20 de diciembre de 2019
Lecciones culturales de la tierra vasca
20 de noviembre de 2019
Por una sociedad de identidades imbricadas
La concesión del Premio Nacional de las Letras a Bernardo Atxaga y del Cervantes a Joan Margarit es una buena noticia, que trasciende la dimensión estrictamente literaria de ambos merecidos reconocimientos. Se van a otorgar a escritores cuya obra ha sido realizada en parte muy significativa en euskera y en catalán, lenguas que configuran y dan prestigio a la variedad lingüística de España. Entiendo que es una buena ocasión para reflexionar sobre lo que significa la noción de identidad y, a partir de ella, sobre el valor y la pertinencia de construir una sociedad enriquecida por la pluralidad de identidades que en ella confluyen. Abordar esta cuestión no es tarea fácil teniendo en cuenta el alto grado de sensibilidad que el tema suscita y las fuertes controversias provocadas en torno al papel que las identidades poseen en los comportamientos políticos, sociales y culturales contemporáneos.
25 de octubre de 2019
¿Y porqué no un Manifiesto por la Geografía?
La Geografía española necesita pronunciamientos contundentes que den a conocer y respalden la relevante función formativa y social que esta Ciencia desempeña. Poco conocida, a menudo infravalorada cuando no intencionalmente tergiversada, los argumentos a su favor son tan numerosos como necesarios. Y siempre oportunos.
Flaco favor ha hecho a ese empeño unitario, del que muchos geógrafos participamos el XXVI Congreso de la Asociación Española de Geografía, recientemente celebrado en Valencia. En él se han presentado dos Manifiestos:
- el destinado a la sensibilización por los problemas de la cuenca amazónica, y denominado Manifiesto por la Amazonia
- el que específicamente se centra en una de estas ramas convencionales. Se trata del "Manifiesto por la Geografía Física"
Ambos pueden consultarse en la referencia correspondiente a su presentación en el XXVI Congreso
Estoy de acuerdo con sus contenidos, pues proceden del trabajo realizado por colegas prestigiosos. Cuestiono, no obstante, el que se haya desaprovechado la oportunidad de elaborar y presentar un MANIFIESTO POR LA GEOGRAFÍA, que tanto se necesita y que tan esclarecedor de su importancia y de su propia coherencia hubiera sido.
9 de octubre de 2019
El valor patrimonial y documental de la imagen imperecedera
El texto corresponde al prólogo de la obra, realizada por
Luis Posadas Lubeiro y Maria José Velloso Mata
La sorpresa siempre surge cuando se contempla la
fotografía que pone al descubierto los efectos provocados por el inexorable paso
del tiempo. Es entonces cuando el observador aprecia el enorme valor de la
imagen fija que sirve para interpretar, a menudo mejor que muchas palabras, las
transformaciones de la escena captada, lo que otorga pleno sentido a la
finalidad perseguida por quien en un momento determinado deseó dejar constancia
gráfica de lo que llamó su atención, perpetuando así el valor de su mirada. A
esta sensación, inherente a la tarea propia del fotógrafo, se refería con
acierto Lewis Hine, autor de imágenes señeras, con estas elocuentes ideas, alusivas a las
razones que le llevaban a fotografiar la realidad que a sus ojos se ofrecía: "Quise
hacer dos cosas. Quise mostrar lo que había que corregir. Quise mostrar lo
que había que apreciar". La frase destaca fielmente la complementariedad construida
en torno dos nociones básicas: por un lado, la de apreciar, es decir, la que
lleva a centrar el interés por un motivo determinado, al que se asigna en sí
mismo un valor digno de ser conservado para evitar que quede relegado a la
irrelevancia de lo efímero; y, por otro, la de corregir, entendiendo, con una
finalidad práctica, el valor de la fotografía como documento repleto de señales,
lecciones y advertencias a tener en cuenta.
En
cualquier caso, la reflexión de Hine resume con expresividad el fin que el captador
de imágenes, fiel a su compromiso incansable con las manifestaciones de la vida cotidiana, atribuye a la importancia de
la mirada con la que trata de dar sentido al impulso o a la motivación que le lleva a plasmarla mediante la cámara
como una realidad provocadora de la atención
y como aliciente de las
sensibilidades propias, susceptibles de ser transmisibles a los demás. Es obvio
que se requiere para ello una alta dosis de curiosidad, de vigilancia
permanente por cuanto ocurre en el entorno, de voluntad de dejar constancia de
lo que la vista percibe como testimonio de una realidad que se desea transmitir
a fin de que no quede sumida en la desmemoria. Y
es que, además de acercarnos a lo que tuvo lugar en un momento
determinado, la fotografía nos aporta una nueva dimensión, una perspectiva
diferente, respecto a lo convencionalmente percibido, ya que con frecuencia no
nos damos cuenta del significado de lo que nos rodea, a no ser que su propio
impacto visual y su espectacularidad induzcan a entender que constituye algo
digno de ser preservado en el recuerdo.
Somos,
pues, deudores de los fotógrafos que nos han legado los testimonios fidedignos
de la realidad tal y como fue y que no podemos ignorar, movidos por el afán de comprender
el efecto espacial del tiempo y las numerosas lecciones que su estudio aporta. A ello han dedicado sus desvelos,
sacando provecho de una sensibilidad sobrepuesta a la precariedad de las
técnicas entonces disponibles, los grandes artesanos de la imagen fotográfica
del siglo XX– herederos de “los corsarios de la albúmina” que los precedieron –
y que nos han puesto al descubierto, con su espíritu de entrega, indagación y
denuncia, hechos, rostros e imágenes que, cuando se observan detenidamente,
dejan una huella indeleble en la memoria y en el pensamiento. Por esa razón la inteligencia
del observador aparece estimulada cuando se detiene ante esas perspectivas en
blanco y negro, ya que de una fotografía histórica es posible extraer múltiples
sensaciones y matices abiertos al descubrimiento y a la identificación
hasta convertirla en un documento polisémico de valor esencial como fuente
histórica, y que tan bien fue definido y reflejado por algunos de los grandes maestros
de la fotografía documental contemporánea como fueron Eugène
Atget, Berenice Abbott, Gabriele Basilico, y, entre los españoles, José
Ortiz Echagüe, Agustín Cacho o Federico Vélez, entre otros
Productos culturales heredados de
una época pretérita, pero en modo alguno olvidada, la utilidad de las
fotografías históricas deriva del hecho de haber sobrevivido a la destrucción,
al abandono o a la indiferencia. De ahí la importancia de la excelente recopilación
efectuada por Luis Posadas Lubeiro y María José Velloso Mata que, con
impresionante esfuerzo y acertado criterio en la selección de las imágenes, han
logrado construir un acervo fotográfico de gran realismo y expresividad visual
que hace posible entender la fotografía como una herramienta indispensable para
la comprensión de los cambios que han afectado al espacio reproducido. Al
facilitar la comparación, el conocimiento de los hechos se amplía y fortalece,
gana en perspectiva y, lo que es más importante, induce a la indagación sobre
los factores que explican la transformación detectada. Al propio tiempo,
plantea un desafío que pone a prueba la curiosidad de quien se interesa por ellos.
Situada ante la escena del pasado, la imaginación se despliega a la hora de
identificar, con su singularidad y sus rasgos distintivos, los lugares de que
se trata. Unos le serán conocidos, otros menos, otros nada, pero, a la postre,
se dará cuenta de que todos forman parte de un patrimonio que acaba por
pertenecerle y que decide reflexivamente
hacer suyo como elemento fundamental de su propia formación cultural, con la firme
conciencia de que de ese modo aparece enriquecida.
Todas estas consideraciones afloran
al comprobar las cualidades de la valiosa obra que nos ocupa. Es una aportación
muy meritoria al conocimiento del caudal de referencias fotográficas cimentadas
en lo mucho que ha dado de sí la historia de la fotografía el siglo XX,
particularmente en este caso durante el período comprendido entre 1940 y 1970.
Si es bien sabido hasta qué punto constituye una etapa tan decisiva como
intensa en la transformación de la sociedad y de la economía españolas, no es
menos evidente el impacto que esa metamorfosis tiene desde el punto de vista
territorial. En ese proceso de drástica recomposición funcional operado en el
mundo rural y en los espacios urbanos, las ciudades ejemplifican
ostensiblemente los efectos, en ocasiones traumáticos, de una etapa de cambio
sin precedentes y de dimensión generalizada. Y es que, merced al empeño y a la
perspicacia del fotógrafo que desea ir más allá de los estereotipos y de la
banalidad, nos es posible acercarnos con nitidez y sin ambigüedades a la realidad de las ciudades contemporáneas a
través de la particular morfología de los centros históricos, de la dureza de sus periferias, de los ámbitos
de relación y convivencia donde la ciudad emblemática es reemplazada por la
visión estandarizada de la que sólo quien acude a ella puede dejar testimonio.
