25 de junio de 2021

Despoblación y nuevas ruralidades

 

El Norte de Castilla, 25 de junio de 2021


La atención concedida a la desvitalización demográfica de las áreas rurales explica la abundancia de las reflexiones desplegadas en torno a un tema que, conocido y valorado desde hace mucho tiempo, ha cobrado una relevante dimensión política y cultural. La reunión organizada (Presura 20) por la Asociación El Hueco en la ciudad de Soria el pasado 28 de mayo, en la que se dieron cita todos los líderes políticos del país, con el fin de abordar el problema a la búsqueda de un gran consenso nacional, revela que nos encontramos ante uno de los principales desafíos a afrontar cuando comienza la tercera década del siglo XXI. El hecho de celebrarse en Castilla y León demuestra con expresividad hasta qué punto nuestra Comunidad constituye un espacio representativo de las múltiples perspectivas que confluyen en torno a un fenómeno tan complejo como difícil de acometer con resultados ostensibles.

            Si la despoblación rural no es un hecho accidental tampoco aparece como un proceso fácilmente reversible. Más allá de las medidas que se puedan adoptar para neutralizarlo, y que hay que evaluar con el rigor necesario, conviene recordar el fundamento que lo explica. Responde, como es bien sabido, a los efectos derivados de la desaparición gradual y definitiva de las pautas organizativas de la actividad agraria tradicional, basada en la escasa productividad de la tierra, en el bajo nivel de las técnicas aplicadas, en la abundancia de mano de obra y en una economía de limitados rendimientos, con débil excedente y en la que abundaban las situaciones de pobreza y extrema precariedad de las formas de vida. Las situaciones excepcionales que pudieran darse apenas alteraban este panorama dominante.

            Suficientemente estudiados los factores que a partir de los años setenta y ochenta del siglo XX dan al traste con este modelo, inadaptado a la internacionalización de las estrategias productivas y comerciales, conviene dirigir la mirada a los rumbos que actualmente definen la reconfiguración del mundo agrario y los decisivos impactos espaciales que ello trae consigo. En medio de la sensación de silencio en la que aparece sumido este escenario, afectado por un descenso acelerado de sus efectivos demográficos y en un contexto de reducción material de los servicios públicos tradicionalmente disponibles in situ (aunque las prestaciones, favorecidas por la movilidad, se mantengan), la observación directa de la realidad  pone al descubierto que el abandono de elementos tradicionales de la estructura del territorio abre paso a formas de aprovechamiento que indican modificaciones sustanciales en la configuración de la ruralidad.

            En esencia, nos encontramos ante un proceso de dualización del espacio acorde con la desigual utilidad del suelo, y, por tanto, con las diferentes estrategias para rentabilizarlo. Y es que, mientras el aprovechamiento agrario se intensifica - apenas existe el barbecho, las superficies de regadío no paran de crecer, las explotaciones aumentan de tamaño, la mecanización es espectacular y las especializaciones vitivinícola y hortícola alcanzan la excelencia - las tierras menos apetecidas para la productividad agrícola - más baratas y más fácilmente acaparables en grandes superficies - son los espacios elegidos, o potencialmente elegibles, para la instalación de granjas ganaderas intensivas y la implantación de enormes complejos para la producción de energías renovables. Esta tendencia a favor del aprovechamiento selectivo del espacio parece bien reafirmada, y se muestra congruente con objetivos asumidos por los protagonistas del mundo rural, aunque lógicamente las discrepancias también afloren de vez en cuando.

            En cualquier caso, aunque la vida aparente es muy débil y la soledad impera por doquier, no es menos cierto que la actividad no ha desaparecido. No es un espacio vacío, ni vaciado (conceptos caídos en el estereotipo), sino en profunda reestructuración y digno de ser atendido en su especificidad. La vida relacional persiste y se constata cuando uno la busca, la encuentra y se interesa por ella. No hay pobreza ni marginalidad, pues los hábitos de residencia y comunicación han dejado de ser los de antaño mientras la movilidad, es decir los desplazamientos entre lugares de diferente escala demográfica, ya con fines personales o para la prestación de servicios, se impone en distancias cortas y posiblemente cada vez más largas, favorecidas además por el transporte a la demanda y las modalidades de gestión telemática. El funcionamiento en red tiende a regular las pautas de la cotidianeidad.

            Hay vida latente, aunque la dimensión del envejecimiento en los pequeños pueblos marque la impronta perceptiva dominante y las construcciones y rehabilitaciones de viviendas coexistan con la ruina del caserío heredado de otro tiempo y ya innecesario. Es otra forma de concebir el uso del espacio no urbano que hay que analizar a fondo, y que cristaliza en la configuración de “nuevas ruralidades”. No basadas éstas ya en el soporte cuantitativo del trabajo agrario como ocurría en otro tiempo, manifiestan al tiempo la posibilidad de incorporar otros campos de actividad como las oportunidades abiertas a las instalaciones industriales, a los potenciales residentes teletrabajadores y al aprovechamiento recreativo de los riquísimos recursos patrimoniales (naturales e históricos) de los que la región dispone y cuya preservación no puede hacerse al margen del reto que supone garantizarla frente a los impactos, paisajística y ambientalmente lesivos, de las macroinstalaciones asociadas a la ganadería intensiva y al desarrollo, al margen de una rigurosa evaluación de sus implicaciones espaciales, de las energías renovables.

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