Entre las múltiples
lecciones extraídas de la experiencia vital de lucha contra la pandemia, parece
pertinente llamar la atención sobre las que previsiblemente van a traer consigo
un replanteamiento de las relaciones mantenidas con la cultura, lo que nos va a permitir valorar hasta
qué punto este suceso va a suponer una discontinuidad respecto a las que han definido
nuestros hábitos culturales antes del desencadenamiento de la crisis sanitaria, que asuela y desestabiliza profundamente el mundo de nuestros días.
Es una preocupación que ha de ser entendida no como la expresión de un abatimiento, por más que las manifestaciones de la crisis que estamos observando resulten demoledoras, sino como aliciente justificativo de reflexiones encaminadas a no desfallecer en la valoración de la cultura como el mejor soporte para afrontar la tragedia en la que nos estamos sumidos por el impacto de la Covid19. Por eso, cuando recorremos las calles vacías, observamos que los teatros y los cines están cerrados, nos detenemos ante las puertas clausuradas de los museos y las librerías o nos acercamos, consternados, a las salas que no hace tanto tiempo acogían los actos y las convocatorias relacionados con las cuestiones más diversas, tenemos la sensación de que algo muy importante de nuestras vidas nos ha sido arrebatado, y que nadie cabía suponer. Esperemos que no sea para siempre. Y es que queremos pensar que se trata de una situación temporal, que el paréntesis va a alargarse hasta que la lucha médica contra la enfermedad neutralice sus efectos, pero en estos momentos resulta imposible hacerse una idea del tiempo que haya de transcurrir hasta que eso suceda. En cualquier caso, y con independencia de cuando se alcance la normalidad deseada, no cabe duda de que la experiencia vivida ha aportado desde la perspectiva cultural varias consideraciones aleccionadoras. De momento, me detendré fundamentalmente, y de manera sucinta, en las que considero más significativas.
Es una preocupación que ha de ser entendida no como la expresión de un abatimiento, por más que las manifestaciones de la crisis que estamos observando resulten demoledoras, sino como aliciente justificativo de reflexiones encaminadas a no desfallecer en la valoración de la cultura como el mejor soporte para afrontar la tragedia en la que nos estamos sumidos por el impacto de la Covid19. Por eso, cuando recorremos las calles vacías, observamos que los teatros y los cines están cerrados, nos detenemos ante las puertas clausuradas de los museos y las librerías o nos acercamos, consternados, a las salas que no hace tanto tiempo acogían los actos y las convocatorias relacionados con las cuestiones más diversas, tenemos la sensación de que algo muy importante de nuestras vidas nos ha sido arrebatado, y que nadie cabía suponer. Esperemos que no sea para siempre. Y es que queremos pensar que se trata de una situación temporal, que el paréntesis va a alargarse hasta que la lucha médica contra la enfermedad neutralice sus efectos, pero en estos momentos resulta imposible hacerse una idea del tiempo que haya de transcurrir hasta que eso suceda. En cualquier caso, y con independencia de cuando se alcance la normalidad deseada, no cabe duda de que la experiencia vivida ha aportado desde la perspectiva cultural varias consideraciones aleccionadoras. De momento, me detendré fundamentalmente, y de manera sucinta, en las que considero más significativas.
Como primera observación a
tener en cuenta, parece razonable la aportada por Paolo Giordano cuando afirma
que, pese a las circunstancias excepcionales en que nos encontramos, y que
propenden al afianzamiento de la individualización de la vida como factor de
seguridad, la pandemia puede que contribuya a fortalecer el sentimiento de
pertenencia a una comunidad de intereses, preocupaciones y afanes compartidos, susceptibles de materializarse a todas las escalas.
Situados ante un escenario en el que la crisis sanitaria se dentifica como un
problema de dimensión global, en el que la información no deja de acentuar el
sentido de los vínculos anudados en torno a una tragedia que con enorme rapidez
ha rebasado las fronteras, la cultura se convierte, en sus diversas
manifestaciones, en el elemento capaz de vertebrar ese deseo de conocimiento apoyado en los valores culturales entendidos como un patrimonio favorecedor de
la supervivencia, y cuyo conocimiento nos aproxima a la valiosa riqueza
cultural del mundo que nos ha tocado vivir cuando finaliza la segunda década
del siglo XXI.
