9 de julio de 1997

MONTEVIDEO EN VALLADOLID


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El Norte de Castilla, 9 de Julio de 1997
Cuando a finales de mayo asistí en Madrid a la presentación de Andamios, la última novela de Mario Benedetti, tuve ocasión de percibir en directo el impresionante cúmulo de símbolos y sensaciones que se agolpan en torno a la figura del ilustre escritor uruguayo y de los que daba fiel testimonio el magnífico acto concebido y celebrado en el salón del Círculo de Bellas Artes. No fue un acontecimiento banal y rutinario, como tantos otros que, insulsos, se desvanecen rápidamente en el olvido.
Rodeados de un entorno original y entrañable, los asistentes se sentían fácilmente integrados en un ambiente donde el interés por interpretar las evocaciones del pasado, reveladas en esta ocasión a través de la colección de recuerdos del autor, de las primeras ediciones de sus obras o de fotografías elocuentes del transcurso inexorable de los años, era tan intenso como el que inspiraba la satisfacción compartida por el disfrute de lo más sugerente de la literatura latinoamericana contemporánea. De aquélla que, firmemente enraizada en el espacio y en el tiempo, sin concesiones al tópico y a la frase convencional, proyecta, convincente y decidida, hacia el lector las vivencias y avatares de una sociedad que, pese a las sacudidas de la historia, siempre evidencia una actitud proclive a la esperanza, y un profundo apego a la libertad y a la solidaridad humanas, literariamente expresadas además con un cálido sentido del humor.

Con todos estos ingredientes y con esta forma de entender la vida nada tiene de extraño el reclamo y la lozanía que la palabra de un casi octogenario como Benedetti siguen ofreciendo para un sector muy importante de la juventud y la atención que al tiempo le presta una generación que, dentro y fuera de España, no es ajena, por su experiencia propia, a las zozobras políticas y personales que aquél describe de manera tan rotunda como magistral. Y es que, en verdad, toda su obra refleja una estrecha simbiosis con las vicisitudes de su época y con los diferentes escenarios en que se han desenvuelto.
La ficción y la realidad se entrelazan, efectivamente, en una mezcla armoniosa, donde no siempre es fácil distinguir la una de la otra, pues ambas forman parte de esa autenticidad y de ese poder de convicción que, incluso para el entendimiento racional de la fantasía, proporciona el valor inestimable de la experiencia y del compromiso. Lo veremos reflejado con fuerza en varios de sus escritos políticos (Terremoto y después, La realidad y la palabra), en algunas de las novelas más celebradas (La borra del café, La tregua, Gracias por el fuego...), o en los versos de su dignísima producción poética, que, elemento indisociable de casi todos sus escritos, ofrece en Las soledades de Babel o en Viento del exilio, entre otros, páginas de una enorme sensibilidad y frescura.
Pero, desde la perspectiva del geógrafo  que soy, el atractivo de Benedetti radica ante todo para mí en su extraordinaria capacidad para sumergir al lector en los infinitos y curiosísimos matices del Uruguay y de su singular centro capitalino. Nos los muestra con singular maestria al tiempo que nos induce a adentrarnos voluntariamente en ese mundo de sensibilidades y matices infinitos, que confluyen en un país pequeño en tamaño mas grande en experiencias de toda índole. Miembro señero de una pléyade de intelectuales y escritores uruguayos, el autor que nos ocupa ha logrado dar a conocer como pocos las peculiaridades de un Estado continuamente obligado a reafirmar su personalidad y su misma razón de ser frente a los dos colosos - Brasil y Argentina- que lo delimitan. Si en alguna ocasión él mismo ha definido al Uruguay como “la única oficina del mundo que ha alcanzado categoría de república”, ese sentimiento de excepción que define el alma uruguaya no equivale a la adopción de una postura de debilidad ante sus poderosos vecinos sino a una actitud de orgullo, alimentada con el coraje y la valentía que resultan de sobreponerse al temor.
Por eso cuando se recorre el país, tan activamente reivindicado en las hermosas canciones de Alfredo Zitarrosa, en los poemas de Circe Maia o en los textos rotundos de Eduardo Galeano, surgen por doquier los indicios de una identidad defendida a toda costa sobre la base de una memoria histórica que permanece incólume a través de signos de un valor testimonial omnipresente. Es la figura de Artigas que, con su busto preside el pórtico de todas las escuelas y se yergue, imponente, en la Plaza de la Independencia de Montevideo; es el recuerdo de Batlle, artífice de la modernización de la República Oriental y de la época en que vería la luz la Constitución de 1917, pieza maestra del constitucionalismo progresista latinoamericano; es el paisaje de las grandes llanuras ganaderas, celosas de una calidad productiva apoyada en la tradición y en un equilibrio comercial extraordinariamente frágil; es, en fin, la imagen reiterativa de una sociedad que en el ámbito no capitalino permanece en su mayoría fiel a costumbres y comportamientos perfumados por los aromas del mate e impávidos al curso del tiempo.

