19 de noviembre de 2015

Geografía y experiencia viajera: la mirada atenta y la percepción de los espacios contrastados



Reproduzco aquí la introducción del libro en el que he tratado de relatar las experiencias vividas durante los viajes que, con fines docentes y científicos, he realizado a los países del Cono Sur americano durante varios años. Con ello simplemente persigo dar a conocer el amplio abanico de posibilidades a que se abre la realización de los viajes, como fuente inagotable de enseñanzas, vivencias y situaciones de la más variada índole. 

En la edad de ordenar por vez primera las emociones bellas, me sobrecogió el paisaje”. Manuel Azaña: El jardín de los frailes, Madrid, Alianza Editorial, 1981

 

“Quien observa termina por ver”

Glenn Murcutt, arquitecto australiano, 2011

 

“Todo lugar es el lugar donde no está otro lugar”, Tony Judt, El refugio de la memoria, Madrid, Taurus Pensamiento, 2011

 

“A la tumba solo nos llevamos los viajes”, palabras dichas al escritor Jorge Carrión por un camionero en un vuelo Ciudad de Guatemala-San Francisco, 2013

 

 

Evocar las experiencias viajeras significa con frecuencia vivirlas de nuevo, sobre todo si se procura mantenerlas en el recuerdo antes de que el tiempo acabe por desleírlas o empobrecerlas. La realización de un viaje entraña temporalmente un cambio de vida, la apertura expectante a otras sensaciones, el descubrimiento de costumbres, escenarios y  hechos insólitos, a veces desconcertantes, que solo quien lo lleva a cabo, y lo acepta asumiendo sus posibilidades, misterios y desafíos, puede comprender en toda su plenitud, en su compleja y plural riqueza de matices. No me refiero obviamente a los viajes forzados, a los que se hacen en contra de la voluntad, por imperativo no deseado o a disgusto. Cuando eso sucede, y ha sucedido siempre y en exceso, la movilidad equivale a traslado obligado por las circunstancias, es decir, por las múltiples causas que llevan a las personas al exilio, al destierro, al  desarraigo o a la búsqueda necesaria, mediante la emigración, de horizontes alternativos.


No es esa, empero, la sensación que procuran los viajes organizados de forma voluntaria, de esos que, como escribió Cees Nooteboom  “salen  de la curiosidad de ver cómo viven los otros”, del deseo de apreciar el valor de la alteridad y de los contrastes entre lo cercano y lo distante, entre lo propio y lo ajeno, de la inquietud que suscita el desafío ante la novedad de lo desconocido. Son viajes justificados en función de los diferentes factores que los motivan y efectuados con el convencimiento previo de que, pese a las vicisitudes, los esfuerzos, los riesgos o las incomodidades que pudieran acaecer o acarrear, el resultado final puede resultar satisfactorio, muy formativo y, a la postre, una gratificante y perenne recompensa vital. Y lo son aún más cuando lo que se decide conocer acusa rasgos diferenciales respecto a lo que es habitual, frecuentado y consabido. Se trata, en suma, del viaje concebido como práctica del espacio, la actividad inherente a los geógrafos; es decir, esa imbricación entre Geografía y aventura que tan bien describe e interpreta Eduardo Martínez de Pisón en sus memorables obras de viaje y de la que con singular acuidad supo dar cuenta  Jesús García Fernández, al comentar sus trabajos de campo, que finalmente recopiló en el libro – Por ambas Castillas. Memorias de un geógrafo -  a cuya publicación en Ámbito Ediciones contribuí en  2005,  como respuesta al deseo del ilustre geógrafo, que además fue mi maestro, de “catar y recatar” lo que a su mirada y a su cuaderno se ofrecía.  

Si, en principio, viajar por Europa no constituye para el europeo una vivencia que sorprenda más allá de las particularidades propias de un territorio en el que abundan las referencias – históricas y geográficas - asumidas o entendibles de antemano, visitar y recorrer el mundo latinoamericano aparece como una opción viajera henchida de retos, incógnitas y alicientes de toda índole.


Confieso que desde la infancia me sentí fascinado por lo que pudiera ocurrir al otro lado del Atlántico, cuya magnitud contemplaba a menudo en los mapas con indisimulada curiosidad. Mi padre, que nunca salió de España, me la transmitió a través de las narraciones de los viajes de Colón, de las descripciones y los comentarios sobre la construcción del Canal de Panamá o los misterios insondables de la Amazonia, de la experiencia vivida en Cuba como monja de una hermana de mi madre, de las peripecias de un viejo amigo de la familia emigrante a  México o de las que él mismo se inventaba, recreándolas con una admirable imaginación, sobre lo que ocurría en aquellas tierras remotas, tan ligadas a nuestra historia y tan próximas, por tanto, a las percepciones que nos hacían sentirlas como algo de lo que culturalmente no podíamos, ni queríamos, desprendernos. Así se fraguaron poco a poco esos lugares embebidos en  la memoria que, buceando en ella,  la propia fantasía se encargaba de mitificar, hasta el punto de convertirlos en un destino viajero, casi como un compromiso,  pendiente de satisfacer en un futuro indeterminado.

Afortunadamente la vida profesional me ha permitido aproximarme, ya como adulto, a su conocimiento y, aunque es bien cierto que la magnitud de ese espacio, su variedad intrínseca en todos los sentidos o el sinfín de referencias que acumula impiden abarcarlo siquiera sea de manera aproximada, no cabe duda que la expresividad de sus manifestaciones, el interés que suscitan, las reflexiones que provocan y los debates alentados crean favorables condiciones para tener la impresión de que se trata de un espacio que, inasible al principio de tomar contacto con él, merece ser descubierto, y además con el convencimiento de que nunca se acabará de conocer por completo ni en toda su riqueza de matices.


En mi caso me apoyo en la frecuencia de las visitas, y de los valiosos horizontes de relación que me han facilitado, para mostrar la visión que de todas ellas he obtenido a través de la aproximación a  la realidad y, lo que es más importante, de la relación con las personas que en ella viven, trabajan y se desenvuelven. Es entonces cuando uno siente la necesidad de no desperdiciar lo mucho que el viaje puede ofrecer, consciente de que solo en la búsqueda deliberada de lo desconocido, y precisamente por el estímulo que crea a favor de su descubrimiento,  es posible encontrar la explicación objetiva a muchos de los interrogantes que  plantea la realidad que se pretende conocer y desentrañar. Como una puerta abierta a posibilidades insospechadas, contemplando los paisajes con “ojos nuevos”,  coherente con la conocida reflexión de Marcel Proust a propósito de lo que significa el “verdadero viaje de descubrimiento”.


No en vano el viaje representa la forma  más evolucionada que el ser humano tiene de conocer el mundo que le ha tocado vivir, habida cuenta además que la historia de la cultura viajera demuestra que no se viaja sin esfuerzo, sin sacrificio, sin ilusión, sin cobrar conciencia previa de que lo que se va a ver siempre revela matices susceptibles de ser conocidos, discutidos y  reinterpretados.  Posibilidad que, por otro lado, está alentada cuando la visión se combina certeramente con la palabra, cuando lo que se ve abre paso, merced al efecto estimulante y creativo de la curiosidad y de la conversación, a comentarios y explicaciones no circunscritos a la mera coincidencia sino amparados en la complementariedad de perspectivas que el propio flujo y contraste de puntos de vista favorece. En ello estriba en buena medida el que la huella dejada por el viaje, el hecho de reparar en detalles que otros no perciben,  sea eficaz y, lo que no es menos importante, satisfactoriamente duradera e intelectualmente fecunda. Y lo afirmo con el convencimiento de que es probable que en todo proyecto viajero yazga siempre la sensación de que lo que se ha de descubrir pueda superar con creces la más motivadora de las intuiciones previas a su realización.


