Entre
los temas que ponen en evidencia la sensibilidad demostrada hacia los problemas esenciales de nuestro tiempo los referidos a las transformaciones que afectan al territorio han ocupado un
lugar primordial, contempladas desde el enfoque multidisciplinar que distingue e interpreta el desarrollo de sus actividades como acreditado ámbito de
encuentro, reflexión y debate. No es una preocupación baladí, pues a nadie se
le oculta la trascendencia y el significado que poseen las intervenciones que,
a diferentes escalas y con variables niveles de intensidad e impacto, afectan a
los entornos en los que se desenvuelven y organizan las actividades humanas y las
estructuras territorializadas de relación social, económica y cultural. Siempre he defendido, y sigo defendiendo, la idea de que todo tiene que ver con el
territorio, como escenario y armazón vertebrador de cuanto sucede sobre la
Tierra. Todas las disciplinas cultivadas por el ser humano remiten
necesariamente a la toma en consideración de la dimensión espacial que, tanto
en la fase de indagación como de experimentación, ofrecen. La experiencia
obtenida del trabajo interdisciplinar no ha dejado de ratificar esta
afirmación.
Tal es la razón que justifica estas
líneas como aproximación a un aspecto tan interesante como complejo, relativo a
los fenómenos y las tendencias que caracterizan la evolución de las realidades
contemporáneas, cuya dimensión territorial es incuestionable. No he tratado con ello de realizar un análisis pormenorizado y
erudito sobre la cuestión, que ya he abordado con detenimiento en otras
publicaciones a lo largo de mi trayectoria profesional, sino de plantearla como
argumento susceptible de atraer la atención y, en la medida de lo posible,
alentar el debate, máxime cuando son numerosos y reiterados los testimonios que
revelan la incuria con la que tan a menudo es tratado el territorio en España. Los
ejemplos son tan ostensibles, y tan presentes están en la mente de todos, que
huelga cualquier referencia detalladas sobre un problema archiconocido y en
ocasiones de una extraordinaria gravedad.
Motivado por esta preocupación, me
centraré en dos ideas que considero relevantes: de un lado, trataré de abordar un
acercamiento al concepto mismo de territorio como noción sustantiva y
primordial en el contexto de las preocupaciones sociales e institucionales; y,
de otro, llamar la atención sobre un Documento que, promovido y debatido en el
seno de la Geografía española, merece ser conocido y asumido con mayor
resonancia que la que desde su formulación en la primera década del siglo XXI
se le ha otorgado.
¿Qué entendemos por
territorio? La cultura territorial como fundamento de las relaciones construidas entre la
sociedad y el espacio geográfico
Estamos ante una noción esencial, integradora
de las diferentes perspectivas que confluyen en la interpretación y en la
percepción de un espacio geográfico como soporte de la identidad cultural de
una sociedad, de los procesos formativos que la vertebran y como garantía a su
vez para orientar las decisiones mediante la toma en consideración tanto de sus
potencialidades como de las amenazas a que se enfrenta. De su relevancia deriva
el proceso de afianzamiento intelectual asociado a la construcción de una Nueva Cultura del Territorio.
Cimentado en las
connotaciones que encierra el concepto de cultura, su aplicación específica
reviste una gran trascendencia en la medida en que permite la asimilación perceptiva
y práctica de las características que un territorio presenta desde el punto de
vista de sus recursos, de sus ventajas comparativas y de sus fortalezas frente
a las diversas amenazan o situaciones de riesgo a las que se enfrenta en
función de los aprovechamientos ejercidos sobre él. Supone, por tanto, una
garantía para que la intervención que sobre él se realice aparezca debidamente
sustentada en un análisis riguroso de sus capacidades y de los límites que han
de orientar las actuaciones a fin de que sus valores distintivos –aquellos en
los que precisamente se asienta la dimensión socio-cultural del espacio- sean
debidamente preservados.
