28 de febrero de 2020

El clamor (justificado) de la España desvitalizada








Versión en español del texto remitido a la consulta realizada 
sobre el tema por la Université de Paris IV (enero 2020) 



No existe una España vacía ni tampoco vaciada, expresiones utilizadas hasta la saciedad y, a mi juicio, e indebidamente.  Puestos a interpretar con rigor la situación, la denominación más pertinente remite a las tendencias propias de un territorio que, habitado y, por tanto, con vida y actividad, se debilita social, económica y culturalmente al tiempo que pierde entidad demográfica mientras quienes aún lo habitan observan, con sensación de impotencia, que sus perspectivas de futuro aparecen ensombrecidas por un proceso de dualización del desarrollo, que privilegia sobremanera a unos territorios en detrimento de otros. Como espacios vivos que aún son, la toma de conciencia crítica de la realidad en la que se desenvuelven no debe sorprender. Explica la motivación de las sensibilidades que subyacen en las reacciones que de manera cada vez más frecuente, se plasman en movilizaciones de muy diversa índole, con un nivel de motivación al alza que no hace sino poner de manifiesto la dimensión de una preocupación que reclama una respuesta ineludible. Pero lo cierto es que no estamos ante un problema de fácil solución, máxime cuando los diagnósticos se hacen más contundentes y muchas de las politicas puestas en práctica, comunmente henchidas de buenas intenciones, ofrecen un balance muy limitado. Y es que lo que en términos genéricos se identifica como “despoblación” constituye una realidad compleja, multicausal, con matices que trascienden el estricto ámbito en el que específicamente se producen para adquirir una dimensión a gran escala, que sólo puede interpretarse en función de los cambios ocurridos en los factores sociales, económicos y culturales que, directa e indirectamente, alteran con efectos de extraordinario alcance las estructuras territoriales contemporáneas.
            Es obvio que la aplicación del enfoque territorial, preconizado por la Geografía, permite entender mejor el significado de las causas que han dado origen a la acentuación de los desequilibrios en la distribución de la población, coherentes con las circunstancias que la han motivado a lo largo del tiempo. Son circunstancias que han evolucionado al compás de un contexto en permanente metamorfosis, y al que hay que recurrir cuando se trata de ofrecer una explicación lógica sobre la decisiva modificación ocurrida en los comportamientos y la movilidad de la población, bien perceptible en la etapa previa y posterior al cambio de siglo. En esencia, la discontinuidad cronológica, que gradualmente aparece perfilada ya en los años noventa, coincide con el tránsito de los desplazamientos asociados al éxodo rural masivo y a la intensificación de los flujos que, con dimensión generalizada, emanan no solamente del mundo centrado en la economía agraria sino también de los espacios urbanos que ocupan una posición intermedia en la estructuración de un territorio funcionalmente cohesionados en función de las jerarquías heredadas, y que sobreviven dentro de un equilibrio permanentemente amenazado. No en balde el proceso no puede entenderse al margen de una redefinción de la ruralidad como "categoría de las representaciones sociales presente en el debate político y en la acción pública relacionada con la ordenación del territorio" (Bontron, 1996)
l
Si los movimientos del campo a la ciudad están en la base de un crecimiento urbano generalizado, coexistente con la mecanización de las labores agrarias y la drástica reducción de la mano de obra ocupada en el campo, los síntomas de la despoblación y sus efectos demográficos – envejecimiento y declive reproductor natural -  comenzaron a ofrecer sus rasgos más preocupantes cuando se intensifica  la polarización del crecimiento a favor de un reducido número de núcleos urbanos cuyo poder de atracción se incrementa al compás de las ventajas inherentes  a la mejora de la movilidad y al incremento de las ventajas comparativas que introducen las economías de aglomeración primordialmente decantadas a su favor en espacios altamente selectivos. Las reflexiones apuntadas a comienzos de los noventa por Benko y Lipietz  a propósito de los nuevos paradigmas de la Geografía Económica, centrados en el análisis de los mecanismos que determinan la diferenciación entre “espacios ganadores” y “espacios perdedores”, no hacen sino sentar asentar las tendencias explicativas del vaciamiento poblacional en aquellas áreas donde las oportunidades de trabajo decaen en contraposición a las que distinguen a los lugares – porque de una localización puntualmente privilegiada se trata – mejor acomodados a los principios de la economía global y a las nuevas dinámicas funcionales, asociadas a las fortalezas del terciario superior y a la mejora de la conectividad,  que de ella se derivan.
