la economía y en la sociedad globalizadas. Desde esta perspectiva, bienvenido sea el reconocimiento del papel esencial que la industria debe desempeñar en el desarrollo económico. No en vano, es el sector que fortalece la innovación, el desarrollo de los servicios avanzados y la presencia en el mercado internacional, que de ningún modo debiera estar basada en la especialización en sectores de bajo valor añadido, con el riesgo de debilitamiento de sus posiciones en la economía internacional que ello traería consigo.

25 de julio de 2008

JUVENTUD, MALGASTADO TESORO


El Norte de Castilla, 25 de Julio de 2008


Más que el “divino tesoro” con que la concibió la mente poética de Rubén Darío, la juventud actual es más bien un tesoro a menudo malgastado, una generación infrautilizada y en cierto modo abandonada a su suerte. A todos se nos llena la boca cuando hablamos de lo bien formados que están los jóvenes de nuestro tiempo. Como nunca. Hace años se habló de los JASP (Jóvenes Aunque Suficientemente Preparados), para designar una categoría que destacaba por su cualificación, por sus dotes para levantar el país. Al tiempo se enfatiza sobre lo que representan otras siglas casi mágicas - I+D+i - un polinomio que integra investigación, desarrollo e innovación. Son los pilares del desarrollo, los cimientos de la sabiduría y la posición sólida en un sistema muy concurrente, el objetivo de toda política económica que se precie. Sin ellos, no hay competitividad ni correcta inserción en la economía global, que selecciona y al tiempo discrimina a cuantos - países, organizaciones, ciudadanos - no se acomoden a sus pautas y exigencias. Asumidas estas siglas como indispensables, qué mejor garantía que la juventud que tenemos para convertirlas en armónica y fecunda realidad. El modelo a seguir.


Todo eso está muy bien, pero...... ¿en qué situación se encuentra esa juventud profesionalmente tan sólida, y que tantas garantías de seguridad nos ofrece?. Salvo que cundan los mecanismos que, a través de las influencias personales o políticas, resuelven la incertidumbre, cada vez son más numerosos y reiterados los ejemplos que evidencian que esa juventud se enfrenta a un panorama más que sombrío: o el paro o la explotación. No hay paliativos que contengan y maticen tan dura y preocupante realidad para los que compiten con sus solos recursos intelectuales. Los jóvenes están sumidos en un círculo vicioso, en el que priman la precariedad y la indefensión, de los que resulta difícil salir: precariedad ante el empleo e indefensión ante el empleador y las instituciones que teóricamente les amparan.


Su expresión más clara es el humillante tratamiento salarial otorgado, que mayoritariamente les sitúa en el rango de los "mileuristas" o, mejor aún, de los "submileuristas", lo que se traduce en una absoluta incapacidad para organizar la vida con perspectivas confiadas de futuro. Según los últimos datos ofrecidos por el Consejo de la Juventud de España (2008), el salario medio por tramos de edad y sexo era de 1.203 euros los hombres y de 1.000 las mujeres. Cifras medias que encubren la posición crítica en que se encuentran los que están por debajo de los 24 años que apenas rozan los mil euros en aquéllos primeros para alcanzar los 753 en éstas. Hay informes que rebajan en casi un 20% estos umbrales, agravados por la brevedad de las contrataciones.


Con este listón salarial, que se mantiene inamovible, se retribuye un trabajo cualificado, esencial para el funcionamiento de las empresas y propenso además a una adaptabilidad que echa por tierra los tópicos de que la formación adquirida no se adecua a las exigencias del sistema productivo. Falso. Los JASP trabajan duro y mucho, con horarios superiores a los establecidos, con contratos temporales y sujetos a modificaciones que escapan a su control. Se adaptan rápidamente a las circunstancias técnicas y estratégicas de las empresas y su versatilidad es reconocida como una de sus principales cualidades.


Y además, lo que agrava aún más el panorama, es que sobreviven en un contexto de individualismo atroz, absolutamente desprovistos de los instrumentos de defensa que de hecho existen, aunque cada vez más mitigados, para el conjunto de los trabajadores. De ahí la crítica situación de la juventud que se esfuerza, que trabaja, que evita el oropel de lo fácil y lo oportunista y que no se diluye en los discursos banales de quienes utilizan la imagen de los jóvenes como pretexto para sus declaraciones no exentas de demagogia.