La cultura territorial, como
expresión asociada a la consideración de lo que significa un espacio de vida,
de actividad, de intereses y de relaciones, y poseedor de referencias e
incitaciones culturales múltiples a la par que, integradas, se convierte en un valioso concepto catalizador de voluntades y estrategias, tanto desde la perspectiva
individual como colectiva. Individualmente, supone un desafío para el
desarrollo cognitivo y comportamental de la persona, en la medida en que
estimula la curiosidad y alienta la capacidad de iniciativa que la permite
avanzar en la aprehensión de la realidad territorial hasta asumirla como un
elemento clave de su acervo cultural y como estímulo orientador de sus
actitudes ante la realidad territorial en la que se inscribe.
De ese modo, los
ciudadanos logran adquirir el nivel de sensibilidad necesario para entender el
significado y la impronta de los cambios producidos en su entorno, comprender los factores
que los motivan y valorar la magnitud de sus impactos, permitiéndole ejercer
una función cautelar de las actuaciones. Asimismo, la relevancia del concepto
radica también en su virtualidad para operar como noción aglutinante de
posiciones colectivas, fortalecidas al amparo del conocimiento compartido y colectivamente asumido del territorio, que opera como factor de cohesión social y cultural y como posición
activa en la defensa y salvaguarda de sus cualidades patrimoniales, entendidas como baluartes de necesaria e ineludible consideración en la toma de decisiones.
De ahí su capacidad para plasmarse
en la diversificación de las representaciones sociales de que es susceptible el
territorio, coherente con la elaboración de posturas y comportamientos comunes
materializados en redes asociativas o de colaboración que, estables y a la par
cambiantes en el tiempo, redundan en efectos positivos a favor de la mejora de la
calidad del territorio y de los vínculos fraguados entre éste y la sociedad. En
ambos casos la labor informativa y formativa –sustentada en lo que ha de
valorarse como un proceso de aprendizaje territorial permanente- desempeña una
importancia capital, ya que contribuye a la transmisión del conocimiento y a la
sistematización de los saberes que cristalizan en la toma de conciencia y en la
mejora perceptiva de los fenómenos en los que, de cara a la acción, se apoya el
respeto y la defensa del territorio en el que se inscriben dichas
sensibilidades. Al amparo de esta serie
de consideraciones se justifica plenamente el tratamiento sistematizado con el
que, desde el punto de vista estratégico y decisional, han de ser abordadas las
medidas de intervención sobre el territorio.
Un hito esencial: el llamamiento a favor de una Nueva Cultura del
Territorio
La elaboración del Manifiesto por una Nueva
Cultura del Territorio (2006) por parte de la Asociación Española de
Geografía marcó en su día un hito indudable en la
historia del pensamiento sensible en España relacionado con la magnitud e
importancia de los problemas territoriales. Fue una importante llamada de
atención sobre los aspectos que conviene recordar.
Se
parte de la idea que el territorio debe convertirse en un tema político de primer orden,
entendiendo por político no únicamente la práctica institucional o partidaria,
sino también el compromiso del conjunto de los ciudadanos. Cada ciudadano tiene
derecho a vivir en un ámbito digno, sano y bello, pero también tiene el deber
de cuidarlo y de exigir que velen por él quienes tienen la representación de la
sociedad. Urge pues poner las bases de una nueva cultura territorial que
impregne la legislación estatal y autonómica, que oriente la práctica de todas
los ayuntamientos y el conjunto de las administraciones, que provea el marco
adecuado para el buen funcionamiento del mercado, que corrija en beneficio de
la colectividad los excesos privados y que haga prevalecer los valores de la
sostenibilidad ambiental, la eficiencia funcional y la equidad social.
Esta Nueva Cultura del Tterritorio
debe estar sustentada en los siguientes principios, criterios y prioridades:
- El territorio es un bien no renovable, esencial y limitado. La sociedad encuentra en
él soporte o sustento material a sus necesidades, así como referente de su
identidad y cultura. Las características naturales de cada territorio y
las pervivencias en él de trazos y formas que provienen del pasado le
confieren singularidad y valores de diversidad. Por ello, el territorio
debe ser entendido como recurso, pero también como cultura, historia,
memoria colectiva, referente identitario, bien público, espacio de solidaridad
y legado. La nueva cultura del territorio debe tener como primera
preocupación encontrar la forma para que, en cada lugar, la colectividad
pueda disfrutar de los recursos del territorio y preservar sus valores
para las generaciones presentes y venideras.
