25 de julio de 2008

JUVENTUD, MALGASTADO TESORO


El Norte de Castilla, 25 de Julio de 2008


Más que el “divino tesoro” con que la concibió la mente poética de Rubén Darío, la juventud actual es más bien un tesoro a menudo malgastado, una generación infrautilizada y en cierto modo abandonada a su suerte. A todos se nos llena la boca cuando hablamos de lo bien formados que están los jóvenes de nuestro tiempo. Como nunca. Hace años se habló de los JASP (Jóvenes Aunque Suficientemente Preparados), para designar una categoría que destacaba por su cualificación, por sus dotes para levantar el país. Al tiempo se enfatiza sobre lo que representan otras siglas casi mágicas - I+D+i - un polinomio que integra investigación, desarrollo e innovación. Son los pilares del desarrollo, los cimientos de la sabiduría y la posición sólida en un sistema muy concurrente, el objetivo de toda política económica que se precie. Sin ellos, no hay competitividad ni correcta inserción en la economía global, que selecciona y al tiempo discrimina a cuantos - países, organizaciones, ciudadanos - no se acomoden a sus pautas y exigencias. Asumidas estas siglas como indispensables, qué mejor garantía que la juventud que tenemos para convertirlas en armónica y fecunda realidad. El modelo a seguir.


Todo eso está muy bien, pero...... ¿en qué situación se encuentra esa juventud profesionalmente tan sólida, y que tantas garantías de seguridad nos ofrece?. Salvo que cundan los mecanismos que, a través de las influencias personales o políticas, resuelven la incertidumbre, cada vez son más numerosos y reiterados los ejemplos que evidencian que esa juventud se enfrenta a un panorama más que sombrío: o el paro o la explotación. No hay paliativos que contengan y maticen tan dura y preocupante realidad para los que compiten con sus solos recursos intelectuales. Los jóvenes están sumidos en un círculo vicioso, en el que priman la precariedad y la indefensión, de los que resulta difícil salir: precariedad ante el empleo e indefensión ante el empleador y las instituciones que teóricamente les amparan.


Su expresión más clara es el humillante tratamiento salarial otorgado, que mayoritariamente les sitúa en el rango de los "mileuristas" o, mejor aún, de los "submileuristas", lo que se traduce en una absoluta incapacidad para organizar la vida con perspectivas confiadas de futuro. Según los últimos datos ofrecidos por el Consejo de la Juventud de España (2008), el salario medio por tramos de edad y sexo era de 1.203 euros los hombres y de 1.000 las mujeres. Cifras medias que encubren la posición crítica en que se encuentran los que están por debajo de los 24 años que apenas rozan los mil euros en aquéllos primeros para alcanzar los 753 en éstas. Hay informes que rebajan en casi un 20% estos umbrales, agravados por la brevedad de las contrataciones.


Con este listón salarial, que se mantiene inamovible, se retribuye un trabajo cualificado, esencial para el funcionamiento de las empresas y propenso además a una adaptabilidad que echa por tierra los tópicos de que la formación adquirida no se adecua a las exigencias del sistema productivo. Falso. Los JASP trabajan duro y mucho, con horarios superiores a los establecidos, con contratos temporales y sujetos a modificaciones que escapan a su control. Se adaptan rápidamente a las circunstancias técnicas y estratégicas de las empresas y su versatilidad es reconocida como una de sus principales cualidades.


Y además, lo que agrava aún más el panorama, es que sobreviven en un contexto de individualismo atroz, absolutamente desprovistos de los instrumentos de defensa que de hecho existen, aunque cada vez más mitigados, para el conjunto de los trabajadores. De ahí la crítica situación de la juventud que se esfuerza, que trabaja, que evita el oropel de lo fácil y lo oportunista y que no se diluye en los discursos banales de quienes utilizan la imagen de los jóvenes como pretexto para sus declaraciones no exentas de demagogia.


Que alguien me corrija, pues deseo estar equivocado: ¿se recuerda que en las políticas de igualdad que se propalan desde el poder con tanto énfasis cobre fuerza la propuesta en contra de las discriminaciones que afectan al reconocimiento del trabajo de los jóvenes y al desigual tratamiento salarial por sexos?, ¿tenemos noticia de que el relumbrón con que se presenta la promoción de ambiciosos jóvenes, profesionalizados en la política, va ligado a la manifestación de una preocupación por quienes no optan por esta vía para satisfacer sus ambiciones personales y profesionales?, ¿hasta qué punto resulta ético presentar a aquéllos como un símbolo a seguir?, ¿ha visto alguien a uno o varios dirigentes sindicales, en activo o en su cómodo retiro, sacar la cara, con la contundencia y persistencia que merecen, por la situación de los jóvenes explotados con contratos temporales, con becas de miseria y con trabajos en prácticas, suscritos con las Universidades, y merced a los cuales se dispone de mano de obra apta a precios irrisorios?, ¿dónde están los principios que respaldan el reconocimiento dignificado de un trabajo de gran competencia?.


Por favor, díganmelo, porque yo no estaba cuando salían en su defensa. Partidos políticos, sindicatos, organizaciones empresariales, universidades: todos se concitan para incurrir en la misma componenda, aceptando convenios que redundan en la consideración deteriorada del trabajo. Pero, eso sí, mirando para otro lado cuando les sacan los colores, que tampoco son tantas veces.

1 de julio de 2008

¿Podrá tener la Unión Europea alguna vez un Tratado apoyado por los ciudadanos?


El Norte de Castilla, 1 de Julio de 2008


Tanto en el 2005, cuando se sometió a referéndum el Tratado Constitucional en Francia y Holanda, como con ocasión de la reciente consulta planteada en Irlanda para la ratificación del Tratado de Lisboa los debates sólo han comenzado a tener verdadera resonancia a medida que los sondeos apuntaban a un posible rechazo por parte de los ciudadanos. Bien es verdad que la lección aprendida en el primer caso advirtió de los riesgos que podría deparar el hecho de que el futuro del nuevo Tratado estuviera supeditado al respaldo ciudadano, lo que explica la remisión del tema a los respectivos Parlamentos, salvo en el caso excepcional de la República de Irlanda que, por imperativo constitucional, forzó a la consulta popular.


El rechazo irlandés ha puesto sobre la mesa una cuestión decisiva: ¿es posible que un Tratado concebido con los objetivos que inspiraron los ya mencionados pueda ser aceptado alguna vez por las sociedades europeas, conscientes de que, al respaldarlo, se decantan por la mejor opción posible para el futuro de sus Estados y del suyo propio? O, dicho de otro modo, ¿hasta qué punto los ciudadanos de los 27 países miembros pueden llegar a sentirse identificados con un compromiso de esa envergadura, abierto a posibilidades pero también a renuncias y a equilibrios muchas veces difíciles de entender?. Considero que las posibilidades de lograr un respaldo democrático a este tipo de iniciativa tropiezan con cuatro obstáculos nada desdeñables.


