El Norte de Castilla, 12 noviembre 2018
Los defensores de la Naturaleza observan en estos momentos un panorama contradictorio. Por un lado, asisten con estupor al triunfo de dirigentes políticos que, bien por el gran poder que ostentan (Trump en Estados Unidos) o por la inmensidad del espacio bajo su responsabilidad (Bolsonaro en Brasil, Putin en Rusia, Duterte en Filipinas), se muestran claramente a favor de las intervenciones desencadenantes de efectos demoledores sobre el medio ambiente y los paisajes mientras desprecian o ignoran los factores que, científicamente fundamentados, revelan los riesgos ecológicos a los que se enfrenta la Tierra, el único planeta habitable y el único que podemos transmitir a quienes nos sucedan en la secuencia de la vida.
Por otro lado, y frente a esta preocupante
tendencia, son muchas las personas que a la par se sienten complacidas ante el
reconocimiento otorgado a relevantes personalidades de la comunidad científica,
empeñadas en demostrar, con resultados teóricos y empíricos contundentes, la
necesidad de mantener posturas de alerta frente a los riesgos o las situaciones
de catástrofe previsibles que pueden alterar el funcionamiento de los
ecosistemas en ausencia de pautas de control o de no regulación. De ahí la
pertinencia de llamar la atención, por el significado que poseen y por su
venturosa coincidencia en el tiempo, acerca de los dos galardones que han dado
a conocer la labor desarrollada por los científicos estadounidenses William
Nordhaus y Sylvia Earle. La trascendencia de la obra de ambos merece ser
destacada, tanto por lo que significan las aportaciones respectivas - y la
pertinencia de su reconocimiento en una época especialmente crítica - como por
el expresivo engarce que, a mi juicio, cabe establecer entre ellas.
Los modelos desarrollados por Nordhaus, Premio
Nobel de Economía 2018, que en esencia gravitan sobre la evaluación integrada plurifactorial
del calentamiento global, hacen hincapié decisivo en la dimensión económica de las
causas y los impactos asociados al cambio climático como problema
incuestionable. Merced a ello, la perspectiva desde la que se analiza este
factor, responsable de una alteración ambiental de gran magnitud y con
implicaciones a escala planetaria, se enriquece al incorporar de manera
rigurosa – mediante los “modelos de valoración integrados” - los efectos que ocasiona desde el punto de
vista económico al tiempo que amplía los horizontes y la utilidad de las
medidas susceptibles de aplicación con fines correctores. Entre otros aspectos
relevantes, el motivo que ha justificado la concesión del Nobel centra la
atención en los trabajos realizados en torno a un aspecto esencial: la
regulación de las emisiones de CO2, que son vertidas a la atmósfera
sin que los agentes que las provocan abonen un precio por ello. Se plantea, por
tanto, la necesidad de que estas externalidades negativas estén sujetas a
fiscalización – los impuestos al carbono – recurriendo a un sistema impositivo de
implantación global, basado en el principio ético y operativo de
corresponsabilidad planetaria, de modo que todos los países quedasen implicados
en la lucha contra el cambio climático. Los que, en cambio, no asumieran esta
responsabilidad (free ryder) podrían ser penalizados a través de la
aplicación de un arancel uniforme sobre las importaciones.
Por su parte, la impresionante tarea llevada a cabo por
Earle la sitúa en la posición más avanzada e innovadora de la investigación
oceanográfica sobre la base de un dilatado trabajo experimental, plasmado en el
estudio minucioso del espacio marino mundial en sus diferentes escenarios
bioclimáticos. Los resultados obtenidos, que constituyen la razón de ser de la
concesión del Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2018, son
espectaculares a tenor de las datos ofrecidos sobre la gravedad de las agresiones
sufridas por las masas oceánicas como consecuencia de la contaminación
resultante de la ingente y acumulativa cantidad de residuos tóxicos y no biodegradables que se
vierten sin control sobre ellas, amén de las producidas por la sobrepesca y la a
menudo errática densificación urbanística del litoral.
Cuando uno valora la relevancia de
las aportaciones efectuadas por uno y otra comprende hasta qué punto de la
solidez del conocimiento científico – que muchos políticos y ciudadanos
subestiman o desconocen– depende la calidad de las estrategias y la efectividad
de los resultados pretendidos con ellas. Y en este caso aprecia también las
positivas interacciones que se producen entre ambos campos de investigación,
pues queda en evidencia la importancia
que los océanos tienen en el equilibrio climático terrestre, en la medida en
que son capaces de absorber cantidades elevadas de dióxido de carbono y del
calor acumulado. De ahí su vulnerabilidad ante el incremento de la
concentración de gases de efecto invernadero, que precisamente tratan de
gestionar económicamente las estimaciones del economista galardonado.
Concluyamos, en suma, que los Premios concedidos a William Nordhaus y Sylvia Earle
marcan un hito de obligada consideración en la defensa de la calidad ambiental
de la Tierra, que es, por cierto, el único planeta oceánico que existe.
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