El texto corresponde al prólogo de la obra, realizada por
Luis Posadas Lubeiro y Maria José Velloso Mata
La sorpresa siempre surge cuando se contempla la
fotografía que pone al descubierto los efectos provocados por el inexorable paso
del tiempo. Es entonces cuando el observador aprecia el enorme valor de la
imagen fija que sirve para interpretar, a menudo mejor que muchas palabras, las
transformaciones de la escena captada, lo que otorga pleno sentido a la
finalidad perseguida por quien en un momento determinado deseó dejar constancia
gráfica de lo que llamó su atención, perpetuando así el valor de su mirada. A
esta sensación, inherente a la tarea propia del fotógrafo, se refería con
acierto Lewis Hine, autor de imágenes señeras, con estas elocuentes ideas, alusivas a las
razones que le llevaban a fotografiar la realidad que a sus ojos se ofrecía: "Quise
hacer dos cosas. Quise mostrar lo que había que corregir. Quise mostrar lo
que había que apreciar". La frase destaca fielmente la complementariedad construida
en torno dos nociones básicas: por un lado, la de apreciar, es decir, la que
lleva a centrar el interés por un motivo determinado, al que se asigna en sí
mismo un valor digno de ser conservado para evitar que quede relegado a la
irrelevancia de lo efímero; y, por otro, la de corregir, entendiendo, con una
finalidad práctica, el valor de la fotografía como documento repleto de señales,
lecciones y advertencias a tener en cuenta.
En
cualquier caso, la reflexión de Hine resume con expresividad el fin que el captador
de imágenes, fiel a su compromiso incansable con las manifestaciones de la vida cotidiana, atribuye a la importancia de
la mirada con la que trata de dar sentido al impulso o a la motivación que le lleva a plasmarla mediante la cámara
como una realidad provocadora de la atención
y como aliciente de las
sensibilidades propias, susceptibles de ser transmisibles a los demás. Es obvio
que se requiere para ello una alta dosis de curiosidad, de vigilancia
permanente por cuanto ocurre en el entorno, de voluntad de dejar constancia de
lo que la vista percibe como testimonio de una realidad que se desea transmitir
a fin de que no quede sumida en la desmemoria. Y
es que, además de acercarnos a lo que tuvo lugar en un momento
determinado, la fotografía nos aporta una nueva dimensión, una perspectiva
diferente, respecto a lo convencionalmente percibido, ya que con frecuencia no
nos damos cuenta del significado de lo que nos rodea, a no ser que su propio
impacto visual y su espectacularidad induzcan a entender que constituye algo
digno de ser preservado en el recuerdo.
Somos,
pues, deudores de los fotógrafos que nos han legado los testimonios fidedignos
de la realidad tal y como fue y que no podemos ignorar, movidos por el afán de comprender
el efecto espacial del tiempo y las numerosas lecciones que su estudio aporta. A ello han dedicado sus desvelos,
sacando provecho de una sensibilidad sobrepuesta a la precariedad de las
técnicas entonces disponibles, los grandes artesanos de la imagen fotográfica
del siglo XX– herederos de “los corsarios de la albúmina” que los precedieron –
y que nos han puesto al descubierto, con su espíritu de entrega, indagación y
denuncia, hechos, rostros e imágenes que, cuando se observan detenidamente,
dejan una huella indeleble en la memoria y en el pensamiento. Por esa razón la inteligencia
del observador aparece estimulada cuando se detiene ante esas perspectivas en
blanco y negro, ya que de una fotografía histórica es posible extraer múltiples
sensaciones y matices abiertos al descubrimiento y a la identificación
hasta convertirla en un documento polisémico de valor esencial como fuente
histórica, y que tan bien fue definido y reflejado por algunos de los grandes maestros
de la fotografía documental contemporánea como fueron Eugène
Atget, Berenice Abbott, Gabriele Basilico, y, entre los españoles, José
Ortiz Echagüe, Agustín Cacho o Federico Vélez, entre otros
Productos culturales heredados de
una época pretérita, pero en modo alguno olvidada, la utilidad de las
fotografías históricas deriva del hecho de haber sobrevivido a la destrucción,
al abandono o a la indiferencia. De ahí la importancia de la excelente recopilación
efectuada por Luis Posadas Lubeiro y María José Velloso Mata que, con
impresionante esfuerzo y acertado criterio en la selección de las imágenes, han
logrado construir un acervo fotográfico de gran realismo y expresividad visual
que hace posible entender la fotografía como una herramienta indispensable para
la comprensión de los cambios que han afectado al espacio reproducido. Al
facilitar la comparación, el conocimiento de los hechos se amplía y fortalece,
gana en perspectiva y, lo que es más importante, induce a la indagación sobre
los factores que explican la transformación detectada. Al propio tiempo,
plantea un desafío que pone a prueba la curiosidad de quien se interesa por ellos.
