El Norte de Castilla, 21 de Junio de 2010
La noción misma de Universidad es consustancial a la defensa del principio de universalidad selectiva que debe inspirar sus objetivos y las líneas estratégicas en las que se basan. No cabe entender el alcance de sus aportaciones sin valorar la proyección a gran escala conseguida en un contexto de interdependencias, debates y complementariedades que se renuevan sin cesar y que difícilmente pueden limitar sus horizontes en un mundo en el que el avance del conocimiento y sus metodologías están en permanente transformación. No hay institución tan propensa a la crítica – interna y externa - y a los instrumentos de evaluación cualitativa como
Es evidente que las posibilidades de recuperación universitaria sólo pueden contemplarse con visos favorables si se logra una plena implicación del profesorado, si las directrices aplicadas se fundamentan en actuaciones empeñadas en valorizar todas las capacidades disponibles y si la financiación que la ha de respaldar asume el compromiso de lo que significa disponer de una estructura universitaria prestigiosa a todas las escalas e integradora de los saberes que en ella comparten espacios y estrategias, donde se imbriquen bien la tradición heredada y las nuevas líneas que derivan de la innovación científica y tecnológica. En cualquier caso, evitando que la nueva singladura pueda incurrir en los riesgos que algunos colegas, haciendo uso de ese espíritu crítico inherente a la actividad universitaria y que tanto necesita, advierten de que pudiera traducirse en un empobrecimiento cultural y en la degradación del conocimiento en mercancía.
A sabiendas, pues, de que
Sorprende comprobar hasta qué punto la configuración de ese escenario de vínculos potenciales pudiera aparecer ligado a la asombrosa capacidad de convocatoria desplegada por la entidad financiera (Banco de Santander) que con el liderazgo de su presidente ha conseguido lo que ningún grupo de Universidades y, menos aún, de Gobiernos han sido capaces de llevar a cabo. De haberlo intentado unas y otros, la iniciativa no hubiera pasado seguramente de los buenos propósitos. Y es que no es fácil organizar un macroencuentro con tales pretensiones, como el celebrado recientemente por el grupo UNIVERSIA en la ciudad mexicana de Guadalajara. ¿Símbolo de los tiempos? ¿Reflejo palmario de lo mucho que representa el poder económico a la hora de movilizar voluntades cualificadas dispersas? ¿Afán decidido de vertebrar en una red de perfiles casi ilimitados los recursos que en mayor medida pueden contribuir a analizar y resolver los problemas de nuestra época, tan harta de incertidumbres? Puede que todo confluya en esa urdimbre de conexiones que se trata de fraguar, amparado en fines tan encomiables como el intercambio, la movilidad, el conocimiento mutuo, el saber compartido. Es encomiable pensar que, al calor de la proximidad así creada, puedan surgir ideas que favorezcan la búsqueda de puntos de encuentro o la fijación más o menos formalizada de compromisos en un futuro que difícilmente se podrían precisar si no es con la calma y la sabiduría que estas decisiones requieren.
Con todo, las posibilidades de crear una magna comunidad iberoamericana de Universidades han de ser contempladas, en mi opinión, con cautela. A priori un panorama tan complejo y contrastado invita a valorar ese deseo de internacionalización con la mirada puesta en las particularidades de una realidad universitaria que, en no pocos de sus elementos, dista mucho de ajustarse a los niveles de solvencia y credibilidad que se precisan para que los flujos de relación puedan ser recíprocamente satisfactorios y pertinentes.
Partiendo del diagnóstico que cabe hacer del actual panorama universitario implicado en esa estrategia, no cabe duda de las dificultades de unas relaciones que han de conllevar resultados acordes con los umbrales de exigencia y excelencia en que hoy se inscribe el ejercicio de tareas necesitadas de un entorno suficientemente dotado de antemano para que lo que se haga cumpla con los requerimientos inherentes a una función cualitativamente reconocida de manera inequívoca. En suma, hablar de un “Bolonia transatlántico”, que a la postre habrá de traducirse en “un espacio común para la movilidad de profesores y alumnos” me parece una idea feliz, convencido, empero, de que las ideas afortunadas muchas veces tropiezan con los escollos insoslayables de la realidad. De su superación, nada fácil por cierto, depende lógicamente el éxito de tan ambiciosa iniciativa.
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