En primer lugar, las perspectivas de aprobación popular están muy condicionadas por la gran heterogeneidad de los Estados que la forman. Lo son en tamaño, en nivel de desarrollo, en distribución del poder territorial y en sensibilidad política supraestatal, entendiendo como tal esa “articulación positiva de escalas complementarias” de que hablaba Jacques Delors. Ante una realidad tan dispar, los recelos y las suspicacias frente a lo comunitario son habituales y, a la postre, se acaban imponiendo como mecanismo de protección ante temores o prevenciones que subjetivamente son asumidos como arriesgados.


Este hecho se agrava, en segundo lugar, si tales comportamientos no son debidamente contrarrestados por una pedagogía política que convenza a la ciudadanía del valor de la pertenencia a un espacio integrado del que derivan posibilidades que de otra forma pudieran verse mermadas o simplemente no existir. Cuando oímos al Premier irlandés calificar al Tratado de farragoso y aburrido o cuando los epítetos que aplica la Liga Norte que cogobierna en Italia son cualquier cosa menos alentadores, por no mencionar los apelativos que merece por parte de los gobernantes de la República Checa, alineados desde el primer momento con los irlandeses, no es difícil llegar a la conclusión de que la falta de entusiasmo de que con frecuencia hacen gala quienes debieran transmitir un mensaje de confianza o, al menos, de pesimismo controlado, constituye un serio obstáculo a la hora de emprender proyectos que a menudo son trivializados o distorsionados en su análisis y valoración. No cabe duda que afrontar las consultas populares con este bagaje desalentador anticipa la adversidad de los resultados.


En cierto modo, esta falta de clarificación de lo que significa un Tratado que profundiza en la integración de un mosaico tan dispar tiende, en tercer lugar, a exacerbar los temores a la pérdida no tanto de la identidad como de las particularidades que garantizan la defensa de las posiciones de cada comunidad estatal en un contexto mucho más amplio. Un contexto que necesariamente conlleva tanto la adecuación a una lógica integradora de carácter global como la asimilación de unas reglas del juego que comprometen las líneas de actuación futuras, a la par que obligan a efectuar renuncias o a revisar prácticas e instrumentos presuntamente disconformes con los principios comunes. Surge así una especie de contradicción entre la defensa de la especificidad y la asunción de lo comunitario. De ahí que no sea fácil que esa antinomia se resuelva con dosis más o menos elevadas de pragmatismo, por cuanto las ventajas que derivan de la integración – generalmente asociadas a los fondos que acompañan a la política de cohesión económica y social entre las regiones y a los subsidios agrarios, que siguen ocupando una fracción muy destacada del presupuesto comunitario – se anteponen como argumentos a defender, aunque su consistencia declina cuando de se trata de introducir ajustes en aras de una convergencia de intereses y solidaridades compartidas.


Y, por último, creo que no es escasa la responsabilidad que en este intento de explicación desempeña lo que podríamos calificar como una percepción remota o banal del mismo concepto de lo europeo. ¿Existe en las plurales sociedades que integran la UE la conciencia de una identidad complementaria a las escalas de referencia más próximas (local, regional o nacional) capaz de entender la “europea” como algo progresivamente indisociable de los sentimientos de pertenencia más consolidados? Se ha avanzado mucho en el proceso de construcción europea, insólito en el mundo, pero a medida que las ampliaciones han hecho de la experiencia comunitaria algo difícil de abarcar, no es de extrañar que la dimensión del Estado prevalezca para la mayoría de los ciudadanos europeos como mecanismo de salvaguarda frente a un panorama de horizontes difusos o de directivas muy cuestionables que ni entienden ni se les explica convenientemente.

24 de junio de 2008

EL MAESTRO QUE LO SABIA TODO


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El Norte de Castilla, 24 de Junio de 2008
Cuando un gran maestro desaparece, algo de nuestras vidas se va con él. En los últimos años hemos visto tristemente partir la nave sin retorno de nombres emblemáticos en la historia de la Universidad de Valladolid. Personas relevantes como Jesús García Fernández, mi maestro, Ángel Alberola, Juan José Barbolla, José Casanova, José Antonio Garrido, Fidel Mato, Carlos de Miguel, Olegario Ortiz, Ernesto Sánchez Villares, Ignacio Serrano o Miguel Martín- que, aunque terminó su vida activa en la Complutense, dejó en la de Valladolid una huella imborrable- marcaron una época y un modo de entender la Universidad que, más allá de las opiniones particulares que cada uno de ellos pudiera merecer, aportaron en sus diferentes especialidades, tanto para sus discípulos como para quienes aún nos dedicamos a ella, una deuda impagable. Es el mismo reconocimiento que ahora debemos otorgar a la figura de Pedro Gómez Bosque, que silenciosamente se ha ido cuando comienza el verano, dejando un vacío al que será difícil acostumbrarnos.

Hablar de Don Pedro no es tarea sencilla, pero sí muy gratificante. Como es obvio, no seré yo quien aluda a sus méritos y aportaciones a la ciencia médica, a la que dedicó su vida y sus ilusiones como Catedrático de Anatomía de la Universidad vallisoletana durante muchísimos años. Generaciones de alumnos habrán pasado por sus clases y dejarán testimonio de un legado que le trasciende en el tiempo para convertirse en un capital intelectual de enorme valor tanto para ellos como para la Medicina española. Los reconocimientos y galardones recibidos lo demuestran con creces. Tampoco entraré a considerar sus cualidades como persona con responsabilidad en las distintas tareas académicas que le concernieron en un panorama de precariedad de medios e incertidumbres de todo tipo. Digamos que en ambos casos quienes disponen de la experiencia cotidiana, directa, son los más idóneos para calibrar aspectos esenciales de la calidad humana del Dr. Gómez Bosque, a sabiendas de que estaría sobradamente a la altura de las circunstancias y que de ellas se beneficiaría el conjunto de la Universidad.