Y lo consiguen captando la expresividad del edificio, de las arquitecturas y de
los espacios públicos que modelan el hecho urbano y le aportan esa sensación de
cambio constante, que la fotografía consigue salvaguardar para dar fe indeleble
de su existencia.
Es precisamente en ese contexto en
el que se produce, como testimonio bien representativo de cuanto sucedió en el
conjunto de España, el tránsito del Valladolid tradicional al Valladolid que se
encamina hacia la modernidad al compás de la industrialización a gran escala
con todos los impactos urbanísticos y socio-demográficos que conlleva. La
interpretación de lo que esa etapa representa cobra particular interés a través
de las fotografías que Luis y María José han seleccionado para que salga a la
luz, se perciba en toda su elocuencia y no quede sumida en la sima del olvido.
La selección permite descubrir lo desconocido, mantener en la memoria lo que ya
no existe, averiguar la entidad de los cambios y, lo que también es muy
importante, reflexionar acerca de los factores que los motivaron y el
significado de la realidad resultante. Estamos
ante una obra oportuna y necesaria. Formando parte de una serie bibliográfica
que cuenta con dos acreditados precedentes, el libro que el lector tiene ahora
en sus manos favorece una aproximación visual de primer orden a la apreciación
de los rasgos que en el pasado dan cuenta fidedigna de lo que fue la ciudad de
Valladolid en la etapa más crucial de su historia contemporánea. Aproximarse a
ella a través de este interesantísimo caudal de imágenes no sólo ayuda a
conocerla mejor sino también a desarrollar el juicio crítico acerca de las
luces y las sombras que encauzaron las pautas responsables de su transformación
hasta llegar a ser la ciudad que actualmente es.
19 de septiembre de 2019
En torno a la capitalidad regional
16 de septiembre de 2019
El turismo cultural: posibilidades y prevenciones
15 de julio de 2019
Aproximación a las causas de la desafección política
En primer lugar, cabe aludir a la infrecuencia, cuando no excepcionalidad, que ofrecen las posiciones que hacen de la autocrítica, sincera y abierta, una herramienta correctora de los errores cometidos. Si sabemos que el error, la equivocación, el desacierto son hechos consustanciales a la acción humana, no se comprende la resistencia a asumirlos como algo susceptible de reconocimiento con vistas a su rectificación. Decidir no es tarea sencilla, máxime cuando se plantea como resultado de un análisis previo a partir de opciones múltiples, con frecuencia incluso contradictorias, que llevan a la toma de decisiones no siempre coherentes con los objetivos programáticos en los que se basa el apoyo recibido. Cuando eso ocurre, al ciudadano le cuesta entender los motivos que inducen a la contradicción, lo que contribuye a agravar el recelo provocado si además el rumbo emprendido no se explica con la transparencia debida. Es entonces cuando el planteamiento autocrítico ennoblece a quien lo realiza, en la medida en que pone al descubierto la calidad del personaje y la dimensión humanizada de su forma de actuar en un ámbito socialmente tan sensible.
19 de junio de 2019
El mundo del libro: entre la profusión y la crisis
Si las Ferias dedicadas a la promoción y a la venta del libro son acontecimientos que anual y felizmente marcan un momento destacado a la par que concurrido en la vida cultural de una ciudad, también constituyen, ya cerradas las casetas y recuperada la normalidad en el espacio donde se han ubicado, un buen momento para reflexionar sobre los cambios experimentados en torno a ese producto que tanto ha significado en la historia de la humanidad. Quienes aman los libros, se deleitan con ellos y encuentran en sus páginas el instrumento básico de su preparación ante los retos que la vida presenta, no pueden permanecer indiferentes a las implicaciones que desde hace una década aproximadamente está trayendo consigo la modificación del significado del libro y de cuanto lo rodea en los comportamientos culturales de la sociedad y en la propia transformación del espacio a él destinado.
