25 de marzo de 2020

Una aproximación a los impactos geoeconómicos de la pandemia: el afianzamiento de la potencia industrial de China







Este texto participa del debate organizado por la Asociación de Geógrafos Españoles sobre la dimensión espacial de la epidemia por coronavirus


La magnitud alcanzada por la pandemia del Covid-19 representa un desafío ineludible, que incide, por sus múltiples implicaciones, sobre el compromiso intelectual de los geógrafos. En modo alguno, nuestra disciplina y quienes la cultivan pueden permanecer ajenos ante un hecho de tanta trascendencia territorial, pues no cabe duda de que la crisis epidémica provocada por el coronavirus ha de marcar un hito clave en la evolución histórica de la Tierra y en la reestructuración del espacio y de las relaciones internacionales que en él tienen lugar a escala global.  Evidentes y de enorme envergadura son, en efecto, los impactos espaciales, ya constatados y previsibles, que derivan de su dimensión holística, total, ostensible tanto en la generalización de sus efectos traumáticos sobre la salud a escala planetaria como en las profundas alteraciones provocadas en el sistema productivo, en la estructura y reorientación estratégica y locacional de las empresas, en la organización de las relaciones interempresariales, en las formas de trabajo, en el comportamiento del empleo y en la justicia espacial. Nos enfrentamos, por tanto, a un cúmulo de transformaciones concatenadas y decisivas, de enorme alcance geográfico  y sobre los que habremos de profundizar con el fin de sentar las bases interpretativas de las nuevas lógicas asociadas a la mayor crisis sanitaria que ha vivido el mundo desde la Segunda Guerra Mundial.
Entre ellos, y dada su trascendencia, quisiera centrarme de momento en el análisis y la valoración del significado adquirido por la República Popular de China en este dramático y convulso panorama.  La mera verificación de los hechos, en sus diversas variables y manifestaciones, sitúa a dicho país en el foco de la atención, debido a las múltiples ramificaciones que ofrece. Desde la aparición de los primeros contagios en la ciudad de Wuhan en los últimos días del mes de enero de 2020 hasta la aplicación de las medidas de lucha contra el coronavirus, que movilizan la acción de los gobiernos, en la casi totalidad de los Estados del mundo en el primer tercio del año, la referencia a la posición de China, y a sus políticas reactivas, se muestra omnipresente. Sin perder de vista el margen de responsabilidad que la concierne en el desencadenamiento de pandemia – potencialmente atribuible a las alteraciones ecológicas y a las manipulaciones llevadas a cabo en la vida animal (Sonia Shah, 2020)[1] -  la relevancia del peso alcanzado por el país asiático justifica la toma en consideración de una tendencia que se reafirma de manera inequívoca, al comprobar que la lucha contra la pandemia está contribuyendo a robustecer sobremanera su hegemonía en el contexto de la mundialización.  Ello supone un salto cuantitativo y estratégico de primer orden en el proceso que a lo largo de las dos últimas décadas ha convertido a China en uno de los centros neurálgicos capitales de la economía globalizada. En este sentido conviene recordar que, a comienzos del siglo XXI, cuando se desencadenó el SRAS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) la participación de China en el Producto Interior Bruto mundial apenas representaba el 5 %. Su ingreso en 2001 en la Organización Mundial del Comercio propició un aumento progresivo de su entidad en las estructuras comerciales internacionales hasta el punto de que dos décadas después esa participación se había cuadriplicado. Concentrando la quinta parte de la riqueza mundial, su mayor relevancia en términos relativos cobra entidad cuando se calcula que en los inicios del actual decenio de China proviene la tercera parte del crecimiento económico del mundo, un porcentaje similar al volumen alcanzado por las transacciones comerciales y, lo que es aún más significativo, el 36 % de la fabricación manufacturera. Este poderío industrial, que no cesa de crecer, está en la base de su liderazgo como expresión, entre otros factores primordiales, de los efectos que, tras la integración en la OMC, han traído consigo las estrategias de deslocalización llevadas a cabo por firmas muy representativas de la industria europea, cuyos capitales han fluido en esa dirección bajo el señuelo de los bajos costes de mano de obra y la elevada productividad consecuente, ligada a su vez a la dureza de las condiciones de trabajo.