Situada ante la escena del pasado, la imaginación se despliega a la hora de
identificar, con su singularidad y sus rasgos distintivos, los lugares de que
se trata. Unos le serán conocidos, otros menos, otros nada, pero, a la postre,
se dará cuenta de que todos forman parte de un patrimonio que acaba por
pertenecerle y que decide reflexivamente
hacer suyo como elemento fundamental de su propia formación cultural, con la firme
conciencia de que de ese modo aparece enriquecida.
Todas estas consideraciones afloran
al comprobar las cualidades de la valiosa obra que nos ocupa. Es una aportación
muy meritoria al conocimiento del caudal de referencias fotográficas cimentadas
en lo mucho que ha dado de sí la historia de la fotografía el siglo XX,
particularmente en este caso durante el período comprendido entre 1940 y 1970.
Si es bien sabido hasta qué punto constituye una etapa tan decisiva como
intensa en la transformación de la sociedad y de la economía españolas, no es
menos evidente el impacto que esa metamorfosis tiene desde el punto de vista
territorial. En ese proceso de drástica recomposición funcional operado en el
mundo rural y en los espacios urbanos, las ciudades ejemplifican
ostensiblemente los efectos, en ocasiones traumáticos, de una etapa de cambio
sin precedentes y de dimensión generalizada. Y es que, merced al empeño y a la
perspicacia del fotógrafo que desea ir más allá de los estereotipos y de la
banalidad, nos es posible acercarnos con nitidez y sin ambigüedades a la realidad de las ciudades contemporáneas a
través de la particular morfología de los centros históricos, de la dureza de sus periferias, de los ámbitos
de relación y convivencia donde la ciudad emblemática es reemplazada por la
visión estandarizada de la que sólo quien acude a ella puede dejar testimonio.
Y lo consiguen captando la expresividad del edificio, de las arquitecturas y de
los espacios públicos que modelan el hecho urbano y le aportan esa sensación de
cambio constante, que la fotografía consigue salvaguardar para dar fe indeleble
de su existencia.
Es precisamente en ese contexto en
el que se produce, como testimonio bien representativo de cuanto sucedió en el
conjunto de España, el tránsito del Valladolid tradicional al Valladolid que se
encamina hacia la modernidad al compás de la industrialización a gran escala
con todos los impactos urbanísticos y socio-demográficos que conlleva. La
interpretación de lo que esa etapa representa cobra particular interés a través
de las fotografías que Luis y María José han seleccionado para que salga a la
luz, se perciba en toda su elocuencia y no quede sumida en la sima del olvido.
La selección permite descubrir lo desconocido, mantener en la memoria lo que ya
no existe, averiguar la entidad de los cambios y, lo que también es muy
importante, reflexionar acerca de los factores que los motivaron y el
significado de la realidad resultante. Estamos
ante una obra oportuna y necesaria. Formando parte de una serie bibliográfica
que cuenta con dos acreditados precedentes, el libro que el lector tiene ahora
en sus manos favorece una aproximación visual de primer orden a la apreciación
de los rasgos que en el pasado dan cuenta fidedigna de lo que fue la ciudad de
Valladolid en la etapa más crucial de su historia contemporánea. Aproximarse a
ella a través de este interesantísimo caudal de imágenes no sólo ayuda a
conocerla mejor sino también a desarrollar el juicio crítico acerca de las
luces y las sombras que encauzaron las pautas responsables de su transformación
hasta llegar a ser la ciudad que actualmente es.
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