La relevancia profesional y humana de Don Pedro rebasó con creces el estricto ámbito universitario, y es en esa dimensión donde dispongo de elementos de juicio y experiencias que me permiten opinar de él con conocimiento de causa. Gómez Bosque fue ante todo y sobre todo un hombre comprometido, profundamente comprometido, con su época y con el entorno hacia el que proyectaba su fecunda actividad intelectual. Nada de lo que ocurrió en la España que luchaba por acceder a la democracia desde finales de los sesenta estuvo ajeno a sus preocupaciones y a sus iniciativas. Fue una suerte que todo el mundo le reconociera la autoridad que se necesita para en un momento determinado servir de aglutinante de personalidades heterogéneas, discrepantes en modos de entender la realidad y de tratar de mejorarla, y que sin duda hubieran derivado hacia la confrontación de no haber sido por la enorme paciencia y capacidad de diálogo desplegadas por Don Pedro. Y las utilizaba para hacer entender que la lucha por la libertad debía ir asociada no sólo a la firmeza de las convicciones democráticas sino a la credibilidad que aporta el trabajo serio y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace: “saber transmitir a los demás nuestras ideas con el poder de convicción que nos proporciona la firmeza y la seriedad con que lo decimos”, esa era una idea que aún conservo anotada en mis libretas de entonces. Conclusiones como éstas, que hoy pueden parecer baladíes, tuvieron, cuando se plantearon, un efecto muy positivo en la maduración de posturas y actitudes que de otra forma, sin la toma en consideración de estas ideas, hubieran abocado en el ridículo.

Primero como estudiante y después como colega me cupo siempre el honor de disfrutar de la amistad del profesor Gómez Bosque, que él siempre correspondió con la bondad, la comprensión y la sabiduría que le caracterizaban. En varias ocasiones tuve la oportunidad de comprobar de cerca su inalterable firmeza con la causa de la libertad en España y en la vida universitaria. Lo dejó bien patente a raíz del cierre a que fue sometida la Universidad de Valladolid en Febrero de 1975, momento en el que hizo valer su prestigio en las numerosas reuniones que se celebraron para mostrar el rechazo a tal arbitrariedad y dar salida a una situación aberrante. En una de ellas, celebrada en su casa de Sanz y Fores el jueves 6 de Marzo, y a la que asistimos Marino Barbero, Justino Duque, Miguel Martín, José Luis Barrigón y yo mismo, se acordó ponernos en contacto con las autoridades de la época – sindicatos verticales incluidos – con el fin de recabar el mayor apoyo posible a la exigencia de reapertura. La iniciativa no tuvo éxito pero contribuyó a fraguar una buena relación.

Durante la transición fueron también varias las ocasiones que tuve de apreciar su especial sensibilidad política. La plasmó en su compromiso con el Partido Socialista, en cuyas listas figuró como Senador en la etapa constituyente. Le vi en varios mítines y el recuerdo de aquello no se puede borrar: no eran peroratas al uso, sino verdaderas clases de educación cívica, en la que se mezclaban ideas referidas siempre a la defensa de los débiles y al efecto liberador de la cultura. Recuerdo especialmente un mitin en las Delicias contra la pena de muerte, previo al referéndum constitucional, que, de haberlo grabado, podría pasar a los anales de la historia de los derechos humanos.

Tras su etapa de senador, y de vuelta a las aulas, vivió momentos muy dolorosos en su vida personal. Poco a poco se fue quedando solo en su familia, circunstancia que particularmente sentí muchísimo cuando falleció su hija Maria Eugenia, a la que me unía una gran amistad y a la que dediqué una pequeña nota de recuerdo (EL NORTE DE CASTILLA de 12 de Octubre de 1990), que siempre me agradeció. Con la ayuda de sus amigos y el apoyo generoso de Teresa, supo afrontar el último tramo de su vida con el coraje y la lucidez de siempre. Conferenciante solicitado, su palabra era escuchada siempre con respeto y admiración. La última vez que hablé con él fue en la Librería Margen, en Marzo de este año, cuando fue invitado a hablar del efecto terapéutico de la música. Prácticamente ciego, sin poder andar, pero con la voz potente de siempre, explicó con detalle la estructura del cerebro y del sistema nervioso, concluyendo la charla con el sonido ambiente de la Sinfonía Pastoral de Beethoven. A la salida, le dije: "Pedro, cada día eres más maestro". "¿Y qué es para ti ser maestro?", me preguntó. "Lo que siempre has sido tú", le contesté, "alguien que enseña lo mejor sin que se note".

9 de junio de 2008

EDITORIAL AMBITO: NUEVA ETAPA, LOS MISMOS DESAFIOS


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El Norte de Castilla, 9 de Junio de 2008

raíz de la absorción de la Editorial Ámbito por Gráficas Simancas en febrero de 2007, dí a conocer estas reflexiones en la referencia que sobre el tema publicó El Norte de Castilla unos meses después, cuando ya la operación estaba decidida y presagiaba una nueva etapa, que muchos acogimos con optimismo y una alta dosis de esperanza a la vista del empeño que en la nueva empresa ponía Ricardo Sainz Rojo, gerente de Simancas y entusiasta impulsor de  la iniciativa


De los múltiples comentarios y consideraciones que se han hecho sobre la crisis de la Editorial Ámbito en los dos últimos años, sólo conservo en el recuerdo las ideas vertidas al respecto por Carlos Blanco en un artículo publicado en EL NORTE DE CASTILLA el 16 de Diciembre de 2006. Habían transcurrido ya casi seis meses desde que el Consejo de Administración decidiera hacer frente a la gravísima situación financiera en que se encontraba la empresa cuando sentimos como un aldabonazo las palabras de Carlos al leer su observación de que “Ámbito agoniza entre la indiferencia de muchos, el dolor de algunos y los odios de quienes fueron durante los últimos 18 años sus dos principales gestores”. Confieso que personalmente esta afirmación, procedente de uno de los periodistas más lúcidos que conozco, me indujo a pensar que la versión que se estaba dando de la crisis, así como la percepción que de ella se tenía por parte de quienes habían vivido de cerca su trayectoria y, a la postre, por el conjunto de la sociedad, corrían el riesgo de quedar definitivamente tergiversadas, como si de un tema personal se tratase y todo el ruido montado no fuera si no la expresión de un despiadado ajuste de cuentas.

Decidí guardar silencio entonces porque en ese momento precisamente se iniciaba una larga y complicada travesía, que habría de prolongarse durante más de año y medio en un entorno enrarecido y, sobre todo, de gran dificultad, dada la variedad de frentes hacia los que orientar un sinfín de iniciativas, orientadas a un objetivo irrenunciable: la preservación de la continuidad del sello editorial de Ámbito, con la finalidad de ser leales a un doble compromiso. De un lado, el mantenido con los 606 socios; de otro, el que nos ha ligado durante veintiséis a la sociedad de Castilla y León, sin perder tampoco la perspectiva de los vínculos mantenidos con la cultura española.

El intento de interpretar la crisis como algo asociado a disputas personales quedó pronto desmentido por la admisión a trámite del “concurso de acreedores”, al que hubo que acudir ante la necesidad de acometer jurídicamente, y sin dilación, el proceso derivado de una situación financiera insostenible, que elevaba la deuda acumulada por encima del medio millón de euros. Ante hecho tan insostenible no hay paliativos ni equívocos que valgan: era simple y llanamente la manifestación dramática de una mala práctica gerencial, que había que reorientar de forma drástica, no sin antes hacer frente a las graves disfunciones en que se encontraba la empresa, tanto desde la perspectiva de su gestión interna como desde la que concierne a su relación con el complejo mercado del libro. Es más, cualquier intento de minimizar la gravedad ulterior de los datos comprobados ante la eventualidad de su neutralización mediante hipotéticos convenios institucionales, que jamás se habían llegado a formalizar y que eran presentados como la panacea virtual de todos los males, no dejaba de ser un desvarío, puesto al descubierto por las evidencias a que conducía el procedimiento llevado a cabo merced a una intervención judicial, tan rigurosa como eficaz, que disipaba toda duda en este sentido.
Ámbito era una empresa sumida en una profunda crisis, cuya supervivencia y autonomía dependían de sí misma y de la capacidad que, para sacarla adelante, pudieran desplegar los administradores que aún seguíamos al pie del cañón. La entrada en la órbita de una institución suponía un riesgo para la independencia del sello editorial, a lo que en modo alguno se estaba dispuesto.

La trayectoria de Ámbito en esta etapa vio jalonada hasta mediados de 2007 por ocho procesos judiciales, todos ellos, incluyendo los recursos, resueltos a favor del Consejo de Administración. Superada esta fase, la elaboración del Plan de Viabilidad se enmarca ya en una etapa de reconducción de la empresa que cristaliza en la aprobación del Convenio por parte de la Junta de Acreedores a finales de Octubre de ese año, lo que supone un avance importantísimo hacia la salida del túnel, merced a la comprensión y generosidad de los acreedores, que, al asumir las condiciones pactadas, dieron muestra palpable de su sensibilidad por lo que Ámbito ha representado y puede seguir representando. Desde entonces los acontecimientos se han sucedido en un clima de recuperación de la confianza, que, al tiempo que alejaba las nieblas anteriores, permitía atisbar un nuevo horizonte, ajustado a parámetros y a estrategias totalmente renovados, pues, con las advertencias recibidas, difícilmente se podía caer ya en los riesgos, en los errores y en las deficiencias de gestión que habían desembocado en una trágica situación que gradualmente iba siendo superada.

No cabe duda que la formalización del compromiso por parte de Ediciones Simancas a la hora de asumir el cumplimiento del Convenio suscrito con los acreedores ha significado la tabla de salvación, quizá impensable si el panorama judicial hubiera sido adverso para el Consejo de Administración. No lo fue y ello estuvo en la base de un restablecimiento de la voluntad de acuerdo entre ambos, esencial para proceder a las reestructuraciones necesarias y a la capitalización que las hiciera posible. Presentada y defendida como la única opción viable, la entrada de Simancas en el accionariado de la empresa de forma mayoritaria no ha sido nunca objeto de rechazo por los socios, que continúan formando parte de la sociedad y que en las dos últimas Juntas de Accionistas han aprobado por abrumadora mayoría la ampliación del capital, la suscripción mayoritaria por parte de Ediciones Simancas y los nombres que han de integrar el nuevo Consejo de Administración.

Se crea así un nuevo escenario, que invita al optimismo, aunque siempre con visto prudencia. Ámbito ha sobrevivido a la catástrofe, pero ha aprendido muy bien la lección. La que le aconseja operar como una editorial eficiente, moderna y competitiva, como única garantía para preservar su lealtad a los principios y a los objetivos que inspiraron su razón de ser, al servicio de la Comunidad Autónoma de Castilla y León y abierta a la colaboración con instituciones y empresas, sin menoscabo de su independencia y pluralidad de enfoques y perspectivas. Precisamente lo que defendía Carlos Blanco.

29 de enero de 2008

Portugal: tan cerca y a la vez tan lejos


El Norte de Castilla, 29 de Enero de 2008



Como ha señalado el ex Presidente Mario Soares en el Diário de Notícias lisboeta, la última Cumbre hispano-portuguesa, recientemente celebrada en Braga, “ha constituido un paso importante en las relaciones peninsulares, abriendo una oportunidad única, que no se debe perder, para los dos Estados, en el dominio de las convergencias políticas y económicas, en el marco europeo en particular, pero también en relación al Mediterráneo, al Atlántico y a América Latina”.Objetivos encomiables que seguramente han sido reiterados en ediciones anteriores con la misma grandilocuencia, aunque su repetición no haga sino destacar que una estrategia que debiera estar ya consolidada aparece en este XXIII Encuentro como la manifestación de un deseo aún por cumplir.


Sin embargo, y a la vista de lo acordado, es evidente que los avances en la cooperación entre ambos Estados han ido adquiriendo entidad a través de realizaciones importantes, cuya incidencia habrá de notarse tanto globalmente para cada uno de ellos como para las regiones y lugares en las que se materialicen. No son desdeñables las comprometidas en esta reunión, donde se ha acordado la instalación en Braga del Laboratorio Internacional Ibérico de Nanotecnología, o proseguir en el camino, ya emprendido, hacia la integración energética. Un proyecto tan ambicioso como necesario, cuyos hitos más relevantes han de venir dados por los avances en la compatibilidad reguladora y convergencia tarifaria en el sector energético que permitan configurar un Mercado Ibérico de la Electricidad (MIBEL), acordado en 2004, por la política de fomento conjunto de las energías renovables, y por la ordenación del Mercado Ibérico del Gas (MIBGAS), todo ello con la mirada puesta al tiempo en la creación de un gran operador del Mercado Ibérico de la Energía (OMI).


Ahora bien, el buen funcionamiento de los vínculos entre los dos países no ha de limitarse sólo a los grandes acuerdos interestatales, que dan cumplimiento al Tratado de Amistad y Cooperación, suscrito el 22 de Noviembre de 1977. Desde que, tras la caída de las dictaduras que los distanciaron durante décadas, vieron la luz los primeros intentos de crear espacios de relación a menor escala basados en estrategias compartidas de desarrollo, la cooperación transfronteriza descentralizada se ha convertido en el punto de referencia esencial a la hora valorar el éxito o la frustración de esa voluntad de encuentro a favor de estrategias beneficiosas para ambas partes. Se trata de una cuestión cuya dimensión como problema, variable en su gravedad según los espacios concernidos, no ha dejado de persistir a o largo del tiempo, por mor de unos resultados que ni siempre pueden calificarse de satisfactorios ni, menos aún, incurrir en la autocomplacencia.


Los estudios sobre el tema son tan explícitos que no ha lugar al equívoco cuando ponen al descubierto las insuficiencias de desarrollo o los crónicos problemas de regresión global de estas áreas, que siguen acusando, salvo excepciones singulares, el estigma de la fragmentación histórica. Algo que resulta particularmente perceptible en el tramo de la “raya” correspondiente a la Comunidad de Castilla y León, que sigue siendo el más refractario a la rentabilización de las posibilidades permitidas por la confluencia de fuerzas a uno y otro lado, como ya puse de manifiesto en estas mismas páginas hace años (El Norte de 21 de Mayo de 2001). De manera puntual algunas iniciativas revelan el alcance del esfuerzo realizado y de las ayudas que lo han hecho posible, pero en la mayor parte de los casos son precarias o carecen de las condiciones capaces de asegurar su continuidad en el tiempo como garantía para la creación de oportunidades de desarrollo realmente consistentes. Recurrir para explicarlo a la debilidad demográfica nos lleva, en mi opinión, a un argumento no cuestionable pero insuficiente. Pues cuando ha existido verdadera voluntad de avanzar en la formación de espacios de encuentro creativos e innovadores, la experiencia ha servido para lo que se pretendía, es decir, para fijar población y crear expectativas, y sobre todo confianza, hacia el futuro.


Y es que, en general, la cultura de la cooperación transfronteriza deja todavía que desear: ni está asentada en el conjunto del territorio ni es asumida como una opción estratégica integradora, por más que las proclamas entusiastas que de vez en cuando se hacen den la impresión de lo contrario. De todos modos, para que los propósitos bienintencionados se conviertan en logros contundentes no es necesario improvisar instrumentos de cooperación sino aprovechar convenientemente, y sobre la base de los recursos disponibles, los ya creados y garantizar su operatividad. En resumen, bastaría con centrar la atención en dos soportes de actuación esenciales. Por un lado, en el fortalecimiento de las posibilidades permitidas por la Fundación Rei Afonso Henriques y por el Instituto Interuniversitario asociado a ella, evitando que languidezcan o que sus actividades sean poco más que acciones esporádicas o de mera intencionalidad; y, por otro, dar consistencia a la voluntad política de aplicar en Castilla y León, con fuerte implicación de los municipios y las organizaciones más dinámicos, las directrices contempladas en los acuerdos adoptados en el Encuentro Luso-Español sobre Cooperación Transfronteriza de 13 de Enero de 2006, que fijaron los principios en los que se apoya la programación de los Fondos Europeos para el periodo 2007-2013.


Si se tiene en cuenta que la próxima Cumbre (¿porqué no convocarla en Zamora?) va a celebrarse en Castilla y León – una oportunidad para recabar la implantación de iniciativas innovadoras de alcance interestatal, como se ha hecho en Braga - y que las posibilidades de las Comunidades de Trabajo constituidas con las regiones Norte y Centro de Portugal están avaladas por la contundencia de los diagnósticos y por el convencimiento de que existen potencialidades que han de ser aún valorizadas, nos encontramos ante una ocasión histórica que en modo alguno puede quedar desaprovechada, pese a que las inercias heredadas obliguen aún más a la prudencia que al triunfalismo.

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16 de enero de 2008

Castilla y León ante el nuevo modelo ferroviario


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El Norte de Castilla, 16 de Enero de 2008
Nadie duda que la entrada en funcionamiento del eje ferroviario de alta velocidad Madrid-Segovia-Valladolid ha incorporado una infraestructura de primordial importancia en el proceso de intensa reordenación a que se halla sometido el sistema de transporte en la Unión Europea y en España. Es la doble perspectiva, necesariamente complementaria, desde la que se concibe la estrategia aplicada a la circulación ferroviaria en un espacio supraestatal integrado como el europeo, en el que todas las actuaciones se rigen por una lógica bien definida: es decir, la de asegurar la máxima calidad, eficiencia y seguridad en los desplazamientos de viajeros entre ciudades que disponen de un potencial de demanda capaz de rentabilizar las elevadas inversiones requeridas. Se trata, por tanto, de una dotación espacialmente muy selectiva, no exenta de controversias y argumentadas opiniones críticas, que no sólo contribuye a redefinir el significado tradicional del ferrocarril - a través de lo que se conoce como “nuevo modelo ferroviario” - sino que al tiempo favorece una nueva configuración de la infraestructura circulatoria apoyada en la interoperabilidad de los distintos modos, dando origen a la formación de plataformas logísticas donde confluyen la carretera, el ferrocarril y el aeropuerto, que operan de manera integrada al servicio de la mejora de las condiciones en que se desenvuelve la movilidad de las personas.

Pese a las preocupaciones que algunos agentes sociales muestran acerca de la posibilidad de que esta tendencia a la multimodalidad no culmine satisfactoriamente en Valladolid, conviene recordar que desde comienzos de los noventa esta ciudad ha merecido tal reconocimiento en todos los análisis e informes de la UE sobre la política de redes transporte. Suficientemente conocidos y analizados, huelga insistir sobre lo que es un hecho inequívoco: el afianzamiento de la posición de Valladolid, con la consiguiente predisposición financiera en los fondos comunitarios, como nodo primacial en el cuadrante noroeste de la Península Ibérica y vértice redistribuidor de los trazados de alta velocidad ferroviaria previstos para la conexión con un espacio clave para la vertebración del territorio europeo, como es todo el conjunto de la España Atlántica. Constituye, en suma, la plasmación territorial de lo explícitamente contemplado en la Directiva 96/48/CE sobre el sistema ferroviario europeo de alta velocidad, transpuesta cuatro años después en el ordenamiento español (RD 1191/2000).

De ahí que la importancia de la actuación llevada a cabo rebase el estricto marco de la aglomeración vallisoletana – cuyas posibles implicaciones he analizado ya en estas mismas páginas (EL NORTE DE CASTILLA del 19.12.2007)- para incidir con mayor o menor intensidad en las perspectivas de transformación que pudieran derivarse para Castilla y León. Si bien es cierto que no abundan referencias comparativas sobre la dimensión regional provocada por unas dotaciones siempre concebidas y diseñadas a gran escala, parece pertinente hacer una aproximación desde esta perspectiva, toda vez que la regionalización es un hecho cada vez más vigoroso en la Unión Europea al tiempo que representa un nivel de atención primordial para valorar el alcance de la política de convergencia de desarrollo y cohesión económico-social. Tratándose de Castilla y León la cuestión cobra especial interés en función de los rasgos geográficos que la identifican (magnitud, situación estratégica, contrastes internos...) y de las posibilidades que, como consecuencia de ello, permite su toma en consideración como experiencia ilustrativa en todo el espacio europeo.

