6 de diciembre de 2008

Treinta años abiertos al futuro




 Treinta años han pasado ya desde que la Constitución fue votada en referéndum por la gran mayoría de los españoles. Tres décadas que parecen mucho más. Un período que ocupó el tramo final del siglo XX para abrirse a una nueva centuria, llena de incertidumbres y de confusiones. Han pasado muchas cosas en un país de historia atormentada, víctima de una tragedia asoladora que marcó una época terrible en la sensibilidad, en la formación, en la cultura y en las relaciones de los españoles como consecuencia de una atroz guerra civil, que la intolerancia y el fanatismo desencadenaron y cuyo espíritu el siniestro dictador triunfante – con sus camarillas al compás- mantuvo implacable hasta su muerte.

Apenas le sobrevivió, porque era una anomalía histórica, una aberración insostenible y lo que parecía sólida fortaleza quedó desvanecida en apenas año y medio, cuando España empezó a levantar cabeza y a sentir que también podía ser protagonista del rumbo de la historia identificado con la libertad y con la defensa de los derechos humanos. Aquella voluntad de encuentro y de reconciliación fraguó en un pacto político obligado por las circunstancias, que para algunos se alcanzó con renuncias importantes, pero que para la mayoría vino henchido de ese aire fresco y renovado que el país necesitaba para encarar, confiado y a la vez alerta, el futuro que se avecinaba y que a nadie se le antojaba fácil.

Y no lo ha sido, ciertamente. Ha habido errores, torpezas, dilaciones, ruido, crisis, olvidos, decepciones, corrupción…. y demasiadas muertes provocadas por los restos de ideologías que se refugian en la muerte y el chantaje para sobrevivir, y a las que en momentos trágicos recientes se han unido otras que colocaron a España en un escenario de riesgo que jamás debió ocurrir. Pero también ha habido aciertos, avances, nuevas sensibilidades, desarrollo, proyectos de futuro, inserción en el mundo, reconocimiento de derechos, afanes compartidos, ilusiones esperanzadas y voluntades empeñadas en impulsar reparaciones pendientes de la memoria, sin otro propósito que el de la recuperación de la dignidad arrebatada.

En esas estamos treinta años después. Para nadie el tiempo ha pasado en balde y para muy pocos queda ya atisbo alguno de nostalgia que no pueda ser compensado por percepciones positivas de lo que cada cual puede hacer en un contexto de libertad, al amparo del amplio margen de perspectivas que propicia la democracia. Consolidada ésta de manera irreversible, es preciso afrontar los desafíos que aún tenemos planteados y que en la Constitución tienen cabida, como no podía ser de otro modo. La cuestión radica en no debilitar la conciencia de que es el marco que seguimos necesitando, lo que requiere introducir las reformas que el tiempo y la experiencia aconsejan, poniendo fin a los desfases , insatisfacciones y problemas detectados e incorporando las cuestiones que revelen su capacidad de adaptación a las exigencias de la sociedad y del momento histórico que vivimos.

Entenderlo así supondría no sólo acreditar ante la sociedad la categoría política de los partidos, hoy bastante debilitada, sino también afrontar un triple y crucial horizonte de futuro: que la juventud se sienta confortada y reconocida en ese texto integrador, que el modelo autonómico no incurra en derivas que pongan en peligro la cohesión interna y que los derechos y deberes de cada cual se supediten al interés general en un Estado moderno e innovador donde todas las sensibilidades tengan cabida sin privilegios ni exclusiones.

No hay comentarios: