El Mundo- Diario de Valladolid, 25 de Febrero de 2009
Conmemorar el décimo aniversario de la promulgación del Estatuto de Autonomía de Castilla y León representa, desde luego, mucho más que la mera evocación de una efeméride relevante. Es, ante todo, una ocasión particularmente propicia para efectuar con rigor el balance de lo logrado durante un periodo de tiempo que, si breve en su dimensión cronológica, ha coincidido sin duda con una de las etapas más importantes y decisivas en la evolución histórica de
Dicho de otro modo, si, por un lado, se trata de comprobar hasta qué punto las ilusiones abrigadas a raíz de la entrada en vigor del Estatuto de Autonomía se han visto satisfechas o decepcionadas, no resulta menos interesante, por otro, hacer una ponderación rigurosa sobre el papel que realmente ha desempeñado Castilla y León en el contexto de los cambios que de manera tan rotunda como generalizada han afectado a la sociedad y a la economía españolas a lo largo del decenio trascurrido.
Parto de la idea de que, en general, no han sido escasos ni baladíes muchos de los esfuerzos que los diferentes gobiernos autonómicos han realizado desde 1983 para alumbrar horizontes de cambio e impulsar nuevos dinamismos en
Respecto a la primera de ellas, es bien cierto que los avances logrados a través del autogobierno no se corresponden con las entusiásticas expectativas abiertas a comienzos de los ochenta. . Aunque atribuibles a la endeblez de los cimientos previamente construidos, han sido demasiado patentes las vacilaciones y titubeos que han entorpecido el afianzamiento de la conciencia autonómica, entendida en su dimensión más operativa, eficiente y solidaria. Y precisamente porque la base de partida era tan precaria es por lo que merece especial hincapié la crítica que hoy debe hacerse sobre la tibieza de muchas de las actuaciones encaminadas en esa dirección. Salvo en cuestiones muy concretas, y por lo común circunscritas en su proyección a un sector minoritario de la sociedad, se ha adolecido sistemáticamente de indecisión o falta de iniciativas concebidas para profundizar en el conocimiento de las posibilidades que entraña el desarrollo de una voluntad de cohesión regional, de valor inestimable cuando se trata de potenciar al máximo los propios recursos y de competir al tiempo en un contexto dominado a gran escala por la acreditación permanente de las ventajas comparativas.
En consecuencia, podemos afirmar que aún no se ha producido ese salto cualitativo que, en mi opinión, resulta a todas luces indispensable para que el ciudadano castellano-leonés asuma, al fin, compromisos de solidaridad con los problemas que afectan al conjunto de su propio ámbito autonómico, para, de esta forma, superar definitivamente la tradicional disociación que la mayor parte de ellos sigue estableciendo todavía entre los intereses que estrictamente afectan a su provincia y los del resto.
Sin que esta voluntad de pertenencia a un proyecto común, firmemente apoyado en el convencimiento del margen de maniobra permitido por la consolidación del hecho autonómico, se halle bien cimentada, no parece factible alcanzar el nivel de robustecimiento deseable de la personalidad castellano-leonesa en las esferas nacional v comunitaria.
Es esta también otra de las carencias parciales que se inscriben en el envés de lo realizado en la década que ahora conmemoramos. Pues, en efecto, cuando se analiza la evolución seguida por
Situación que, por cierto, no deja de ser paradójica con el descenso registrado en cifra de habitantes a lo largo del último periodo intercensal, cuando precisamente Castilla y León ofrece un saldo negativo, compartiendo en solitario esta misma tendencia con las regiones atlánticas más intensamente lesionadas por el ajuste industrial. Estos indicadores son, entre otros, una muestra elocuente de las insuficiencias mostradas para captar o beneficiarse con cierta entidad en los influjos positivos resultantes de la etapa expansiva vivida por la economía española en la segunda mitad de los ochenta, que, desde la iniciativa central, apenas se ha materializado en algunas realizaciones puntuales, más en consonancia con proyectos infraestructurales de dimensión suprarregional que con voluntad de contribuir en nuestro caso al relanzamiento de medias efectivas y consistentes de desarrollo.
Por el contrario, han sido éstos también los años en que las implicaciones de la integración comunitaria han comenzado a ofrecer su faz más pragmática y selectiva. Asistiendo, inermes, a la profundización sin paliativos de la crisis del mundo rural, posiblemente la más traumática entre las regiones españolas, no menor ha sido la sensación de impotencia a que nos ha llevado la desestabilización o derrumbe de elementos emblemáticos de nuestro sistema productivo minero-industrial, que no ha hecho sino reproducir a escala regional los graves perjuicios ocasionados por una estrategia de crecimiento descontrolada y a corto plazo. No invita, pues, al simple optimismo Ja celebración del décimo aniversario del Estatuto de Autonomía.
Pero tampoco el diagnóstico de la realidad debe inducir a desestimar el significado del hecho ni, muchos menos, al abatimiento o a la desesperanza. Después del tiempo transcurrido, y ante las nuevas reglas de juego que imponen de consumo el reconocimiento creciente del hecho regional en el ámbito comunitario, la necesaria y prevista revisión de las funciones a desempeñar por
En estas circunstancias, cabe plantear si diez años después de la promulgación del Estatuto de Castilla y León se ha cumplido satisfactoriamente «el periodo de rodaje y ahondamiento de la conciencia de autogobierno», utilizando a propósito una expresión elocuente del Dr. García de Enterría. Si la respuesta es negativa, me temo que habremos desperdiciado una etapa decisiva de nuestra historia, con la consiguiente dificultad para recuperar el tiempo perdido. El que, en cambio, no sea así depende de que los grandes e ineludibles retos que hoy se presentan ante nuestra Comunidad Autónoma sean afrontados con la energía, imaginación y voluntad de decisión política construidas sobre la base de un territorio y de una sociedad bien cohesionados, conscientes de sus posibilidades y capaces de superar, al fin, la visión fragmentaria y cicatera de sus problemas.