14 de mayo de 2020

Cambios y fidelidades en el acceso a la cultura








Entre las múltiples lecciones extraídas de la experiencia vital de lucha contra la pandemia, parece pertinente llamar la atención sobre las que previsiblemente van a traer consigo un replanteamiento de las relaciones mantenidas con la cultura, lo que nos va a permitir valorar hasta qué punto este suceso va a suponer una discontinuidad respecto a las que han definido nuestros hábitos culturales antes del desencadenamiento de la crisis sanitaria, que asuela y desestabiliza profundamente el mundo de nuestros días. 

Es una preocupación que ha de ser  entendida no como la expresión de un abatimiento, por más que las manifestaciones de la crisis que estamos observando resulten demoledoras, sino como aliciente justificativo de reflexiones encaminadas a no desfallecer en la valoración de la cultura como el mejor soporte para afrontar la tragedia en la que nos estamos sumidos por el impacto de la Covid19. Por eso, cuando recorremos las calles vacías, observamos que los teatros y los cines están cerrados, nos detenemos ante las puertas clausuradas de los museos y las librerías o nos acercamos, consternados, a las salas que no hace tanto tiempo acogían los actos y las convocatorias relacionados con las cuestiones más diversas, tenemos la sensación de que algo muy importante de nuestras vidas nos ha sido arrebatado, y que nadie cabía suponer. Esperemos que no sea para siempre. Y es que queremos pensar que se trata de una situación temporal, que el paréntesis va a alargarse hasta que la lucha médica contra la enfermedad neutralice sus efectos, pero en estos momentos resulta imposible hacerse una idea del tiempo que haya de transcurrir hasta que eso suceda. En cualquier caso, y con independencia de cuando se alcance la normalidad deseada, no cabe duda de que la experiencia vivida ha aportado desde la perspectiva cultural varias consideraciones aleccionadoras. De momento, me detendré fundamentalmente, y de manera sucinta, en las que considero más significativas.  

Como primera observación a tener en cuenta, parece razonable la aportada por Paolo Giordano cuando afirma que, pese a las circunstancias excepcionales en que nos encontramos, y que propenden al afianzamiento de la individualización de la vida como factor de seguridad, la pandemia puede que contribuya a fortalecer el sentimiento de pertenencia a una comunidad de intereses, preocupaciones y afanes compartidos, susceptibles de materializarse a todas las escalas. Situados ante un escenario en el que la crisis sanitaria se dentifica como un problema de dimensión global, en el que la información no deja de acentuar el sentido de los vínculos anudados en torno a una tragedia que con enorme rapidez ha rebasado las fronteras, la cultura se convierte, en sus diversas manifestaciones, en el elemento capaz de vertebrar ese deseo de conocimiento apoyado en los valores culturales entendidos como un patrimonio favorecedor de la supervivencia, y cuyo conocimiento nos aproxima a la valiosa riqueza cultural del mundo que nos ha tocado vivir cuando finaliza la segunda década del siglo XXI.

Por otro lado, percibo que estamos asistiendo a una gran paradoja. No deja de ser sorprendente el hecho de que, mientras observamos el gran deterioro económico ocasionado por el confinamiento en las diferentes manifestaciones de que es capaz la creatividad cultural, aumenta la conciencia de que la cultura constituye un producto de primera necesidad, indispensable para hacer frente a la soledad y dar sentido al mucho tiempo de que se dispone durante el aislamiento y la distancia socio-espacial obligada. En esas circunstancias, se explica fácilmente la tendencia al consumo intensivo de cultura que seguramente ha caracterizado la forma de ocupar el tiempo para muchos durante el confinamiento. Las opciones para hacerlo son tan numerosas como las oportunidades a nuestro alcance, brindadas por las omnipresentes herramientas que sustentan la digitalización de la sociedad y de sus formas de vida. Al amparo de Internet y, en conjunto, de la capacidad de transmisión del conocimiento y de la imagen posibilitada por el complejo tecnológico, el ciudadano ha podido tener a su disposición cantidades inimaginables de contenidos culturales, que han podido colmar con creces y en todo momento las apetencias de descubrimiento y formación. Todo o casi todo ha estado a su servicio sin salir de casa, lo que ha proporcionado una idea de autosuficiencia que ha contribuido a afianzar esa exigencia de privacidad que los temores al contagio han transmitido con una fuerza argumental que no admitía réplica.

Cabe preguntarse, sin  embargo y para completar de momento la reflexión, si las percepciones que esta sensación paradójica está provocando pueden contribuir a la redefinición de los vínculos interactivos que la sociedad ha de mantener en adelante con la cultura a partir de la contradicción que supone disfrutar del inmenso caudal de bienes culturales a su alcance mientras acepta que la brutal crisis sufrida por el sector, y las desatenciones de que es objeto, pueden llegar a ser asumidas como algo inevitable o, peor aún, irreversible. Si es así, creo que nos enfrentamos a un serio problema, que tal vez ponga en peligro uno de los pilares sobre los que descansa el buen funcionamiento y la calidad de la vida social en nuestros días y de cara al futuro. Resumiendo, diría que la cuestión principal estriba en no perder la fidelidad a los hábitos que han caracterizado hasta ahora las formas de acceso a la cultura precisamente porque, más allá de la satisfacción personal que proporcionan y los contactos que propician, significan la preservación de los engarces afectivos y de enriquecimiento mutuo en el contexto de una sociedad culturalmente estructurada, plural y activa. 

Se trata, en otras palabras, de levantar en un contexto de emergencia - sobre el que la UNESCO ha realizado interesantes aportaciones -  la voz en pro del enriquecimiento de la formación  y de la creatividad cultural teniendo muy presente el sentido de la convivencia que proporciona hacer uso de la cultura en los entornos físicos en los que se crea, se organiza y se materializa. Y es que cuesta mucho apreciarla en toda su riqueza de matices y en toda su dimensión creadora y cualificadora de sensibilidades al margen de su contexto espacial, ya que no en vano espacio y cultura han de seguir siendo realidades indisociables, so pena de vernos inmersos en las desazones de una permanente distopía. 

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