Este texto forma parte de la publicación destinada a preservar la memoria de Miguel Ángel Troitiño Vinuesa, Catedrático de Geografía Humana de la Universidad Complutense de Madrid, fallecido el mes de mayo de 2020 como consecuencia de la covid 19. La obra será presentada en Madrid en el mes de septiembre.
Fueron muchas las cualidades que, a lo
largo de una relación mantenida de forma esporádica y siempre alentadora durante
casi cinco décadas, fui descubriendo en el prestigioso geógrafo Miguel Ángel Troitiño Vinuesa. Entre
ellas, destacaría fundamentalmente cuatro: la bondad personal, el rigor y la
honestidad intelectuales, la sensibilidad hacia los problemas del mundo y de la
época que le habían tocado vivir, y sus firmes convicciones sobre la
responsabilidad social y cultural de la Geografía. En torno a estos rasgos,
imbricados plenamente en su forma de ser y de trabajar, desearía articular la
presentación de las ideas y las experiencias que tuve la fortuna de compartir
con Miguel Ángel. Están apoyadas tanto en la coincidencia temporal en que se
desarrollaron, pues no en vano nos unía también la edad, como en las
preocupaciones decantadas hacia temas de interés común, sin olvidar el hecho de
que ambos pertenecíamos a la misma escuela de formación en el campo de la
Geografía, fieles a las directrices de un prestigioso magisterio, gratamente
asumido, cimentado en la figura y en el poderoso legado intelectual de Don Manuel de
Terán y de sus discípulos más relevantes. Desearía, para concretar, centrar la atención en varios
aspectos que considero pueden ilustrar sobre la personalidad del excelente
compañero y amigo que nos ha dejado.
Traeré
a colación, para comenzar, los recuerdos que me vinculan a la figura de
Troitiño a raíz de los primeros contactos mantenidos a finales de los años
setenta, cuando los frecuentes viajes a Madrid venían obligados por las
exigencias académicas y administrativas del momento. La incomodidad de los
desplazamientos quedaba compensada por las oportunidades que al propio tiempo
abrían las Universidades madrileñas para conocer a los compañeros y colegas
sumidos en las mismas inquietudes provocadas por las incertidumbres a que se
enfrentaba la vida universitaria en los años de transición a la democracia.
Esos viajes, relacionados con la asistencia a lectura de Tesis Doctorales, con
la asistencia a coloquios y reuniones y con la celebración de oposiciones a
cuerpos docentes abrían valiosos horizontes y satisfactorias oportunidades a la
investigación y al conocimiento de los colegas procedentes de todas las
Universidades del país. Madrid fue en aquellos años un valioso lugar de
confluencia personal e intelectual. Fue en ese contexto en el que tuve la
oportunidad de conocer a Miguel Ángel con motivo de una visita celebrada en la
Universidad Complutense, en la que acompañé a mi maestro, Jesús García
Fernández, para asistir a una de las reuniones en las que se trató la
conveniencia de crear una Asociación de geógrafos. Entre los compañeros con los
que nos cruzamos en aquel momento en la Facultad de Geografía e Historia
recuerdo a Eduardo Martínez de Pisón, Dolores Brandis, Aurora García
Ballesteros, Casildo Ferreras y Miguel Ángel Troitiño. Fue Aurora quien me lo
presentó. El encuentro fue breve, pero marcó el punto de partida de una
relación basada en la confianza y en las sensibilidades compartidas. La primera
conversación que mantuve con Troitiño hizo referencia a nuestras respectivas
situaciones profesionales, a pocos años de haber presentado la Tesis Doctoral,
y a la conveniencia de respaldar la puesta en marcha de la Asociación, sobre la
que el compañero recién conocido tenía propuestas e ideas tan pertinentes como
acertadas. Convencido de que esa iniciativa podía contribuir a fortalecer el
conocimiento mutuo entre los geógrafos, a la defensa de la posición de la
Geografía en el campo de la formación y de la actividad profesional, recuerdo
la vehemencia con la que expuso estas ideas a Jesús García Fernández, que poco
tiempo después sería elegido primer presidente de la Asociación de Geógrafos
Españoles (AGE).
A
lo largo de la vida fueron varias las ocasiones en la que tuve oportunidad de
seguir la trayectoria de Miguel Ángel, comprobando la coherencia de sus
planteamientos y la fidelidad a unos objetivos netamente marcados. En esencia,
y con la perspectiva que aporta el tiempo transcurrido, creo que muchos
estaremos de acuerdo en reconocer que Troitiño fue uno de los primeros
geógrafos españoles en defender la presencia de la Geografía en las reflexiones
y debates que contribuyesen no solo al mejor conocimiento del territorio sino
también a su ordenación de acuerdo con criterios respetuosos con sus rasgos
distintivos y la preservación de los valores que lo identificaban. Aunque no se
hablaba aún de sostenibilidad ni de impacto ambiental en los términos aplicados
actualmente a ambos conceptos, lo cierto es que el sentido que ambas nociones
ofrecen han estado siempre presentes en la obra de nuestro compañero, que las
supo transmitir con la convicción y la solvencia que todo intelectual riguroso
pone en los principios que defiende y preconiza. Basta un seguimiento detallado
de su producción intelectual para darse cuenta fidedigna de todo ello.
Tales
planteamientos se vieron plasmados a través de las orientaciones temáticas que
encauzaron su sensibilidad y su quehacer como geógrafo. Como son de todos
conocidas, me limitaré a apuntar, a partir de los recuerdos acumulados y de las
notas que a lo largo de la vida he ido tomando, aquellas aportaciones que
particularmente me han resultado más aleccionadoras y que, precisamente por esa
razón, constituyen una parte fundamental de su legado, bien perceptible en la
bibliografía que perdura su memoria. Como manifestaciones indelebles de su
labor como geógrafo siempre tendremos presente la formidable contribución
realizada sobre el conocimiento de esa dimensión tan decisiva desde la
perspectiva del desarrollo territorial que gravita en torno a la noción de
Patrimonio. Hay que reconocer el carácter pionero e innovador que en esta línea
de investigación tuvieron los trabajos de Troitiño. Mucho antes de que
afloraran las sensibilidades sobre la importancia de elementos considerados
decisivos como valores territoriales a preservar, e incluso adelantándose a los
reconocimientos jurídicos que cobraron entidad específica en España en la Ley
del Patrimonio de 1985, las aportaciones de este Catedrático de la Universidad
Complutense sobre el tema fueron decisivas.
Los foros en que se plasmaron dieron cuenta
fidedigna del interés manifestado por las palabras y las ideas de Miguel Ángel
por parte de profesionales de las diferentes ramas del saber relacionadas con
dicha temática. Le recuerdo exponerlas con brillantez y atinado sentido de la
polémica en numerosas intervenciones. Las descubrí por primera vez en la Academia
de San Quirce de Segovia, en unas Jornadas organizadas por Eduardo Martínez de
Pisón a comienzos de los años ochenta. Inolvidables me parecieron la solidez de
los argumentos utilizados, la claridad expositiva, la rigurosa y bien
seleccionada erudición con la que deleitó al auditorio, haciendo uso de su
pausada forma de presentar las ideas con su voz inconfundible. Fueron
características esenciales y formales que tuve oportunidad de apreciar con
frecuencia en otros ámbitos, en los que su presencia era fundamental: en los
coloquios nacionales de Geografía y en los organizados por el Grupo de
Geografía Urbana de la AGE, que inspiró y dirigió durante años, en el Instituto
de Urbanística de la Universidad de Valladolid, del que formó parte y en el que
siempre fue una figura admirada y reconocida, en conferencias y mesas redondas
en los más diversos escenarios…y, como emocionada evocación lo planteo, en las excursiones
y trabajos de campo, realizados en el marco de actividades de carácter
científico o como tarea indisociable de la labor docente. En este sentido,
considero que logró y marcó un estilo propio a través de las explicaciones
efectuadas sobre las Ciudades Patrimonio de la Humanidad, a las que dedicó una
atención tan continuada como fecunda. El tándem formado con Antonio Campesino