No sorprende, pues, la afirmación de Philippe Waetcher[2] cuando resume estos hechos con una conclusión – “China condiciona el mundo” - tan contundente como difícilmente rebatible. Y es que, a la postre, y en un periodo muy corto, el país que nos ocupa, y que actualmente domina el escenario mediático con enorme profusión, se ha convertido en la “fábrica del mundo”, en el foco prevalente de la economía mundial hasta el punto de elevar de manera sensible la dependencia que ésta tiene de China. En realidad, se trata de una dependencia superior a la que su presencia cuantitativa en la industria mundial la concede, ya que conviene subrayar, como indicador de prevalencia, su elevado umbral de participación en las cadenas de valor de los productos fabriles de alto valor añadido, como es el caso del automóvil, de los componentes electrónicos, del textil, del juguete…y del sector farmacéutico. En todos ellos, y sin agotar la relación, su posición es esencial a la par que condicionante, insistiendo en la idea de Waetcher. Por lo que respecta al mundo de la farmacia, baste señalar, a modo de ejemplo, que, en estos momentos, y aunque la industria del medicamento presenta aún firmas muy potentes en Estados Unidos y Europa, los principios activos están mayoritariamente fabricados en China, donde se produce el 90 % de la penicilina, el 60% del paracetamol y la mitad del ibuprofeno, lo que les confiere una importancia clave en las importaciones realizadas por los países del desarrollo, por lo que la posibilidad de ralentización productiva constituye un riesgo con frecuencia señalado. De ahí que el funcionamiento de la industria farmacéutica en el mundo y su adecuación a las necesidades de un mercado permanentemente expansivo son tributarios de la producción obtenida en China y del enorme potencial científico configurado al amparo de esta enorme ventaja comparativa. 
Cuando el estudioso de la realidad internacional contempla este escenario no puede por menos de sorprenderse de una fortaleza impensable en los años setenta, cuando China aparecía sumida en una profunda crisis económica, política y social. El viraje producido en los años ochenta fu determinante. Consistió en el tránsito del totalitarismo y de una economía semiautárquica a un modelo de economía de mercado sujeta a una estrategia dirigista, eficientemente controlada, con la mirada puesta en su progresiva integración en los mercados internacionales, en un primer momento con destino a su propia región y posteriormente al resto del mundo. El éxito de la experiencia, vigorosamente afianzada en el siglo XXI, es congruente con una voluntad de internacionalización que encuentra en las líneas estratégicas planteadas por el Estado el soporte de su posición en el mundo. En este sentido, resulta evidente la fortaleza aportada por la capacidad del Estado chino para superar ventajosamente para él las dependencias y fragilidades de las que en el contexto de la globalización adolecen las estructuras políticas y de gestión estratégica cuando se encuentran estatalmente debilitadas. China, en cambio, ha sabido aprovechar las posibilidades del mercado global de forma que los movimientos de capital y los beneficios asociados a los flujos comerciales redundaran en su propio beneficio.  Son aspectos que me parece interesante subrayar cuando observamos que, ante la crisis epidémica que la expansión planetaria del coronavirus, la forma más efectiva de afrontarlo es a través de la intervención vigorosa, firme y disciplinada, ejercida por los Estados. Sin ella, es decir, cuando las estructuras estatales son frágiles o no existen, los impactos sobre la economía y la sociedad pueden llegar a ser desastrosos. Desde esta perspectiva, y como corolario añadido de lo que China representa en la lucha contra la crisis epidémica, y haciendo gala de cómo la ha afrontado, no parece desacertado considerar que para ese país esa tragedia constituye una oportunidad para mostrarse ante el mundo como un socio del que no se puede prescindir.
De todos modos, me atrevo a afirmar que la conmoción provocada por esta pandemia tal vez obligue a reflexionar sobre el modelo de globalización que actualmente estructura la articulación del espacio mundial. Y es hasta probable que no tardemos en ver aflorar en el escenario político e intelectual reflexiones, tan interesantes como necesarias, sobre las localizaciones industriales, las interdependencias generadas, las desigualdades que se han producido, los costes sociales a que han dado lugar y, lo que también considero importante, el papel que cabe desempeñar a los Estados, una vez comprobado que sólo con Estados sólidos, y necesariamente democráticos, es posible mitigar los tremendos efectos ocasionados por la catástrofe.




[1] Sonia Shah: “Contre les pandémies…l’écologie”. Le Monde Diplomatique. Mars, 2020. Muy interesante también David Quammen: Spillover: Animal Infection and the Next Human Pandemic. Norton, 2012, 592 pp.  Sobre los efectos espaciales de las epidemias, cabe destacar la obra de Andrew Cliff y Peter Haggett: Spatial aspects of influenza epidemics. London, Pion Limited, 1986. 280 pp. 


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