Las repercusiones a nivel regional irán perfilándose a medida que los trazados previstos vayan siendo ejecutados y comiencen a percibirse en la región los nuevos dinamismos inducidos en su red urbana principal, y que lógicamente habrán de venir determinados por las dos circunstancias que respectivamente las concierne de manera específica: de un lado, por su proximidad respecto a los centros extrarregionales con mayor capacidad de crecimiento y por la entidad de los vínculos desarrollados con ellos; y, de otro, por la calidad de los estímulos que cada ciudad pueda ofrecer para canalizarlos a su favor y consolidarlos de forma estable y a largo plazo. Si no parece previsible que surjan relaciones de competencia, que condicionen los equilibrios pretendidos, lo que sí tenderán a producirse son ritmos diferenciales en la magnitud de los impactos y sinergias desencadenados al amparo de una movilidad que cuantitativa y cualitativamente ofrecerá matices importantes.

Sobre la base de los datos disponibles, y teniendo en cuenta el alcance de las actuaciones acometidas o en fase de realización hasta la fecha dentro de un Plan ambicioso, cuyo horizonte puede experimentar desviaciones debido a problemas de financiación o a dilaciones técnicas, considero que, a corto y medio plazo, el trazado de alta velocidad va a dar origen en Castilla y León a tres tendencias espacial y económicamente significativas. La más inmediata y determinante consistirá en la cada vez más plena inserción de Segovia en los flujos generados en el área metropolitana de Madrid, incluso con mayor intensidad que lo detectado en el caso de Toledo.
Los efectos en este sentido habrán de ser múltiples, recurrentes y acumulativos, con resonancias marcadas en la presión inmobiliaria y en las posibilidades de uso que permite una ciudad y un entorno muy apetecidos en la percepción de la sociedad madrileña. Se asistirá, por otro lado, al definitivo afianzamiento de la centralidad vallisoletana, acrecentada por la polarización que finalmente acabará imponiéndose al amparo de los fuertes vínculos formados entre Valladolid y Palencia. Más allá de las implicaciones que ello pudiera tener en su valorización como espacio de nuevas oportunidades en la industria y el turismo, no es arriesgado pensar que supondrá el espaldarazo al fortalecimiento regional del aeropuerto de Villanubla, cuyo potencial de demanda está aún subestimado. Y, finalmente, la mejora de la accesibilidad ferroviaria con Asturias, facilitada por el túnel de Pajares, va a suponer, al fin, la incorporación de León a los ejes de crecimiento de los que hasta ahora permanecía alejado.
No sería, pues, aventurado presagiar la génesis de un corredor ferroviario Madrid-Asturias que favorecería un buen engarce a través de Valladolid y León, haciendo de la capital leonesa un punto crucial de referencia circulatoria en el sistema de comunicaciones de Castilla y León en sentido meridiano, con beneficios indudables tanto para la ciudad del Bernesga como para el conjunto de la Comunidad Autónoma. Son, en cualquier caso, hipótesis sugeridas, a falta de un debate que todavía no se ha planteado.

19 de diciembre de 2007

Los impactos de la Alta Velocidad Ferroviaria


El Norte de Castilla, 19 de Diciembre de 2007


La experiencia comparada revela que los procesos de transformación económica y territorial no experimentan en nuestra época cambios tan drásticos y acelerados como los que han tenido lugar en etapas anteriores, cuando causas similares han desencadenado dinamismos y reestructuraciones de notable intensidad, hasta el punto de marcar nítidas rupturas con las tendencias precedentes. Algunos comentaristas han anticipado que la llegada a Valladolid del Tren de Alta Velocidad (TAV) a finales de 2007 puede tener la misma trascendencia que la del ferrocarril en 1859. Partiendo de la idea, en principio acertada, de que el Valladolid moderno se identifica con los grandes hitos que han marcado su condición de enclave ferroviario de primer orden, exageran al extrapolar a nuestros días fenómenos que, si tuvieron lugar en el contexto característico de la industrialización española en la segunda mitad del siglo XIX, difícilmente pueden reproducir los efectos acumulativos de entonces en un momento como el actual en el que las premisas sobre las que se fundamenta el desarrollo son mucho más complejas y diversificadas. Y sobre todo no tan dependientes de las infraestructuras, cuyo papel se ha modificado de modo sustancial.


Si históricamente el tren introdujo un decisivo factor de diferenciación en la dinámica de los territorios al amparo de las posibilidades abiertas por la nueva función otorgada a los núcleos favorecidos por su trazado - y de ello Valladolid siempre será un ejemplo emblemático -, la realidad contemporánea relativiza el alcance de estos impactos, en la medida en que la mejora de la movilidad ya no constituye en sí mismo una garantía de desarrollo o de generación de actividad a los niveles estimados por las previsiones más optimistas. Se trata más bien de un soporte técnico al servicio de las economías de escala preexistentes o de los potenciales de demanda que han sido utilizados como criterio para la implantación del nuevo eje circulatorio, que inevitablemente ha de acomodarse a los principios de eficiencia y rentabilidad con que se concibe y diseña este tipo de línea férrea.


Desde que en 1981 entró en funcionamiento el primer TAV europeo entre París y Lyon, los análisis realizados son más que elocuentes a la hora de valorar el alcance de los impactos provocados, su incidencia en el desarrollo y la repercusión en el sistema territorial en el que se inserta. En síntesis se puede decir que la mejora de la conectividad y la accesibilidad que una operación de estas características trae consigo reviste una doble dimensión. La más relevante, inmediata y de gran resonancia, es sin duda la urbanística y la territorial. Ya sea mediante la creación de un área específica, ya mediante la ordenación con este fin del espacio tradicionalmente ocupado por las instalaciones ferroviarias en todos los casos tiene lugar un fortísimo proceso de revalorización del suelo, que repercute sobre el conjunto del área afectada, con las consiguientes derivaciones especulativas, claramente estimuladas por las ventajas a que induce la nueva centralidad construida.


En este sentido, Valladolid va a ser posiblemente la ciudad europea con mayor superficie a reordenar, heredada del aprovechamiento del espacio ocupado por los antiguos talleres del ferrocarril, a la que se suma la resultante de la operación de soterramiento cuando se lleve a cabo. La disponibilidad de más de 90 Has. en un espacio urbano consolidado constituye una singularidad que explica el alcance de la impresionante metamorfosis funcional y estética prevista, al tiempo que va a representar, para bien o para mal, un ejemplo de referencia sobre el modo de intervenir en los antiguos espacios de uso ferroviario. Y, por otro lado, es evidente también que, merced a la intermodalidad propiciada por la conexión física de la nueva infraestructura con los enlaces viarios y aéreos, a los que ha de impulsar notablemente, la posición estratégica de Valladolid se ha de fortalecer sobremanera como nodo logístico crucial tanto en la Península Ibérica como en el conjunto del llamado Arco Atlántico.