Cuando desgrano y a la vez encadeno en la memoria - evitando que se muestre quebradiza -  las diferentes situaciones y experiencias vividas, hasta descender incluso a esos pequeños detalles que tanto valor tienen y que tan a menudo pasan desatendidos, observo entre ellas un hilo conductor que las aporta el engarce necesario para darlas a conocer de manera coherente y estructurada, contemplada con los ojos del geógrafo y convencido de que, como señala Martínez Ahrens, “Latinoamérica es una incógnita que sólo se explica por la Geografía”. De hecho, y más allá de su diversidad, responden a la misma motivación que justifica la ilusión puesta en no cerrarse a posibilidad alguna en la ejecución del viaje o ante lo que pudiera suceder. Y para ello nada mejor que aceptar de entrada, y a sabiendas de que las que sorpresas pueden aparecer en cualquier momento, los dos requisitos que se precisan cuando el viajero decide emprender el camino a través de las rutas y railes que surcan el inmenso espacio sudamericano.


Se necesita a la par paciencia y mirada perspicaz. Paciencia para aceptar  que las distancias son largas y el tiempo exigido para recorrerlas resulta casi siempre imprevisible, pues no se mide tanto en kilómetros como en horas consumidas. Y, en cuanto a la forma de percibirlo, ¿cómo no extremar la agudeza de la mirada y la finura del oído a fin de evitar incurrir en la monotonía, cuando la realidad está henchida de matices,  de singularidades, de aspectos curiosos e imprevisibles y de personas capaces de descubrirlos y dispuestas para ello? Además, cuando se mira, hay que  evitar  siempre esa propensión a prejuzgar que el escritor viajero argentino Mempo Giardinelli atribuye a los europeos cuando se acercan al mundo que les es ajeno;  por eso, siguiendo sus indicaciones, estoy de acuerdo con él de que se trata ante todo de comprender, sin duda la postura más correcta y respetuosa que quepa adoptar. De nada sirven las posturas preconcebidas si no se parte del principio de que han de estar sometidas a la revisión y al tamiz que la experiencia directa y el sentido del viaje proporcionan.


Con esta actitud ante la dimensión, la imprevisibilidad y la complejidad del espacio que nos ocupa, se impone igualmente la toma en consideración  de los principios que han de inspirar la realización de un viaje hacia lo que está por descubrir, esto es, la ausencia de prejuicios, el rechazo a las obsesiones comparativas, el conocimiento - siquiera sea aproximado - de los factores geográficos, históricos y culturales que lo construyen…amén del espíritu crítico y el reconocimiento de lo que la diferenciación espacial representa. Y, por supuesto, con  la libreta de anotaciones y la cámara fotográfica como compañías inseparables. Dicho en otras palabras, se trata de incorporar el territorio al universo, siempre abierto y expectante, de las sensibilidades personales con la intención de transmitirlas y compartirlas con los demás.


Entre los meses de octubre de 1994 y 2013 he efectuado treinta y dos viajes a la América Central y del Sur. A lo largo de ese período casi todos los años – y siempre en las estaciones equinocciales - he cruzado el océano Atlántico, y hasta varias veces en uno solo. Conozco bien varios de sus aeropuertos, las carreteras, las estaciones de autobús y de tren, las vías fluviales, las ciudades, las áreas rurales, algunos de sus paisajes más singulares y poco conocidos, sus gentes y sus costumbres, sus formas de hablar, de opinar, de discutir, de cantar, de sentir y, en suma, de vivir. Todos estos movimientos han tenido relación con diferentes aspectos de mi actividad profesional, vinculada a mis responsabilidades como docente e investigador en la Universidad de Valladolid, a la que he tratado de representar siempre con dignidad. Ninguno de los viajes a los que me refiero en esta obra ha sido efectuado con fines estrictamente turísticos. Los doy a conocer y describo como parte sustantiva de mi actividad profesional, pues no podría entenderlos sin tener en cuenta lo mucho que han contribuido a desarrollarla cualitativamente, pues no cabe duda que el desplazamiento físico nutre y enriquece el propio trayecto interior. De uno u otro modo han influido de manera decisiva en mi percepción de la realidad espacial, que, desde luego, sería muy distinta de no haber tenido la oportunidad, aprovechándola a conciencia, en grata compañía y bien asesorado, de visitar lugares y paisajes inolvidables, muchas veces alejados de las rutas turísticas convencionales y multitudinarias, observar iniciativas interesantes y curiosas, compartir experiencias y, lo que es más importante y atrayente, descubrir personas, opiniones y estilos de vida que han contribuido a embarnecer sobremanera la propia representación que del mundo he acabado elaborando, desde la atención y el respeto debidos, con el transcurso de los años.


Las causas que han motivado estos viajes y las actividades asociadas a ellos han respondido, como he señalado, a cuestiones de trabajo. En unos casos, la mayoría, he dado cumplimiento a compromisos docentes, en respuesta a amables invitaciones que comúnmente he atendido, y no tanto porque me permitían aplicar mis conocimientos en otros ámbitos sino porque, como los resultados así lo avalan, yo mismo me veía beneficiado por los encuentros con colegas y alumnos formados en diferentes escenarios, con procedencias, hábitos, costumbres y actitudes que ampliaban la perspectiva de la docencia a la que estaba acostumbrado. A decir verdad,  introducían formas novedosas de presentación de las cuestiones objeto de estudio y hacían posible el desarrollo de debates cuyos derroteros y resultados eran con frecuencia imprevisibles, aunque cabía presumir que podrían ser enriquecedores.
 

Pero no siempre la impartición de clases ha sido el objetivo a cumplir. La participación en Congresos y Seminarios, en reuniones relacionadas con proyectos científicos de dimensión internacional, en tribunales de Tesis Doctorales o de Maestría, o simplemente la presencia en reuniones a veces improvisadas aunque justificables en el ambiente de relación propiciado por el encuentro han abierto interesantes posibilidades de conexión con los demás que en la medida de lo posible he intentado no desaprovechar. Y, por supuesto, no he perdido la oportunidad, cuando se presentaba factible e interesante, de comunicarme con las personas que deliberada o casualmente se han cruzado en mi camino. Ocasiones las ha habido con frecuencia  y en las circunstancias más dispares. Basta simplemente con buscarlas, procurando que no se escapen. Y no solo en los ambientes ya citados, sino también en situaciones donde la disponibilidad de tiempo permitía crear un cierto clima de confianza, impulsor de la conversación que emana de la curiosidad por averiguar aspectos que el interlocutor podría poner al descubierto.