- El territorio es una realidad compleja y frágil. Toda realidad territorial,
todo lugar, está compuesto de múltiples elementos naturales y culturales y
de sus interrelaciones, que deben ser adecuadamente considerados. Las
actuaciones con gran incidencia territorial (urbanización, obras públicas,
extracción de minerales, roturaciones, forestaciones, etc.) tienen
habitualmente consecuencias irreversibles. Por ello, deben realizarse con
conciencia de dicha complejidad y evaluando previamente las múltiples
repercusiones posibles. El principio de precaución es de imprescindible
aplicación a todas estas transformaciones.
- El territorio contiene valores
ecológicos, culturales y patrimoniales que no pueden reducirse al precio
del suelo. Estos valores sociales difíciles de medir en términos monetarios
convencionales deben ser tomados sistemáticamente en consideración por las
administraciones responsables de velar por sus cualidades y
potencialidades. La apropiación privada de cualquier parte del territorio
debe ser compatible con dichos valores; por ello, la propiedad del suelo y
la vivienda debe ser ejercida con respeto de su función social, y con la
asunción plena de la responsabilidad de potenciar su utilidad, su valor
ambiental y su potencial paisajístico.
- Un territorio bien gestionado constituye un activo económico de primer
orden. En
efecto, la correcta gestión del proceso de urbanización permite reducir
los costes de la movilidad para las personas y las empresas, contener los precios
del suelo y la vivienda, así como moderar las cargas de la prestación de
los servicios. Por otra parte, disponer de un entorno de calidad no sólo
evita daños ambientales y de salud, sino que también confiere valor
añadido a los productos y a los servicios, en particular los turísticos,
básicos para la economía española. La gestión sostenible del territorio es
ciertamente una obligación social y ambiental, pero resulta también un
apremiante imperativo económico.
- El planeamiento territorial y
urbanístico es un instrumento esencial para la actuación de los poderes
públicos. Así, frente a toda veleidad desreguladora, hay que defender la
importancia de la legislación, la normativa y la gestión urbanística para
el buen gobierno del territorio. Ahora bien, la práctica urbanística debe
dotarse de nuevos horizontes y de nuevas herramientas disciplinares y
administrativas. Sólo de esta forma dará respuesta a las necesidades
sociales, propiciará la coordinación política horizontal entre distintos departamentos
y fomentará la concertación vertical entre administraciones y con los
agentes sociales. El conjunto de administraciones competentes debe
propiciar pues una revalorización del planeamiento territorial y general,
suprimiendo la utilización espuria de otros instrumentos de menor alcance espacial,
pero con alta incidencia real, cuya aplicación abusiva ha tenido como
consecuencia la urbanización masiva, desordenada e inadecuada de suelo
rústico.
- El planeamiento municipal debe tener como principal objetivo facilitar
el acceso a la vivienda, el goce de los servicios y la preservación
del ambiente. El planeamiento municipal es la escala básica de la práctica
urbanística, pero en demasiadas ocasiones los planes locales de ordenación
están sirviendo casi exclusivamente para impulsar procesos de expansión
urbana. Ante esta deriva, hay que defender planes municipales de
ordenación que atribuyan valores positivos a todas y cada una de las
partes del término municipal, basando el crecimiento urbano en criterios
ecológicos y sociales, más allá de la simple consideración de la oportunidad
económica o de ocasionales negocios particulares inmediatos. En particular,
debe abandonarse la concepción del suelo rústico como un espacio residual,
perennemente pendiente de urbanización futura y comprender que la permanencia
de suelos rústicos destinados a las prácticas agrarias se hace imprescindible
por razones ambientales y ecológicas, incluso en los contextos espaciales
de las mayores ciudades y aglomeraciones urbanas. La defensa del espacio
abierto, como matriz territorial básica es hoy una prioridad que debe ser perseguida
adecuadamente, incluso mediante procedimientos de adquisición de tierras
y/o expropiación por interés social.
