El Norte de Castilla, 30 de Enero de 2010
Desde hace tiempo se ha impuesto en muchas ciudades la conveniencia de construir el presente para controlar el futuro, haciendo suya esa corriente tan en boga a favor de la prospectiva territorial. Las experiencias son numerosas y el balance ofrecido se abre a toda suerte de resultados y valoraciones. Suponen, en cualquier caso, un ejercicio de voluntad política marcado por el propósito de crear en la sociedad un ambiente propicio a la motivación y a la reflexión sobre lo que su territorio deba ser en un horizonte temporal de medio plazo y en un contexto donde priman más las incógnitas que las certezas.
No es la primera vez que Valladolid emprende una iniciativa de estas características. Ya lo intentó el gobierno municipal en 1993-1994, aunque aquello quedase en un mero propósito, finalmente paralizado tras las elecciones del año siguiente y pese al interés mostrado por los agentes sociales y económicos de la época, que dedicaron muchas horas al debate y a la puesta en común de proyectos que en muchos casos sorprendían por su ambición y novedad. Intervine activamente en aquellos foros, de los que conservo testimonios que hoy resultarían sorprendentes. Loable es que, pasados los años, y en un panorama muy diferente al de entonces, El NORTE DE CASTILLA, coherente con lo que ha sido su compromiso desde sus orígenes con el entorno en que se desenvuelve, invite de nuevo a la sociedad local y provincial a plantearse las preguntas que siempre suelen aflorar en estas circunstancias, con la intención de suscitar el debate en torno a las ideas, propuestas, sugerencias y reflexiones que ayuden a orientar las decisiones o, al menos, a atisbar por dónde debieran ir las más adecuadas en función del diagnóstico que se haga y de los objetivos que se pretendan.
Abordar hoy esta cuestión implica, a mi juicio, la toma en consideración de tres criterios esenciales: de un lado, la clarificación del papel que se pretende asignar a Valladolid en el contexto de la economía globalizada y de la sociedad del conocimiento, pues de ello dependerá, a la postre, su posición en las distintas escalas en que se inserta (europea, española, regional, y, por ende, la que la corresponde como motor de su propia provincia); de otro, una atención preferente a la dimensión cualitativa que deben tener las estrategias previstas, lo que implica asumir con firmeza los principios del buen gobierno local, es decir, de una gobernanza asentada sobre las interrelaciones producidas entre sostenibilidad urbana, integración social y económica y participación ciudadana. En otras palabras, lo que se entiende como “ciudad inclusiva”; y, por último, una estrategia centrada en el fortalecimiento de las redes de cooperación construidas sobre la base de las estructuras sociales, económicas y territoriales en las que la ciudad y sus perspectivas se sustentan.
Ya sé que se trata de objetivos genéricos, mas también es obvio que sin fines de esta naturaleza no es posible efectuar el armazón trabado por los que, más específicos, concretan el rumbo pertinente a seguir en cada caso. Tiempo habrá, según parece, para perfilar hacia dónde encaminar la nave, partiendo del hecho incuestionable de que Valladolid y su entorno encierran potencialidades de primer nivel, cuyo reconocimiento jamás debiera dar lugar a reproches injustificados, como se ha hecho, y que no responden a un análisis riguroso de lo que se tiene y de lo que se carece. Como tampoco cabe duda que en ese proyecto de reflexión abierta tan justificada está la valoración, objetiva y fundamentada, de los recursos y fortalezas disponibles, como la crítica seria e irrestricta, sin la cual es imposible, como bien advertía Max Weber, avanzar en ninguna dirección.
Si, en función de estos parámetros, partimos de la idea de que las perspectivas de futuro de una ciudad como Valladolid están necesariamente ligadas a la corrección de aquellas deficiencias o limitaciones de que adolece, razonable parecería apuntar líneas de atención que pudieran subsanarlas, a sabiendas de que los avances logradas compensarían con creces de los esfuerzos llevados a cabo. Me permito sugerir varias ideas de interés. No hay jerarquía entre ellas, pues son complementarias.
De momento, y por limitaciones de espacio, aludiré únicamente al convencimiento de que la ciudad debe fortalecer su proyección internacional mediante estrategias estables de cooperación interurbana que hasta ahora han sido francamente débiles. Aparte de afectivos, los vínculos han de ser también efectivos y abiertos a las ventajas que derivan de alianzas estratégicas en función de proyectos coordinados. Con la mirada puesta en el desarrollo y en el incremento de la valoración desde el exterior, sorprende que ninguna ciudad de Castilla y León, y a diferencia de lo que sucede en Portugal, participe del amplísimo abanico de posibilidades de interrelación desarrolladas al amparo del programa URBACT, de
De las estructuras de articulación en red que considero pueden valorizar las economías de escala de la ciudad desde la perspectiva socio-económica y territorial hablaré en otra ocasión.
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