Que alguien me corrija, pues deseo estar equivocado: ¿se recuerda que en las políticas de igualdad que se propalan desde el poder con tanto énfasis cobre fuerza la propuesta en contra de las discriminaciones que afectan al reconocimiento del trabajo de los jóvenes y al desigual tratamiento salarial por sexos?, ¿tenemos noticia de que el relumbrón con que se presenta la promoción de ambiciosos jóvenes, profesionalizados en la política, va ligado a la manifestación de una preocupación por quienes no optan por esta vía para satisfacer sus ambiciones personales y profesionales?, ¿hasta qué punto resulta ético presentar a aquéllos como un símbolo a seguir?, ¿ha visto alguien a uno o varios dirigentes sindicales, en activo o en su cómodo retiro, sacar la cara, con la contundencia y persistencia que merecen, por la situación de los jóvenes explotados con contratos temporales, con becas de miseria y con trabajos en prácticas, suscritos con las Universidades, y merced a los cuales se dispone de mano de obra apta a precios irrisorios?, ¿dónde están los principios que respaldan el reconocimiento dignificado de un trabajo de gran competencia?.


Por favor, díganmelo, porque yo no estaba cuando salían en su defensa. Partidos políticos, sindicatos, organizaciones empresariales, universidades: todos se concitan para incurrir en la misma componenda, aceptando convenios que redundan en la consideración deteriorada del trabajo. Pero, eso sí, mirando para otro lado cuando les sacan los colores, que tampoco son tantas veces.

2 de agosto de 2007

DOS EMPRESARIOS DE REFERENCIA


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El Norte de Castilla, 2 de Agosto de 2007
La casualidad nos ha situado ante dos sucesos luctuosos ocurridos casi en la misma fecha. Las muertes de Santiago López y de Jesús de Polanco han permitido evocar la vida y a la obra de dos personajes representativos de lo mejor del empresariado español en la segunda mitad del siglo XX. Poco importa que no se conocieran o que sus posiciones ideológicas y políticas discrepasen. Las disensiones que han afectado a la historia reciente de España, y que uno y otro vivieron, cada cual desde su perspectiva, con la intensidad propia de quien siente implicado de lleno en la trayectoria de su país, no han impedido que, a la postre, prevalezca el denominador común que los distingue como referentes a los que remitirse para ejemplificar, sobre la base de sus respectivos legados, lo mucho que significa su aportación al desarrollo y a la transformación positiva de las sociedades y de los espacios en los que desplegaron sus respectivos proyectos e inquietudes.

Esta valoración se basa en su identificación con la figura del empresario entendido en el sentido más encomiable del término. Es una categoría que lograron dignificar en medio de un panorama de dificultades e incertidumbres, poniendo al descubierto lo que verdaderamente acredita el espíritu de empresa frente a los intentos de trivializar el concepto y de atribuirlo indebidamente a cuantos presumen de tenerlo sin los requisitos inherentes a esta cualidad, es decir, la capacidad de iniciativa para la puesta en marcha de proyectos innovadores, la audacia frente al riesgo, la tenacidad en la lucha por objetivos de amplio alcance y largo plazo, la autoridad moral, el rechazo a las prácticas especulativas, el liderazgo para crear equipos solventes y el sentido de la oportunidad histórica. Rasgos, en fin, capaces de marcar líneas de comportamiento y de gestión que acaban cristalizando en obras sólidas, resistentes al paso de tiempo y que a la par implican efectos positivos, de gran impacto en sus entornos.

Si con razón se ha señalado la responsabilidad de Santiago López en la transformación de la ciudad de Valladolid como uno de los artífices del despegue industrial que hizo aflorar una nueva sociedad y una dinámica urbana sin precedentes, aunque no exenta de fuertes contradicciones, considero que su huella rebasa con creces la dimensión vallisoletana. Debemos mencionar su papel como uno de los impulsores de la moderna industria del automóvil en España, en la medida en que la creación de FASA - en la que como artífice de la iniciativa desempeñó también un eminente protagonismo la labor de Manuel Jiménez Alfaro - supuso, en un campo dominado por la acción pública, la materialización del primer gran proyecto planteado desde la iniciativa privada con criterios de racionalización tecnológica, que actuaría a su vez como catalizador de la presencia extranjera – en este caso, de Renault -, lo que le convierte en uno de los soportes sobre el que se apoyaría el fuerte despegue en los sesenta de la automoción en España al amparo de su atractivo para la implantación de las grandes firmas multinacionales del sector.

