El Norte de Castilla, 6 de octubre de 2014
Una
mezcla de hartazgo, rabia y desazón parece haber cundido en una parte
significativa de la sociedad española, abrumada por el espectáculo al que está
asistiendo con motivo del desafío independentista catalán. Se ha escrito ya
tanto sobre el tema, se han sacado a la luz tantos argumentos, emitido tantos
sofismas y manifestado tal cúmulo de reiteraciones que difícilmente puede
prevalecer la racionalidad en medio de ese descomunal pandemónium. En esencia,
todo ha quedado reducido al nivel de simplificación que conlleva el empleo de
una terminología simplista, apoyada en frases hechas, que, repetidas hasta la
saciedad, dan la impresión de que se ha llegado a un callejón sin salida o,
peor aún, a un escenario donde la incomunicación prevalece sobre el diálogo, la
desavenencia sobre el encuentro, la ruptura frente a la integración. A la
postre, se han levantado murallas, que impiden la reflexión sosegada y la
argumentación razonable.
Somos muchos los que nos preguntamos
cómo se ha podido llegar a esta situación mientras, preocupados por ella, nos
planteamos la incógnita sobre los factores que la han determinado o, lo que es
más importante, si se hubiera podido evitar. Desde luego, no resulta fácil,
ante el cúmulo de situaciones y argumentos superpuestos que se esgrimen para
explicarlo, encontrar un hilo conductor que las engarce adecuadamente y
establezca la necesaria jerarquía capaz de desentrañar la lógica de la
secuencia que ha culminado en la transgresión legal en la que se ampara el
llamado “derecho a decidir”. Sin
embargo, cabría entender que, en medio de esta maraña, donde las
justificaciones redundantes imperan para encontrar una explicación convincente
a lo que está sucediendo, no se ha puesto aún el énfasis debido sobre dos
aspectos, que considero esenciales y merecedores de una especial atención.
Uno de ellos tiene mucho que ver con
la comprobación del proceso de empobrecimiento cultural que un sector de la
sociedad catalana ha vivido como consecuencia de una política educativa sistemáticamente
orientada en este sentido. No sorprende constatar hasta qué punto ha calado,
especialmente en la juventud, la idea de que el espacio y la cultura de
Catalunya nada o muy poco tienen que ver con las que caracterizan al conjunto
del Estado. Sin que ello implique restar valor a las singularidades que distinguen en este sentido a la comunidad
catalana, se ha optado deliberadamente por establecer líneas de distanciamiento
muy marcadas con todo cuanto pudiera representar los vínculos que la insertan
en un contexto sin el que la realidad catalana tiene difícil o, en cualquier
caso, insuficiente, explicación. La pérdida de conciencia de un pasado y de un
destino compartidos es su secuela más grave.
La Geografía y la Historia han sido
víctimas propiciatorias de esta voluntad excluyente, empeñada en invalidar el
papel decisivo que ambas disciplinas desempeñan en la construcción de una
sociedad culturalmente cohesionada y debidamente formada. Si, en mi opinión, en
ello radica una de las principales carencias e imperfecciones de la
construcción intelectual del Estado autonómico, es evidente que cuando las
actitudes proclives al reduccionismo y al menosprecio del diferente prevalecen
frente al reconocimiento que las interrelaciones que definen la configuración
de un territorio común, la trabazón de sus paisajes a la escala que les
corresponde y la dimensión de los vínculos históricos, sociales y culturales forjados
a través del tiempo, la tendencia al
ensimismamiento deriva en actitudes que acaban haciendo del nacionalismo un
fenómeno retrógrado e irracional, hecho que ya denunciaba Kant en su época y
que se ha convertido en uno de los pensamientos más nefastos de la historia. En
ese caldo de cultivo no sorprende que cobren fuerte capacidad de impacto los
slogans que atribuyen al Estado español un papel casi depredador de la cultura y
de la economía catalanas. Moverse en el terreno de las frases manidas deriva en la simplificación y la demagogia.
Basta un mensaje elemental, simple y al tiempo contundente para inducir a quien
lo escucha a identificar en él sus inquietudes, problemas e incertidumbres. El
mensaje de Espanha ens roba ha tenido un impresionante efecto catalizador de
las opiniones hasta el punto de que
basta solo mencionarlo para provocar un grado de irritación espontánea que se
aviene mal con las comprobaciones que matizan e incluso cuestionan esa idea tan
letal como falaz y demoledora.
El
segundo aspecto a considerar nos conduce necesariamente a las ostensibles
carencias de que ha adolecido la voluntad de encontrar vías de actuación capaces
de afrontar el pulso secesionista con argumentos que vayan mucho más allá de
las posiciones archisabidas, esencialmente circunscritas a una batalla legal,
en cuya resolución cabe contemplar también el peso que de cara a la sociedad
pudieran tener las ideas que sustentan las posiciones defendidas por el
Gobierno del Estado y el Gobierno de Catalunya. A este respecto, se echan de
menos los esfuerzos por asentar, a través de la argumentación contundente y
razonada, las bases que permitan despejar las incógnitas que el proceso plantea
y, sobre todo, ilustrar convenientemente sobre sus fundamentos y sus repercusiones
potenciales en aras de una mayor voluntad de entendimiento. Invocar la
Constitución es sin duda obligado, pero afrontar el problema requiere muchísimo
más. Requiere pedagogía política y voluntad de clarificación objetiva de los
hechos. Requiere demostrar, con datos fidedignos, que, cuando un Estado se
organiza bien, todas sus partes resultan beneficiadas, convirtiendo a la escala
de colaboración entre ellas en el factor que permite afrontar los problemas,
como sucede en Alemania, un Estado federal de impresionante solidez. En un
mundo globalizado y al tiempo marcado por la dimensión de la diversidad, la
configuración de un Estado bien articulado y fuerte constituye la mejor
garantía de supervivencia individual y colectiva. ¿Aguantarían los
mensajes del nacionalismo rampante un debate riguroso, presentado ante la
opinión pública? ¿Por qué no se celebra ese cara a cara tan necesario como
ilustrativo entre los políticos defensores de las distintas opciones? Que se
haga en la televisión, con la frecuencia necesaria, con datos, con
informaciones objetivas, con ideas sólidas y consistentes. Con la verdad, sin
demagogias ni tergiversaciones. Tal vez en ese escenario de contrastación
sólida de las opiniones, no sería desacertado pensar que para no pocos catalanes
el mensaje prevalente conduciría a la consideración de que, frente a las
incertidumbres de la fractura, necessiten Espanya.