El Norte de Castilla, 18 junio 2019
La Librería del Espolón cumple 111 años en Burgos
Si las Ferias dedicadas a la promoción y a la venta del libro son acontecimientos que anual y felizmente marcan un momento destacado a la par que concurrido en la vida cultural de una ciudad, también constituyen, ya cerradas las casetas y recuperada la normalidad en el espacio donde se han ubicado, un buen momento para reflexionar sobre los cambios experimentados en torno a ese producto que tanto ha significado en la historia de la humanidad. Quienes aman los libros, se deleitan con ellos y encuentran en sus páginas el instrumento básico de su preparación ante los retos que la vida presenta, no pueden permanecer indiferentes a las implicaciones que desde hace una década aproximadamente está trayendo consigo la modificación del significado del libro y de cuanto lo rodea en los comportamientos culturales de la sociedad y en la propia transformación del espacio a él destinado.
A la vista de las tendencias observadas cabe decir que cuanto sucede en nuestros días en torno al libro ofrece un panorama contradictorio. Nunca se ha publicado tanto (87.262 libros en España, incluidas las reimpresiones, en 2017), nunca ha sido tan elevada la cifra de editoriales (en torno a las 3.000), nunca la oferta tan abundante ni las posibilidades lectoras tan extensas y variadas. Y, sin embargo, el complejo formado por las obras editadas se enfrenta en el mercado a un panorama acusadamente crítico. Basta con analizar los datos ofrecidos por los organismos oficiales o las entidades de carácter privado relacionadas con el sector para percibir con claridad el sentido de una tendencia que, esencialmente, viene marcada por tres rasgos significativos: el descenso de la facturación en las librerías, netamente observada a partir de 2017, la concentración de la estructura editorial coincidente con la proliferación de pequeñas empresas artífices de un catálogo reducido y el incremento de la piratería, responsable de un lucro cesante estimado en 200 millones de euros. A ello cabría sumar el hecho de que la tercera parte de los ejemplares editados no fueron vendidos y, lo que no es menos significativo, la constatación de que la importancia económica del libro digital mantiene una tendencia progresiva, que eleva hasta el 6% su peso en el volumen de facturación.
Los datos son elocuentes y, como es obvio, hay que apoyarse en ellos cuando se trata de reflexionar sobre el significado y el alcance que se deriva de la transformación de cuanto se relaciona con el libro como producto al servicio de la formación y del entretenimiento de una sociedad. Asistimos, en efecto, a una reestructuración integral derivada de los cambios que están teniendo lugar en los hábitos de lectura y en el funcionamiento de las formas de relación y de los espacios vertebrados en torno a este poderoso instrumento de transmisión cultural.
Aunque el
alcance de tales transformaciones - entre las que la tecnológica (libro electrónico)
presenta también un alto nivel de impacto, pese a que no ha contrarrestado las
formas convencionales de edición - ha
llevado incluso a hablar del “fin de la civilización del libro”, creo que esta
interpretación resulta aún exagerada. Todo parece indicar que lo que realmente
se ha producido no es una crisis de la lectura como modalidad de aprehensión
del conocimiento sino del modo de llevarla a cabo y, lo que no es menos
importante, de las formas de comunicación que el libro ha favorecido históricamente
como producto material y a la vez como instrumento creador de relaciones
socioculturales, sobre las que es posible construir vínculos permanentes de carácter
afectivo.
Y es que, al tiempo que en las estructuras dominantes de organización
empresarial, sujetas a un proceso intensivo de concentración, dominan los criterios comercialmente
selectivos, relegando la posición de las pequeñas editoriales a una función tan
encomiable como testimonial, no es
difícil comprobar hasta qué punto tienden a primar los criterios de una demanda
en las que la información prevalece sobre el conocimiento ( o, lo que es lo
mismo, “el flujo frente a lo patrimonial”·, en acertada expresión de Christian
Godin). Tanto es así que no son
infrecuentes las opiniones – como se ha reflejado en uno de las debates de la
Feria del Libro de Madrid – que apuntan a que quizá convendría replantearse el peso
que el libro puede desempeñar dentro de los paradigmas que rigen la llamada
“nueva economía de la cultura”.
En este
contexto no es ocioso ni banal reivindicar con fuerza la necesidad de pervivencia del
libro mismo admitiendo de antemano que la competencia entre los dos grandes
formatos (electrónico y papel) resulta inexorable y debe ser asumida, al tiempo que aprovechada pues no resulta incompatible merced a las múltiples posibilidades de realización que la lectura permite. Con todo,
y en cualquier caso, esta postura reivindicativa obliga a seguir defendiendo las pautas que en el
tiempo han afianzado al libro como herramienta de importancia capital en la
evolución intelectual de las sociedades y, en función de él, la importancia de
las librerías como referencias positivas en la configuración de los espacios de
relación y de formación de una sociedad culta y avanzada. No en vano representan
ámbitos de comunicación y sociabilidad esenciales en la configuración del
espacio urbano, al que enriquecen con su presencia en la medida en que ejercen
una positiva capacidad de ensamblaje entre información, comunicación y
asesoramiento en un entorno de maravillosa complicidad entre el librero y el
cliente. Es una cualidad que debe ser preservada.
2 comentarios:
Librería emblematica
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