Al propio tiempo no es baladí el mérito que le cupo como polemista cualificado sobre cuestiones de interés económico que desbordaban la escala local. En el Departamento de Geografía le conocíamos como “el termómetro”, pues atentamente seguíamos el pulso de los cambios económicos a través los comentarios que con frecuencia realizaba en El Norte de Castilla y en otros medios sobre la evolución de la economía, en los que hacia alarde de una visión crítica, amplia de miras, siempre coherente con la defensa de la industria como motor del crecimiento, y con un horizonte que apuntaba al conjunto de la región, cuando esta dimensión era ignorada o considerada irrelevante. Sus reflexiones sobre los Planes de Desarrollo, que seguí de cerca, merecen ser recordadas como unas de las más perspicaces que en su momento se hicieron.

Tampoco fue tarea fácil la acometida por Jesús de Polanco cuando a mediados de los setenta supo entender lo que podría representar el proyecto periodístico concebido por José Ortega Spottorno y al que se adhirió, asumiendo gran riesgo y coste personal, consciente del decisivo papel que iba a desempeñar la información libre y de calidad en un proceso tan azaroso y complicado como iba a ser la transición a la democracia en España. Con la perspectiva que da el tiempo transcurrido, y sin olvidar las polémicas suscitadas en torno a la obra del editor fallecido, su acritud pierde consistencia frente a los méritos de una labor que suscita tanta consideración como respeto por parte de quienes con sus productos editoriales competían con él en buena lid. Decía Servan-Schreiber que “la calidad del periodismo se mide por el rigor y la objetividad de la información suministrada, por el rechazo a cualquier forma de sectarismo y por la fidelidad a los principios que amparan la libertad de expresión”.
Pues bien, más allá de las controversias que pudiera suscitar la trayectoria de la cabecera – el diario “El Pais” - identificada con la aportación de Polanco al periodismo, no cabe duda de lo que supuso su salida a la calle cuando todavía el horizonte de la democracia se mostraba confuso y la demanda de libertad e información, aun insatisfecha, era un clamor creciente en la sociedad española. Mucho tiempo ha transcurrido desde que Santiago López y Jesús de Polanco pusieron en marcha las iniciativas que les han singularizado, mas su impronta pervive en el recuerdo y en la realidad. Una impronta asociada a aquellas ideas - desarrollo, innovación, voluntad de cambio, visión de futuro – que ambos protagonizaron y a las que tanto debe la modernización de la España contemporánea.

29 de mayo de 2002

AGUILAR ES LA MARCA



El Mundo-Diario de Valladolid, 29 de Mayo de 2002




Experiencias y acontecimientos como los que han conmocionado en los últimos meses, .y lo siguen haciendo todavía, actividad y la vida en Aguilar de Campoo no son, por desgracia, in­frecuentes en el panorama industrial contemporáneo. Las reducciones drásti­cas de plantilla, la amenaza de expedien­tes de crisis o simplemente el cierre y desmantelamiento de las fábricas defi­nen con tintes dramáticos, por las graves repercusiones que tienen sobre el em­pleo y la economía, la situación a que se ven abocadas a menudo las empresas in­dustriales y de cuyos impactos no se en­cuentran, en principio, ajenos ningún sector y ningún espacio por más potentes y sólidos que pudieran parecer. Y es que la industria es una actividad inestable por excelencia, sometida a una dinámica de cambio permanente, en la que, bajo las premisas im­puestas por un contexto fuertemente concurrencial, confluyen las premisas im­puestas por la innovación tecnológica, la calidad del producto y la competitividad en su proyección al mercado.


Creadora de ri­queza, de valor añadido, de crecimiento y de trabajo, es también el soporte primor­dial del desarrollo económi­co y uno de los fundamen­tos claves sobre el que des­cansa el prestigio de un te­rritorio, que encuentra en la identificación de su perso­nalidad fabril uno de los factores esenciales de acre­ditación a todas las escalas. De ahí la atención y rele­vancia que se le ha de otor­gar, y que en modo alguno deben quedar relegadas ante otro tipo de priorida­des sectoriales, ya sea en el sector de la agricultura o de los servicios, con los que debiera mantener una rela­ción de compatibilidad siempre prove­chosa en beneficio del equilibrio intersectorial deseable.


En una Comunidad como Castilla y León, que industrial mente siempre ha ocupado una posición modesta en el conjunto de las regiones españolas, lo sucedido en Aguilar trasciende con mucho la consideración estricta que el problema presenta en su escenario concreto de impacto para convertirse en una cuestión que afecta muy direc­tamente a las perspectivas y posibilida­des de la industria instalada en una re­gión con contradicciones evidentes en su nivel de desarrollo. Valorarlas en su justa dimensión, entender hasta qué punto ofrecen un panorama alentador o marcado, en cambio, por la incertidumbre y el riesgo constituye un ejerci­cio necesario si realmente se desea consolidar las bases de un modelo de crecimiento que impida afrontar en las condiciones menos traumáticas posi­bles los costos que normalmente acom­pañan a la crisis de una empresa o a la reestructuración de sus activos en un ámbito determinada.


