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Por otro lado, y en estrecha simbiosis intelectual con lo señalado, cabría
subrayar la valiosa contribución realizada por Delibes al conocimiento de los
paisajes y de algunos de los componentes esenciales del legado cultural que lo
avalan. En su obra aparecen, en efecto, bien captadas y tratadas las
particularidades de la realidad paisajística que sirve de encuadre preciso a
las experiencias noveladas. Por lo que respecta a la forma de diseccionar el
ámbito de la vida campesina, son memorables las descripciones que realiza del
ámbito de la llanura, matizando sobremanera la visión tópica tan reiterada por
los autores del noventayocho. No en vano, el propio Delibes insistió en alguna
ocasión en la necesidad de “desnoventayochizar” el campo castellano. Frente a
la simplificación de que por autores conspicuos ha sido objeto ese tipo de
espacio, se impone la descripción sin paliativos ni edulcoramientos. No tiene
reparo en poner al descubierto un medio natural poco complaciente cuando se
detiene en el paisaje de las llanuras. Si, como hace en Viejas historias de Castilla
Es una percepción que mantiene arraigada en la memoria, pues “cuando yo era un
chaval, el páramo no tenía principio ni fin, ni había hitos en él ni jalones de
referencia. Era una cosa tan ardua y abierta que solo de mirarle se fatigaban
los ojos”. A veces lo trata además como un escenario climáticamente hostil: “el
valle en rigor no daba sino dos estaciones: invierno y verano, y ambas eran
extremosas, agrias, casi despiadadas” (Siestas
con viento sur, 1957). Sin embargo,
la dureza de la visión que le inspiran las llanuras, asociadas a la disposición
de los valles, las campiñas y los páramos de la cuenca sedimentaria, y en las
que no pierde la curiosidad que le suscitan cambios puntuales de la geología
(“las piedras negras”) o la topografía (“
Sobresale con fuerza la importancia otorgada del lenguaje,
el rescate de la palabra perdida o en desuso: he ahí otra de las grandes
contribuciones a la dignificación cultural de los espacios que tantas
motivaciones le procuraron. Y lo hizo
al dejar bien claro que “el camino es
mi camino y lo que tengo que hacer es escribir como hablo, con pocos adornos”. De
ahí su empeño, felizmente logrado, de crear un estilo propio, en el que ocupan
un lugar destacado las palabras insertas en la descripción del territorio, las
expresiones vernáculas, el argot ancestral, las denominaciones, los términos desaparecidos
o cercanos al olvido que formaban parte del habla empleada en el universo
apegado al aprovechamiento de la tierra. Y es que considero que el buen conocimiento
del paisaje lleva al descubrimiento del lenguaje que le pertenece. La
insistencia en evitar que ese patrimonio léxico quedase desvaído ha cristalizado
en una tarea minuciosa, de la que Jorge Urdiales ha dejado constancia bien patente
y sistematizada en las 326 palabras incluidas en su Diccionario del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes (2006),
y en su posterior Castilla sigue hablando,
que ha visto la luz el año conmemorativo del centenario del escritor. Por su
parte, Ramón Buckley lo ha aseverado
con rotundidad: “rescatar el castellano como lengua – o, si se prefiere, como
la variedad dialectal del español que se habla en Castilla – ha sido la gran
tarea de Delibes”.
- No puede entenderse, por último,
la congruencia de la obra delibesiana desde la perspectiva que he intentado desarrollar
sin hacer alusión a las reflexiones centradas en el cuidado y el respeto que, a
su juicio, la Naturaleza merece y necesita. De ello se hará eco en su discurso de
ingreso en
Es la expresión de una
convicción no ajena a las advertencias que le suscitaron las reflexiones
planteadas en 1968 por el Club de Roma sobre “los límites del crecimiento” así
como las conclusiones obtenidas cuatro años después en
Son sensibilidades, en fin, que le acompañaron
durante toda la vida y de las que, ante la “angustia” que le provoca el porvenir
del planeta, dejará valioso testimonio en La
tierra herida (2006), una obra curiosa en la que se reafirman sus
principios conservacionistas a través de las interesantes conversaciones
mantenidas con su hijo Miguel, y que precisamente comienzan con las reflexiones
alusivas al cambio climático, que el escritor sustenta con atinado criterio en
las llamativas percepciones y sensaciones físicas que obtiene de su propia experiencia
personal al observar las contrastadas temperaturas de los veranos vividos en la
villa burgalesa de Sedano. Otra manifestación más de las grandes aportaciones
de Miguel Delibes a través del valor asignado a la omnipresencia de
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