- El planeamiento territorial debe proveer de acuerdos básicos sobre el trazado
de las infraestructuras, el desarrollo de los asentamientos y el sistema
de los espacios abiertos. En un territorio crecientemente integrado el
planeamiento municipal no puede hacer frente por si solo a las dinámicas
de transformación del espacio. Por ello hoy es más necesario que nunca
disponer de un planeamiento a escala territorial que coordine y vincule el
planeamiento municipal, en pos de un nuevo modelo de urbanización, basado
en el ahorro en el consumo de suelo, la convivencia de usos y la cohesión
social. El planeamiento territorial debe ser un compromiso a la vez
general y suficientemente concreto, por cuyo cumplimiento y desarrollo
será evaluada la actividad política de los partidos y responsables
públicos que lo formulan y aprueban. Sobre las Comunidades Autónomas recae
la gran responsabilidad de demostrar una mayor voluntad política de
ordenar su territorio superando la situación creada casi exclusiva del planeamiento
urbanístico. Deben aumentar su capacidad administrativa y técnica para
realizar planes de ordenación y de hacer real el orden territorial que se propongan
tener. Es imprescindible la formulación de modelos de ordenación territorial
para ámbitos metropolitanos, litorales y de espacios rurales, con ciudades
medias y/o espacios naturales protegidos.
- El Gobierno central y las Cortes Generales del Estado no pueden desentenderse
del territorio. Con pleno respeto a las competencias que la Constitución española
otorga a las Comunidades Autónomas y a los municipios en ordenación
territorial y urbanismo, la administración general del Estado no puede dejar
de considerar el territorio como parte de sus responsabilidades La
legislación del Estado debe requerir a las administraciones competentes la
atribución de valores sociales positivos a todas las partes del territorio
español, puesto que todas ellas afectan a la calidad de vida de los
ciudadanos, todas tienen funciones naturales, ecológicas o ambientales y
en todas ellas se plasman rasgos históricos y del patrimonio cultural. Sobre
el gobierno central recae igualmente la responsabilidad de revisar y proponer
el consenso relativo a un nuevo modelo de financiación para los gobiernos
locales que responda a los principios de suficiencia financiera y adecuación
de recursos a los servicios reales que deben prestar.
- En un mundo crecientemente integrado la gestión del territorio debe atender
también a los compromisos de solidaridad y responsabilidad global. El Estado español ha
suscrito y/o ratificado diferentes acuerdos internacionales (Convención
sobre conservación y protección de la vida silvestre y el medio natural,
Berna, 1979; Carta Europea de Ordenación del Territorio, Torremolinos
1983; Convención para la protección del patrimonio arquitectónico de Europa,
Granada 1985; Declaración de Río de Janeiro sobre el medio ambiente y el desarrollo,
1992; Estrategia territorial europea, Postdam, 1999; Principios directores
para el desarrollo territorial sostenible del continente europeo, 2000, Hanover;
Convención europea del paisaje, Florencia, 2000). En estas circunstancias,
las administraciones públicas españolas están obligadas a seguir las
orientaciones que en ordenación del territorio desarrollan otros estados
europeos de forma consecuente con dichos tratados y con repercusiones muy
positivas para sus ciudadanos.
- El impulso de los valores de
sostenibilidad ambiental, eficiencia económica y equidad social requiere
de una nueva cultura del territorio. Para promoverla es necesario un gran acuerdo
que debe tener su reflejo tanto en la actuación administrativa como en las
prácticas sociales. Así, las administraciones que actúan en cada nivel
territorial (local, autonómico, estatal y europeo) deben revisar sus
objetivos, sus normativas e instrumentos de gestión territorial para ponerlos
de forma más efectiva al servicio de la colectividad. Y los ciudadanos, al
mismo tiempo que reclaman el derecho de un trato equitativo en cualquier territorio,
tienen también el deber ético de velar por el bienestar de las generaciones
venideras.
Trece
años después de su promulgación el Manifiesto ha sido sometido a una revisión
que, asumiendo la envergadura de los cambios ocurridos en la realidad española
y en las escalas en las que se integra, ha cristalizado en la ADDENDA
2018, cuya
consulta recomiendo al constituir un complemento necesario que avala la
continuidad y la pertinencia de las ideas maestras plasmadas en el Manifiesto
dado a conocer en 2006.