9 de octubre de 2019

El valor patrimonial y documental de la imagen imperecedera

 


El texto corresponde al prólogo de la obra, realizada por 

Luis Posadas Lubeiro y Maria José Velloso Mata

La sorpresa siempre surge cuando se contempla la fotografía que pone al descubierto los efectos provocados por el inexorable paso del tiempo. Es entonces cuando el observador aprecia el enorme valor de la imagen fija que sirve para interpretar, a menudo mejor que muchas palabras, las transformaciones de la escena captada, lo que otorga pleno sentido a la finalidad perseguida por quien en un momento determinado deseó dejar constancia gráfica de lo que llamó su atención, perpetuando así el valor de su mirada. A esta sensación, inherente a la tarea propia del fotógrafo, se refería con acierto Lewis Hine, autor de imágenes señeras,  con estas elocuentes ideas, alusivas a las razones que le llevaban a fotografiar la realidad que a sus ojos se ofrecía: "Quise hacer dos cosas. Quise mostrar lo que había que corregir. Quise mostrar lo que había que apreciar". La frase destaca fielmente la complementariedad construida en torno dos nociones básicas: por un lado, la de apreciar, es decir, la que lleva a centrar el interés por un motivo determinado, al que se asigna en sí mismo un valor digno de ser conservado para evitar que quede relegado a la irrelevancia de lo efímero; y, por otro, la de corregir, entendiendo, con una finalidad práctica, el valor de la fotografía como documento repleto de señales, lecciones y advertencias a tener en cuenta.

            En cualquier caso, la reflexión de Hine resume con expresividad el fin que el captador de imágenes, fiel a su compromiso incansable con las manifestaciones de la  vida cotidiana, atribuye a la importancia de la mirada con la que trata de dar sentido al  impulso o a la motivación  que le lleva a plasmarla mediante la cámara como una realidad provocadora de la atención  y  como aliciente de las sensibilidades propias, susceptibles de ser transmisibles a los demás. Es obvio que se requiere para ello una alta dosis de curiosidad, de vigilancia permanente por cuanto ocurre en el entorno, de voluntad de dejar constancia de lo que la vista percibe como testimonio de una realidad que se desea transmitir a fin de que no quede sumida en la desmemoria. Y es que, además de acercarnos a lo que tuvo lugar en un momento determinado, la fotografía nos aporta una nueva dimensión, una perspectiva diferente, respecto a lo convencionalmente percibido, ya que con frecuencia no nos damos cuenta del significado de lo que nos rodea, a no ser que su propio impacto visual y su espectacularidad induzcan a entender que constituye algo digno de ser preservado en el recuerdo.

            Somos, pues, deudores de los fotógrafos que nos han legado los testimonios fidedignos de la realidad tal y como fue y que no podemos ignorar, movidos por el afán de comprender el efecto espacial del tiempo y las numerosas lecciones que su estudio  aporta. A ello han dedicado sus desvelos, sacando provecho de una sensibilidad sobrepuesta a la precariedad de las técnicas entonces disponibles, los grandes artesanos de la imagen fotográfica del siglo XX– herederos de “los corsarios de la albúmina” que los precedieron – y que nos han puesto al descubierto, con su espíritu de entrega, indagación y denuncia, hechos, rostros e imágenes que, cuando se observan detenidamente, dejan una huella indeleble en la memoria y en el pensamiento. Por esa razón la inteligencia del observador aparece estimulada cuando se detiene ante esas perspectivas en blanco y negro, ya que de una fotografía histórica es posible extraer múltiples sensaciones y matices abiertos al descubrimiento y a la identificación hasta convertirla en un documento polisémico de valor esencial como fuente histórica, y que tan bien fue definido y reflejado por algunos de los grandes maestros de la fotografía documental contemporánea como fueron Eugène Atget, Berenice Abbott, Gabriele Basilico, y, entre los españoles, José Ortiz Echagüe, Agustín Cacho o Federico Vélez, entre otros

            Productos culturales heredados de una época pretérita, pero en modo alguno olvidada, la utilidad de las fotografías históricas deriva del hecho de haber sobrevivido a la destrucción, al abandono o a la indiferencia. De ahí la importancia de la excelente recopilación efectuada por Luis Posadas Lubeiro y María José Velloso Mata que, con impresionante esfuerzo y acertado criterio en la selección de las imágenes, han logrado construir un acervo fotográfico de gran realismo y expresividad visual que hace posible entender la fotografía como una herramienta indispensable para la comprensión de los cambios que han afectado al espacio reproducido. Al facilitar la comparación, el conocimiento de los hechos se amplía y fortalece, gana en perspectiva y, lo que es más importante, induce a la indagación sobre los factores que explican la transformación detectada. Al propio tiempo, plantea un desafío que pone a prueba la curiosidad de quien se interesa por ellos. Situada ante la escena del pasado, la imaginación se despliega a la hora de identificar, con su singularidad y sus rasgos distintivos, los lugares de que se trata. Unos le serán conocidos, otros menos, otros nada, pero, a la postre, se dará cuenta de que todos forman parte de un patrimonio que acaba por pertenecerle y que decide  reflexivamente hacer suyo como elemento fundamental de su propia formación cultural, con la firme conciencia de que de ese modo aparece enriquecida.

            Todas estas consideraciones afloran al comprobar las cualidades de la valiosa obra que nos ocupa. Es una aportación muy meritoria al conocimiento del caudal de referencias fotográficas cimentadas en lo mucho que ha dado de sí la historia de la fotografía el siglo XX, particularmente en este caso durante el período comprendido entre 1940 y 1970. Si es bien sabido hasta qué punto constituye una etapa tan decisiva como intensa en la transformación de la sociedad y de la economía españolas, no es menos evidente el impacto que esa metamorfosis tiene desde el punto de vista territorial. En ese proceso de drástica recomposición funcional operado en el mundo rural y en los espacios urbanos, las ciudades ejemplifican ostensiblemente los efectos, en ocasiones traumáticos, de una etapa de cambio sin precedentes y de dimensión generalizada. Y es que, merced al empeño y a la perspicacia del fotógrafo que desea ir más allá de los estereotipos y de la banalidad, nos es posible acercarnos con nitidez y sin ambigüedades a la realidad de las ciudades contemporáneas a través de la particular morfología de los centros históricos,  de la dureza de sus periferias, de los ámbitos de relación y convivencia donde la ciudad emblemática es reemplazada por la visión estandarizada de la que sólo quien acude a ella puede dejar testimonio. Y lo consiguen captando la expresividad del edificio, de las arquitecturas y de los espacios públicos que modelan el hecho urbano y le aportan esa sensación de cambio constante, que la fotografía consigue salvaguardar para dar fe indeleble de su existencia. 

            Es precisamente en ese contexto en el que se produce, como testimonio bien representativo de cuanto sucedió en el conjunto de España, el tránsito del Valladolid tradicional al Valladolid que se encamina hacia la modernidad al compás de la industrialización a gran escala con todos los impactos urbanísticos y socio-demográficos que conlleva. La interpretación de lo que esa etapa representa cobra particular interés a través de las fotografías que Luis y María José han seleccionado para que salga a la luz, se perciba en toda su elocuencia y no quede sumida en la sima del olvido. La selección permite descubrir lo desconocido, mantener en la memoria lo que ya no existe, averiguar la entidad de los cambios y, lo que también es muy importante, reflexionar acerca de los factores que los motivaron y el significado de la realidad resultante.  Estamos ante una obra oportuna y necesaria. Formando parte de una serie bibliográfica que cuenta con dos acreditados precedentes, el libro que el lector tiene ahora en sus manos favorece una aproximación visual de primer orden a la apreciación de los rasgos que en el pasado dan cuenta fidedigna de lo que fue la ciudad de Valladolid en la etapa más crucial de su historia contemporánea. Aproximarse a ella a través de este interesantísimo caudal de imágenes no sólo ayuda a conocerla mejor sino también a desarrollar el juicio crítico acerca de las luces y las sombras que encauzaron las pautas responsables de su transformación hasta llegar a ser la ciudad que actualmente es.

 

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