El Norte de Castilla, 20 de Septiembre de 2007
No es posible dejar de considerar a la pobreza como uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo. El “germen de todos los males”, en atinada expresión de Jeffrey Sachs. La desigualdad entre regiones y países del mundo nos alerta cada día con manifestaciones lacerantes sobre los fuertes contrastes que desde la perspectiva del desarrollo separan a las sociedades hasta alcanzar niveles de disparidad nunca conocidos en la historia de
No descubrimos nada nuevo al afirmar que la desigualdad, con sus estigmas de exclusión y de miseria, define de forma dramática el mundo actual, ofreciendo en ocasiones tintes de desolación, bien manifiestos en la tragedia de los flujos inmigratorios descontrolados que hoy adquieren en Europa Occidental, y particularmente en España, su grado más alto de tensión y de mayor dificultad de tratamiento. Ante problemas de tal envergadura no cabe adoptar actitudes de indiferencia, pues se trata de situaciones que ni nos son lejanas en el espacio ni pueden resolverse con posturas demagógicas o de rechazo visceral. Son realidades cercanas, acuciantes e imposibles de eliminar de la percepción del mundo en que vivimos.
Si, desde luego, nunca será la panacea que permita poner fin a una situación asociada a la persistencia de graves factores estructurales, tampoco cabe duda de la importancia que en este sentido ha de concederse a los mecanismos de solidaridad apoyados en la cooperación al desarrollo, entendida en su vertiente más rigurosa y profesionalizada. Numerosos son los testimonios que avalan los resultados conseguidos a través de programas y proyectos de cooperación gestionados por las instituciones o por las organizaciones no gubernamentales. Su esfuerzo no debe quedar empañado por la improvisación de que a veces adolecen algunas intervenciones aisladas o por los escándalos que puntualmente denuncian el riesgo de que, bajo los objetivos de la cooperación al desarrollo, puedan aflorar hechos que traicionen la confianza otorgada. La necesidad de cautelas frente al despilfarro o la corrupción, así como la evaluación rigurosa de resultados, se imponen en nuestros días como principios básicos de actuación, sólidamente respaldados por la garantía que aporta una actividad de cooperación cuando ésta se apoya en la formación y en la debida solvencia y honestidad de quienes la ejecutan o la dirigen.
A este respecto no es baladí el papel que compete a
Son instrumentos a disposición del amplio abanico de potenciales expertos relacionados con la gestión de los proyectos capaces de incidir positivamente en la mejora de las condiciones de vida y de actividad de las sociedades hacia las que se dirigen. Teniendo en cuenta que es un campo de acción en el que se observa una creciente participación de las administraciones públicas, bien a escala autonómica o local, justo es señalar que su presencia se verá sensiblemente reforzada a medida que los proyectos impulsados sean acometidos dentro de las coordenadas que, tanto desde el punto de vista técnico como estratégico, aseguren el mejor cumplimiento posible de los objetivos pretendidos. Eficacia y solidaridad son términos complementarios en la ejecución de ese amplio abanico de opciones hacia el que se proyecta la conocida como cooperación descentralizada al desarrollo.
Por fortuna,
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