Por otro lado, percibo
que estamos asistiendo a una gran paradoja. No deja de ser sorprendente el
hecho de que, mientras observamos el gran deterioro económico ocasionado por el
confinamiento en las diferentes manifestaciones de que es capaz la creatividad
cultural, aumenta la conciencia de que la cultura constituye un producto de
primera necesidad, indispensable para hacer frente a la soledad y dar sentido
al mucho tiempo de que se dispone durante el aislamiento y la distancia
socio-espacial obligada. En esas circunstancias, se explica fácilmente la
tendencia al consumo intensivo de cultura que seguramente ha caracterizado la
forma de ocupar el tiempo para muchos durante el confinamiento. Las opciones
para hacerlo son tan numerosas como las oportunidades a nuestro alcance, brindadas
por las omnipresentes herramientas que sustentan la digitalización de la
sociedad y de sus formas de vida. Al amparo de Internet y, en conjunto, de la
capacidad de transmisión del conocimiento y de la imagen posibilitada por el
complejo tecnológico, el ciudadano ha podido tener a
su disposición cantidades inimaginables de contenidos culturales, que han
podido colmar con creces y en todo momento las apetencias de descubrimiento y
formación. Todo o casi todo ha estado a su servicio sin salir de casa, lo que
ha proporcionado una idea de autosuficiencia que ha contribuido a afianzar esa exigencia
de privacidad que los temores al contagio han transmitido con una fuerza argumental
que no admitía réplica.
Cabe preguntarse, sin embargo y para completar de momento la reflexión,
si las percepciones que esta sensación paradójica está provocando pueden
contribuir a la redefinición de los vínculos interactivos que la sociedad ha de
mantener en adelante con la cultura a partir de la contradicción que supone
disfrutar del inmenso caudal de bienes culturales a su alcance mientras acepta
que la brutal crisis sufrida por el sector, y las desatenciones de que es
objeto, pueden llegar a ser asumidas como algo inevitable o, peor aún, irreversible.
Si es así, creo que nos enfrentamos a un serio problema, que tal vez ponga en
peligro uno de los pilares sobre los que descansa el buen funcionamiento y la
calidad de la vida social en nuestros días y de cara al futuro. Resumiendo, diría
que la cuestión principal estriba en no perder la fidelidad a los hábitos que
han caracterizado hasta ahora las formas de acceso a la cultura precisamente
porque, más allá de la satisfacción personal que proporcionan y los contactos
que propician, significan la preservación de los engarces afectivos y de
enriquecimiento mutuo en el contexto de una sociedad culturalmente estructurada,
plural y activa.
Se trata, en otras palabras, de levantar en un contexto de emergencia - sobre el que la UNESCO ha realizado interesantes aportaciones - la voz en pro del enriquecimiento de la formación y de la creatividad cultural teniendo muy presente el sentido de la convivencia que proporciona hacer uso de la cultura en los entornos físicos en los que se crea, se organiza y se materializa. Y es que cuesta mucho apreciarla en toda su riqueza de matices y en toda su dimensión creadora y cualificadora de sensibilidades al margen de su contexto espacial, ya que no en vano espacio y cultura han de seguir siendo realidades indisociables, so pena de vernos inmersos en las desazones de una permanente distopía.
Se trata, en otras palabras, de levantar en un contexto de emergencia - sobre el que la UNESCO ha realizado interesantes aportaciones - la voz en pro del enriquecimiento de la formación y de la creatividad cultural teniendo muy presente el sentido de la convivencia que proporciona hacer uso de la cultura en los entornos físicos en los que se crea, se organiza y se materializa. Y es que cuesta mucho apreciarla en toda su riqueza de matices y en toda su dimensión creadora y cualificadora de sensibilidades al margen de su contexto espacial, ya que no en vano espacio y cultura han de seguir siendo realidades indisociables, so pena de vernos inmersos en las desazones de una permanente distopía.
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