14 de noviembre de 2018

Ciencia frente a barbarie








El Norte de Castilla, 12 noviembre 2018


Los defensores de la Naturaleza observan en estos momentos un panorama contradictorio. Por un lado, asisten con estupor al triunfo de dirigentes políticos que, bien por el gran poder que ostentan (Trump en Estados Unidos) o por la inmensidad del espacio bajo su responsabilidad (Bolsonaro en Brasil, Putin en Rusia, Duterte en Filipinas), se muestran claramente a favor de las intervenciones desencadenantes de efectos demoledores sobre el medio ambiente y los paisajes mientras desprecian o ignoran los factores que, científicamente fundamentados, revelan los riesgos ecológicos a los que se enfrenta la Tierra, el único planeta habitable y el único que podemos transmitir a quienes nos sucedan en la secuencia de la vida.

            Por otro lado, y frente a esta preocupante tendencia, son muchas las personas que a la par se sienten complacidas ante el reconocimiento otorgado a relevantes personalidades de la comunidad científica, empeñadas en demostrar, con resultados teóricos y empíricos contundentes, la necesidad de mantener posturas de alerta frente a los riesgos o las situaciones de catástrofe previsibles que pueden alterar el funcionamiento de los ecosistemas en ausencia de pautas de control o de no regulación. De ahí la pertinencia de llamar la atención, por el significado que poseen y por su venturosa coincidencia en el tiempo, acerca de los dos galardones que han dado a conocer la labor desarrollada por los científicos estadounidenses William Nordhaus y Sylvia Earle. La trascendencia de la obra de ambos merece ser destacada, tanto por lo que significan las aportaciones respectivas - y la pertinencia de su reconocimiento en una época especialmente crítica - como por el expresivo engarce que, a mi juicio, cabe establecer entre ellas.

             Los modelos desarrollados por Nordhaus, Premio Nobel de Economía 2018, que en esencia gravitan sobre la evaluación integrada plurifactorial del calentamiento global, hacen hincapié decisivo en la dimensión económica de las causas y los impactos asociados al cambio climático como problema incuestionable. Merced a ello, la perspectiva desde la que se analiza este factor, responsable de una alteración ambiental de gran magnitud y con implicaciones a escala planetaria, se enriquece al incorporar de manera rigurosa – mediante los “modelos de valoración integrados” -  los efectos que ocasiona desde el punto de vista económico al tiempo que amplía los horizontes y la utilidad de las medidas susceptibles de aplicación con fines correctores. Entre otros aspectos relevantes, el motivo que ha justificado la concesión del Nobel centra la atención en los trabajos realizados en torno a un aspecto esencial: la regulación de las emisiones de CO2, que son vertidas a la atmósfera sin que los agentes que las provocan abonen un precio por ello. Se plantea, por tanto, la necesidad de que estas externalidades negativas estén sujetas a fiscalización – los impuestos al carbono – recurriendo a un sistema impositivo de implantación global, basado en el principio ético y operativo de corresponsabilidad planetaria, de modo que todos los países quedasen implicados en la lucha contra el cambio climático. Los que, en cambio, no asumieran esta responsabilidad (free ryder) podrían ser penalizados a través de la aplicación de un arancel uniforme sobre las importaciones.  

            Por su parte,  la impresionante tarea llevada a cabo por Earle la sitúa en la posición más avanzada e innovadora de la investigación oceanográfica sobre la base de un dilatado trabajo experimental, plasmado en el estudio minucioso del espacio marino mundial en sus diferentes escenarios bioclimáticos. Los resultados obtenidos, que constituyen la razón de ser de la concesión del Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2018, son espectaculares a tenor de las datos ofrecidos sobre la gravedad de las agresiones sufridas por las masas oceánicas como consecuencia de la contaminación resultante de la ingente y acumulativa cantidad  de residuos tóxicos y no biodegradables que se vierten sin control sobre ellas, amén de las producidas por la sobrepesca y la a menudo errática densificación urbanística del litoral.

            Cuando uno valora la relevancia de las aportaciones efectuadas por uno y otra comprende hasta qué punto de la solidez del conocimiento científico – que muchos políticos y ciudadanos subestiman o desconocen– depende la calidad de las estrategias y la efectividad de los resultados pretendidos con ellas. Y en este caso aprecia también las positivas interacciones que se producen entre ambos campos de investigación, pues  queda en evidencia la importancia que los océanos tienen en el equilibrio climático terrestre, en la medida en que son capaces de absorber cantidades elevadas de dióxido de carbono y del calor acumulado. De ahí su vulnerabilidad ante el incremento de la concentración de gases de efecto invernadero, que precisamente tratan de gestionar económicamente las estimaciones del economista galardonado. Concluyamos, en suma, que los Premios concedidos a William Nordhaus y Sylvia Earle marcan un hito de obligada consideración en la defensa de la calidad ambiental de la Tierra, que es, por cierto, el único planeta oceánico que existe.

 

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