La verdad es que esta forma de coadunar vínculos temporales y afectivos ligados a la comunicación a través de la palabra y del escrito ha deparado sorpresas muy gratas en los viajes, especialmente en los autobuses y en sus estaciones, esos lugares proclives a la aparición de relaciones insospechadas que las largas horas ocupadas en el viaje se encargan de alumbrar. La vida está trenzada de experiencias múltiples, que crean una urdimbre de conexiones al cabo del tiempo hasta dejar un poso firme en la memoria, en la actitud ante lo que nos rodea y en la afectividad. Muchas de ellas son fortuitas, producto del azar, quizá irrepetibles, a menudo fugaces e incluso pudiera parecer que hasta inverosímiles. Mas cuando resultan enriquecedoras, y lo son las más de las veces, su recuerdo no se extingue pues permanece fresco y vigente, convencido de que cuanta más memoria más vida.


Y no sólo por lo que pudieran tener de originalidad, sino porque revelan las formidables oportunidades que emanan de las relaciones humanas cuando se abren al descubrimiento de otras personas antes desconocidas, y que de repente, sin preverlo, la casualidad pone en el camino, lamentando no haberlas conocido antes. Y la verdad es que se aprende mucho, pues viajar no sólo amplía horizontes; también aporta madurez, relativiza las opiniones valorativas sobre los hechos y las sociedades y somete a revisión y al necesario tamiz crítico las ideas preconcebidas hasta modificarlas en función del conocimiento obtenido.


No se trata, con todo,  de un texto pensado como una mera descripción de viajes, por más que la iniciativa viajera – esa “metáfora de la vida humana”, en expresión de Francisco Ayala - constituya la evidencia empírica tanto de lo aquí reflejado como de los pormenores y de las explicaciones que lo acompañan. Se trata, eludiendo el harto frecuente solipsismo académico, de aportar ideas y reflexiones susceptibles de facilitar una interpretación de las realidades espaciales cuando fueron visitadas y no a través de la erudición sino de las consideraciones obtenidas in situ, en cuyo conocimiento se entremezclan los hechos con las tendencias propias del contexto específico en el que tuvieron lugar. Son circunstancias heterogéneas e incluso contradictorias, que han ido mucho más allá del conocimiento convencional, pues en el inventario registrado coexisten las situaciones más confortables – discursos oficiales, lugares de la ostentación, rehabilitaciones espectaculares del patrimonio histórico, espacios naturales de gran belleza y espectacularidad, entornos placenteros, en cualquier caso -  con los hechos reveladores de las situaciones críticas – pobreza, desastres naturales, conflictos, desigualdad lacerante, deterioro ambiental, marginalidad – en las que aparece sumido el mundo sudamericano.


Y lo he hecho además persuadido de que la experiencia personal está indefectiblemente unida a la sucesión de los paisajes que se descubre, conoce y valora a lo largo del tiempo. Paisajes urbanos y rurales, paisajes de montaña y de llanura, paisajes intensamente transformados, cuando no agredidos,  por la acción humana o aún preservados de ella. Paisajes contrastados, en fin, que, como el legado patrimonial que representan,  traban el conocimiento del espacio y construyen esa cultura del territorio que cada cual posee y transmite con las herramientas a su alcance; herramientas que perfecciona con el tiempo a medida que las edifica y readapta en función de la utilidad que proporcionan hasta asimilarlas como un ingrediente fundamental de la experiencia viajera,  la que le lleva a descender a detalles que, en ausencia de ellas, pudieran pasar desapercibidos o ignorados. Así contempla el geógrafo viajero cuanto le rodea y así analiza e interpreta lo que ve quien conscientemente no quiere dejar nada a la indiferencia o al desdén, ya que nada, de antemano, es desdeñable, entendido en su momento histórico y en su contexto espacial. En cierto sentido, se trata de aproximarse con la mirada atenta a lo que la realidad  ofrece, más o menos acorde con la intención que, por ejemplo, Vanessa Winship imprime a sus fotografías, entendidas como un viaje al entendimiento de lo previamente desconocido.

 

 No es posible entender un espacio al margen de la época en que es conocido e interpretado ni, menos aún, de la  opinión de quienes viven, se organizan y se esfuerzan en él; de ahí la utilidad del relato personal, el valor de lo que se expone desde la vivencia directa, no mediatizada por el tópico consabido ni la intermediación interesada ni sesgada. Se trata, dicho de otro modo, de captar el significado que las experiencias acumuladas, y debidamente estructuradas, aportan al conocimiento de Latinoamérica, de sus cualidades naturales y procesos históricos, de los problemas que la aquejan, de sus contradicciones y dificultades, y de las transformaciones producidas en una época especialmente crucial de su historia. “No puede haber presente vivo con pasado muerto”, subraya con acierto Carlos Fuentes.  Muchas y complejas son, en efecto, las tendencias que definen su trayectoria histórica al tiempo que introducen factores de tensión y conflicto perceptibles en su evolución política, social, económica y territorial. Son aspectos que justifican sobradamente la atención merecida desde todas estas perspectivas ya que la región que nos ocupa posee esa condición de “edificio de un extraordinario atractivo” que, como señala Tony Judt, se requiere “para que un refugio de la memoria funcione como un almacén de recuerdos infinitamente reorganizados y reagrupados”.


Durante las dos décadas transcurridas en el período abarcado por estos viajes varios acontecimientos de singular importancia han contribuido a modelar el espacio con incidencias muy sensibles en la organización política interna de los Estados,  tras superar trágicas experiencias dictatoriales, en la recomposición de sus estructuras administrativas y de gestión, en su personalidad cultural, en su proyección internacional, en las directrices de crecimiento, en la utilización de sus recursos naturales y en la evolución de las sociedades, marcadas por el agravamiento de la desigualdad, por la pretensión de los esfuerzos encaminados a su mitigación y por las reclamaciones de las comunidades originarias allí donde su número y su fuerza se mantienen. En cualquier caso, la realidad ha acusado durante todo este tiempo los efectos asociados al proceso de globalización, con todas las repercusiones que el fenómeno ha traído consigo.


He querido recopilar todas estas vivencias ante el riesgo de que pudieran ser relegadas al olvido o lamentable e irreversiblemente desleídas en su riqueza de detalles.  “La escritura y la memoria van de la mano”, señala con acierto Enrique Lynch, precisamente porque ambas se exigen cuando se trata de plasmar en el papel los recuerdos que el paso del tiempo difumina sin remedio, y al tiempo convencido, de acuerdo con Miguel Torga, que “no hay espejo más transparente que una página escrita” y de que, como señala Andrés Neuman en su Cómo viajar sin ver,  la “escritura es un método de captura”.  Sabedor del riesgo y estimulado por el efecto que me produjo mi primer viaje a la América del Sur a mediados de los años noventa, punto de partida de una serie continuada durante dos décadas, he efectuado detalladas anotaciones de los hechos a medida que se iban produciendo, sin tener nunca la pretensión de que pudieran cristalizar en un libro de viajes, al menos coherente con los criterios que lo distinguen y que tan acertadamente ha analizado María Rubio en sus reflexiones sobre “los límites de los libros de viajes”. 


