En 2007 se otorgó por primera vez el Premio Luis Pastor a la Solidaridad. Fue concedido por unanimidad del Patronato de la Fundación Andrés Coello a Dos Nicolás Castellanos, quien desde hace décadas lleva a cabo una impresionante labor educativa y de apoyo a los más desfavorecidos en la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra. Me cupo el honor de justificar la concesión del Premio, lo que hice con estas palabras, pronunciadas en el acto celebrado en el Aula Triste del Palacio de Santa Cruz de la Universidad de Valladolid.
Hacer del
principio de solidaridad una opción de vida ante las desigualdades flagrantes y
crecientes que aquejan a nuestro mundo, entender que sólo desde la comprensión
de los problemas de los otros, pero que nos son propios y cercanos a la vez, es posible contribuir a su conocimiento y
solución, sentir que, frente al individualismo, la indiferencia o la
resignación, la calidad de la persona se valora en función de la sensibilidad
que muestre hacia los demás......éstas son las cualidades que han de adornar a
las personas merecedoras del Premio a la Solidaridad Luis Pastor, cuya primera edición concede este año la Fundación Andrés
Coello.
Dos han sido
los objetivos que el Patronato de la Fundación ha querido resaltar especialmente con
esta iniciativa: de un lado, el de asociar su imagen a la de un proyecto
creativo que entiende el arte y la cultura como la expresión de la sensibilidad
hacia los problemas y las necesidades de nuestro tiempo, abriendo la
imaginación del artista y sus empeños culturales al descubrimiento de una
realidad que en modo alguno nos es ajena;
y, de otro, el de ejemplificar el significado del premio en la figura de
Luis Jesús Pastor Antolín que, desde la Universidad y desde los múltiples foros en los
que dejó presencia imperecedera de su pensamiento y de su buen hacer, no cesó
nunca en su empeño a favor de la causa de los más desfavorecidos.
Lejos de ser un anacronismo, todos estos valores cobran
en nuestro tiempo una dimensión renovada en la medida en que suponen una puesta
en entredicho de posturas excluyentes a las que tan proclives son las
sociedades contemporáneas, tan frecuentemente motivadas por el egoísmo o el
menosprecio hacia los diferentes. La
recuperación de la dignidad humana es indisociable del reconocimiento que
debemos otorgar a todas aquellas actitudes que marcan, por su coherencia y
honestidad, un estilo de vida y un comportamiento impregnados por los patrones
éticos de la solidaridad en escenarios difíciles, lo que muchas veces lleva a
la renuncia de privilegios en aras de una voluntad de servicio y entrega que
lleva consigo un estilo de vida con numerosas privaciones e incomodidades.
No son hechos frecuentes
pero tampoco excepcionales. Hombres y mujeres en todo el mundo
despliegan lo mejor de sus esfuerzos, y durante la mayor parte de su vida,
empeñados en mejorar las condiciones de vida de la gente con carencia de
recursos y aquejada de dificultades que incluso llegan a limitar cuando no a
entorpecer el disfrute de lo que la comunidad internacional asume y entiende
como derechos humanos. Una conquista de la humanidad irrenunciable, por más que
nos parezca una utopía. Mas el mundo también se construye con utopías, que
pierden su carácter ilusorio cuando de realizaciones posibles se trata, y por
las que hay necesariamente que luchar. En su discurso de despedida como
secretario general de la ONU ,
Koffi Annan señalaba que “mientras haya una sola persona en el mundo carente de
los derechos humanos más elementales, debemos entender que todavía queda mucho
camino que recorrer en la erradicación de la justicia”. Y es que este es el
gran reto al que siempre ha de estar enfrentada nuestra sociedad del
desarrollo, del bienestar y del confort: el de procurar que las injusticias se
resuelvan en un marco de cooperación y de toma de conciencia en el que todos y
todas debemos estar necesariamente implicados. De ello depende sin duda nuestra
dignificación como sociedad desarrollada, el valor de nuestra identidad como
personas residentes en Europa y a la par conscientes de que pertenecemos a un
mundo interdependiente.
Estos son los
fundamentos sobre los que se sustenta el Premio que hoy concede la Fundación Andrés
Coello en un lugar emblemático de la Universidad de Valladolid, con cuya colaboración
ha contado para que este acto y este encuentro sea posible. Y lo hace por vez
primera en la persona de Don Nicolás Castellanos, en la que ha creído encontrar
la personificación de los valores, de las actitudes y de la coherencia que más
expresivamente se concilian en torno al concepto de solidaridad. De prestigio
avalado por una trayectoria muy dilatada, sus contribuciones a esta idea son de
sobra conocidas pero es muy probable que nunca lleguen a ser suficientemente
valoradas. Quien brillantemente ejerció como obispo de Palencia, hoy desempeña
un magisterio de amplísimo alcance en el
Concejo boliviano de Santa Cruz de la Sierra. La labor allí realizada testifica la
envergadura de los esfuerzos realizados en materia de vivienda, de asistencia
sanitaria y, ante todo, de educación. Impulsor del Movimiento “Ningún niño sin
escuela en Santa Cruz y en Bolivia”, ha hecho de la educación la espina dorsal
de su proyecto de vida y de trabajo en uno de los países que se identifican
como lo más profundo y crítico de la América Latina. De ese continente tan allegado a
nosotros, que Luis tanto admiró y al que dedicó algunos de sus mejores afanes
intelectuales, y que hoy recuperamos, siquiera sea por unos momentos, en la
persona de Nicolás Castellanos, Premio a la Solidaridad Luis
Pastor 2006, como símbolo inequívoco de los vínculos que nos unen con el mundo
del subdesarrollo y que nuestro homenajeado representa con una dignidad y unos
merecimientos universalmente reconocidos.