12 de julio de 2020

Miguel Angel Troitiño


Este texto forma parte de la publicación destinada a preservar la memoria de Miguel Ángel Troitiño Vinuesa, Catedrático de Geografía Humana de la Universidad Complutense de Madrid, fallecido el mes de mayo de 2020 como consecuencia de la covid 19. La obra será presentada en Madrid en el mes de septiembre. 




Fueron muchas las cualidades que, a lo largo de una relación mantenida de forma esporádica y siempre alentadora durante casi cinco décadas, fui descubriendo en el prestigioso geógrafo Miguel Ángel Troitiño Vinuesa. Entre ellas, destacaría fundamentalmente cuatro: la bondad personal, el rigor y la honestidad intelectuales, la sensibilidad hacia los problemas del mundo y de la época que le habían tocado vivir, y sus firmes convicciones sobre la responsabilidad social y cultural de la Geografía. En torno a estos rasgos, imbricados plenamente en su forma de ser y de trabajar, desearía articular la presentación de las ideas y las experiencias que tuve la fortuna de compartir con Miguel Ángel. Están apoyadas tanto en la coincidencia temporal en que se desarrollaron, pues no en vano nos unía también la edad, como en las preocupaciones decantadas hacia temas de interés común, sin olvidar el hecho de que ambos pertenecíamos a la misma escuela de formación en el campo de la Geografía, fieles a las directrices de un prestigioso magisterio, gratamente asumido, cimentado en la figura y en el poderoso legado intelectual de Don Manuel de Terán y de sus discípulos más relevantes. Desearía, para concretar, centrar la atención en varios aspectos que considero pueden ilustrar sobre la personalidad del excelente compañero y amigo que nos ha dejado.
            Traeré a colación, para comenzar, los recuerdos que me vinculan a la figura de Troitiño a raíz de los primeros contactos mantenidos a finales de los años setenta, cuando los frecuentes viajes a Madrid venían obligados por las exigencias académicas y administrativas del momento. La incomodidad de los desplazamientos quedaba compensada por las oportunidades que al propio tiempo abrían las Universidades madrileñas para conocer a los compañeros y colegas sumidos en las mismas inquietudes provocadas por las incertidumbres a que se enfrentaba la vida universitaria en los años de transición a la democracia. Esos viajes, relacionados con la asistencia a lectura de Tesis Doctorales, con la asistencia a coloquios y reuniones y con la celebración de oposiciones a cuerpos docentes abrían valiosos horizontes y satisfactorias oportunidades a la investigación y al conocimiento de los colegas procedentes de todas las Universidades del país. Madrid fue en aquellos años un valioso lugar de confluencia personal e intelectual.   Fue en ese contexto en el que tuve la oportunidad de conocer a Miguel Ángel con motivo de una visita celebrada en la Universidad Complutense, en la que acompañé a mi maestro, Jesús García Fernández, para asistir a una de las reuniones en las que se trató la conveniencia de crear una Asociación de geógrafos. Entre los compañeros con los que nos cruzamos en aquel momento en la Facultad de Geografía e Historia recuerdo a Eduardo Martínez de Pisón, Dolores Brandis, Aurora García Ballesteros, Casildo Ferreras y Miguel Ángel Troitiño. Fue Aurora quien me lo presentó. El encuentro fue breve, pero marcó el punto de partida de una relación basada en la confianza y en las sensibilidades compartidas. La primera conversación que mantuve con Troitiño hizo referencia a nuestras respectivas situaciones profesionales, a pocos años de haber presentado la Tesis Doctoral, y a la conveniencia de respaldar la puesta en marcha de la Asociación, sobre la que el compañero recién conocido tenía propuestas e ideas tan pertinentes como acertadas. Convencido de que esa iniciativa podía contribuir a fortalecer el conocimiento mutuo entre los geógrafos, a la defensa de la posición de la Geografía en el campo de la formación y de la actividad profesional, recuerdo la vehemencia con la que expuso estas ideas a Jesús García Fernández, que poco tiempo después sería elegido primer presidente de la Asociación de Geógrafos Españoles (AGE).
