2 de junio de 1996

¿CÓMO REFORZAR EL PESO DE LA REGIÓN?


El Norte de Castilla, 2 de Junio de 2006



Con frecuencia las declaraciones de quienes ostentan responsabilida­des de poder suelen mostrarse propensas a la formulación de solemnes principios de intencio­nes, que por lo común coinciden con la celebración de efeméride en un afán por ratificarla no como un simple evocación del pasado sino como el momento más oportuno para el lanzamiento de una proclama henchida de ambiciones de futuro. Es la actitud lógica, y hasta cierto punto inevita­ble, en que necesa­riamente se inscribe el propósi­to de dar continuidad y consistencia temporal a la tarea realizada con la mirada puesta en los objetivos aún pendientes y sólo alcanzables desde la plata­forma previamente construida, algo así como una especie de prolongación, sin solución de continuidad, de lo ya realizado.


Por eso, cuando, al conmemorar sus cinco años al frente del ejecuti­vo, el presidente del Gobierno autónomo ha aludido, entre otras considera­ciones del mismo tenor, a su voluntad de "tener en la España autonómica un peso mucho mayor del que hemos tenido hasta ahora", el dirigente regional trataba de ser congruente con la predisposición señalada y con las exigen­cias propias de un contexto en el que esta suerte de afirmaciones vienen obligadas por las condiciones y el entorno particulares en que se plan­tean. Si, por princi­pio, siempre es justo reclamar y defender nuevos avances en el proyecto del que uno es responsable, a la hora de la verdad nada tiene de extraño que la preten­sión sin más de reforzar el peso de Castilla y León en el panorama nacional y europeo corra el riesgo de convertirse en una preten­sión permanente y nunca satisfecha, en la medida en que, difícil de establecer el umbral en el que habría de situarse la fuerza deseada, los compromisos para su consecución aparezcan a la postre limitados al simple juego de intenciones cuando no circunscritas en abstracto a la mera reivindicación de lo banal o de lo inconcreto.


Sin embargo, para que la banalidad y el lugar común desaparezcan y la pretensión apuntada cobre visos de auténtica sinceridad, es preciso dejar bien claras y explícitas una serie de ideas básicas. A mi juicio, tres fundamental­mente: hacia qué aspectos o valores se orienta la voluntad de reforzamiento de la región en un entorno cada vez más competi­tivo y más propenso a la desigualdad, sobre qué principios de actuación se sustenta a corto y medio plazo, cuáles, en fin, las priori­dades estableci­das para su puesta en práctica. En otras palabras, y para resumir­las en una sola, bastaría definir sin ambigüedades ni demagogias sobre qué pilares es posible construir la estrategia que, tanto sectorial como global­mente, permita alcanzar al fin esa dinámica efectiva de recupe­ración que, junto al presti­gio y al respeto que siempre merece a propios y extraños la solidez de un concepto de región bien diseñado, consiga poner término a la estéril sensación de permanente agravio comparativo que, mezcla de frustración, de­sencanto e impotencia, todavía late en la forma de concebir la actuación política en no pocas regiones españolas de las llamadas "de vía lenta".


De bien poco vale una actitud de estas características cuando lo que parece primar es la voluntad concurrencial y la reafirmación de la diferen­cia como baluarte para la justificación de la desigualdad o, por lo menos, de la existencia de márgenes de maniobra distintos para la búsqueda de posiciones ventajosas en un clima de movilidad y flexibilidad creciente del capital y del trabajo. Reconocido este marco como algo dificilmente reversible, es evidente que cualquier política comprometida en el robuste­cimiento de la posición ostentada por el territorio bajo su responsabilidad pasa necesariamente por la adopción y puesta en práctica de una notable capacidad de iniciativa que, de lo general a lo concreto, de lo inmediato a lo lejano, cimente las bases de un proyecto consistente, presidido desde el primer momento por el afán de valorización de las ventajas comparativas que a piori toda región posee, por más que muchas veces aparezcan desleídas ante la falta de decisión para potenciarlas adecuada­mente.