En cambio, conviene entender la dimensión económica y social de manera más cautelosa. En ninguna de las experiencias europeas o españolas el salto cuantitativo ha sido tan intenso como se esperaba. En el ejemplo al que se suele recurrir en España para demostrar que los impactos pueden ser de envergadura – Ciudad Real – los datos no revelan magnitudes tan elevadas por lo que respecta al desarrollo económico e inmobiliario, por más que sea cierta una acentuación de la movilidad al amparo de los desplazamientos pendulares que tienen lugar entre Madrid y las ciudades sujetas a su área de influencia. Tal parecer ser la repercusión más manifiesta: una intensificación de la movilidad, asociada bien la sustitución del modo de transporte utilizado (el vehículo particular e incluso el avión, como ha sucedido en Sevilla y se prevé ocurra también en el caso de Barcelona) o bien a un aumento de la frecuencia de los usuarios habituales, lo que de hecho no implica un incremento sensible del número de viajeros ni, por ende, de las expectativas de demanda de vivienda, máxime cuando se aprecia una saturación del mercado por sobreoferta, con la consiguiente modificación a la baja de los precios.


Y lo mismo cabría decir de sus efectos en la implantación de empresas o en la captación de inversiones, destinadas a vigorizar el tejido productivo, avanzar en la innovación y animar la creación de empleo. No hay ningún automatismo comprobado en este sentido, ya que, cuando la distancia deja de ser un factor condicionante de la localización de las empresas, emergen otros factores (potencial humano, suelo industrial, redes tecnológicas, calidad de los servicios….) que elevan la magnitud del capital territorial y que hay que saber valorizar, lo que explicaría las tendencias selectivas que al respecto se perciben en Europa. El caso de Lille, esa espléndida ciudad del Norte de Francia hermanada con Valladolid desde 1987 y con una posición estratégica privilegiada entre Paris y Bruselas al amparo del TAV puesto en funcionamiento en 1993 y después ampliado hasta Londres a través del Canal de la Mancha, es una prueba fidedigna de que si la alta velocidad ferroviaria afianza la centralidad no asegura por sí sola la dinamización de las potencialidades latentes ni resuelve a su favor las ventajas que derivarían de que la ciudad acabe prevaleciendo más como destino final que como mero lugar de tránsito.

6 de diciembre de 2007

JUVENTUD QUE EMIGRA


El Norte de Castilla, 6 de Diciembre de 2007


Pocos temas han suscitado tanta atención en nuestra Comunidad Autónoma en los últimos años los problemas que aquejan a su realidad demográfica. Salvo excepciones, la mayor parte de los análisis posee ese nivel de madurez y concreción que permite hacer diagnósticos rigurosos y llegar a conclusiones fiables para comprender sus tendencias esenciales e interpretar correctamente tanto los problemas que afectan a la sociedad castellana y leonesa como sus perspectivas de futuro. Y es que la dinámica de la población no es sino el fiel reflejo de la economía de un territorio. Todos los procesos que desde esta perspectiva tienen lugar en él responden a los efectos derivados de las actividades económicas y, por tanto, de las estrategias que las orientan. Profundizar en esta relación de interdependencia se convierte en un ejercicio obligado cuando se detectan síntomas de alarma que exigen la toma en consideración de factores que, yendo más allá de lo estrictamente demográfico, posibilitan su mejor comprensión y tratamiento.


No es una apreciación sin fundamento la que destaca la importancia que tiene la pérdida de población juvenil en el censo de Castilla y León. Además de las numerosas referencias por parte de los más relevantes estudiosos de nuestra realidad demográfica, del problema se han hecho eco también un sólido informe auspiciado por el Consejo Económico y Social en el año 2002 y, más recientemente, el estudio de la Fundación BBVA – “Actividad y territorio: un siglo de cambios” - , uno de los análisis más completos sobre los impactos provocados por la movilidad de la población en España.


Como aproximación a la magnitud del fenómeno, bastaría señalar que, según datos contrastados, en lo que va de siglo XXI cerca de 110.000 personas entre los 16 y los 30 años han salido de la región, en su mayoría para encontrar empleo en otros ámbitos. Mas, con ser una cifra elevada, no se trata sólo de un hecho cuantitativo. Su alcance, cualitativamente hablando, es aún mayor si cabe, teniendo en cuenta lo que realmente significa la pérdida de población joven en una estructura demográficamente problemática. Representa sin duda la circunstancia que más debe alertar en la medida en que a ella aparecen asociadas las tres tendencias que determinan un proceso de alarma en la dinámica de una sociedad, a saber, el aumento progresivo del envejecimiento, el debilitamiento del capital humano y la desvitalización natural, en función de la mella provocada en los índices de natalidad y la fecundidad. La concatenación que tiene lugar entre estos aspectos debe situar, por tanto, al descenso de los niveles de población joven en el centro mismo de la preocupación socio-política sobre la cuestión y de las medidas encaminadas a afrontarla.


Precisar las causas que lo explican no es tarea fácil, a falta de una investigación a fondo sobre el tema, aún sin realizar. Con todo, no está de más, como contribución al debate necesario, apuntar algunas de las razones que pudieran estar en la base de esta preocupante tendencia. A mi juicio, resulta muy cuestionable el argumento que la atribuye a la falta de adaptación del sistema formativo a las necesidades de la oferta de empleo. Aunque siempre se puede avanzar en este sentido, es evidente que el nivel de preparación proporcionado por la dotación académica con que cuenta la Comunidad permite disponer suficientemente de la plataforma adecuada para lograr una buena inserción de la juventud en el potencial mercado de trabajo. Hay que recurrir, por tanto, a otras motivaciones que, por lo que puede percibirse, tienen más que ver con los dos aspectos que en mayor esgrimen quienes optan por orientar su vida fuera de la región en la que se han formado y a la que, en no pocos casos, desearían volver.


De un lado, existe para muchos jóvenes la percepción de que las oportunidades de empleo en Castilla y León son limitadas, de que las exigencias de experiencia previa acaban creando un círculo vicioso del que a veces es muy difícil salir, de que la precariedad de la contratación es excesiva o de que las expectativas de promoción y mejora, una vez logrado el empleo, no son precisamente alentadoras. Y, de otro, no es menor la comprobación objetiva de que la capacidad de iniciativa empresarial se encuentra muy por debajo de las posibilidades que en principio cabría esperar de una sociedad dinámica, comprometida con su territorio y dispuesta a asumir los riesgos necesarios a la hora de optimizar los recursos disponibles. Cierto es que la trayectoria económica de Castilla y León ofrece experiencias muy encomiables en la creación y gestión de proyectos empresariales innovadores, con un balance positivo en la generación de riqueza y empleo, al tiempo que han servido como plataforma de proyección comercial y tecnológica hacia el exterior. Pero también hay que reconocer que los valores inherentes a la cultura empresarial no presentan la dimensión generalizada ni la continuidad en el tiempo ni la escala que haga posible la consolidación de un tejido productivo con posibilidades a largo plazo y con capacidad de resistencia frente a los reveses de la coyuntura.


Afrontar la pérdida de efectivos juveniles con éxito no es tarea fácil, ya que las inercias en demografía suelen ser muy fuertes, por más que existan instrumentos reguladores que tiendan al fomento del empleo o traten de estimular políticas de rejuvenecimiento. Bastaría, sin embargo, conocer a fondo las causas que desde el punto de vista económico y social justifican este problema para intervenir decididamente sobre ellas con la firmeza y contundencia que la situación requiere. De ahí el interés que el recientemente llamamiento del Presidente de la Junta a fortalecer “el músculo financiero” de la región tiene como parte de una estrategia que, más allá de las declaraciones bienintencionadas, reafirme la convicción de que la competitividad y el prestigio de una región son indisociables del buen aprovechamiento de su capital humano.

3 de diciembre de 2007

Guatemala: entre la esperanza y la incertidumbre

El Norte de Castilla, 3 de Diciembre de 2007

Aunque las experiencias vividas en el conjunto de la región hayan sido en ocasiones terribles, no hay en todo el continente que se identifica con el Nuevo Mundo un espacio tan castigado y convulso como el istmo centroamericano. Si exceptuamos la singularidad política de Costa Rica, no cabe duda de que el tortuoso brazo de tierra que enlaza México con el ámbito andino ha acusado de manera crónica las huellas de la violencia y la desestabilización, casi tan patentes como las que revela una naturaleza que de cuando en cuando transmuta su espectacular magnificencia por las manifestaciones de la catástrofe más demoledora.

Pese a sus fuertes vínculos históricos y culturales con España, poca atención mediática suele prestarse, sin embargo, a este espacio, al que sólo se alude cuando algún hecho dramático lo afecta o su consideración parece episódicamente justificada en función de los intereses que desde fuera se concitan sobre la zona. Y pese a que las diferentes formas de cooperación al desarrollo dejan notar en nuestros días un legado nada desdeñable, lo cierto es que ante los grandes problemas que le aquejan prima el silencio cuando no la indiferencia, frecuentemente entendida por sus sociedades como la expresión de un inmerecido desamparo.

Reflexionar en estos momentos sobre lo que sucede en Centroamérica no carece de interés por dos motivos que conviene resaltar. De un lado, porque por primera vez en mucho tiempo todos los países de la zona gozan de una situación de estabilidad política, consecuente con el cumplimiento de los acuerdos de paz allí donde se ha logrado poner fin a larguísimas guerras civiles o, en cualquier caso, con la normalización del proceso democrático, finalmente resuelto en un ambiente político donde las alternancias no posibilitan sorpresas significativas, ya que las fuerzas en liza se autolimitan a márgenes de maniobra plenamente asumidos por los distintos contendientes. Y, de otro, porque lo que antaño era un rasgo distintivo, asociado a los enfrentamientos armados o a la feroz represión, hoy ha cedido paso al agravamiento de los problemas internos, reflejados en un panorama donde son patentes las tensiones motivadas por la pobreza, la extrema desigualdad, la violencia, la inseguridad, el narcotráfico y la corrupción, síntomas de un profundo deterioro en el que todos estos aspectos guardan entre sí íntimas correlaciones, en cuya génesis no son irrelevantes la crisis del Estado y la debilidad de los instrumentos institucionales.

Es en este contexto donde cobra importancia y suscita curiosidad el horizonte abierto con la reciente elección presidencial en Guatemala. Las particulares características del país (su magnitud física, su contigüidad con México, su fuerte componente indígena y una trayectoria histórica demasiado marcada por la violencia: (“uno de los países más desgraciados de América Central, de toda América Latina”, diría Ryszard Kapucinski) justifican la atención que merece la preferencia mostrada a favor de un candidato, Álvaro Colom, ingeniero industrial decantado hacia objetivos que tienen más que ver con la voluntad de justicia e integración social que con la defensa de la seguridad a ultranza que preconizaba su adversario, Otto Pérez, militar retirado y artífice de una campaña repleta de descalificaciones que con frecuencia alcanzaban niveles inaceptables en una sociedad democrática.

Es cierto que la figura de Colom no responde a priori a los perfiles que en Europa o en Sudamérica se adscriben al modelo de político socialdemócrata con el que él mismo se ha tratado de revestir durante la contienda electoral. No es un reproche que deba hacérsele, pues quien conozca la historia guatemalteca convendrá en que difícilmente es posible construir trayectorias políticas coherentes en un entorno tan inestable e inseguro. Colom ejemplifica la capacidad de resistencia del político que en la esfera civil ha tratado de mantenerse fiel a sus principios y objetivos incurriendo en contradicciones y altibajos que, más que por su personalidad, han venido impuestos por una realidad que en ese país ha ido modelando las trayectorias de sus mejores cuadros al compás de las exigencias a que ha obligado el elemental deseo de supervivencia.

Lograda la victoria con un margen muy ajustado, habría que remontarse a lo que fue la figura de Jacobo Arbenz a mediados del siglo pasado para encontrar un precedente asimilable, aunque las circunstancias históricas condicionantes de las perspectivas de ambos no tengan ya nada que ver. En este escenario la sociedad guatemalteca más sensible a los problemas de su sociedad y de su tiempo, la que abomina de una etapa política que se encuentra entre las más funestas de Latinoamérica (no es fácil olvidar una guerra civil de 36 años), la que busca con esfuerzo su lugar en el mundo y pugna por una mayor transparencia y sentido de la justicia en la acción de gobierno, mira con cierta esperanza la nueva etapa que se ha abierto tras las elecciones. No hay que esperar a la toma de posesión del nuevo Presidente para adquirir conciencia de la gran expectación suscitada a través del particular debate que está teniendo lugar como expresión de una inquietud centrada en la composición del nuevo gobierno, en la relación que ha de mantener con los municipios (una realidad muy activa y de gran resonancia ciudadana), en la orientación de la política social y en las que hayan de ser las primeras medidas en sintonía con el programa defendido, ante el convencimiento de los grandes obstáculos que sin duda van a entorpecer su labor.

Demasiadas incógnitas a la vez para incurrir en el optimismo, de momento reemplazado por una actitud repleta de incertidumbres sobre lo que habrá de ser el gobierno de la Unidad Nacional de la Esperanza - tal es el nombre del partido ganador - para el futuro del tan atormentado como hermoso país de los mil colores.