Lugares, fechas, acontecimientos, frases, anécdotas, mensajes expresados en la calle - les murs ont la parole, se escribía en el Paris turbulento de finales de los años sesenta - han formado y forman un elenco de constataciones memorables que facilitan la preservación material  de lo vivido y el deseo de transmitirlo en la medida en que rebasan lo estrictamente personal hasta adquirir una dimensión merecedora de proyección colectiva, contemplada en el contexto del  ámbito profesional en el que me desenvuelvo. No han sido extensas pero sí numerosas y, como es lógico, seleccionadas en función del interés que garantizase su vigencia y su expresividad no erosionadas con el paso de los años. Todas ellas aparecen datadas en su fecha precisa y relacionadas con las personas de cuya presencia y observaciones se nutren. Los nombres son reales, lo que convierte a las personas aludidas en testigos fiables y fidedignos de los hechos, así como los lugares en los que se desarrollan los diferentes sucesos mencionados, convencido de la necesidad de dejar constancia de hasta qué punto los resultados de un viaje dependen de la aceptación ofrecida por aquellos a los que se visita o conoce.


He intentado también, cuando se recurre a ello, reflejar con la mayor exactitud posible las frases alusivas a lo que se comenta, del mismo modo que trato también de ser fiel a las circunstancias que lo rodearon y que, por tanto, permiten entenderlo mejor,  pues de otra forma serían inexplicables. Puedo decir, en suma, que lo que presento es una especie de crónica organizada en torno a hechos ocurridos y que aparecen planteados en función de un criterio de coherencia espacial apoyado a su vez en la correspondiente secuencia cronológica. Digamos, recordando a Mario Benedetti, que también en este caso “el juego de las geografías se transforma en curiosa indagación”. Y es que nada de lo que sucede en el territorio, concepto determinante en la formación y transformación de los paisajes, en su dimensión natural y cultural, es indiferente a las apetencias intelectuales del geógrafo cuando decide acometer un viaje, máxime si se tiene en cuenta que el viaje constituye un componente básico de su actividad profesional. Difícilmente es posible entender su labor al margen de las peripecias viajeras que alimentan y embarnecen su experiencia vital.


Salvo a Nicaragua, Perú y Venezuela he viajado a todos los países del ámbito latinoamericano, incluidos los caribeños de habla española. Obviamente, conozco unos más que otros, pero he de decir que, sin perder de vista las particularidades que respectivamente los distinguen, creo haber conseguido captar el significado de los aspectos que justifican su consideración espacialmente integrada en función de los factores – históricos, naturales, socio-económicos, políticos, culturales – determinantes de su personalidad en el mundo tanto a través del tiempo como en nuestros días. Si el enfoque geográfico prevalece como principio rector a la hora de interpretar el alcance de las experiencias obtenidas en los viajes, mi intención en este caso se centra en aquéllas que nos acercan a  la naturaleza, a los paisajes, a las gentes y a las complejidades económico-espaciales del Cono Sur.


Argentina, Uruguay y Chile aparecen, pues, en esta ocasión como los ámbitos a los que se hace referencia expresa. En ellos destacan personajes, lugares, rasgos patrimoniales y tendencias representativos de algunas de las más importantes transformaciones ocurridas en el mundo contemporáneo, del mismo modo que esclarecen el significado de procesos políticos y culturales de reconocida trascendencia en el comportamiento de las respectivas sociedades hasta configurar un reclamo que el viajero interesado por cuanto sucede en su época no debe pasar por alto. Las lecciones recibidas no vienen predeterminadas, por más que el conocimiento que las lecturas previas facilitan permita percibir someramente de antemano lo que esas realidades encierran. Es una base pertinente en la que apoyar lo que verdaderamente importa, es decir, la indagación directa, la comprobación in situ de los hechos, el descubrimiento, a través de la conversaciones, de lo que, no estando escrito, resulta esencial para comprender e interpretar lo que se ve. 


¿Cómo definir una idea, un concepto, que permita dar sentido, entidad  y coherencia a lo que aportan globalmente como espacios visitados? De muchas maneras podrían ser  simbolizados a la hora de encabezar un título como noción aglutinante y catalizadora de las ideas expuestas, aunque no he de recurrir a complicadas elucubraciones para encontrar la expresión que facilite este engarce. Me basta con traer a colación el comentario que en Catriel – anunciada, a modo de reclamo, como “la puerta norte de la Patagonia”, en el límite septentrional de la provincia argentina de Río Negro -  y durante la parada del autobús que a finales de septiembre de 2005 me llevaba a Neuquén procedente de Mendoza, me hizo el hombre joven que atendía a la clientela, formada por trabajadores de las minas y de los pozos petrolíferos cercanos, en un atestado y bullanguero bar de carretera, en el que no me sentí, sin embargo, desconectado.


  A mi pregunta curiosa sobre la enorme fuerza del viento que había percibido a lo largo del trayecto en aquel turbulento mes de septiembre de 2005 me respondió al proviso: “eso es normal; acá el viento nunca para”. Dadas las connotaciones que posee ese fenómeno meteorológico, la invocación que de él hacen autores como Eduardo Galeano o Erico Verissimo en algunas de sus obras más emblemáticas (Los caminos del viento y la trilogía El tiempo y el viento, respectivamente), o el tremendo significado que le da Juan Rulfo en su poema - “… desde que el mundo es mundo / hemos echado a andar con el ombligo pegado al espinazo / y agarrándonos del viento con las uñas…” - ¿cabe acaso otra explicación mejor para dar razón de ser y motivación intelectual a lo que estas páginas pretenden? 


Desde luego, no hubiera sido posible escribirlas sin la ayuda y las ideas de las numerosas personas con las que, por los más variados motivos y en situaciones igualmente dispares, me  he encontrado aquí y allá y  a las que he tenido la fortuna de conocer para compartir el tiempo, los espacios y muchas de las palabras e ideas que en estas páginas se describen. Huelga citarlas de antemano, pues sus nombres aparecen señalados en  el momento y en el lugar que las corresponde. Con  todas ellas he contraído, más allá de la amistad y de la confianza que la brega compartida ha permitido urdir, una deuda de impagable gratitud. Como también quiero dejar constancia de la que me une a mis compañeros del Departamento de Geografía de la Universidad de Valladolid,  a varios  de los cuales he hecho partícipes de los sucesos que aquí se narran, y en particular a los que integran el Grupo de Investigación Reconocido (GIR) CITERIOR (Ciudad y Territorio), del que formo parte, y que amablemente me han brindado la ayuda del GIR para la cofinanciación de esta obra. Todas las fotografías que la ilustran han sido realizadas por quien esto escribe, salvo las tres cuya procedencia se menciona. E igualmente, dejo constancia de mi agradecimiento a la deferencia mostrada como prologuista de esta obra por parte de Gustavo Martín Garzo. Premio Nacional de Narrativa, entre otros muchos galardones, y escritor de gran relevancia en el panorama literario español, es también una excelente persona y un buen amigo al que admiro y con el que desde hace muchos años comparto inquietudes y sensibilidades.  