Y aunque, en efecto, esta noción aparezca todavía difuminada en España, en virtud de la simplificación que las identifica en determinadas comunidades con argumen­tos favorecedores de la exclusividad, lo cierto es que, entre los diversos méritos atribuibles al modelo autonómico, descuella precisamente éste, es decir, el de profundizar en el conocimiento de las propias cualidades entendidas a un tiempo como recursos y como mecanismos de afianzamiento de la personalidad, puestos, en cualquier caso, al servicio de esa voluntad de integración entre lo específico y lo unitario de lo que tanto se habla en España y que, sin embargo, tan precario se manifiesta en el terreno de las realizaciones concretas.


De ahí que si partimos del posible doble campo de acción (política y económico-cultural) en que, a mi modo de ver, se desglosan los dos grandes ejes en torno a los cuales cabría articular ese aumento de "peso" preconi­zado, tal vez el énfasis inicial - y dejo para otra ocasión la segunda perspectiva - habría de correspon­der al plano sustan­cialmente político, en el que Castilla y León debiera desempeñar un papel de primer orden en sintonía con la defensa de un enfoque de la realidad que se muestra a todas luces tan necesa­rio como ineludible en medio de la porfía en que amenaza quedar sumida la previsible evolución del Estado autonó­mico. Y es que en el contexto de los nuevos reequilibrios surgidos en el panorama políti­co-territorial español se echan de menos las voces que, con más contunden­cia que efectismo, se decanten a favor de una política activa, firme y sistemá­tica en defensa del principio de solidaridad interregional, aportan­do ideas y movilizando voluntades a todas las escalas, con el fin de procurar verosimilitud y confianza a un princi­pio que hasta la fecha ha sido formulado de forma en exceso vaga y con no pocas incógnitas en su modo de aplicación efectiva.


Y, desde luego, la responsabili­dad que en este empeño concierne a Castilla y León no es en modo alguno desechable. Por su magnitud territorial, por sus críticos perfiles demográ­ficos, por las particula­ridades de su estructura socio-productiva, por la atomización de su poblamiento, por su participación en la distribución de la riqueza, por sus dificultades de cohesión interna, por su singularidad dentro de las Comunidades Autónomas del Art. 143... es quizá hoy por hoy la región europea a que mayores riesgos se enfrenta en un ambiente en el que las posiciones proclives al privile­gio acaben prevaleciendo sobre las más sensibles a la corrección o mitiga­ción de las desigualda­des. Mas no se entienda con esto una defensa de la justicia distribu­tiva sin más ni tampoco el presunto enmascara­miento de una pasividad que jamás ha existido. En el fondo, la llamada de atención sobre un tema de tanta trascen­dencia, en el que la región debiera asumir una función de liderazgo dentro de un conjunto territorial muy significativo en España y en Europa, no está en modo alguno desconectada con la pretensión de apoyar simultaneamente esta idea de reforza­miento comparati­vo, y con idéntica firmeza, en la valoriza­ción de la segunda perspec­tiva mencio­nada (la económi­co-cultural), en la que tampoco caben plantear actitudes que vayan a la zaga de los aconteci­mientos sino en sintonía con los patrones de renovación, calidad y antici­pación imperan­tes en los escenarios más dinámicos del espacio europeo.


Convengamos, en cualquier caso, que fortalecer el peso de la región va más allá de una reflexión bienintencionada para convertirse en un compromiso ineludible. Un compromiso cuya magnitud y perentoriedad ponen de relieve hasta qué punto ejercer el gobierno de una Comunidad Autónoma no va a ser ya tarea fácil ni cómoda en unos momentos en que las reglas del juego se readaptan con extraordinaria rapidez al compás de una tarea marcada por los retos de la competi­tividad y por las antinomias que entraña una gestión en la que cada vez va a resultar más difícil internalizar los logros y derivar hacia fuera los costos y sinsabores de las decisiones acometidas.

No hay comentarios: