El Norte de Castilla, 13 mayo 2020
Son muy interesantes los debates acerca de los impactos que la crisis sanitaria va a provocar en el sector turístico español, del que depende,según el Banco Mundial, el 15 % del PIB y cerca de tres millones de empleos. Comprobado que se trata de una de las actividades más afectadas por la pandemia, la preocupación aparece centrada, como es lógico, en las expectativas abiertas con vistas al horizonte de recuperación que habrá de producirse en un plazo que nadie puede prever aún con precisión. Si son muchas las variables que condicionan la realización de los diagnósticos, mayor grado de indefinición plantea el enfoque prospectivo, es decir, el que pondera el sentido de la tendencia en función de la diversidad de elementos y factores que determinan la estructura asociada a la economía del ocio y de la recreación, ante la previsible modificación de los comportamientos inducidos por el uso lúdico del espacio.
Las preocupaciones suscitadas por el
futuro del turismo obligan a hacer un esfuerzo de reflexión estratégica, que
compromete a toda la sociedad. No en vano nuestro país se sitúa en una de las
posiciones más destacadas del mundo como foco de atracción de la demanda sobre
la base de una oferta espectacular y posiblemente única internacionalmente en
virtud de la dimensión y las particularidades geográficas – natural y cultural;
insular y peninsular; litoral e interior - que presenta cuando se analiza desde
la perspectiva del conjunto del territorio. De ahí que, teniendo en cuenta que
todas las regiones españolas – ya sea en el ámbito urbano o rural - presentan
en mayor o menor medida un acervo turístico significativo y, por tanto, una
dependencia nada desdeñable de los efectos que social y económicamente genera,
parece plenamente justificada la preocupación que el problema suscita, con la
conciencia además de que no serán pocos los cambios que vayan a producirse en
la forma de concebir y gestionar el formidable potencial acumulado y hoy sumido
en una crisis que jamás pudimos imaginar.
Las estrategias para superarla priman
en el orden del día de la normalidad deseada, ya que
es impensable marcar una moratoria de recuperación excesivamente dilatada ante
la necesidad de dar satisfacción, o al menos, aportar una dosis de confianza hacia
el futuro, a los numerosos intereses legítimos en juego. Por lo que se observa
y por las declaraciones de sus principales portavoces, son estrategias que se asumen
con un alto grado de voluntarismo e incluso de ansiedad, pero también con el convencimiento de que las
magnitudes logradas por el turismo en España en la última década son
difícilmente alcanzables durante algún tiempo. Y es que resulta evidente la
toma de conciencia de que muchas de las pautas que han definido la organización
del modelo en España van a estar sometidas a una revisión de carácter
eminentemente cualitativo que, como es lógico, habrá de repercutir en aspectos
cuantitativos esenciales, con efectos ostensibles tanto en la costa como en las
áreas de interior.
Si en ambos casos la reactivación tendrá
que ajustarse a la obligada adaptación de las instalaciones a los requisitos
impuestos por la seguridad frente al riesgo de contagio, cabe plantear hasta
qué punto las tendencias percibidas van a tener respuesta, y de qué manera, en
uno y otro escenario. Las investigaciones que, con sentido prospectivo,
analizan los posibles cambios que han de producirse en los espacios litorales,
destacan en estos momentos – en todo el Mediterráneo europeo, aunque
particularmente en España - las incógnitas
a que se enfrentan, ya que la reconversión viene condicionada por los importantes
intereses en juego, la dimensión de los equipamientos existentes y las posibles
reducciones de la demanda de origen extranjero, en virtud de las previsiones a
la baja de la movilidad internacional con fines recreativos. Es probable que en este caso el
comportamiento de la demanda obligue a orientar el proceso de remodelación
mediante importantes ajustes, con la certeza de que el modelo, que creíamos
consolidado, de sol y playa experimente sensibles modificaciones respecto a los
excesos conocidos hasta ahora.
Bajo a estas premisas, aunque sólo la experiencia podrá clarificar su grado de efectividad, no es
aventurado plantear hasta qué punto la dualidad que ha distinguido geográficamente
la actividad turística puede tender a una redefinición de sus horizontes al
amparo de las nuevas formas de viaje y relación que la sociedad trate de
establecer con el entorno, en función de una movilidad más selectiva y cautelosa.
Nada tendría de extraño que cobrasen fuerza creciente y nueva dimensión las
apetencias relacionadas con la sensibilidad ambiental, con el placer que
deparan el arte y la belleza de los paisajes, con las ventajas de hacer
dinámico el tiempo libre, con la satisfacción del paseo sosegado, con la
aproximación más intensa a favor del descubrimiento y disfrute de la cultura en
sus más diversas manifestaciones. Fiel reflejo todas ellas de una percepción
más formativa y enriquecedora del espacio tanto individual como colectivamente,
son a la par la expresión de una postura ética que tiende a otorgar mayor valor
y reconocimiento a los contenidos patrimoniales de los territorios con baja
densidad, es decir, aquellos que permiten un descanso creativo sin los niveles
de hacinamiento, bullicio y congestión a los que se han visto abocados lugares
de fuerte concentración de la demanda de ocio.
En definitiva, y aunque nos movemos aún en la incertidumbre y en el terreno de las hipótesis sobre lo que vaya a suceder, no está de más reflexionar sobre las posibilidades de acreditación turística que en el escenario remodelado por la pandemia se abre a las ciudades y a los espacios rurales de las áreas interiores de España, entre ellas Castilla y León, precisamente por el hecho de que en éstas aparecen engarzados los tres elementos susceptibles de mayor valoración– cultura, paisaje y salud – sobre los que habría de basarse un aprovechamiento lúdico del territorio más creativo, sostenible y saludable.
En definitiva, y aunque nos movemos aún en la incertidumbre y en el terreno de las hipótesis sobre lo que vaya a suceder, no está de más reflexionar sobre las posibilidades de acreditación turística que en el escenario remodelado por la pandemia se abre a las ciudades y a los espacios rurales de las áreas interiores de España, entre ellas Castilla y León, precisamente por el hecho de que en éstas aparecen engarzados los tres elementos susceptibles de mayor valoración– cultura, paisaje y salud – sobre los que habría de basarse un aprovechamiento lúdico del territorio más creativo, sostenible y saludable.
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