Dudo mucho que esto se haya hecho en Castilla y León con la suficiente diligencia y sobre todo con la continuidad y atención que re­quieren las circunstancias. Considero más bien que se han desaprovechado, pese a haber dispuesto de ellas, oportunidades que quizá hubieran permitido someter a una profunda revisión el análisis de los rasgos que definen el sistema productivo regional, poniendo en evidencia sus puntos críticos y tra­tando de resolverlos con una visión a largo plazo, liberada de los altibajos que imponen las coyunturas y de las in­cógnitas que implica la presencia del capital externo, cuando sus objetivos entran en contradicción o no se corres­ponden ya con el espacio en el que se ubican.


La verdad es que bien poco se ha sa­bido de lo que supuso para esta región el Plan Tecnológico Regional, cuya aplicación a partir de 1996 estaba lla­mada a desempeñar una importancia capital como instrumento de diagnósti­co, de movilización del entramado em­presarial y de búsqueda conjunta - por parte de la Administración regional y de la empresa privada - de opciones de desarrollo destinadas a fortalecer el te­jido productivo de la región, en sinto­nía con los postulados que en el con­texto europeo otorgan una atención es­pecial a las capacidades endógenas de desarrollo. De lo que entonces signifi­caba la puesta en marcha del Plan que­dó constancia en los fastuosos prime­ros encuentros realizados con tal fin, pero, transcurridos los años y ya culmi­nado con holgura su periodo de vigen­cia, carecemos de los datos y de los in­dicadores necesarios que nos permitan evaluar su incidencia efectiva, de qué modo los recursos disponibles sirvie­ron para abordar los fines previstos o, lo que es lo mismo, qué impacto tuvo todo aquello para cimentar las bases de una política industrial digna de tal nombre.


Tengo, sin embargo, la im­presión de que Castilla y León ha care­cido de ella o al menos creo que la que se haya podido llevar a cabo no ha ser­vido para articular en un sistema cohe­rente y con las interrelaciones necesa­rias los numerosos órganos que, con­cebidos como medidas de impulso a la industrialización o susceptibles de dinamizarla – como es el caso de la Agencia de Desarrollo, de la Red de Centros Tecnológicos, de las OTRIS, o de las Fundaciones de las Universidades, por citar algunos de los más representati­vos- han operado como elementos di­sociados, puntualmente activos pero todavía incapaces de fraguar con la de­bida consistencia un verdadero siste­ma regional de innovación, en los tér­minos de apertura, flexibilidad y efi­ciencia con que este concepto es inter­nacionalmente e concebido.


Todas estas consideraciones adquie­ren plena actualidad y, sobre todo, gran urgencia estratégica en el ambiente de tensión provocada por la crisis de la emblemática y centenaria firma galletera ubicada en Aguilar de Campoo desde finales del siglo XIX y representativa du­rante mucho tiempo de una de las principales se­ñas de identidad fabril de Castilla. Los factores de­sencadenantes del pro­blema son bien conoci­dos, han sido analizados con coherencia y exhaustividad y huelga de nuevo detenerse en ellos. Efec­tuado el diagnóstico, y pendiente de encontrar la opción que a corto plazo permita mitigar el grave impacto social y económi­co del cierre - y que, a mi juicio, pudiera decantarse quizá hacia la posibilidad de configurar, bajo la égida de “Siro” o “Gullón”, un vigoroso y competitivo grupo galletero palentino - de lo que se trata ahora es de entender sin ambi­güedades y dilaciones el significado de lo que este hecho representa es el de­tonante que revela una si­tuación de riesgo poten­cial en el que se halla sumida una parte importante del sistema productivo re­gional, sujeto a las premisas de la multinacionalización empresarial, que, si selectivamente crea posibilidades que no deben ser desestimadas, no es me­nos cierto que también se acompaña de incógnitas hacia el futuro, en virtud del proceso de deslocalización que posi­blemente tenderá a intensificarse en una Unión Europea ampliada.