16 de octubre de 2015

El destino de Ámbito: De Zarapicos a Villalar




El Norte de Castilla, 16 de octubre de 2015



Durante años esta placa marcó el lugar de la sede de Ámbito Ediciones en la Calle Héroes de Alcántara de Valladolid 

Difícilmente se puede entender  la Comunidad Autónoma de Castilla y León sin asociarla a la valiosa aportación bibliográfica que la Editorial Ámbito ha llevado a cabo para contribuir a su mejor conocimiento y proyección. Coherente con el momento histórico que la vio nacer a comienzos de los ochenta, fue  el fecundo resultado de una tarea mantenida durante dos décadas y media, a lo largo de las cuales  sacó a la luz  un valioso catálogo de publicaciones con el que fue posible subsanar el vacío hasta entonces existente.   
            Ámbito Ediciones surgió de la confluencia de dos factores: de un lado,  la sensibilidad ante los desafíos del proceso autonómico incipiente, particularmente delicado por lo que respecta a la configuración integrada de ese espacio formado por Castilla y por León; y, de otro,  la necesidad de crear un “ámbito” de encuentro, de reflexión y de clarificación sobre el pasado y el presente de un territorio tan complejo como controvertido. Tal es el espíritu que animó  el despliegue de la idea promovida en principio por Gonzalo Blanco  y Ovidio Fernández Carnero, contando desde el primer momento con  quienes en sus albores nos sumamos a ella. Fue la finalidad de la reunión  efectuada con fines organizativos en la casa que el medievalista José Luis Martín tenía en el pueblo salmantino de Zarapicos, y  a la que asistieron, además de los citados, Julio Valdeón, Domingo Sánchez Zurro, Ángel García Sanz, Javier Paniagua y quien esto escribe.  Anoté la fecha: 18 de abril  de 1981,  a cinco días de la celebración de Villalar.  
            Si desde entonces las vicisitudes fueron numerosas, también el resultado que se iba consiguiendo deparaba satisfacciones indudables. Concebida como una sociedad anónima sin ánimo de lucro, mereció el respaldo desinteresadamente ofrecido por una amplísima relación de socios, que llegó a  alcanzar los seis centenares; comprobar la incorporación como autores de algunos de los mejores escritores y especialistas de la región y fuera de ella; observar de qué manera se avanzaba en el conocimiento de la Historia, de la Geografía, de la Historia del Arte, de la Literatura y de cuantos temas  permitían descubrir aspectos que en muchos casos eran inéditos; y no menos gratificante era  también dejar constancia de la recuperación de obras señeras, editadas en facsímil, y testimonio de un admirable legado que se recuperaba con esmero para que no quedase sumido en el olvido. En conjunto, un catálogo de más de 300 títulos forma el acervo transmitido por Ámbito a la cultura, con resonancias que han desbordado los límites regionales y asegurado su proyección a todas las escalas. La concesión en 1988 del Premio Castilla y León de Humanidades,  con Valdeón y Blanco en la dirección, ratificó el reconocimiento y el éxito de una experiencia que no admitía parangón  en el conjunto de las Comunidades Autónomas españolas.
            La crisis sobrevino en 2006. Fue una crisis financiera, asociada a las dificultades inherentes al mundo del libro y a la par debida a la ausencia de horizontes viables, aunque bien es cierto que el panorama de futuro estaba muy condicionado por el modelo de gestión llevado a cabo y por  su crítico balance desde el punto de vista económico. El asesoramiento legal prestado por Juan Barco y Teodoro Primo ayudó muchísimo a afrontar una situación grave en todos los sentidos. Basta remitirse además a las comprobaciones y cálculos efectuados por el concurso voluntario de acreedores, que necesariamente hubo que presentar, y admitido a trámite el 26 de octubre de 2006. Sus datos lo reflejaron inequívocamente, y así constan en los juzgados.  Por fortuna la salida a la catástrofe pudo ser paliada temporalmente merced a la absorción efectuada por Gráficas Simancas, en la que jugó un gran papel el empeño mostrado por Ricardo Sainz para mantener viva la llama de un proyecto editorial tan arraigado. Fue, con todo,  una salida efímera, que pronto se enfrentó a las circunstancias de esa crisis global que tanta mella ha hecho sobre la cultura en general. A la postre, sobrevino el desastre presagiado y el peor de los riesgos: la posible desaparición de un catálogo de publicaciones tan laboriosamente fraguado.
            De ello fui informado en octubre de 2014 por el administrador concursal encargado de gestionar la crisis de Gráficas Simancas, Oscar Nieto, cuya diligencia y eficacia han sido decisivas. De no mediar ofertas dispuestas a hacerse cargo del fondo, sería destruido como papel: eso me dijo en la reunión celebrada el día 2 de ese mes. Y entonces no las había. Era preciso evitar que sucediera. Muchos han sido los pasos, algunos fallidos, dados en ese sentido en los últimos meses.  Lo creí perdido para siempre hasta que la gestión realizada con el alcalde de Villalar de los Comuneros, Luis Alonso Laguna, ha cumplido el objetivo deseado: asume el compromiso de preservar el mantenimiento de  una colección de todos los títulos disponibles como depósito esencial de una Biblioteca sobre Castilla y León, ubicada en la simbólica villa comunera.  Y lo hace una vez efectuado el inventario y llevada a cabo su adquisición por Maximiano San José, propietario de la librería Maxtor de Valladolid, con vistas a su comercialización y como proveedor de la parte que ha de nutrir la dotación con destino a la Biblioteca de Villalar.   


            Zarapicos (Salamanca). En esta casa se celebró la reunión fundacional del proyecto editorial comentado


Con la conciencia de que el legado de Ámbito quedaba, al fin, asegurado, decidí hace unos días viajar a Zarapicos. Deseaba visitar de nuevo la casa de José Luis Martín y observar su estado actual. Mientras me acercaba a ella, la soledad de las calles era absoluta. Ni un alma. Aunque la casa está cerrada, asomarse al porche, invadido por la vegetación, abandonado  y silente,  permitía evocar  aquella tarde de primavera en la que, treinta y cuatro años antes,  un grupo de amigos nos reunimos allí con el convencimiento de acometer una iniciativa cultural que iba a ser beneficiosa para una Comunidad Autónoma en la que todo estaba por construir. 

19 de septiembre de 2015

Las sensibilidades universitarias de Justino Duque



El Norte de Castilla, 19 de septiembre de 2015





Siempre he deseado dejar constancia de lo que ha significado la personalidad de Justino Duque Domínguez para quienes tuvimos la fortuna de disfrutar de su amistad, de sus consejos, opiniones y advertencias. Desde fuera me ha bastado con observar a lo largo de los años el comportamiento mostrado por sus discípulos más directos para darme cuenta de la valiosa  impronta dejada por su magisterio; una huella que ha logrado resistir el paso del tiempo para convertirse en una de las manifestaciones más relevantes de lo que supone la labor de un buen maestro, fielmente reflejada en sus aportaciones al complejo mundo del Derecho Mercantil, en las efectuadas en la Comisión General de Codificación y en la formación de la prestigiosa escuela jurídica que asumió su legado. Jesús Quijano lo ha dejado bien claro en estas mismas páginas.
Las circunstancias de la vida, alentadas por la sintonía ideológica y la empatía personal, me han permitido conocer y valorar otra perspectiva, que no puede quedar  relegada al olvido  tras su fallecimiento. Mantuve con él una buena relación fraguada en el ambiente crítico surgido a raíz del cierre de la Universidad de Valladolid en el mes de marzo de 1975 y en las frecuentes vivencias compartidas durante la Transición. Desde entonces Justino Duque fue para mí una referencia constante que, apoyada en el valor de la amistad y de la confianza mutuas, me deparó experiencias que siempre dieron testimonio de su calidad humana, de su honestidad,  coherencia y tolerancia así como del empeño por contribuir a un mundo mejor en los ámbitos de relación y responsabilidad en los que estuvo plenamente comprometido. Particularmente considero necesario llamar la atención sobre lo que supuso su dedicación a la Universidad pública a raíz de su elección como Rector en febrero de 1982. Le cupo el honor de ser el primer Rector de la Universidad de Valladolid elegido democráticamente desde la guerra civil.
Sin embargo, nadie como él, persona bondadosa y sencilla donde las hubiera,  sufrió tan duramente los sinsabores, desafecciones, incomprensiones y vapuleos de la vida universitaria. Ciertamente le tocó asumir responsabilidades en un momento complicado, en el más difícil y azaroso de cuantos han marcado la evolución de la Universidad española en las tres últimas décadas. Fue la etapa de la Universidad sin ley, donde todo debía ser improvisado en un contexto de penuria de medios de toda índole y sin horizontes debidamente definidos. Quienes lo gestionaron  antes que él no tuvieron que rendir cuentas ante nadie: les amparaba su condición de mandatarios designados por la voluntad oficial, que sólo les comprometía al mantenimiento del orden y a la preservación de la mediocre parafernalia que les rodeaba. Quienes le sucedieron, consolidado ya el marco  democrático, se beneficiarían de un cambio radical de modelo organizativo, que les permitió gobernar en un panorama mucho más confortable, donde todo estaría normativamente regulado, cada cual sabría a qué atenerse, mientras los momentos de bonanza económica y de generosidad presupuestaria permitían, como hasta entonces jamás había sucedido, amplísimos márgenes de maniobra que hacían posible el logro de resultados arropados por el manto protector de la autonomía universitaria. De nada de esto se pudo beneficiar durante el convulso bienio en que desempeñó la responsabilidad de Rector de la UVa desde el modestísimo despacho de la calle Cárcel Corona que, tan pronto como dejó las riendas del poder, sería sustituido  por el más noble y emblemático del Palacio de Santa Cruz, que nunca llegaría a ocupar. ¿Implica esta experiencia algo reprochable en la vida de Duque, algo que le invalide ahora que su figura pertenece a la memoria? ¿Hasta qué punto es posible, cuando se hace el balance, deslindar la parte que corresponde a su personalidad de la que obedece a los onerosos  bloqueos, cortapisas y resistencias a los que tuvo que enfrentarse?  
La respuesta a ambas preguntas solo puede venir dada por el balance de una gestión que, pese a los condicionamientos vividos, cabe percibir desde la perspectiva actual como digna y satisfactoria. En esencia, supuso una transición entre el modelo autoritario precedente y la nueva época abierta tras  la entrada en vigor de la Ley de Reforma Universitaria (1983), que cristalizaría en los primeros Estatutos democráticos y en la etapa expansiva vivida en todos los sentidos a partir de la segunda mitad de los años ochenta. Fue una transición regida por la normalización de la vida académica, por la corrección de las enormes disfunciones heredadas, por la difícil integración del Colegio Universitario de Burgos, por la voluntad de mejora cualitativa de las plantillas y de  las instalaciones, por el propósito de mejorar la proyección hacia la sociedad, por la prevalencia, en suma, del espíritu de diálogo y la predisposición al acuerdo en la toma de decisiones. Algo insólito hasta entonces.
Mientras me acerco al lugar donde reposa  y contemplo el panorama formado por su familia, sus discípulos, compañeros y amigos recuerdo  la conversación mantenida en un atardecer  memorable cuando, junto a otros compañeros, contemplábamos en Grecia la llanura de Tesalia desde las impresionantes moles de Las Meteoras. Fue en el otoño de 1997. Me hizo entonces una confidencia que no me resisto a evocar: "!Cómo me gustaría,  dijo, tener ahora veinte años menos para ver lo que no he visto y hacer las cosas para las que no tenido tiempo". La disponibilidad de tiempo para culminar los proyectos emprendidos, para cumplir satisfactoriamente los compromisos en los que estaba implicado: ese sería siempre uno de sus principales objetivos. Personalmente creo que los cumplió con creces.    

4 de agosto de 2015

José Manuel Fernández Delgado, el enamorado de la Naturaleza






Siempre lograba encontrar la palabra justa para cada cosa. El término adecuado, la expresión correcta, la interpretación precisa. Y lo hacía con humildad, con sencillez, envuelto el argumento en la sonrisa, Esa sonrisa que acompaña siempre al que, seguro de lo que dice, sabe decirlo con convicción y con la sensación también de que en la interpretación de los hechos nada es definitivo, todo es revisable. Jamás hubo petulancia en su palabra, sino profundo sentido de la idea pertinente. Era un científico de la Naturaleza, de la realidad física tal cual su ofrece a la mirada curiosa y vigilante de quien la siente como propia con toda su belleza, sus complejidades y sus desafíos para transmitirlos sagazmente a los que deseen aproximarse a ellos hasta sentir el placer y la satisfactoria sensación de entenderlos. Analista riguroso de los elementos que nos rodea y procuran  ese sentimiento de aproximación objetiva al conocimiento siempre formó parte de la esencia intelectual de José Manuel hasta configurar sin duda su capital personal más valioso en ese mundo de comunicaciones en el que supo desenvolverse  sabiendo adquirir  un reconocimiento y un prestigio que nadie discutía.

Era agradable verle sumergido en sus mapas, en sus cartografías multicolores, en sus diagramas bien estructurados, en sus dibujos, en sus interpretaciones coherentes en las que el lenguaje críptico del saber se entreveraba con el valor de la divulgación. Nunca se dio por vencido ante la enfermedad ni en él afloraba el desánimo ni la sensación de punto final. Era un hombre de proyectos siempre abiertos, siempre pendientes, proclive al placer que el descubrimiento procura en el seno de la amistad y  de las complicidades compartidas.
De cuando en cuando nos reuníamos y daba cuenta de ellos Sin atisbo alguno de desaliento. En esas conversaciones afloraba la Naturaleza, la hermosura del roquedo, la magnificencia de los paisajes.  Lo mucho que todavía por quedaba averiguar y dar a conocer. Pero también emergía la amistad que da paso a la confianza y a los comentarios sobre la vida personal como parte sustantiva de su personalidad jovial y positiva.  Demostrando una sensibilidad fuera de la común y el alcance de las satisfacciones e inquietudes propia de la vida. S
Así era José Manuel, así como yo le conocí.  Por eso, valorando su legado y sus mensajes, solo se me ocurre evocar aquellas palabras de Francisco de Quevedo para afirmar que

“su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado”.