            A lo largo de la vida fueron varias las ocasiones en la que tuve oportunidad de seguir la trayectoria de Miguel Ángel, comprobando la coherencia de sus planteamientos y la fidelidad a unos objetivos netamente marcados. En esencia, y con la perspectiva que aporta el tiempo transcurrido, creo que muchos estaremos de acuerdo en reconocer que Troitiño fue uno de los primeros geógrafos españoles en defender la presencia de la Geografía en las reflexiones y debates que contribuyesen no solo al mejor conocimiento del territorio sino también a su ordenación de acuerdo con criterios respetuosos con sus rasgos distintivos y la preservación de los valores que lo identificaban. Aunque no se hablaba aún de sostenibilidad ni de impacto ambiental en los términos aplicados actualmente a ambos conceptos, lo cierto es que el sentido que ambas nociones ofrecen han estado siempre presentes en la obra de nuestro compañero, que las supo transmitir con la convicción y la solvencia que todo intelectual riguroso pone en los principios que defiende y preconiza. Basta un seguimiento detallado de su producción intelectual para darse cuenta fidedigna de todo ello.
            Tales planteamientos se vieron plasmados a través de las orientaciones temáticas que encauzaron su sensibilidad y su quehacer como geógrafo. Como son de todos conocidas, me limitaré a apuntar, a partir de los recuerdos acumulados y de las notas que a lo largo de la vida he ido tomando, aquellas aportaciones que particularmente me han resultado más aleccionadoras y que, precisamente por esa razón, constituyen una parte fundamental de su legado, bien perceptible en la bibliografía que perdura su memoria. Como manifestaciones indelebles de su labor como geógrafo siempre tendremos presente la formidable contribución realizada sobre el conocimiento de esa dimensión tan decisiva desde la perspectiva del desarrollo territorial que gravita en torno a la noción de Patrimonio. Hay que reconocer el carácter pionero e innovador que en esta línea de investigación tuvieron los trabajos de Troitiño. Mucho antes de que afloraran las sensibilidades sobre la importancia de elementos considerados decisivos como valores territoriales a preservar, e incluso adelantándose a los reconocimientos jurídicos que cobraron entidad específica en España en la Ley del Patrimonio de 1985, las aportaciones de este Catedrático de la Universidad Complutense sobre el tema fueron decisivas.
             Los foros en que se plasmaron dieron cuenta fidedigna del interés manifestado por las palabras y las ideas de Miguel Ángel por parte de profesionales de las diferentes ramas del saber relacionadas con dicha temática. Le recuerdo exponerlas con brillantez y atinado sentido de la polémica en numerosas intervenciones. Las descubrí por primera vez en la Academia de San Quirce de Segovia, en unas Jornadas organizadas por Eduardo Martínez de Pisón a comienzos de los años ochenta. Inolvidables me parecieron la solidez de los argumentos utilizados, la claridad expositiva, la rigurosa y bien seleccionada erudición con la que deleitó al auditorio, haciendo uso de su pausada forma de presentar las ideas con su voz inconfundible. Fueron características esenciales y formales que tuve oportunidad de apreciar con frecuencia en otros ámbitos, en los que su presencia era fundamental: en los coloquios nacionales de Geografía y en los organizados por el Grupo de Geografía Urbana de la AGE, que inspiró y dirigió durante años, en el Instituto de Urbanística de la Universidad de Valladolid, del que formó parte y en el que siempre fue una figura admirada y reconocida, en conferencias y mesas redondas en los más diversos escenarios…y, como emocionada evocación lo planteo, en las excursiones y trabajos de campo, realizados en el marco de actividades de carácter científico o como tarea indisociable de la labor docente. En este sentido, considero que logró y marcó un estilo propio a través de las explicaciones efectuadas sobre las Ciudades Patrimonio de la Humanidad, a las que dedicó una atención tan continuada como fecunda. El tándem formado con