ha dejado una huella imborrable en mi memoria. El complemento entre ambos era
tan atractivo como interesante. Observarles dando a conocer los aspectos
patrimonialmente más significativos de Salamanca y Cáceres aportaba una
sensación de autoridad, confianza y buen hacer que dignifica gratamente la
labor de los geógrafos. Es la misma, en fin, que permite dejar constancia y
resaltar la proyección conseguida por Miguel Ángel Troitiño en el complejo y
controvertido panorama de la Ordenación del Territorio. Fue de los primeros
profesionales de la Geografía, un verdadero pionero, que sintió la necesidad de
involucrar los compromisos de nuestra disciplina con las posibilidades de un
concepto en el que sinceramente creía, consciente de la necesidad de asumirlo
con reto ineludible en un país como España tan poco respetuoso con la defensa
cualitativa y visión a largo plazo de sus políticas – públicas y privadas - con impacto territorial. Las convicciones
adquiridas al respecto quedaron bien patentes en su trayectoria académica, en
su obra científica y en las colaboraciones e intervenciones mantenidas con
entidades e instituciones, donde su palabra y sus escritos eran debidamente
atendidos. Basta remitirse a los estrechos vínculos mantenidos con FUNDICOT, a
su presencia en algunos de los encuentros del CONAMA, donde coincidimos varias
veces, o al valioso asesoramiento prestado a la puesta en marcha de la primera
Ley de Ordenación del Territorio de Castilla y León (1998). Invitado por el
gobierno regional, y a sugerencia mía, a la reunión mantenida en el Instituto
Rei Afonso Henriques de Zamora, donde se debatió el tema, las propuestas
presentadas por Troitiño, y de las que
aún conservo anotaciones, son de lo más
sólido, serio, innovador y consistente de cuantas he tenido ocasión de conocer
en torno a las posibilidades y los horizontes a que ha de abrirse una bien
entendida y planteada Ordenación del Territorio en el ámbito de un espacio tan repletos de
desafíos en este sentido como es la Comunidad Autónoma de Castilla y León.
Ello
me permite enlazar, para concluir, con las sensibilidades mostradas por Miguel
Ángel con la región más extensa de España. Recuerdo haberlo comentado con él
durante la jornada de homenaje que la Universidad de Salamanca ofreció al gran
maestro Ángel Cabo Alonso el 9 de abril de 2015. Fue un encuentro memorable,
repleto de añoranzas y complicidades. Nos acercábamos ya a la jubilación y, sin
pretenderlo, aunque complacidos, durante un rato afloraron los recuerdos y los temas
de interés común, que, como es lógico, no eran ajenos a los espacios en los que
confluían las sensibilidades acumuladas y a las que en modo alguno queríamos
renunciar. Fue una buena ocasión para reflexionar sobre nuestra responsabilidad
como geógrafos, para analizar el papel de la Geografía en la enseñanza y en la
salvaguarda de los valores territoriales, para ponderar la importante ejecutoria
de la AGE, para comentar los problemas y las transformaciones observados en el
territorio castellano y leonés. A modo de colofón hizo el macizo de Gredos hizo su
aparición en las conversaciones. Hablamos de Ávila, de El Arenal, del Valle del
Tiétar, de los espacios inmensos y apetecidos de la Cordillera Central, que
tanto le apasionaba. Recordamos nuestras reflexiones compartidas cuando en 1994
coincidimos en Segovia en las Jornadas sobre el Paisaje, que enfáticamente
trataron sobre el “Desarrollo Integral de las Áreas de Montaña”. El habló de Gredos, yo del Guadarrama,
embarcado como estaba entonces en un proyecto sobre el Plan Especial de la
Sierra. Cuando escribo estas líneas, atendiendo a la feliz iniciativa de
recordar a Miguel Ángel Trotiño, y agradecido por la invitación que a
participar en ella me hace Joaquín Farinós, no puedo por menos de imaginar su
figura contemplando el bellísimo panorama que se divisa desde el Puerto del
Pico sin poder evitar la nostalgia y la sensación de pérdida que provoca la
ausencia del compañero y del amigo al que tanto echaremos de menos.
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