6 de julio de 2015

Los nuevos horizontes del poder local



El Norte de Castilla, 6 julio 2015



La  Historia revela la enorme importancia que han tenido en la política española las elecciones locales. Numerosas son las experiencias que han puesto de manifiesto hasta qué punto los comportamientos electorales reflejados a esta escala son el preludio de transformaciones importantes en niveles superiores del entramado político. Constituyen, en cierto modo, una especie de ensayo, capaz de transmitir al panorama general las inquietudes y tendencias labradas en el nivel básico de la administración, aquella en la que se  vertebran los conflictos y necesidades de la vida ciudadana a partir de estructuras social, económica y espacialmente complejas.
            De ahí la trascendencia que cabe reconocer a esos procesos de cambio experimentados por la sociedad española y que han cobrado plasmación evidente en las elecciones locales y regionales del 24 de mayo, sin precedentes en la historia democrática de España. Si se observa que en las ciudades de mediano y gran tamaño – salvo en casos muy excepcionales -  han desaparecido las mayorías absolutas y que los pactos que han fraguado las alcaldías se apoyan en compromisos fuertemente supervisados por quienes en la mayoría de los casos no ostentan responsabilidades de gobierno, el ciudadano de a pie asiste expectante a un proceso tan apasionante como repleto de incógnitas o, en todo caso, de preguntas, cuyas respuestas serán cruciales para el futuro del país. No en vano, los Ayuntamientos representan ámbitos primordiales de experimentación de políticas públicas. Cuanto se decida en ellos posee una enorme resonancia social, trasciende el estricto escenario de aplicación, crea referencias representativas del modo de gobernar y fortalece en consecuencia el valor de la experiencia comparada, con efectos aleccionadores decisivos.
            Teniendo en cuenta los factores que determinan los  principales desafíos planteados en el marco municipal,  el observador contempla un escenario condicionado, en principio, por tres horizontes fundamentales, que a la vez se corresponden con sendas pautas desde el punto de vista de la decisión. Aparecen aquí planteadas como líneas de reflexión y trabajo, que invitan al análisis empírico y a la constatación objetiva de los hechos. A saber:

1.         Destaca, en primer lugar, la repercusión que la nueva etapa municipal pueda tener en un campo de tanta trascendencia como es el urbanismo y, por extensión, lo que comúnmente se entiende como la ordenación del territorio a nivel local. Sin duda es en este aspecto donde va a verificarse el nivel de distanciamiento o ruptura respecto a los comportamientos que en la etapa anterior han dado origen a numerosos y generalizados episodios de corrupción y de vulneración de la ley en el ejercicio de la práctica urbanística. Frente a los enfoques cortoplacistas, a la prevalencia de la visión especulativa en el uso del suelo, a la consideración privilegiada de determinados intereses en el diseño del planeamiento o al incumplimiento de las advertencias sobre los impactos ambientales, la autocrítica se impone como mecanismo necesario y a la par como soporte de una actuación más respetuosa con la legalidad y con los necesarios equilibrios a los que ha conducir una gestión integradora y sensible con las distintas realidades sociales y económicas  que conforman la urdimbre urbana.

2.         No es menor, por otro lado, el interés que suscita el proceso de racionalización, ajuste o redistribución aplicado a la gestión presupuestaria, ante la necesidad de adecuar la estructura del gasto a las posibilidades de los ingresos en un contexto supeditado a  los mecanismos de vigilancia del déficit y la deuda contemplados por la Ley. Disciplina coincidente en el tiempo con la reducción de las aportaciones proporcionadas por la actividad inmobiliaria y con la aplicación de las políticas encaminadas a mitigar la gravedad de las carencias sociales y de acentuación de la desigualdad exacerbadas por la crisis, Se impone un reequilibro entre inversión, solidaridad y transparencia que seguramente dará constancia de la destreza de los gobiernos municipales para conseguirlo, lo que tal vez redunde también en la reclamación, hasta ahora desatendida, de una reforma para la adecuada financiación de los Ayuntamientos que garantice la suficiencia financiera en los términos planteados por el frustrado Pacto Local en los años noventa.

3.         Y, finalmente, el observador contempla con atención de qué manera va a influir en la toma de decisiones el reconocimiento explícitamente otorgado a la participación de la ciudadanía, a la que, a tenor de las declaraciones y de los programas propugnados, se trata de conceder un mayor protagonismo y un papel de referencia obligada en el planteamiento de las políticas públicas concebidas como una función social y espacialmente equitativa en las que la persona ha de ser tratada como “ciudadano” y no como “cliente”. Es evidente que en este sentido, la posibilidad de fraguar nuevas pautas de comportamiento en la gestión de los municipios tampoco sea ajena a la necesidad de introducir un proceso de selección, mejora o corrección de los responsables públicos, superando las inercias en los comportamientos así como las mediocridades constatadas y poniendo a prueba su nivel de competencia, honestidad y preparación.

                   No hace mucho he publicado un trabajo alusivo a las estrategias de salida a la crisis. Sin entrar en detalles, las he identificado en torno a dos premisas claves: la cultura del territorio y la calidad institucional. Si por la primera se entiende el buen ejercicio de la acción pública apoyada en una adecuada utilización de los recursos y las potencialidades de un espacio desde el punto de vista sostenible, cuando se habla del papel a desempeñar por los responsables institucionales la autocrítica remite necesariamente a la importancia de sus comportamientos éticos y del nivel de sensibilidad hacia los problemas de las sociedades a cuyo servicio se encuentran. 


10 de abril de 2015

El Departamento de Geografía de la Universidad de Salamanca celebra medio siglo de existencia

El 9 de abril de 2015 se conmemoró en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Salamanca la creación del Departamento de Geografía. Fue un acto memorable que sirvió también para recordar la figura y el legado de quien lo puso en marcha y logró transmitir su magisterio a un equipo de docentes e investigadores, en su mayoría muy reconocidos. Invitado a participar en la mesa redonda en la que se recordaron muchos hechos de esa trayectoria, concluí mi intervención con estas líneas.


Geógrafos de Salamanca

Ciudad remota,  distante,  poco conocida
en la perspectiva de mi infancia y juventud burgalesas
la ciudad de Salamanca tardó mucho
en formar parte de la percepción
de mis realidades afectivas,
de mis apetencias de descubrimientos viajeros

¿Cómo entender el que con el tiempo,
y sin apenas darme cuenta
me fuera haciendo con ella
merced a  la relación, la compañía y el aprendizaje mantenidos
con la Salamanca de los geógrafos
o, mejor aún, con los geógrafos de Salamanca?

La afinidad se impuso enseguida sobre la lejanía
para abrir camino irreversiblemente
a los esfuerzos convenidos, a los espacios de interés común
a las experiencias confluyentes
a las reflexiones extraídas de un discurso
en sintonía con los problemas de un territorio
por analizar, interpretar y dar a conocer

Y, por encima de todo, la fortaleza y el buen hacer
de quienes  cultivan esos afanes esclarecedores
nombres que perviven en la memoria más allá del tiempo
nombres de compañeros y compañeras muchos de ellos entrañables
que han  rebasado la madurez
que lleva al reconocimiento por la labor realizada

Nombres, en fin, asociados a un magisterio inequívoco
el que supo ejercer, y asumido por todos,
el maestro de generaciones de geógrafos,
Angel Cabo Alonso, con sus bondades y destrezas
el hombre de la palabra justa, del conocimiento preciso
de la observación atinada, de las sensibilidades enraizadas
en lo mucho que esta tierra y esta ciudad ofrecen

El geógrafo que con tanta ilusión como inteligencia
ha sabido poner al descubierto
el conocimiento de los campos del Oeste,
de sus fronteras y particularidades,
un saber que no sería el mismo sin el legado del maestro
y de cuantos han seguido su estela y sus mensajes

Como tampoco sería lo mismo cuanto sabemos
del mundo de Castilla y de León ni, por supuesto,
del balance ofrecido por la Geografía española
sin los empeños y el esfuerzo que,
en un contexto difícil y a menudo poco agradecido,
han sabido desplegar los geógrafos de Salamanca,

Geógrafos personalizados con sus rumbos y balances respectivos,
herederos de la tradición labrada
por un hombre bueno, sensible,
inteligente, honesto y cabal
al que tuve la fortuna de conocer,
para entablar posteriormente una amistad  fecunda y sempiterna
un día de primavera, allá por los Arapiles,
hace ya cuarenta y cinco  años.


8 de abril de 2015

José María Martín Patino o la cultura del diálogo



El Norte de Castilla, 8 de abril de 2015



 

El reciente fallecimiento de José María Martín Patino recupera para la memoria una época decisiva en la historia de España y de nuestra Comunidad Autónoma. Siempre supo conciliar de forma magistral las tres facetas que convergían en su personalidad: la de religioso jesuita, la de intelectual comprometido con su tiempo y la de estudioso de la realidad que le rodea. Las tres vertientes fueron desempeñadas con autoridad, con sentido de la responsabilidad, con espíritu de equipo y con admirable capacidad conciliadora de posiciones encontradas. Marcaron con coherencia la trayectoria de una vida finalizada la víspera de su noventa aniversario.

 En la etapa en que le conocí gozaba ya  del notable prestigio que le había proporcionado su papel en la transición a la democracia cuando, como hombre de confianza del cardenal Tarancón, ayudó a éste a afrontar momentos difíciles en ese empeño por ofrecer una imagen diferente de la Iglesia católica española, más comprometida con los objetivos que entrañaba el proceso constitucional emergente. Misión satisfactoriamente cumplida, podía haber considerado que dicha experiencia  bastaba para colmar un proyecto vital que le había proporcionado alto grado de reconocimiento por parte de un amplio sector de la sociedad española. Su nombre en los libros de Historia estaba asegurado y, como se ha visto, con dignidad y respeto.


Sin embargo, aquello no representó una meta satisfecha sino un fecundo punto de partida: el que le llevó a acometer uno de los proyectos intelectuales más relevantes en la España de las últimas décadas del siglo XX. Junto a otros lo he vivido de cerca durante años y puedo dejar constancia de él. He tenido la oportunidad de seguirlo desde el día, ya a finales de los ochenta, en que Justino Duque, Catedrático de Derecho Mercantil y ex Rector de la Universidad de Valladolid, nos convocó  a un grupo de colegas en su despacho para  mantener una reunión de trabajo con Martín Patino. Fue un encuentro memorable. Se trataba de realizar por vez primera un estudio interdisciplinar sobre las implicaciones que habría de tener para Castilla y León la incorporación de España en las Comunidades Europeas. La iniciativa cristalizó en una obra colectiva, integrada en la colección Construir Europa (1991) y prologada por José Jiménez Lozano.


Supuso la primera toma de contacto con la Fundación Encuentro, la gran iniciativa intelectual y organizativa de Martín Patino, que había sido creada en 1985 con la intención de hacer de ella, y con ayuda de un equipo muy solvente de colaboradores directos, un espacio de reflexión y debate sobre las cuestiones  que afectaban a la vida española contemplada como un objetivo abierto a la clarificación de ideas y de horizontes en  sus más diversas perspectivas. Espacio de confluencia de personas de diversa adscripción ideológica, el balance conseguido por la Fundación Encuentro a lo largo de sus treinta años de existencia ha sido impresionante, aunque quizá no sea lo suficientemente conocido y valorado por la sociedad española. A lo largo de sus sucesivas ediciones, el Informe España. Una interpretación de su realidad social ha constituido un documento esencial, sin parangón, para conocer y valorar los cambios ocurridos en la evolución  del país en el amplio abanico de temas y tendencias que los reflejan. No creo que podamos disponer hoy en España de un acervo de información y análisis de tanta calidad y riqueza de contenidos. Cualquier investigación que se realice sobre los aspectos esenciales que estructuran la  realidad española de las últimas décadas no puede hacer caso omiso de este legado.

Junto a esta serie de análisis, cuya presentación pública justificaba año tras año la celebración en Madrid de un acto de gran resonancia social y mediática, la aportación bibliográfica de la Fundación Encuentro se desglosa en un nutrido catálogo de monografías y estudios, que han visto la luz al compás del interés, importancia y actualidad de los temas seleccionados. El hecho de que tales objetivos quedasen plasmados en obras relevantes y sin discontinuidades en el tiempo no puede entenderse al margen del procedimiento utilizado para alcanzarlos. Todo se resume en una expresión tan lapidaria como elocuente: el debate abierto como criterio y principio de actuación primordial. Ninguna de las aportaciones de la Fundación Encuentro veía la luz sin estar previamente sustentada en una reflexión compartida mediante el diálogo, la confrontación de argumentos e informaciones y la clarificación de propuestas a partir de ideas concurrentes. Los trabajos resultantes eran, a la postre, la manifestación de una labor colectiva, de equipo, muy elaborada, en la que la autoría personal quedaba inmersa en una relación de responsabilidades explícitas, cada una de las cuales asumía con su firma el resultado final, dado a conocer públicamente. 

 La coherencia, vertebrada por la importancia reconocida al debate como método de trabajo, marcó también el enfoque aplicado a las contribuciones que la Fundación dirigida por Martin Patino realizó sobre Castilla  y León. La serie de obras referidas a aspectos cruciales de nuestra Comunidad Autónoma (el envejecimiento, la industria agroalimentaria, la formación profesional, el turismo…) revelaron hasta qué punto se sintonizaba con los desafíos planteados por aspectos de gran trascendencia. La misma que tendría, a modo de ejemplo representativo también, el Proyecto Raya Duero o los Foros Pedagógicos impulsados en las áreas más críticas del occidente regional.  Su reconocimiento como Premio Castilla y León a los Valores Humanos 2010, promovido por varios municipios de la provincia de Salamanca, de la que era natural, no hizo sino reconocer unos méritos que sobrevivirán al paso del tiempo.

Todos los años escribía a sus amigos, colaboradores y patronos unas felicitaciones navideñas, de puño y letra, que son memorables. La recibida el pasado diciembre concluía con una reflexión, que en buena medida puede entenderse como el resumen de su legado: “la crisis, especialmente en nuestro ámbito político, suscita en nuestros días una especie de renacimiento de la sociedad civil. Su expresión más frecuente son los foros de diálogo que están surgiendo. Demuestran la inquietud de una sociedad descontenta con sus gestores públicos. Mi experiencia personal me induce a insistir en la cultura del diálogo y del encuentro. En el consenso no renunciamos a nuestras ideas. Las enriquecemos generando un pensamiento más rico y más humano”. Un texto que refleja la quintaesencia de su interesante personalidad.