Antonio Campesino ha dejado una huella imborrable en mi memoria. El complemento entre ambos era tan atractivo como interesante. Observarles dando a conocer los aspectos patrimonialmente más significativos de Salamanca y Cáceres aportaba una sensación de autoridad, confianza y buen hacer que dignifica gratamente la labor de los geógrafos. Es la misma, en fin, que permite dejar constancia y resaltar la proyección conseguida por Miguel Ángel Troitiño en el complejo y controvertido panorama de la Ordenación del Territorio. Fue de los primeros profesionales de la Geografía, un verdadero pionero, que sintió la necesidad de involucrar los compromisos de nuestra disciplina con las posibilidades de un concepto en el que sinceramente creía, consciente de la necesidad de asumirlo con reto ineludible en un país como España tan poco respetuoso con la defensa cualitativa y visión a largo plazo de sus políticas – públicas y privadas -  con impacto territorial. Las convicciones adquiridas al respecto quedaron bien patentes en su trayectoria académica, en su obra científica y en las colaboraciones e intervenciones mantenidas con entidades e instituciones, donde su palabra y sus escritos eran debidamente atendidos. Basta remitirse a los estrechos vínculos mantenidos con FUNDICOT, a su presencia en algunos de los encuentros del CONAMA, donde coincidimos varias veces, o al valioso asesoramiento prestado a la puesta en marcha de la primera Ley de Ordenación del Territorio de Castilla y León (1998). Invitado por el gobierno regional, y a sugerencia mía, a la reunión mantenida en el Instituto Rei Afonso Henriques de Zamora, donde se debatió el tema, las propuestas presentadas por Troitiño,  y de las que aún  conservo anotaciones, son de lo más sólido, serio, innovador y consistente de cuantas he tenido ocasión de conocer en torno a las posibilidades y los horizontes a que ha de abrirse una bien entendida y planteada Ordenación del Territorio en el ámbito de un espacio tan repletos de desafíos en este sentido como es la Comunidad Autónoma de Castilla y León. 
            Ello me permite enlazar, para concluir, con las sensibilidades mostradas por Miguel Ángel con la región más extensa de España. Recuerdo haberlo comentado con él durante la jornada de homenaje que la Universidad de Salamanca ofreció al gran maestro Ángel Cabo Alonso el 9 de abril de 2015. Fue un encuentro memorable, repleto de añoranzas y complicidades. Nos acercábamos ya a la jubilación y, sin pretenderlo, aunque complacidos, durante un rato afloraron los recuerdos y los temas de interés común, que, como es lógico, no eran ajenos a los espacios en los que confluían las sensibilidades acumuladas y a las que en modo alguno queríamos renunciar. Fue una buena ocasión para reflexionar sobre nuestra responsabilidad como geógrafos, para analizar el papel de la Geografía en la enseñanza y en la salvaguarda de los valores territoriales, para ponderar la importante ejecutoria de la AGE, para comentar los problemas y las transformaciones observados en el territorio castellano y leonés. A modo de colofón hizo el macizo de Gredos hizo su aparición en las conversaciones. Hablamos de Ávila, de El Arenal, del Valle del Tiétar, de los espacios inmensos y apetecidos de la Cordillera Central, que tanto le apasionaba. Recordamos nuestras reflexiones compartidas cuando en 1994 coincidimos en Segovia en las Jornadas sobre el Paisaje, que enfáticamente trataron sobre el “Desarrollo Integral de las Áreas de Montaña”.  El habló de Gredos, yo del Guadarrama, embarcado como estaba entonces en un proyecto sobre el Plan Especial de la Sierra. Cuando escribo estas líneas, atendiendo a la feliz iniciativa de recordar a Miguel Ángel Trotiño, y agradecido por la invitación que a participar en ella me hace Joaquín Farinós, no puedo por menos de imaginar su figura contemplando el bellísimo panorama que se divisa desde el Puerto del Pico sin poder evitar la nostalgia y la sensación de pérdida que provoca la ausencia del compañero y del amigo al que tanto echaremos de menos.

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