Presentación de la Exposición de fotografías sobre Etiopía, realizadas por Borja Santos Porras en el Espacio Joven (Ayuntamiento de Valladolid)
Si siempre es un placer asistir a una exposición en la que se
descubren nuevos mensajes, nuevas perspectivas y nuevas sensaciones, tomar
contacto con las que ponen al descubierto la obra fotográfica de Borja Santos Porras constituye sin duda, además de un placer, una experiencia tan gratificante como
inolvidable, máxime si al tiempo se comparte con el propio autor, con buenos
amigos como Diego Fernández Magdaleno y en un ambiente tan gratificante como éste. Ya
tuvimos ocasión de comprobar no hace mucho lo que todo ello representa cuando
trajo a este mismo escenario una parte de las percepciones visuales obtenidas
en Ecuador, el territorio que Alexander Von Humboldt calificó como el más sorprendente del
mundo. Las imágenes de Ecuador permanecen aún indelebles en la memoria,
precisamente porque la fotografía de Borja está concebida no como un testimonio
fugaz o efímero sino como la demostración de un empeño por ilustrar con fuerza
y contundencia sobre lo que no se conoce
para que quien lo perciba sea capaz de entenderlo como algo digno de ser
preservado y disfrutado en la memoria.
Todas las fotografías son irrepetibles. Cada una de ellas
representa la imagen obtenida en un instante que nunca volverá a manifestarse
de la misma manera. Son documentos específicos que evidencian un momento
seleccionado con la finalidad de que perdure en la memoria y reproduzca para
quien los realiza y para quienes los contemplan las sensaciones que motivaron
su registro para siempre. Ahí reside precisamente el valor de esas
representaciones que nos llevan a acudir a ellas cuando deseamos dar
consistencia al recuerdo y descubrir los matices que, sin disponer de la prueba
gráfica, han quedado difuminados en la
mera evocación.
La fotografía es una construcción cultural, concebida con el fin
de descifrar, desde la perspectiva de quien la realiza, los matices de una
escena que, una vez fijada en la imagen, se abre a toda suerte de
interpretaciones. De ahí la capacidad que posee la buena fotografía para vencer
su estatismo formal, su rigidez aparente,
y ofrecerse como un panorama de referencias visuales susceptibles de
cobrar dinamismo, vida y expresividad cambiante en función de las reacciones
adoptadas por cuantos las miran, analizan o simplemente se deleitan con su contemplación.
Walter Benjamín en su magnífica “Pequeña historia de la fotografía” nos
advierte de la capacidad que esa forma de expresión para revelar o transmitir sensaciones
invisibles al ojo corriente.
Cuando la persona comprometida con su sociedad y con su tiempo
emprende la tarea de captar con su cámara cuanto sucede a su alrededor consigue
en ocasiones brindar muestras formidables de talento que el paso del tiempo no
hace sino corroborar. Desde esta perspectiva es de todo punto recomendable
apreciar la sensibilidad desplegada por Borja a través de las fotografías que revelan no
solo una destreza excepcional para captar el momento, el lugar, el paisaje o la
escena humana desconocida y que ahora es
dada a conocer en una exposición clarificadora de hacia dónde se encauza y
dirige la sensibilidad estética e
intelectual de su autor. No es solamente labor de un mero curioso o la de un
artista simplemente empeñado en averiguar los matices y colores que un
determinado entorno encierra sino, ante todo, la manifestación de la tarea
emprendida por un observador, consciente y culto, que en todo momento se ha
esforzado por interpretar la realidad de
su época y del espacio en que ha desenvuelto su actividad y asumir los desafíos
de todo orden a que se enfrentaba tuvo la coherencia de hacer suyas las
posibilidades de una herramienta de expresión, que le ha permitido, a través de
la fotografía, asumir para sí mismo las características de un escenario tan
difícil como lleno de complejidades con el fin de transmitirlas, sin
edulcoraciones ni ambigüedades, a quien desee conocerlas para saber que existen
y los valores que encierran, más allá del estereotipo o de la mirada convencional.
Y es que además no es fácil ni frecuente asistir a exposiciones
sobre Africa. No es que sea el continente olvidado que algunos afirman, sino el
continente desconocido o, lo que es peor, interpretado a base de tópicos,
imágenes preconcebidas o valoraciones sesgadas en función de esos tópicos. Es
un territorio de contrastes inmensos, repleto de situaciones críticas, de
episodios históricos dolorosos, de sociedades que luchan por la supervivencia
en un entorno difícil y lleno de posibilidades y recursos al mismo tiempo.
Pocos autores han sabido interpretar la realidad africana, más allá de los libros
de viajes o de las crónicas sobre acontecimientos históricos determinados, que
luego abren paso al silencio como si nada hubiera sucedido. Hay que vivir en
Africa para saber lo que és. Conocer el día a día para tener conciencia de una
realidad que es cualquier cosa menos simple y elemental. Una realidad que se
mastica, como me reconocía un día Borja en una de las conversaciones virtuales que
de vez en cuando mantenemos.
Esta muestra, excepcional en nuestra ciudad y digna de ser
conocida sin fronteras, es fielmente representativa de lo que da de sí el despliegue
de esta sensibilidad. Basta con ser testigo, sincero y objetivo, de lo que significa
lo inmediato, lo que se tiene cerca, lo que cambia en el entorno, lo que se
renueva y permanece, para dejar constancia de una realidad que acaba
trascendiendo al autor para convertirse en una obra de arte imperecedera. Como
es el caso que nos convoca aqui. Felicidades a Borja y gratitud por lo que hace
y cómo lo hace. Con esa naturalidad tan característica de su persona, con la
sonrisa de quien sabe afrontar los problemas sabiendo que puede hacerlo y con
la seriedad también de quien no elude el compromiso con el tiempo y con el
espacio que le ha tocado vivir, lo que le convierte en un testigo
profesionalmente solvente en cuantas tareas ha emprendido hasta ahora y puede
llevar a cabo en el futuro, ya que tiene ante sí un larguísimo recorrido vital para
el que, como él bien sabe, siempre le he deseado muchísima suerte.