A la vista de las tendencias observadas cabe decir que cuanto sucede en nuestros días en torno al libro ofrece un panorama contradictorio. Nunca se ha publicado tanto (87.262 libros en España, incluidas las reimpresiones, en 2017), nunca ha sido tan elevada la cifra de editoriales (en torno a las 3.000), nunca la oferta tan abundante ni las posibilidades lectoras tan extensas y variadas. Y, sin embargo, el complejo formado por las obras editadas se enfrenta en el mercado a un panorama acusadamente crítico. Basta con analizar los datos ofrecidos por los organismos oficiales o las entidades de carácter privado relacionadas con el sector para percibir con claridad el sentido de una tendencia que, esencialmente, viene marcada por tres rasgos significativos: el descenso de la facturación en las librerías, netamente observada a partir de 2017, la concentración de la estructura editorial coincidente con la proliferación de pequeñas empresas artífices de un catálogo reducido y el incremento de la piratería, responsable de un lucro cesante estimado en 200 millones de euros. A ello cabría sumar el hecho de que la tercera parte de los ejemplares editados no fueron vendidos y, lo que no es menos significativo, la constatación de que la importancia económica del libro digital mantiene una tendencia progresiva, que eleva hasta el 6% su peso en el volumen de facturación.
Los datos son elocuentes y, como es obvio, hay que apoyarse en ellos cuando se trata de reflexionar sobre el significado y el alcance que se deriva de la transformación de cuanto se relaciona con el libro como producto al servicio de la formación y del entretenimiento de una sociedad. Asistimos, en efecto, a una reestructuración integral derivada de los cambios que están teniendo lugar en los hábitos de lectura y en el funcionamiento de las formas de relación y de los espacios vertebrados en torno a este poderoso instrumento de transmisión cultural.
5 de junio de 2019
La Universidad de Burgos: el punto de partida
Las efemérides relevantes son siempre una oportuna ocasión para que la memoria reverdezca. Y digo toda la memoria, sin omisiones intencionadas e incomprensibles. Por esa razón, cuando se conmemora felizmente el cuarto de siglo del nacimiento de la Universidad de Burgos, parece lógico, a la par que la congratulación por el hecho, que la mirada se vuelva sinceramente retrospectiva para que lo vivido y lo mucho logrado a lo largo de ese tiempo cobren, asumidos con orgullo y frente al olvido, la fuerza y el reconocimiento que merecen. Tal es el sentido que pretendo dar a esta nota tras comprobar las referencias sesgadas con las que por parte de algunos se ha tratado de abordar la génesis de la Universidad burgalesa, haciendo un tratamiento selectivo de los hechos mediante la sobreconsideración de unos y el olvido deliberado de otros.
Impresionante es sin duda el balance alcanzado por una institución de enseñanza e investigación de rango superior que, conviene recordarlo para que no quede relegado a la desmemoria, hunde sus raíces en el proceso de adaptación a los parámetros de la Universidad pública a partir de un proceso iniciado a comienzos de los años ochenta del siglo XX. Desde esa perspectiva, la trayectoria que culminaría en su creación como Universidad específica hace de la experiencia burgalesa un caso singular en España. Es la primera, y la única, que, partiendo de un Colegio Universitario Adscrito – como estructura aglutinante del núcleo esencial de las enseñanzas universitarias impartidas en Burgos - , acomete una etapa de transición mediante la integración en la Universidad cabecera del distrito al que pertenecía con el fin de incorporar gradualmente los instrumentos, reglas y procedimientos de gestión inherentes a la Universidad pública. Se hizo así porque con este propósito se formalizó el convenio suscrito por el Rectorado de la Universidad de Valladolid con los responsables del Ayuntamiento y la Diputación de Burgos en 1981. Fue, insisto, un caso excepcional en España.
Todo hubiera transcurrido con normalidad de no ser por la demora en la aplicación del convenio y por la hostilidad que las autoridades locales del momento mostraron a la hora de cumplir los compromisos de todo orden contraídos con la Universidad vallisoletana, una vez el acuerdo comenzó a ponerse en marcha por parte del Rectorado de Justino Duque, en el que tuve el honor de asumir dicha tarea -como Director del Colegio Universitario burgalés - a partir del mes de febrero de 1982. Una tarea concebida además como un reto que personalmente entendí beneficioso para mi ciudad natal.
No dispongo aquí de espacio suficiente para evocar el cúmulo de tensiones, zozobras y anécdotas vividas durante aquellos dos años decisivos. Pero las tengo bien registradas y jamás las olvidaré. Así consta en la hemeroteca del Diario de Burgos y en diversos artículos publicados al respecto. Las decepciones se entremezclaron con los descubrimientos de personas memorables, los avances ilusionados con los bloqueos oficiales inconcebibles. A la postre, arropado por el Rectorado y por los miembros del profesorado y del personal de servicios que siempre encontré a mi lado, acabó prevaleciendo el sentido común y el cumplimiento del compromiso contraído. El apoyo recibido de quienes me acompañaron en aquella responsabilidad –José Luis Cabezas, Carlos Matrán y José María Leal por parte del profesorado del CUI, Gerardo Llana y Miguel Gobernado desde la Gerencia de la UVa y José Luis Puras en las tareas administrativas en Burgos– me lleva a mantener con ellos, más allá del tiempo transcurrido, una deuda de gratitud que nunca quedará saldada. Relevantes personalidades de la vida burgalesa como Ángel Olivares, Fernando Ortega, Esteban y Octavio Granado, Tino Barriuso o Pablo del Barco sumaron también su apoyo y sus consejos en esos momentos tan difíciles como cruciales. Nadie más con dimensión política y ciudadana movió un dedo entonces a favor de aquella singladura. Su apoyo se echó de menos. A la superación de las trabas institucionales contribuyó, sin embargo, y de forma sustancial, la reunión mantenida en el Ministerio de Educación el 19 de mayo de 1982 con el propio Ministro, Federico Mayor Zaragoza, y con el Secretario de Estado de Universidades, Saturnino de la Plaza, a quienes agradecí su pertinente y provechosa mediación. En medio de aquellas contrariedades, los cimientos se fueron afianzando irreversiblemente. Se logró que las enseñanzas de Físicas y Matemáticas no desaparecieran, como el convenio establecía, se implantó el segundo ciclo de la Licenciatura de Derecho, germen de la futura Facultad, se incrementaron las dotaciones para Bibliotecas y Laboratorios, se proveyeron las primeras plazas de funcionario del Cuerpo de Profesores Adjuntos, se iniciaron obras de acondicionamiento del edificio de San Amaro, se duplicó el presupuesto a lo largo del bienio, todo el personal, docente y de servicios, fue incorporado a la plantilla normalizada de la Universidad de Valladolid, consolidándola y favoreciendo así su transferencia ulterior, se promovieron iniciativas culturales de gran resonancia dentro y fuera de la ciudad…se sentaron, en fin, los puntales de una estructura que poco a poco adquirió consistencia en un contexto de gran precariedad de medios que quedaba subsanada por la generosidad de un esfuerzo del que convendría dar cuenta precisa alguna vez.
A la postre, cuando finalicé voluntariamente el ejercicio de aquella responsabilidad en la primavera de 1984, y arropado por quienes me lo reconocieron en un encuentro memorable en el restaurante El Peregrino, tuve la sensación de que el objetivo había quedado satisfecho. Misión cumplida, me dije. Es cierto que quedaba camino por recorrer, toda una década, si bien iba a serlo con la mirada puesta en un horizonte más propicio y, por tanto, mucho más fácil y menos incómodo, pues la plataforma ya estaba construida. Y es que, tras una etapa que he denominado de la “Universidad sin ley”, se abrían con el desarrollo reglamentario de la Ley Orgánica de Reforma Universitaria (1983) posibilidades inimaginables hasta entonces, que algunos supieron aprovechar casi de manera automática. El nacimiento de nuevas Universidades públicas en todo el país – diecinueve fueron creadas entre 1987 y 1998 - , la normalización de unas reglas de funcionamiento bien definidas, el amplio escenario de expectativas favorecidas por la internacionalización del conocimiento y la previsible integración en las Comunidades Europeas configuraron un panorama de total ruptura con las insuficiencias de la fase precedente. Quedó definitivamente superada esa fase de desafíos que nos tocó vivir y gestionar a cuantos, en un entorno de soledad, incomprensiones e incertidumbres, tuvimos también algo que ver con la historia de la Universidad de Burgos, a la que felicito por su veinticinco aniversario y a la que deseo la mayor de las fortunas. Su actual Rector, a quien conocí cuando era un jovencísimo y brillante profesor de Biología, bien lo sabe y sin duda recuerda.