El Pais, 21 de Enero de 1992
Los acontecimientos que tan decisivamente están convulsionando al mundo contemporáneo revisten, en virtud de sus múltiples manifestaciones y consecuencias, una importancia primordial para explicar la intensa remodelación a que se ve sometida la imagen que del planeta ha tenido hasta hace bien poco el ciudadano, hoy asombrado y expectante frente a una realidad mutable y en permanente e imprevisible metamorfosis.
Con especial celeridad, las modificaciones experimentadas en el trazado de fronteras, convencionalmente consideradas como algo inamovible, la aparición de nuevos Estados o los intentos por afianzar, en otros casos, la edificación de proyectos integradores de carácter supranacional constituyen una de las tendencias más significativas de este periodo de fin de siglo, cimentando las bases de un nuevo esquema interpretativo de las estrategias geopolíticas, cuya valoración va mucho más allá de la descripción superficial de los hechos en su mera secuencia diacrónica.
Pero si es cierto que cuanto sucede recientemente va a obligar de inmediato a recomponer la cartografía y a replantear muchas de las reflexiones concernientes a amplias áreas de
Nos encontramos, en fin, ante un panorama complejo, henchido de problemas y comportamientos múltiples, cuya consideración, intelectualmente sugestiva, no hace sino revalorizar el significado teórico del concepto sobre el que reposan y en función del cual es necesario concebir los dinamismos que los caracterizan. Tras ellos subyace, en efecto, la noción de espacio, como fundamento real y tangible de las diferentes formas en que se materializan los diversos modelos- de organización resultantes de las interacciones planteadas entre la sociedad y su entorno.
Son modelos que resultan de la materialización de un proceso dialéctico, en continua mutación, y en el que intervienen un sinfín de variables explicativas de la heterogeneidad espacial, que sólo es posible entender a partir de los condicionantes históricos, de las estructuras socio-demográficas, de las posibilidades ofrecidas por el potencial ecológico, de los niveles de desarrollo económico-tecnológico alcanzados y de la posición correspondiente en el sistema de relaciones construidas a escala mundial.
De ahí que, por encima de la visión unidimensional que cada una de ellas pueda suministrar, el conocimiento del espacio, de sus caracteres y problemas, aparezca siempre ligado a la formulación de una perspectiva integradora que, partiendo de la multiplicidad de factores y elementos que lo conforman e identifican, propicie su intelección con criterios de globalidad e interdependencia.
A tales objetivos y propuestas metodológicas, de inestimable valor formativo y siempre acordes con la pretensión de desentrañar los mecanismos que intervienen en la configuración de la realidad espacial, responde la razón de ser de esa ciencia que, con el nombre de geografía, se debate en nuestros días entre la renovación de sus planteamientos científicos-didácticos y la infraestimación de que adolece en el panorama de los saberes con proyección formativa básica.
Y en este sentido no deja de ser tan sorprendente como inadecuada desde todos los puntos de vista la contradicción en que, a la postre, va a quedar sumida su posición en la estructura del sistema educativo español, donde, frente al reconocimiento que se le otorga en el rango universitario como titulación con personalidad y entidad específicas, se detecta una voluntad decidida por relegarla al contexto de las disciplinas marginales, en el que ni siquiera ha de cumplir la finalidad de saber complementario teóricamente otorgado a las asignaturas englobadas bajo el epígrafe genérico de la optatividad.
Pues, ¿cómo, si no, habría que interpretar la irrelevancia que en el nuevo bachillerato va a tener una ciencia que únicamente figura como campo de saber opcional en el segmento de humanidades y ciencias sociales, sin que sus contenidos y finalidades aparezcan recogidos de forma explícita en ninguno de los otros bloques que conforman el organigrama proyectado? Más aún, la sensación de marginalidad se reafirma al constatar que, dentro de las grandes áreas de conocimiento contempladas en el diseño global, es precisamente la geografía la que se sitúa en el nivel de representación más ínfimo, ya que la polivalencia que se admite para las demás, susceptibles de figurar en varias opciones o en los dos cursos, no es reconocida para una materia, que, aislada y desconectada del resto, puede convertirse en un referente académico no exento de excepcionalidad y de cierta connotación de atipismo.
Marginalidad
Tan exigua representación, no parangonable con la que al tiempo se la concede en los programas vigentes en los países de nuestro ámbito cultural más próximo, mediatiza sobremanera el desarrollo de los contenidos, limitándolos a epígrafes muy concretos del amplio abanico temático hacia el que, teóricamente, debe proyectarse una adecuada formación geográfica.
Circunscrita a la "lectura y comprensión de lo que significa España y su marco geográfico", los objetivos pretendidos persiguen algo tan encomiable como el conocimiento de la realidad territorial española, en su doble perspectiva ecológica y humana, cuyo análisis se complementa con un apartado referido a
Los riesgos que se derivan de este empobrecimiento de los saberes geográficos en el Bachillerato no tardarán en aflorar en nuestro panorama educativo. Menoscabando la importancia de-un campo de conocimiento de valor esencial en la tradición cultural europea, se perfila ante nosotros una situación tan lamentable como la que se manifiesta en el hecho de que, si en lo sucesivo la mayoría de los estudiantes españoles de bachillerato —y por tanto, de quienes acceden a
Cultura aespacial
En otras palabras, asistiremos al progresivo y lamentable fomento de una cultura aespacial, en gran parte enajenada de la realidad e indiferente a la problemática que la caracteriza. Con ello no se hará sino agravar una carencia de formación, que hoy ya muestra indicios francamente críticos.
Si hace unos días este mismo diario se hacía eco de un sondeo efectuado entre universitarios madrileños, donde se señalaba, entre otras conclusiones bien expresivas, que un porcentaje muy elevado desconocía la localización de las repúblicas yugoslavas o del Estado de Israel, el transcurso del tiempo nos mostrará sin paliativos hasta qué punto esta inopia de conocimientos, alentada por un exceso de banalidad en el tratamiento de los fenómenos espaciales, será moneda corriente incluso a la hora de situar en un mapa los territorios con los que teóricamente se encuentren más familiarizados.
Carencia a la que, por otro lado, habrá que unir la que, en la mayor parte de los casos y más grave aún, venga inducida por una ostensible incapacidad intelectual para interpretar correctamente las grandes tendencias rectoras de las dinámicas espaciales del mundo contemporáneo, que, baladíes por desconocidas, tenderán a convertirse en realidades sistemáticamente ignoradas en detrimento de un proceso de formación integral, en el que debiera quedar garantizada, como premisa irrenunciable, la necesaria compatibilidad entre el desarrollo de las habilidades científico-técnicas y la rigurosa aprehensión de los conocimientos que sustentan la sensibilidad por la memoria histórica y por los factores que, debidamente concatenados, modelan a las sociedades y a los espacios de nuestro tiempo.
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