De ahí que, so­bre la base de estos argumentos tendencias, cobre fuerza una vez más la idea que subraya la dimensión estratégica y primordial asociada a la movilización de la iniciativa endógena, que tan notables resultados ofrece ya en un amplio abanico de sectores, po­niendo en evidencia el papel que de­sempeña la plena identificación con el territorio, cuando éste dispone, como es el caso, de recursos evidentes para ello. Dicho de otro modo, y con la mira­da puesta en la resolución del grave problema planteado por la crisis en la comarca y en la villa palentina, se lle­ga a la conclusión de que posiblemente la marca sobre la que sustentar en ade­lante su personalidad fabril ya no sea "Fontaneda". La marca deberá ser Aguilar.

11 de febrero de 1996

EL PLAN TECNOLOGICO REGIONAL: UN MARCO DE POSIBILIDADES AÚN POR DEFINIR



El Norte de Castilla, 11 de Febrero de 1996



Es sin duda una excelente noticia la que recientemente se ha dado a conocer con motivo de la elección de nuestra Comunidad Autónoma como territorio en el que llevar a cabo la elaboración y puesta en marcha de un Plan Tecnológico Regional, promovido y auspiciado por la Comisión Europea. Tratándose de una decisión a la que han contribuido los esfuerzos conjugados de las Administraciones Central y Autonómica, nos encontramos, finalmente, ante una iniciativa de capital importancia, pues, merced a ella y en virtud del compromiso que supone acometer un proyecto de tal envergadura, Castilla y León se individualiza en España como la única experiencia planteada hasta ahora en este sentido y, lo que no es menos importante, como un espacio a tener en cuenta entre ese reducido número de regiones europeas (seis en total) asimismo seleccionadas en función de una serie de criterios que, entre otros indicadores, ponderan positivamente la calidad de sus recursos y sus reconocidos potenciales de crecimiento, aún infrautilizados.


Al margen de cualquier optimismo carente de sentido, lo cierto es que este hecho permite avalar dos argumentos inequívocos: por un lado, ratifica claramente el alcance de los nuevos horizontes abiertos por la integración europea que, más allá de la vertiente simplista y demagógica desde la que a veces se la contempla, propicia la apertura hacia nuevas estrategias de crecimiento, dificilmente abordables ya en un contexto ajeno a los mecanismos de la integración en estructuras territoriales más amplias e interdependientes; y, por otro, pone igualmente en entredicho esa visión propensa al pesimismo, e incluso a la catátrofe, que con tanta frecuencia como vaguedad se esgrime todavía a la hora de identificar los perfiles distintivos de la realidad regional. Sin incurrir "a priori" en el planteamiento contrario, digamos que, si el conocimiento objetivo de los hechos acaba siempre proporcionando a los análisis su adecuada dimensión, la valoración de los aspectos citados induce a pensar que en el equilibrio actualmente planteado entre posibilidades y servidumbres o entre ventajas y limitaciones tienden a prevalecer las primeras, al menos como soportes globales que, evidentemente, deberán de ser estimulados y aprovechados como auténticos factores de dinamización a través del rigor y eficacia de las medidas adoptadas al efecto.

Entiendo que es precisamente en coherencia con estas ideas donde hay que situar la presumible trascendencia del Plan Tecnológico, de los instrumentos de gestión diseñados para llevarlo a cabo y, sobre todo, de sus estrategias de actuación operativa. En este sentido, y como punto de partida, resulta convincente el protagonismo otorgado a la casi recién creada Agencia de Desarrollo Económico, a la que, aparte de las funciones que le son específicas, se le asigna ahora una responsabilidad sólida, acorde con los objetivos que la inspiran y susceptible de convertirla, por tanto, en uno de los artífices clave de la política de desarrollo tanto sectorial como territorialmente.

Finalidad que, en concreto, puede encontrarse bien apoyada en los pilares que han de cimentar el funcionamiento del Plan, es decir, el Foro Tecnológico y el Comité Ejecutivo. Concebido el primero como el órgano donde se produce la confluencia de las perspectivas planteadas por parte de las empresas, los agentes institucionales y la Universidad, dando lugar así a un "sistema" de interrelaciones que en teoría se presenta tan fecundo como lo permitan los niveles de sintonía, complementariedad y corresponsabilidad que entre ellos pudiera establecerse, la estructura del Comité Ejecutivo reproduce, aunque lógicamente simplificado, el mismo esquema tridimensional, adecuándolo a los propósitos de un ente con poder decisorio.


Sobre esta base de partida, que, en principio, parece razonable y funcionalmente válida, se impone la consideración en torno a cuáles debieran ser las líneas maestras capaces de ir cubriendo gradualmente los objetivos pretendidos en un horizonte temporal no excesivamente dilatado. Y es que en ésta, como en otras cuestiones de similar relevancia, no es ocioso invocar la necesidad de una reflexión abierta y plural, entre otras razones porque bajo el epígrafe genérico de la innovación tecnológica se aglutina un gran número de elementos y factores, dotados de distintos grados de protagonismo pero, en cualquier caso, implicados todos ellos en una finalidad compartida: la de contribuir a la readaptación integral del aparato productivo como premisa necesaria para afrontar ventajosamente los retos de la competitividad y para generar efectos positivos en el empleo, en las cualificaciones, en la economía y, consecuentemente, en la dinámica global del territorio.

Pues bien, como contribución a esta voluntad de intercambio flexible de ideas, y a modo de simple apunte, tal vez fuera oportuno hacer una llamada de atención sobre algunos de los aspectos que no convendría olvidar en la ordenación de las decisiones o de las estrategias a llevar a cabo. Entre ellos, y pese a la necesaria brevedad con que han de ser expuestos, me permito apuntar los siguientes:

- en primer lugar, sólo con un conocimiento científico de las características, tendencias condicionamientos, imbricaciones y potencialidades del sistema productivo regional, y al margen de esquemas preestablecidos, es posible sentar las bases de un diagnóstico lo suficientemente riguroso y objetivo como para que la aplicación de los instrumentos programados no se vea invalidada por disfunciones imprevistas, con el consiguiente riesgo de frustración y despilfarro que ello implica.

- es indispensable, por otro lado, lograr la superación de los recelos, las desconfianzas e incomunicaciones que entorpezcan los esfuerzos encaminados a lograr una mayor cohesión del entramado empresarial, sin cuyo consenso y asimilación es muy dificil colmar las expectativas creadas en este sentido. De ahí que el tránsito de una actitud basada en el predominio de la fragmentación individualista a otra en la que, por el contrario, prime "la cultura de la cooperación" constituye uno de los requisitos primordiales para la consecución de un balance satisfactorio.

- en análogo sentido, la experiencia comparada - y bastaría remitirse a algunos de los Programas acometidos con particular éxito en determinadas regiones europeas - demuestra hasta qué punto la efectividad de un Plan Tecnológico pasa necesariamente por la configuración de "redes" de empresas focalizadas en torno a firmas innovadoras con auténtica capacidad de arrastre, e insertas a su vez en una vigorosa Red Territorial de Innovación, en la que resultase perfectamente compatible el desempeño de la función coordinadora con el estímulo de la capacidad de iniciativa ejercida, descentralizadamente, por las áreas o conjunto de enclaves con mayores posibilidades de dinamismo en función de la entidad y coherencia de sus potenciales productivos y empresariales.

- y, por último, no cabe duda el enorme desafío que todo ello ha de suponer en la remodelación a corto plazo del sistema universitario regional. Cada vez más afianzado el papel de la Universidad como un componente esencial de las estrategias de desarrollo contemporáneo, en virtud de un proceso de perfeccionamiento cualitativo que admite ya difícil réplica por otros ámbitos del saber y la investigación, no sería aventurado afirmar que del peso que se la conceda tanto en el terreno propositivo como en relación con el amplio abanico de cuestiones y perspectivas en que se desglosa actualmente el concepto y la práctica de la innovación tecnológica va a depender el buen funcionamiento de una iniciativa que, aun en sus albores, puede contribuir a clarificar las incertidumbres en que actualmente se encuentra sumido el futuro industrial y terciario de nuestra región.


20 de octubre de 1990

VALLADOLID ANTE EL FUTURO: HACIA UN NUEVO MODELO DE CRECIMIENTO


El Norte de Castilla, 20 de Octubre de 1990



Cuando, a finales de junio, escribí en estas mismas páginas que el futuro indus­trial de Valladolid podría verse seriamen­te cuestionado por los proyectos reestructuradores que se ciernen en nuestros días sobre la industria automovilística, no era consciente de que, apenas cuatro meses más tarde, dicha hipótesis vendría avala­da por los indicios que inexorablemente parecen apuntar en esa dirección. Desde entonces han ocurrido acontecimientos que, en efecto, presagian la ruptura y a la vez el presumible inicio de una nueva etapa en la evolución de la economía y de la sociedad vallisoletanas, que distaría de corresponderse en sentido estricto con las líneas maestras que hasta ahora han ci­mentado los pilares básicos de su modelo de crecimiento. A través de un proceso que todavía no ha culminado, la sensa­ción de crisis comienza a imponerse con fuerza al verificar los síntomas que deno­tan el debilitamiento paulatino de una actividad hasta hace poco considerada de forma inequívoca, como el fundamento explicativo de la intensa metamorfosis vivida por Valladolid desde los años se­senta.


