16 de septiembre de 2019

El turismo cultural: posibilidades y prevenciones





El Norte de Castilla. 14 septiembre 2019


En el panorama de intensas transformaciones experimentadas por el fenómeno turístico contemporáneo, las más sorprendentes son las que tienen que ver con el llamado turismo cultural. La experiencia adquirida pone al descubierto hasta qué punto estamos  asistiendo desde mediados de los años noventa  a un proceso de renovación que afecta tanto al propio concepto como a los planteamientos que en torno a él se suscitan desde la perspectiva de su relevancia como factor de desarrollo económico, de modificación de los comportamientos sociales y de reequilibrio  territorial. Si la capacidad de atracción de los bienes de reconocida dimensión cultural está enraizada  en el tiempo - como quedó recogido en la Carta de Venecia (1965) y posteriormente en la Carta del Turismo Cultural, elaborada por ICOMOS en 1976 y actualizada en 1999 -  es evidente que ha presentado tradicionalmente un carácter selectivo, circunscrito a elementos singulares, de gran significado histórico, identificados con edificios arquitectónicamente singulares o  emblemáticos espacios museísticos, cuya excepcionalidad aporta un poderoso valor simbólico a los lugares donde se ubican.


            Aunque siguen conservando una posición preeminente en el amplio inventario de bienes susceptibles de ser apetecidos culturalmente, el complejo en el que se apoya el afán de consumo cultural se ha diversificado sobremanera al compás de las circunstancias que han modificado el entendimiento del espacio en función de los cambios ocurridos en los comportamientos del expansivo mercado del ocio. A ello ha contribuido la toma en consideración de nuevos valores, asociados al incremento de las sensibilidades y a los alicientes creados por la curiosidad, lo que ha supuesto un cambio de actitud, coherente con las expectativas abiertas por las disponibilidades de tiempo libre, por la mejora de las formas de conocimiento propiciadas por los soportes tecnológicos de  información, comunicación y gestión ligados al complejo GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple), por la intensificación de la movilidad y por la amplitud de las apetencias culturales y ambientales intelectualmente asumidas.


            Se ha abierto así un escenario de opciones recreativas para el despliegue de un turismo activo favorecidas por ese interesante juego de estimulación recíproca creado entre la oferta y la demanda, cuya diversificación abre paso a la formación de una amplia gama de productos turísticos, que hacen posible la superación progresiva de los estereotipos en los que se fundamentan los esquemas de funcionamiento convencionales para sentar las bases que hacen del turismo cultural una enriquecedora experiencia de descubrimientos y de estimable potencialidad económica. De ello participan tanto los espacios urbanos como significativamente también los rurales, que tratan de encontrar en esta estrategia expectativas de desarrollo y de reconocimiento de su propia existencia. De ahí emana el amplio abanico de formas de relación de que son susceptibles los vínculos entre la sociedad y los elementos que configuran una realidad repleta de referencias potencialmente valiosas que inducen a la indagación, a la interacción con el entorno y al encuentro de las explicaciones que permitan entenderlas.


            Mas este amplio margen de posibilidades no está exento de cautelas dignas de tener en cuenta. No es difícil observar cómo la heterogeneidad encubre situaciones muy diferenciadas en cuanto a la calidad del recurso ofrecido, ya que las tradiciones inventadas, las mixtificaciones históricas o las situaciones de deterioro no son infrecuentes, del mismo modo que las infraestructuras creadas adolecen a vez de clamorosas insuficiencias cualitativas. A la postre, la  evolución del aprovechamiento de que unos y otros bienes pueden ser objeto acaba por discriminar lo fundamental de lo circunstancial, lo consistente de lo efímero, lo destacable de lo banal, hasta determinar la diferenciación entre lo que merece la consideración de Patrimonio de aquello que no lo es. Bajo estas premisas lo que entendemos como turismo cultural afianza su propia fortaleza cuando, dentro del mismo concepto, se logra una imbricación entre los bienes que forman parte del acervo creativo con los valores inherentes a la belleza de los paisajes construidos a partir de los procesos naturales. Cultura y paisaje – englobados bajo la denominación de Cultural Heritage Tourism– construyen una estructura integrada que brinda a quien se interesa por conocerla e interpretarla tantas enseñanzas como satisfacciones.


            No hay que olvidar, en fin, que el turismo cultural es una actividad generadora de impactos, que ofrece manifestaciones múltiples, en ámbitos muy dispares y con  diferentes niveles de intensidad. Si en determinados espacios la presión turística llega a ser preocupante, al rebasar la “capacidad de carga “del ámbito que la acoge, la tendencia dominante por parte de los agentes con capacidad de iniciativa se manifiesta proclive al reconocimiento de la incitación turística como estrategia principal de desarrollo o como opción alternativa cuando el modelo productivo histórico declina o se transforma con reducción sensible del empleo. En cualquier caso, y dada su implantación generalizada, no hay que hacer caso omiso de las voces que insisten en la necesidad de concebirlo con una visión prospectiva, a largo plazo, acorde con un tratamiento sostenible de los recursos y no como un factor de desarrollo basado en el mero voluntarismo cortoplacista. Y, como la experiencia resulta muy aleccionadora, no está de más recordar los principios defendidos en la Conferencia Internacional de Lanzarote (1995) en la Carta del Turismo Sostenible, en la que expresamente se abogaba por un “desarrollo turístico basado en criterios de sostenibilidad, es decir, soportable a largo plazo desde el punto de vista ecológico, viable económicamente y equitativo en el plano ético y social para las poblaciones locales”.

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