 La hipermetropolización – identificado en España por la inequívoca prevalencia de Madrid como vigorosa ciudad global, cuya capacidad polarizadora desde el punto de vista económico y funcional no deja de reafirmarse - constituye su corolario más ostensible, ejerciendo un poderoso efecto succionador de recursos de toda índole que al tiempo que prima la rentabilidad de los propios desestabiliza con fuerza implacable los de sus áreas de influencia cuya dimensión física, superado el condicionamiento de la distancia, no cesa de crecer. El fenómeno coincide, como bien se sabe, con la tendencia a la reconversión drástica de los aparatos productivos regionales, tanto agrarios como industriales bajo las premisas de la competitividad que amenaza la supervivencia de muchas de las iniciativas sobre las que se había sustentado su capacidad para generar y mantener el empleo. A medida que se difuminan las líneas distintivas que tradicionalmente habían distinguido la actividad agraria de la industrial, el declive de las pequeñas y medianas explotaciones agrarias coexiste en el tiempo con las incertidumbres a las que se enfrentan numerosas empresas industriales, tanto transnacionales como no pocas de las nacidas al amparo de la promoción fabril de carácter endógeno, enfrentadas a un escenario mediatizado por la obsolescencia, por la remodelación energética, por las dificultades para afianzar su presencia en los mercados o por las decisiones proclives al ajuste y a la deslocalización.
En cualquier caso, se trata de un horizonte muy crítico que, si culmina el crónico vaciamiento provocado por el éxodo rural, contribuye a la par  al declive vertebrador de las cabeceras comarcales mientras se asiste al estancamiento poblacional de una parte significativa de las ciudades medias, con inclusión de las capitales provinciales, con todo lo que ello implica de desestructuración gradual de los equilibrios asociados a la ordenación más o menos estable de la red tradicional de asentamientos, en buena medida pericilitada.  Mas la magnitud del problema no estriba solo en un debilitamiento cuantitativo de los potenciales demográficos globales. También se asiste a una seria crisis cualitativa, que no admite paliativos ante su manifestación más preocupante o lesiva de cara a los pretendidos intentos de dinamización del territorio afectado, como es la descapitalización del talento regionalizado. Ha sido la dureza de esta constatación la que ha izado todas las señales de alarma y puesto fin a las ambigüedades a las que se ha recurrido en exceso para minimizar la gravedad del fenómeno por parte de quienes habrían de asumir su cuota de responsabilidad. 
La reacción popular va a persistir con la fuerza que aportan las apremiantes demandas y las convicciones de sus protagonistas, en sintonía con la voluntad de impulsar estrategias de lucha contra la despoblación, destacadas en el riguroso informe sobre el tema realizado por ESPON. Tomando, en suma,  como referencia el caso elocuente de la Comunidad de Castilla y León, que ejemplifica con notoria expresividad cuanto sucede al respecto y ante el hecho incuestionable  de que se trata de un problema ligado a la desigualdad espacial de las oportunidades laborales, no es difícil llegar a la conclusión de que, sin estímulo de la capacidad de iniciativa, ya sea endógena o exógena, sin fortalecimiento de la voluntad asociativa de cuantos pugnan por ello y en ausencia de entorno institucional que la arrope, no es posible recuperar las potencialidades latentes, haciendo un uso positivo a su favor de las tecnologías innovadoras. Pues es necesario reconocer que, incluso en un contexto de desvitalización como el observado, siguen existiendo recursos y elementos de oportunidad a la espera de que sean valorizados como se merecen. He ahí, por tanto, uno de los principales desafíos de la acción política, es decir, de una política territorial firme, decidida y bien articulada, que no cierre el camino a la esperanza.

No hay comentarios: