El Mundo-Diario de Valladolid, 13 de Enero de 1995
Quien haya seguido con atención durante los últimos años la apasionante polémica suscitada en la mayor parte de las Comunidades Autónomas españolas en torno a las políticas que en cada caso se consideran más idóneas para el logro de los objetivos pretendidos de desarrollo socio-económico y de reordenación territorial, habrá podido percibir que buena parte del balance obtenido no se corresponde en la práctica ni con la abundancia de los textos publicados ni con las hipotéticas esperanzas inicialmente abrigadas por los protagonistas bienintencionados del empeño. Lejos de emitir ningún juicio de valor al respecto, considero que, entre las razones que pueden justificar esta falta de operatividad, hay una que me parece particularmente convincente, a tenor de lo observado en numerosos encuentros y debates de todo tipo realizados sobre la cuestión. Me refiero al hecho de que la sensibilidad por encontrar soluciones efectivas a las crónicas situaciones de desequilibrio existentes a escala regional no ha sido habitualmente la misma entre quienes, una vez afianzado el marco autonómico, han conseguido asumir la responsabilidad directa de las decisiones, y los que, dentro del campo estrictamente intelectual, muestran una preocupación más globalizadora por los problemas planteados, que les lleva a formular con mayor o menor coherencia propuestas y alternativas para su posible corrección.
En el fondo, los matices que separan ambas posiciones no revelan tanto posibles contrastes en la valoración objetiva de los fenómenos o en su diagnóstico como, sobre todo, unas perspectivas y métodos de entender la realidad que casi siempre discrepan en la concepción del tiempo y del espacio desde la que han de ser contemplados. La disonancia en la temporalidad se entiende fácilmente en virtud de los diferentes ritmos con que por parte de una y otra se valora la consecución de resultados tangibles, pues si en el primer caso la inmediatez y el corto plazo prevalecen por encima de cualquier otro criterio, en el segundo cualquier estimación rigurosa pasa necesariamente por el cumplimiento garantizado de las finalidades pretendidas, de acuerdo con el horizonte necesario para que lo logrado no tenga reversión ni vuelta atrás. De todas formas, aun tratándose de planteamientos distintos, no por ello tiene que establecerse una separación excesiva, ni ser tampoco ésta valorada como un síntoma demasiado preocupante, máxime cuando los controles en la toma de decisiones pueden, en un marco democrático y de vigilancia cuidadosa, contrarrestar los riesgos inherentes a las medidas precipitadas o propensas a un exceso de triunfalismo, totalmente injustificado y casi siempre desmentido, tarde o temprano, por la rotundidad inapelable de los hechos.
A mi juicio, el principal problema surge, sin embargo, cuando los planteamientos propugnados, como fundamentación previa de las posibles actuaciones a llevar a cabo, pueden adquirir una dimensión concreta y patente en el espacio, pues son precisamente las líneas de acción formuladas a este nivel las que más fácilmente se asocian a la aplicación de criterios de carácter selectivo o, por lo menos, susceptibles de favorecer pautas discriminatorias en la estimulación de las fuerzas que contribuyen, o pueden contribuir, al desarrollo. De ahí a la sensación intuitiva de abandono por parte de los que se sienten lesivamente afectados media el mismo trecho que comúnmente separa a la provocación de la actitud de rechazo frente al sesgo preferencial de las decisiones, con toda la carga demagógica que ello implica, propalada sin cesar por la socorrida bandera del agravio comparativo. Se va creando así un ambiente progresivamente enrarecido que si, por lo general, siempre resulta negativo en cualquier clase de escenario, se muestra especialmente incómodo en
Demasiadas tensiones han perturbado, en efecto, la construcción del hecho regional como para que de nuevo se susciten ideas o reflexiones que potencialmente puedan alimentar el fuego de la discordia, todavía no plenamente sofocado. Mas para que esto no suceda o, mejor aún, para que tales riesgos queden definitivamente conjurados es preciso lograr una identificación del modelo territorial deseado para el conjunto de
Dicho de otro modo, se impone impregnar de este espíritu clarificador y solidario, abierto al enriquecimiento proporcionado por la participación de una sociedad ilusionadamente identificada con el proyecto, el diseño y concepción de las grandes actuaciones y programas de desarrollo, en los que la componente territorial debe ocupar un lugar de primer orden, sin hacer nunca abstracción de fenómenos y situaciones críticos que, integrantes de una realidad extraordinariamente heterogénea, no han de ser ni relegados a un segundo plano ni, por supuesto, desatendidos en la toma de decisiones.
Si la concepción de nuestra Comunidad Autónoma fuese abordada a partir de estos postulados, difícil cabida podrían tener las sugerencias que abundan a favor de tratamiento privilegiado de determinados escenarios en detrimento u olvido de otros. Partiendo de que la noción de equilibrio no implica jamás homogeneidad absoluta ni despilfarro en la utilización de los recursos, sino adecuación relativizada de las estrategias de desarrollo a las capacidades potenciales respectivas, no parece lógico, como recientemente se ha defendido, simplificar el alcance que han de tener las directrices de política territorial en Castilla y León, pretendiendo que la rentabilización de las iniciativas en un tramo muy concreto de
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