Versión en español del texto remitido a la consulta realizada
sobre el tema por la Université de Paris IV (enero 2020)
No existe una España vacía ni tampoco vaciada, expresiones utilizadas hasta la saciedad y, a mi juicio, e indebidamente. Puestos a interpretar con rigor la situación, la denominación más pertinente remite a las tendencias propias de un territorio que, habitado y, por tanto, con vida y actividad, se debilita social, económica y culturalmente al tiempo que pierde entidad demográfica mientras quienes aún lo habitan observan, con sensación de impotencia, que sus perspectivas de futuro aparecen ensombrecidas por un proceso de dualización del desarrollo, que privilegia sobremanera a unos territorios en detrimento de otros. Como espacios vivos que aún son, la toma de conciencia crítica de la realidad en la que se desenvuelven no debe sorprender. Explica la motivación de las sensibilidades que subyacen en las reacciones que de manera cada vez más frecuente, se plasman en movilizaciones de muy diversa índole, con un nivel de motivación al alza que no hace sino poner de manifiesto la dimensión de una preocupación que reclama una respuesta ineludible. Pero lo cierto es que no estamos ante un problema de fácil solución, máxime cuando los diagnósticos se hacen más contundentes y muchas de las politicas puestas en práctica, comunmente henchidas de buenas intenciones, ofrecen un balance muy limitado. Y es que lo que en términos genéricos se identifica como “despoblación” constituye una realidad compleja, multicausal, con matices que trascienden el estricto ámbito en el que específicamente se producen para adquirir una dimensión a gran escala, que sólo puede interpretarse en función de los cambios ocurridos en los factores sociales, económicos y culturales que, directa e indirectamente, alteran con efectos de extraordinario alcance las estructuras territoriales contemporáneas.
Es obvio que la aplicación del
enfoque territorial, preconizado por la Geografía, permite entender mejor el significado de las causas que han
dado origen a la acentuación de los desequilibrios en la distribución de la
población, coherentes con las circunstancias que la han motivado a lo largo del
tiempo. Son circunstancias que han evolucionado al compás de un contexto en
permanente metamorfosis, y al que hay que recurrir cuando se trata de ofrecer
una explicación lógica sobre la decisiva modificación ocurrida en los
comportamientos y la movilidad de la población, bien perceptible en la etapa
previa y posterior al cambio de siglo. En esencia, la discontinuidad
cronológica, que gradualmente aparece perfilada ya en los años noventa, coincide
con el tránsito de los desplazamientos asociados al éxodo rural masivo y a la
intensificación de los flujos que, con dimensión generalizada, emanan no
solamente del mundo centrado en la economía agraria sino también de los
espacios urbanos que ocupan una posición intermedia en la estructuración de un
territorio funcionalmente cohesionados en función de las jerarquías heredadas, y que sobreviven dentro de un equilibrio permanentemente amenazado. No en balde el proceso no puede entenderse al margen de una redefinción de la ruralidad como "categoría de las representaciones sociales presente en el debate político y en la acción pública relacionada con la ordenación del territorio" (Bontron, 1996)
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Si los movimientos del campo a la ciudad
están en la base de un crecimiento urbano generalizado, coexistente con la
mecanización de las labores agrarias y la drástica reducción de la mano de obra
ocupada en el campo, los síntomas de la despoblación y sus efectos demográficos
– envejecimiento y declive reproductor natural - comenzaron a ofrecer sus rasgos más
preocupantes cuando se intensifica la
polarización del crecimiento a favor de un reducido número de núcleos urbanos
cuyo poder de atracción se incrementa al compás de las ventajas inherentes a la mejora de la movilidad y al incremento
de las ventajas comparativas que introducen las economías de aglomeración primordialmente
decantadas a su favor en espacios altamente selectivos. Las reflexiones
apuntadas a comienzos de los noventa por Benko y Lipietz a propósito de los nuevos paradigmas de la
Geografía Económica, centrados en el análisis de los mecanismos que determinan la
diferenciación entre “espacios ganadores” y “espacios perdedores”, no hacen
sino sentar asentar las tendencias explicativas del vaciamiento poblacional en
aquellas áreas donde las oportunidades de trabajo decaen en contraposición a
las que distinguen a los lugares – porque de una localización puntualmente privilegiada
se trata – mejor acomodados a los principios de la economía global y a las
nuevas dinámicas funcionales, asociadas a las fortalezas del terciario superior
y a la mejora de la conectividad, que de
ella se derivan.
La
hipermetropolización – identificado en España por la inequívoca prevalencia de
Madrid como vigorosa ciudad global, cuya capacidad polarizadora desde el punto de vista económico y funcional no deja de reafirmarse - constituye su corolario más ostensible, ejerciendo
un poderoso efecto succionador de recursos de toda índole que al tiempo que prima
la rentabilidad de los propios desestabiliza con fuerza implacable los de sus
áreas de influencia cuya dimensión física, superado el condicionamiento de la
distancia, no cesa de crecer. El fenómeno coincide, como bien se sabe, con la
tendencia a la reconversión drástica de los aparatos productivos regionales,
tanto agrarios como industriales bajo las premisas de la competitividad que
amenaza la supervivencia de muchas de las iniciativas sobre las que se había
sustentado su capacidad para generar y mantener el empleo. A medida que se difuminan
las líneas distintivas que tradicionalmente habían distinguido la actividad
agraria de la industrial, el declive de las pequeñas y medianas explotaciones
agrarias coexiste en el tiempo con las incertidumbres a las que se enfrentan
numerosas empresas industriales, tanto transnacionales como no pocas de las
nacidas al amparo de la promoción fabril de carácter endógeno, enfrentadas a un
escenario mediatizado por la obsolescencia, por la remodelación energética, por
las dificultades para afianzar su presencia en los mercados o por las decisiones
proclives al ajuste y a la deslocalización.
En cualquier caso, se trata de un
horizonte muy crítico que, si culmina el crónico vaciamiento provocado por el
éxodo rural, contribuye a la par al declive
vertebrador de las cabeceras comarcales mientras se asiste al estancamiento
poblacional de una parte significativa de las ciudades medias, con inclusión de
las capitales provinciales, con todo lo que ello implica de desestructuración
gradual de los equilibrios asociados a la ordenación más o menos estable de la
red tradicional de asentamientos, en buena medida pericilitada. Mas la magnitud del problema no estriba solo
en un debilitamiento cuantitativo de los potenciales demográficos globales.
También se asiste a una seria crisis cualitativa, que no admite paliativos ante
su manifestación más preocupante o lesiva de cara a los pretendidos intentos de
dinamización del territorio afectado, como es la descapitalización del talento
regionalizado. Ha sido la dureza de esta constatación la que ha izado todas las
señales de alarma y puesto fin a las ambigüedades a las que se ha recurrido en
exceso para minimizar la gravedad del fenómeno por parte de quienes habrían de
asumir su cuota de responsabilidad.
La reacción popular va a persistir con la
fuerza que aportan las apremiantes demandas y las convicciones de sus
protagonistas, en sintonía con la voluntad de impulsar estrategias de lucha contra la despoblación, destacadas en el riguroso informe sobre el tema realizado por ESPON. Tomando, en suma, como
referencia el caso elocuente de la Comunidad de Castilla y León, que
ejemplifica con notoria expresividad cuanto sucede al respecto y ante el hecho
incuestionable de que se trata de un
problema ligado a la desigualdad espacial de las oportunidades laborales, no es
difícil llegar a la conclusión de que, sin estímulo de la capacidad de
iniciativa, ya sea endógena o exógena, sin fortalecimiento de la voluntad
asociativa de cuantos pugnan por ello y en ausencia de entorno institucional
que la arrope, no es posible recuperar las potencialidades latentes, haciendo
un uso positivo a su favor de las tecnologías innovadoras. Pues es necesario
reconocer que, incluso en un contexto de desvitalización como el observado,
siguen existiendo recursos y elementos de oportunidad a la espera de que sean
valorizados como se merecen. He ahí, por tanto, uno de los principales desafíos
de la acción política, es decir, de una política territorial firme, decidida y
bien articulada, que no cierre el camino a la esperanza.
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