A la amenaza de cierre de la antigua Motransa, supeditada a la revisión de las estrategias empresariales acometida por Fiat, se una la drástica política de reajuste que, tras la recientemente formalizada operación de compra, la misma compa­ñía italiana aplicará sin duda a Enasa o, más expresivo aún, la puesta en práctica de los programas previstos con propósi­tos similares por la sede central de Régie Renault, cuyo impacto sobre la factoría más relevante de la Comunidad Autóno­ma ha de materializarse fuera de toda duda a un plazo no excesivamente largo. Todo ello sin olvidar la frustración en que finalmente han cristalizado algunos de los proyectos de fabricación más ambi­ciosos y que tanta ilusión suscitaron en su momento.


Más allá de los argumentos coyunturales sería, desde luego, largo y prolijo alu­dir aquí a los factores de estructura que justifican estás tendencias, pero lo cierto es que, conectados directamente con el actual comportamiento estratégico y con la necesidad de hacer frente a sus proble­máticas específicas, revelan la existencia de cambios previsibles, sobre todo sí se tienen en cuenta los indicadores a la baja que desde hace algún tiempo rigen la dinámica de sus principales variables en los países donde se localizan los grandes centros de decisión. El hecho de que, una vez planteadas en sus respectivos núcleos decisionales, las premisas de reajuste co­miencen a proyectarse de forma encade­nada en nuestro país, donde el funciona­miento de la industria del automóvil se subordina plenamente a las directrices exógenas, pone al descubierto la vulnera­bilidad teórica del sector y las incertidumbres que pudieran aquejar a aquellos en­claves que, como expresivamente sucede en Valladolid, sustentan primordialmente su dinamismo sobre la vitalidad y las vicisitudes de una actividad no exenta, ni liberada, de situaciones críticas.


En estas circunstancias resulta lógico e inevitable reflexionar acerca de los posi­bles mecanismos que permitan hacer frente a los eventuales efectos traumáti­cos ocasionados por el agotamiento de un modelo sometido a revisión e incapaz, por ello mismo, de seguir garantizando los umbrales de crecimiento hasta ahora conocidos. Se trata de una reflexión tan necesaria como perentoria, obligada al mismo tiempo por el hecho de que ha de ser abordada en un contexto singular, netamente distinto del que, en cambio, ha determinado las estrategias compensato­rias de la crisis en los espacio sujetos a los programas públicos de reconversión y reindustrialización. Es decir, frente a las políticas de protección que, como es sabi­do, han auspiciado la superación de los problemas estructurales en las llamadas «regiones industriales en declive», no se contempla esta clase de instrumentos pa­ra las áreas que, al margen de las condicio­nes privativas de aquéllas, se hallan, no obstante, expuestas a la aparición de ten­siones y dificultades análogas.


Surgen así las que, a mi juicio, pudieran ser interpre­tadas como situaciones de «reconversión latente», cuya manifestación más clara la ofrece un sector, como el del automóvil, que si no participa propiamente de la gravedad específica de las actividades con mayores lastres de competitividad, se ve obligado a resolver, sin embargo, los in­convenientes derivados de la sobrecapacidad de la oferta, de la fortísima compe­tencia internacional y de las limitaciones tecnológicas de que aún se resienten algu­nos de sus estadios de fabricación. De ahí que, en virtud de este cúmulo de servi­dumbres y ajenos a los grandes programas que auspician las políticas oficiales de saneamiento de los tejidos fabriles más vulnerables, asistamos a la configuración de una nueva categoría de espacios indus­triales críticos, de los que el tipo que nos ocupa constituye el ejemplo más repre­sentativo y a la vez el de perspectivas más inciertas, a menos que se formulen cuan­to antes modelos alternativos, apoyados en el esfuerzo de imaginación y de deci­sión de que han de hacer gala las instan­cias directamente implicadas tanto en el diagnóstico de la situación como en la promoción de iniciativas destinadas a neutralizar los efectos más contraprodu­centes del problema planteado.


Así las cosas, parece llegado el momen­to de abrir un amplio debate, en el que, desde los diversos sectores afectados y sin eludir el margen de responsabilidad que a cada uno compete, se aborde con rigor el análisis de los grandes ejes sobre los que se han de reposar las bases de la personali­dad vallisoletana hacia el futuro. En tal sentido, y con el simple propósito de alentar esta reflexión colectiva, me per­mito apuntar tres líneas de actuación que considero, al menos como una aproxima­ción inicial al tema, dignas de tener en cuenta.


En primer lugar, es evidente que la capacidad de resistencia ante los impac­tos recesivos se halla estrechamente liga­da a la superación del monolitismo fabril, que normalmente entraña un alto grado de indefensión frente a las coyunturas, por más que las características estructura­les conseguidas ofrezcan en apariencia una notable solidez. Si, como sucede en nuestro caso, esa fortaleza aparece supe­ditada a comportamientos estratégicos que escapan casi por completo al control de sus beneficiarios autóctonos, lógico es pensar que únicamente a través de la diversificación del aparato productivo, en buena parte asentado sobre la iniciati­va endógena como complemento necesa­rio de la promoción externa, será posi­ble alcanzar el indispensable equilibrio que garantice simultáneamente el funcio­namiento coherente del sistema indus­trial y su correcta articulación interna.


De esta forma, se encontrarían debidamente conciliadas, por vez primera en su histo­ria, las dos potencialidades que, merced a su interesante trayectoria industrial y a su excelente renta de situación, convergen plenamente en Valladolid: de un lado, la que le proporciona una rica tradición manufacturera local que en buena parte ha quedado eclipsada o preterida hasta ahora, y, de otro, los efectos de inducción que, decididamente abiertos a otros seg­mentos de la transformación, se derivan de su innegable predicamento como esce­nario privilegiado para la inversión forá­nea.


Mas tampoco conviene descuidar, en segundo lugar, que en los momentos ac­tuales la consecución satisfactoria de es­tos objetivos industriales precisa de un salto cualitativo que aún está pendiente de realización. Pues, en efecto, no cabe duda de que la relevancia lograda en el terreno de la producción dilecta no se corresponde, como debiera ser, con el desarrollo paralelo de ese complejo de actividades que en la terminología al uso se conoce con el nombre genérico y globalizador de «terciario superior». Entendi­do en su acepción más global, cabría incluir dentro de él el amplio abanico de dotación funcional que abarca desde el desarrollo adecuado de las infraestructu­ras de transporte hasta el entramado constituido por la red de servicios de todo orden orientados a las empresas, con todo lo que ello implica para la mejora de la calidad, para la eficiencia en la gestión de los recursos, para el correcto cumpli­miento de los requisitos medioambienta­les y para la idónea aplicación de las corrientes innovadoras. No creo que este paso sea imposible, utópico o falto de fundamento. Partiendo de la realidad presente y al amparo de una mayor sinto­nía entre los distintos agentes socioeco­nómicos y científicos, se trataría de asimi­lar los comportamientos vigentes en las áreas urbanas más desarrolladas, inevitablemente abocadas a propiciar los meca­nismos que favorezcan el tránsito gradual hacia una terciarización dinámica y efi­caz, susceptible de estimular el empleo y de contribuir a la mejora de la producción y de la calidad de vida.


Por último, de toda esta serie de mani­festaciones, uniformemente encamina­das a la creación de lo que D. Maillat define como un «entorno progresivo», sin el cual todo proyecto de reactivación resultaría estéril, se derivan, a la postre, fuerzas difusoras del crecimiento que ha­rían de Valladolid un núcleo capaz de ejercer un impacto positivo tanto sobre la provincia como sobre el conjunto del espacio regional en que se inserta. Dicho, de otro modo, si con el modelo anterior los procesos favorables a la "polarización marcaban la tónica dominante, en detri­mento de los ámbitos lesionados por su capacidad succionadora, no parece des­cartada la hipótesis que, a tenor de otras experiencias conocidas y bajo las premi­sas indicadas, pone en evidencia un com­portamiento distinto de los dinamismos que actúan sobre el territorio.


En este sentido, y sin olvidar que en esencia la operatividad de los fenómenos requiere al propio tiempo la adopción de políticas sensibles y solidarias con el conjunto del espacio hacia el que se proyectan, consi­dero que la transformación de Valladolid en un enclave funcionalmente dinámico y con auténtica capacidad de articulación a gran escala no sólo resolvería las propias contradicciones en que actualmente se debate la ciudad, sino que a su vez sería capaz de desempeñar esa función de en­samblaje regional de que tanto adolece nuestra Comunidad Autónoma y que só­lo la Villa del Pisuerga está en condicio­nes potenciales de llevar a cabo.