Si de todo ello se hace eco Benedetti en numerosos pasajes de sus obras, lo que realmente la impregna y le da uniformidad es la referencia casi constante a Montevideo, hasta el punto de que, como ha señalado Juan Cruz, la imbricación entre el escritor y su ciudad es absoluta. Y no sorprende que así sea entre otras razones porque la capital del Uruguay es mucho más que un simple núcleo urbano, por más que el propio Benedetti se lamente de los impactos ocasionados en el paisaje por la incuria urbanística de la dictadura que asoló el país durante toda una década y que logró eclipsar para siempre una parte notable de su prestigiosa vivacidad cultural.
Con todo, aún subsisten muchos de los lugares emblemáticos que la significan y que representan otros tantos escenarios argumentales espléndidamente descritos en la colección de cuentos (Montevi­deanos o Geografías), en los que Montevideo aparece como un marco de alusión permanente, bien a través de las grandezas y miserias de sus gentes o de los espacios que mejor la acreditan ante propios y extraños. No es difícil, en efecto, imaginar a Benedetti pasear por los inmensos parques de la ciudad, desplazarse pausadamente a lo largo de la Dieciocho y de la Plaza Gagancha, detenerse en Sorocabana (lamentablemente hoy a desmano), para culminar, cruzado el impresionante edificio Salvo, en la Plaza de la Independencia y situarse frente al mausoleo de Artigas o, mejor aún, evocar el apasionante historial del Teatro Solís, poco antes de entrar en la Ciudad Vieja que da acceso al puerto, donde el inmenso Río de la Plata se confunde ya con el Atlántico. Como tampoco parecería raro verle bajar a buen paso por Pocitos hasta la Rambla, es decir, el rosario de playas que desde la Ciudadela hasta Carrasco se prolonga a lo largo de 25 kilómetros. Son hitos de un enclave urbano tranquilo, en muchos aspectos similar a cualquier capital media de provincia española, contrapunto a la populosa Buenos Aires, pero con la fuerza propia de una ciudad que necesita vertebrar todo el país y que encierra en algunos de sus edificios más espectaculares (el colosal del Parlamento, el de la Universidad de la República y el más impersonal del Ayuntamiento) los símbolos representativos de una concepción de la historia, de la sociedad y del poder que tiene en Benedetti uno de sus intérpretes más vigorosos y objetivos.

Y éste es el personaje - en el sentido más loable del término - que a partir de mañana se incorporará a la relación de quienes hasta ahora han sido investidos con el rango de doctor "honoris causa" por la Universidad de Valladolid. Decisión sin duda acertada que enriquece el palmarés de nuestros honoríficos, tanto por lo que es como por lo que representa. Es, por un lado, la expresión personal de un escritor honesto, adalid infatigable del progreso y de la libertad, comprometido con su tiempo y con el ambiente convulso que le ha tocado vivir, lo que se ha materializado en algo más que en una obra literaria, celebrada en todos los foros y con toda suerte de merecimientos. Y representa, por otro, la vitalidad de un elenco particularmente interesante y atractivo de la cultura latinoamericana actual que, al margen de las modas, del sensacionalismo o del oportunismo vacuo, ha sabido sobreponerse a un sinfín de adversidades para mostrar ante el mundo el vigor intelectual de una región atormentada pero henchida de esa vitalidad que aporta la sólida conciencia de lo propio y la confianza en los valores más activos de la sociedad y del pensamiento.

1 comentario:

Sarashina dijo...

Un estupendo artículo que define a Benedetti en su contexto, cultural, desde lo más cercano, la urbe, hasta lo más amplio, el país y el continente. Ahora que ya no está físicamente entre nosotros, tu artículo cobra un mayor valor expresivo. Gracias